Comparte
La televisión ha representado a los millennials desde los inicios de nuestro convulso siglo. Porque, ¿qué seriéfilo de bien no recuerda a nuestra queridísima Claire Fisher (Six feet under) y sus desvaríos adolescentes? El coqueteo con la droga y el alcohol, el sexo, no saber qué elegir para estudiar, cambiar de opinión, buscar un trabajo estable, cambiar Los Ángeles por Nueva York… Claire fue uno de los primeros ejemplos de que el millennial era real y representable, incluso antes de que los hubiera.
En los últimos años, la televisión y el video on demand han mostrado especial interés en proyectos de jóvenes narradores y narradoras que se han volcado a sí mismos y han decidido enseñarnos lo más íntimo de su ser. Esta apertura en canal nos ha permitido comprobar la anatomía del millennial, del joven sin rumbo y en constante vaivén, del que no sabe dónde puede estar mañana y lo terrorífico que es ser consciente de ello. La vida es más fácil pensando en el día a día, al menos en nuestro contexto, y esta realidad se nos escapa más a menudo de lo que debería.
Las historias televisivas, que han tomado premisas consabidas -los conflictos internos, por mucho que nos pese, no son nada nuevo- para crear sus narrativas, reúnen en las historias de, sobre y para millennials una serie de características renovadoras respecto, principalmente, a su contenido y tratamiento de temas clásicos -amor, futuro, amistad, individuo contra la sociedad, individuo contra sí mismo-, buscando siempre una perspectiva de representación fuera de lo convencional.
También parece un elemento común el formato habitual de estas producciones, que se asemeja a la sitcom por duración y casting, normalmente coral, y que bebe del post-humor más reciente. Series como The office, Extras, Arrested Development, Parks and Recreation o Curb your enthusiasm son precursoras de una posible narrativa de esta nueva generación, en la que el ridículo y el absurdo son, en muchos casos, casi una obligación dramática.
Esta nueva forma de las historias, contadas con alguna cámara al hombro y planificación casi teatral, renuevan visiones sobre contenido clásico, si bien mantienen ciertos presupuestos. Uno de ellos es la ciudad, que se vuelve siempre parte fundamental de la historia. El millennial es bohemio y cosmopolita, pero también urbanita, y quiere todas las facilidades y la oferta que su hogar pueda darle, por lo que los protagonistas de estas historias viven, por lo general, en grandes ciudades, como Londres o Nueva York. Es el caso de Hannah (Girls), que vive en Nueva York y quiere mantener su nivel de vida bohemia tanto tiempo como pueda.
De hecho, la serie de Lena Dunham es quizá el ejemplo más claro respecto a la ola de la narrativa millennial. En sus seis temporadas, hemos disfrutado de un espléndido, cambiante y ácido personaje que nos ha expresado lo que significa tener talento -o al menos, creer tenerlo- sin desarrollarlo, lo difícil que es embarcarse en relaciones, la triste importancia y la apremiante necesidad del dinero, cómo evolucionan las amistades en la convulsa veintena y lo jodido que es enfrentarnos a lo que el futuro nos depara. Porque en Girls hemos visto cómo vive un millennial el paso a la madurez, o al menos el intento, y lo que significa este avance.
No parece anecdótico que, en el inicio de la segunda temporada de Girls, aparezca Donald Glover, un verdadero humanista. Además de ser uno de los más entrañables personajes de Community y rapero a tiempo parcial, Glover es el reciente ganador del Globo de Oro a la mejor serie de Comedia o Musical con Atlanta, un alocado drama sobre la responsabilidad, el futuro y las relaciones. Al igual que Lena Dunham, Glover escribe, dirige y protagoniza la serie, en la que encarna al protagonista Earn, un pringadillo sin posibilidades de éxito que decide hablar con su primo, un rapero llamado Paper Boi cuyo mixtape ha sido un éxito, para hacerse su representante.
