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A mediados de los 70, el editor norteamericano Leonard Mogel quedó fascinado por el atrevimiento formal de una revista francesa de cómic para adultos en la que se mezclaban sin prejuicios fantasías oscuras de capa y espada, ciencia-ficción cósmica, dosis de erotismo mucho más gratuitas de lo que cualquier adolescente ribeteado de acné se hubiera atrevido a admitir y todo tipo de imaginerías sadomasoquistas enfundadas en cuero, látex y lencería ultrafina. La revista era Métal Hurlant, fue impulsada por el colectivo de historietistas Humanoïdes Associés, y llegó a contar entre sus filas de ilustradores con creadores tan respetados como Moebius, Milo Manara o Richard Corben, un yanqui en la corte del cómic europeo. Al otro lado del Atlántico el metal aullante se convirtió en pesado con la publicación de Heavy Metal a partir del 1977, que se dedicó a traducir historietas de la hermana mayor y a generar contenido propio, con aportaciones destacadas del dibujante valenciano Pepe Moreno o del catalán Josep Maria Beà y más de una portada diseñada por el suizo H.R. Giger, uno de los padres de Alien tal como lo conocemos.
El espíritu de estas revistas destinadas al público masculino, mucho más transgresoras en la forma que en el fondo, quedó capturado en una película de animación del año 81, también llamada Heavy Metal, un título de culto que debe ser entendido en su contexto y que no resiste la más mínima lectura de género. Todas las historias de este film episódico, obra de diversos dream team de dibujantes de la época, tenían algo en común, y no era precisamente su bizarro narrador, el Loc-Nar, la esfera verde depositaria de todos los males que iba desgranando sus fechorías galácticas: Heavy Metal se recuerda sobre todo por la facilidad con que todas las mujeres se despojaban de sus vestimentas a los pocos segundos de aparecer en pantalla, siempre en actitud insinuante y predispuesta. Podríamos pensar que hemos avanzado una barbaridad, pero antes de sacar pecho basta recordar que donde sí se saca pecho y otros recovecos anatómicos es en Juego de tronos, aunque sea bajo el filtro sesudo de la HBO.
Dejando de lado el machacón reclamo sexual (más provocador y sorprendente si tenemos en cuenta que detrás estaba Columbia Pictures, una major del Hollywood más biempensante), la película del 81 desplegaba un universo rico y fascinante, libre de códigos de censura, abono fértil en la imaginación de jóvenes de medio mundo. Entre estos ávidos lectores reconvertidos a espectadores probablemente se encontraban David Fincher, renovador fundamental del thriller desde los tiempos de Seven, últimamente muy activo en televisión con producciones de la talla de Mindhunter, y Tim Miller, director de la gamberrada superheroica Deadpool y de la nueva resurrección de una de las sagas robóticas más importantes de la historia, Terminator: Dark Fate. Ambos se han unido como productores ejecutivos del penúltimo éxito de Netflix, una antología de 18 cortos futuristas realizados mediante las técnicas más diversas de animación y englobada bajo una trilogía de conceptos parcialmente engañosa. En Love, Death & Robots hay más sexo que amor y la muerte siempre llega precedida de la violencia. Por lo menos, eso sí, se dejan ver un montón de máquinas más o menos humanoides… y algunos gatos que no son robots pero son igual de calculadores.
Antes de llegar a germinar en una serie de moda esta actualización del espíritu de Heavy Metal a golpe de pixel pasó por otras fases. Hace diez años llegó a circular como un rumor la posibilidad de una nueva película, con episodios dirigidos por Fincher, James Cameron, Zach Snyder o Guillermo del Toro. También Robert Rodríguez había manifestado su interés en adaptar alguna de las historietas. Finalmente el formato elegido ha demostrado conectar rápidamente con los millennials de diferentes estratos de edad. Son 18 capítulos independientes entre sí, de duraciones que oscilan entre los 6 y los 17 minutos, mejunje ideal en tiempos de maratones aceleradas para estar a la última. De paso nos recuerdan la validez del cortometraje, un vehículo creativo a la altura de cualquier otro formato, muy alejado de la visión perezosa de aquellos que lo identifican con simples esbozos de talentos futuros. Decir a estas alturas que una sesión de cortos resulta tan estimulante como a menudo irregular es casi redundante. En el caso de Love, Death & Robots la brillantez formal generalizada, ya sea de la animación en dos o tres dimensiones, de la rotoscopia o del cartoon más desaforado, no siempre se acompaña de una auténtica renovación de discurso.
