Crítica de 'Maricón perdido' (2021): "Dolor y gloria"
'Maricón perdido'

Dolor y gloria

Tan conmovedor como divertido, el autobiográfico aterrizaje de Bob Pop en la ficción seriada es un almuerzo desnudo contra la intolerancia y la nostalgia, una catártica mirada al pasado, una celebración de la pérdida del miedo, y un despliegue de talento a todos los niveles. Estreno en TNT el 18 de junio.
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«A ti lo que te gusta es hacer de todo una novela», le dice Lola, su mejor amiga, a un Roberto treintañero, cada vez más liberado del peso de haber crecido como un niño-adolescente gordo, gafotas, adicto a los libros y gay. El objetivo perfecto para las burlas y agresiones de los abanderados del bullying. «A ti lo que te gusta es hacer de todo una novela», y Maricón perdido tiene algo de esa búsqueda de autoprotección, de perdón y de reconciliación, usando los recursos de la exageración, de la imaginación, del adorno, de la reconstrucción de recuerdos… porque la memoria de todo hijo de vecino es caprichosa, y tiene tendencia a mejorarlos, a idealizarlos.

Pero la inteligencia de Roberto Enríquez aka Bob Pop no es la de todo hijo de vecino. Y su particular harakiri emocional parte de una premisa innegociable: huir de la nostalgia, esa cabrona que nos hace pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y, ojo spoiler: no, no lo fue. Y si lo fue, aferrarse a tiempos pretéritos es, siempre, una mala idea. En Maricón perdido, la realidad y las experiencias de la adolescencia y la adultez de Enríquez se dan la mano con algunas licencias de escritor que no teme reinterpretar, o fantasear, detalles y momentos de su pasado para construir su versión del presente.

«Cuando me pongo nervioso no tengo filtro», confesaba en una de sus celebradas, magníficas, intervenciones en el Leit Motiv de Buenafuente: desde el sofá del programa, sus reflexiones aceradas, su sinceridad y su mordacidad encendieron la mecha de los seis episodios de la serie que ahora estrena TNT. Y uno se pregunta si nuestro hombre pasó nervios durante el proceso de escritura de guion, porque no parece guardarse nada para sí mismo.

Maricón perdido es un ejercicio de catarsis, un abrirse en canal, una lección de supervivencia. Pero es, por encima de todo, una celebración de la pérdida del miedo: al otro, a ser diferente, a la hostilidad contra el colectivo LGTBI+, a la esclerosis múltiple, al dolor. Enlaza recuerdos de forma mucho menos desordenada de lo que aparenta, llevándonos de la mano por distintos momentos de su vida, chocando, saliendo rebotado o enfrentándose a los vaivenes y crueldades de la normatividad. Dialoga con su yo de 15 años y con el de 30, perdonándoles, abrazándoles, cobrándose cuentas pendientes, pero también agradeciéndoles el trabajo en el camino a la aceptación y en la búsqueda de la identidad, exorcizando las heridas para continuar en un lugar mejor y más parecido a esa cosa llamada felicidad, o gloria.

Bob Pop trasciende esa autoficción convertida en un género cada vez menos fresco y más maleado, para encontrar una voz propia como creador

Tan luminosa como sórdida (esas escenas en la sauna, o en un parque donde los runners de día dejan al cruising como deporte, de riesgo, nocturno), con la ternura y el humor como armas transversales, en el trauma y en la reivindicación, en la resiliencia y en la fragilidad, en los sueños y en las pesadillas, la serie de Bob Pop trasciende esa autoficción convertida en un género cada vez menos fresco y más maleado, para encontrar una voz propia como creador.

Con la complicidad de Berto Romero y Enric Pardo en el guion, y de Alejandro Marín tras la cámara (otro talento de la infinita cantera ESCAC, codirector de la colectiva La filla d’algú), la serie incluye momentos sorprendentes: de lo fantástico, onírico y musical (el Let’s Dance camino del Retiro) a ese emocionante instante en una sala de cine, Black Cobra vs. Almodóvar, que le hace plantar cara al qué he hecho yo para merecer esto. O la llamativa y reveladora decisión de invisibilizar al padre y hacer un inmisericorde retrato de la madre, histérica y mal bicho. O en ese final que derrotará a quienes hayan controlado los lagrimales hasta ese instante.

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Candela Peña interpreta a la madre de Bob Pop / TNT

Ah, y están las y los intérpretes, rendidos a la generosidad, humildad, valentía, acidez de Bob Pop en su striptease emocional: el torbellino de la diosa Candela Peña, la dignidad y el cariño casi silencioso del siempre perfecto Miguel Rellán, la voz aterradora de Carlos Bardem, los ojos saltones de Javier Bódalo, el hombro para apoyarse de Alba Flores, las tronchantes obsesiones con el cagar de Júlia Molins, o, claro, la luz de los alter ego de Pop, los estupendos Carlos González y Gabriel Sánchez.

Ese chico, un tema compuesto para la ocasión, y cantado, por Christina Rosenvinge cierra la serie con unos versos que definen mucho mejor que este texto quién es Roberto Bob Enríquez Pop y por qué Maricón perdido es una serie imprescindible: «Ese chico que anda despacio y que evita pasar por el patio, ese chico que esconde alguna cicatriz, ese chico tan inseguro, que se busca en un cuarto oscuro. Ese chico que no se cansa, que no se amansa, que no da un paso atrás, que no se pierde, que no se muerde la lengua al opinar».

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