De nuevo con Atlanta vemos las preocupaciones del millennial reflejadas con exactitud, como ganarse la vida de formas que nos llenen y apasionen, o lo difícil que resulta mantener una relación amorosa en el tiempo, incluso con una hija en común. Además, y con más fuerza que Girls, en Atlanta tienen gran importancia las redes sociales, desde donde se cimienta la fama y la popularidad, así como la visibilidad en medios en uno de los mejores capítulos que se han hecho en la televisión americana reciente.
Fleabag, obra que sigue siendo millennial, es otra de las pequeñas joyas que nos deja Gran Bretaña. Protagonizada y escrita por una soberbia Phoebe Waller-Bridge y basada en una obra de teatro que ella misma protagonizó, Fleabag supone un magnífico ejercicio actoral y narrativo, con especial hincapié en los diálogos. La constante ruptura de la cuarta pared, hay que reconocerlo, parece sobrar, pero con el avance de sus capítulos, profundizamos mucho más en nuestra protagonista, una cínica y ácida chica que tiene una pastelería a punto de quebrar en Londres.
Pero Fleabag va un paso más allá, y no se queda tan sólo en la representación, sino que busca lo provocativo, lo grotesco y llamativo. Esas constantes apelaciones de Fleabag a la cámara no son un recurso tanto para indagar en el personaje sino para dar toques de atención al espectador, para hacer que se planteen dilemas llenos de cinismo sobre la contemporaneidad y la realidad: familias desestructuradas, relaciones de pareja que se mantienen por comodidad, affaires…
Repetimos una de las consignas: el millennial es bohemio por definición. ¿Y quién más bohemia que Hailey, oboísta que quiere entrar en la Orquesta Sinfónica de Nueva York bajo la dirección del aún más bohemio y extravagante Rodrigo? Mozart in the jungle, además de un divertidísimo y frenético ejercicio interpretativo de Gael García Bernal, es también una serie millennial, donde la verdadera protagonista es Hailey, interpretada por Lola Kirke -hermana de Jemima Kirke, Jessa en Girls, ¿casualidad?-, y que tiene que ganarse como buenamente pueda la vida entre los caóticos tejemanejes del maestro Rodrigo.
Aunque Mozart in the jungle tiene tiempo para plantearse más debates, como las condiciones laborales de los músicos, o las aspiraciones artísticas de éstos, nos interesa en este plano cómo Hailey y su amiga Lizzie se desenvuelven en el Nueva York más alternativo y cultureta, con alcohol, sexo y fiesta de por medio. Porque Rodrigo no es el único cambiante y dubitativo respecto a todo lo que ocurre a su alrededor, sino que también Lizzie y Hailey tienen que decidir sobre su futuro, sobre cómo actuarán para conseguir tener algún tipo de estabilidad o seguridad, principalmente, económica.
«La inclusión de nuevas tecnologías y el tema clásico del individuo contra el mundo distinguen a las producciones millennial»
Hablar de una narrativa millennial puede antojarse, ciertamente, reduccionista. De hecho, más aún si tenemos en cuenta lo íntimamente ligadas que las producciones citadas están a otras que no podríamos considerar como tal, sino simplemente, dentro del post-humor: es el caso de Baskets, Louie o la española El fin de la comedia. Pero la diferencia de edades, así como la inclusión de nuevas tecnologías como parte significativa de la trama y la recuperación del tema clásico del individuo contra el mundo como leitmotiv principal hace que las producciones millennial se distingan de las anteriormente citadas.
De nuevo, la televisión crea conciencia, crea y recrea el mundo, y el reflejo de nuestro contexto se materializa en las producciones de ficción. Y ahora está particularmente de moda el reconocimiento de la generación millennial, que es la que tiene el futuro cercano en sus manos y no tiene ni idea de qué hacer con él. En algún momento se nos ocurrirá qué papel tenemos cuando tengamos que ser los responsables.