El hecho de apostar por el cortometraje no debería suponer carta blanca para levantar castillos de fuegos artificiales de estructura narrativa más fina que un papel de fumar. Y eso es así en algunos de los relatos más apabullantes en el apartado visual, como Metamorfosis o La guerra secreta, obras de arte digital de corte tan hiperrealista que cuando llegamos al simpático pero anecdótico La edad de hielo, el único corto en el que aparecen dos actores en acción real, Mary Elizabeth Winstead y Topher Grace, llegamos a dudar de si también ellos han sido generados por ordenador. Por estética reclaman su parentesco con los videojuegos, aunque a la vez parecen renunciar a la madurez conceptual de muchos de los guiones destinados a las consolas. Lo mismo ocurre con algunos trabajos de animación tradicional de bellísima factura, del estilo de Devorador de almas o Noche de criaturas marinas, que argumentalmente no pasan de la ocurrencia más o menos afortunada. Los equipos de animación reclutados por Fincher y Miller han rebajado algo (sólo algo) el machismo latente en este tipo de historias, pero en lo que respecta a la violencia han pisado el acelerador, instalándose en más de una ocasión en la rutinaria sensación del dejà vu.
Teniendo en cuenta todo esto destaco cinco de los mejores episodios de Love, Death & Robots, en una selección subjetiva y por supuesto opinable.
1. Tres robots
En una ciudad en ruinas, víctima de un apocalipsis de origen incierto, tres robots pasean como turistas despistados y ociosos. En la alineación titular, un androide tan esbelto como esquelético sin cobertura de piel sintética, el pequeño modelo evolucionado de una línea de monitores para bebés y una especie de metrónomo gigante que le ha tomado prestado el ojo a HAL 9000. La aparente ligereza de sus comentarios sobre las costumbres de la civilización desaparecida, entre ilógicas y autodestructivas, contiene auténticas cargas de profundidad que apuntan a nuestro presente inmediato. Son los primos bastardos del robot de limpieza WALL-E, protagonista de una de las películas más recordadas de Pixar, único habitante de un planeta Tierra en descomposición que tras ver en bucle escenas del musical Hello, Dolly! llegaba a sentir nostalgia por una cultura que no había vivido.
La aparente ligereza de sus comentarios sobre las costumbres de la civilización desaparecida, contiene auténticas cargas de profundidad
El estilo visual del corto conecta con la iconografía propia de Pixar, pero a diferencia del ingenuo y soñador WALL-E, en el caso de que estos tres robots con retranca se toparan de bruces con imágenes de Barbra Streisand ataviada como la casamentera Dolly Levi seguramente comentarían entre carcajadas el curioso hábito de ponerse a cantar y bailar sin previo aviso y se cuestionarían su validez como forma de comunicación. Tres robots cuenta con uno de los guiones más ingeniosos de la antología, con una pequeña sorpresa felina y con la dirección de dos animadores españoles, Víctor Maldonado y Alfredo Torres. También son españoles Javier Recio, director de El vertedero, y Alberto Mielgo, responsable de La testigo, una persecución paradójica estructurada como un dibujo de Escher y ambientada como una pesadilla cyberpunk excesivamente sórdida, tan brillante en el desenlace como monótona en el desarrollo.

2. Buena caza
Este anime en dos dimensiones supone la mejor muestra de diálogo entre tradición y progreso, entre alma y materia, entre las fantasmagorías espectrales y las industriales, a cuáles más espeluznantes. La amistad que surge entre un chico humano, hijo de un cazador de seres sobrenaturales, y una huli jing, espíritu-zorro capaz de cambiar de forma que se ve atrapado en un cuerpo de mujer, recorre parte de la primera mitad del siglo XX y concluye en un Hong-Kong retrofuturista, en un mundo en que los poderosos rehúyen las supuestas imperfecciones de la carne y buscan la gelidez de las máquinas, convertidas en fantasmas de los nuevos tiempos. Pese a que el punto de vista siga siendo el del hombre, nos presenta un personaje femenino fuerte dispuesto a hacerse pagar los abusos sufridos, lo que supone una novedad en una serie que, no nos vamos a engañar, sigue utilizando el sexo y la exhibición arbitraria de la anatomía femenina como señuelo.
El autor de la historia original es el máximo apóstol del silkpunk, una corriente narrativa que recupera para la fantasía tecnológica la antigüedad clásica oriental
Es cierto que en otras piezas, como La ventaja de Sonnie, Mano amiga o Afortunados 13 (protagonizado por el avatar virtual de Samira Wiley, la actriz de Orange is the new black y El cuento de la criada), las protagonistas son heroínas resueltas que sólo se tienen a sí mismas para lidiar con el entorno. Pero en general, en Love, Death & Robots, por “empoderamiento” no les viene nada. Sin duda, en una antología marcada por la cacharrería pirotécnica, las reflexiones de esta pieza destacan por méritos propios. Resulta diferente por el calado de su mensaje, incluso también por su propuesta visual elegante, en la línea iconográfica de la factoría Ghibli. El autor de la historia original, Ken Liu, es el máximo apóstol del silkpunk, una corriente narrativa que recupera para la fantasía tecnológica la antigüedad clásica oriental, del mismo modo que el steampunk hunde sus raíces en la Inglaterra victoriana.

3. Mano amiga
Este episodio de supervivencia extrema destaca por el contraste entre el drama íntimo de su protagonista, una astronauta en peligro, y su majestuoso telón de fondo. Por un lado nos asfixiamos dentro de la escafandra mientras que por el otro no podemos dejar de maravillarnos con la belleza del cosmos, paisaje tentador que puede resultar mortal. De ese juego de reflejos surge la constatación, siempre latente en el género, de la insignificancia del ser humano, náufrago en un universo imposible de medir o tan siquiera de comprender. Sus espectaculares planos del espacio exterior remiten inevitablemente a Gravity de Alfonso Cuarón, aunque allá donde la odisea de Sandra Bullock apostaba por el bálsamo reparador, Mano amiga se sumerge en la ansiedad de una situación a vida o muerte de la manera más descarnada, sin anestesia.
«Mano amiga» es uno de los que mejor recordaremos, cuando ‘Love, Death & Robots’ haya quedado sepultada por el alud constante de novedades
Es uno de los dos únicos relatos escritos por una mujer, en este caso Claudine Griggs, y sin duda es uno de los que mejor recordaremos dentro de muchos años, cuando Love, Death & Robots haya quedado inevitablemente sepultada por el alud constante de novedades. El impacto de su planteamiento es difícilmente comparable al de cualquier otro de los cortometrajes, incluso a uno de apariencia similar que también está situado en el espacio exterior, Más allá de Aquila, una suerte de advertencia sobre la ilusión de los sentidos en un mundo progresivamente tecnificado, donde la experiencia directa es cada vez más una utopía.

4. Zima Blue
Algunos de los grandes clásicos del género, empezando por la fundacional Blade Runner, han reflexionado ampliamente sobre los límites de la inteligencia artificial y la conciencia pseudoreligiosa de la máquina frente a su creador. De todo ello nos habla Zima Blue, pero también de la búsqueda de la verdad en el arte y en la vida, o del papel clave de la memoria en la construcción de nuestra identidad. No está mal para una antología que en un primer análisis superficial parecía recoger tan sólo ruido, furia y orgasmos, ¿verdad? El relato escrito originalmente por Alastair Reynolds ya era la demostración palpable de algo que no deberíamos subrayar a estas alturas, que cualquier género nos permite adentrarnos con idéntica eficacia en las capas más profundas de la condición humana, y que más allá de batallas vistosas en galaxias lejanas la ciencia-ficción nos regala un bisturí infalible.
‘Zima Blue’ es producto de una animación más estilizada y personal, que huye de los referentes más populares o posmodernos
Una reportera intenta descubrir el secreto del artista visual más admirado, muy reacio a conceder entrevistas hasta ese momento, un ídolo de masas que con la invención de un tono específico de azul ha conseguido trascender la pintura para crear pedazos de realidad. Su última performance en una especie de piscina orbital va a revelar el sorprendente origen de este demiurgo. Zima Blue también llama la atención por su diseño sinuoso de personajes, producto de un tipo de animación más estilizada y personal, que intenta huir de los referentes más populares o de una perfección posmoderna que, algunas veces, nos aleja del tema tratado. Al fin y al cabo, como Zima, no podemos permitir que el envoltorio más lujoso nos haga olvidar la esencia.

5. Historias alternativas
Entre tanto apocalipsis tecno-militar, esta delirante especulación sobre diversas líneas temporales y sus posibles efectos en la historia de la humanidad supone un respiro cómico impagable. Supuestamente nos muestra un vídeo corporativo, el de la aplicación Multiversity, dedicada a simular cadenas de hechos diferentes a las que conocemos. Pocas veces el what if fue tan desternillante. Al tomar como ejemplo la hipotética muerte de Adolf Hitler en su juventud, cuando soñaba con ser artista, convierte al Führer en una suerte de cartoon de la Warner, un Coyote con mostacho ridículo vapuleado de seis maneras diferentes, cada vez más surrealistas. Estas muertes activan todo tipo de cambios en la Segunda Guerra Mundial o la llegada a la Luna, detalladas a manera de informe empresarial acelerado. Mientras que muchos de los otros cortos parecen destinados a dejar al espectador boquiabierto con las posibilidades de la animación digital, Historias alternativas permanece en nuestra retina por su desvarío colorista y por su animación de trazo grueso.
Por mucho que estemos analizando animación para adultos, que no se pierda la visión lúdica de la infancia es una buena noticia
Si no fuera por la perversión de sus supuestos, más cercanos al Saddam Hussein de South Park que a la efervescencia inofensiva de una Peppa Pig o un Bob Esponja, casi parecería que una clase de P-4 se ha amotinado para adueñarse del estudio de animación. Y eso es muy positivo. Por mucho que estemos analizando animación para adultos, que no se pierda la visión lúdica de la infancia incluso en una producción de este tipo es una buena noticia. De nuevo dirigen Víctor Maldonado y Alfredo Torres, encargados de traducir en imágenes los tres relatos de John Scalzi presentes en esta selección de historias: además de Tres robots e Historias alternativas, también firman otra agradecida rareza, Yogur al poder. Puestos a imaginar universos paralelos, un postre lácteo puede acumular tantas ganas de esclavizar al mundo como un alemán psicópata y resentido. Me vais a perdonar la coda final: comparados con los robots, hay yogures con muy mala leche.
