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Hay quién ha tenido la tentación de rebajar el fenómeno superheroico televisivo a una reduccionista “explotation” de su eclosión cinematográfica, pero lo cierto es que, si bien han tardado en encontrar su estilo, estas series configuran un ambicioso calidoscopio argumental que no hace sino revalidar una verdad emergente: pocos relatos colectivos son tan multidisciplinares, y a la vez tan herederos de la mitología clásica, como los de superhéroes. Y para ser justos, hay que reivindicar todos sus precedentes televisivos, desde el Batman de 1966, esa maravilla expresiva que se atrevió a dar vida catódica a las viñetas de toda una era, hasta esa Smallville tan denostada que, vista hoy, prácticamente se erige en el alma de lo que ha acabado siendo un estilo propio y lleno de matices. Tampoco conviene olvidar la fallida pero interesante Birds of prey, ese intento de hacer un Gotham más barato pero infinitamente más divertido. Pero si hablamos del aquí y ahora de Marvel y DC, tenemos que hacerlo de estas cinco series que, a su vez, son el big bang de un universo que no va a parar de expandirse.
1. ‘Arrow’
El primer intento no es normalmente el más inspirado y Arrow, desde luego, no lo es. Este cruce entre ‘Smallville’ (por su aroma “teen”, por sus aires de hiperrealismo encartonado) y ‘Batman Begins’ (de la que calca el argumento en su piloto) se pasa el cómic por el forro, tiene capítulos completamente prescindibles, y un claro error de casting, ese monumento a la inexpresividad llamado Stephen Amell. Pero sentó las bases del estilo de su cadena, The CW, actualmente la que más y mejor ha confiado en el potencial televisivo para reproducir con ambición y matices el relato superheroico. Además de su indiscutible solvencia técnica, de Arrow destaca, más que ella misma, sus ramificaciones, ya que ha presentado en sociedad personajes e intérpretes que dan y darán muchas alegrías televisivas. ¿Cómo odiar una serie que ha convertido a Caity Lotz en Canario Negro? Su gran problema ha acabado siendo su principal virtud, ya que la sosería de su protagonista (y la manía de los guionistas a tratarle como Bruce Wayne) ha permitido una insólita profundización en las tramas secundarias. Tiene tantos “haters” como fieles, y ha renovado para una cuarta temporada tras una tercera tirando a desastrosa que solo ha redimido su recta final.
2. ‘The Flash’
El “spin-off” de Arrow ha sido tanto una constatación de la mediocridad de su referente como la consagración de The CW como marca de calidad. Está planteada como una suerte de “reboot” de la serie homónima de 1991, con la que dialoga constantemente hasta el punto de recuperar a algunos de sus actores. The Flash tiene entre sus muchos méritos su capacidad para demostrar que se puede ser “teen” y transversal, o dicho de otra manera, que se puede construir un relato juvenil sin tratar a los espectadores como imbéciles. Esta (gran) serie, mucho más fiel al cómic que Arrow pero provista de un sólido lenguaje propio, evita tentaciones procedimentales para ser una dinámica y adictiva reflexión sobre las disyuntivas del héroe y las imprevisibles repercusiones de sus actos. Sus juegos narrativos con el espacio-tiempo, su espíritu iconoclasta (es, junto a Sleepy Hollow, la serie en emisión que más se enorgullece de citar a sus fuentes de inspiración) y su espléndido diseño de personajes no solo la sitúan por encima de la media: también desactivan cualquier tentativa de reducirla a un placer culpable. Su primera temporada es, en conjunto, notable, cuenta con media docena de capítulos excelentes y uno en particular, centrado en un bucle temporal, que está entre lo mejor de 2015. Y aquí, a diferencia de Arrow, sí que hay un protagonista con carisma, Grant Gustin, hasta el punto que los fans se han llevado las manos a la cabeza al descubrir que la DC planea una peli sobre The Flash con otro actor. Mientras de convencen de lo contrario, han renovado sus aventuras televisivas para una segunda temporada y han lanzado un nuevo “spin-off”, “Legends of tomorrow”, con personajes salidos de las dos series de The CW.
3. ‘Agents of S.H.I.E.L.D.’
Hasta el más incondicional seguidor de Marvel admite que Agents of S.H.I.E.L.D. empezó titubeante y sin (aparente) rumbo fijo. Pero tras unos primeros pasos desconcertantes (y unas declaraciones de Stan Lee sugiriendo “cambios creativos”), la serie creció, y mucho, soltando lastre procedimental y convirtiéndose en el contrapunto argumental de las fases cinematográficas de la compañía. Y se hizo la luz: a partir de media temporada, la serie había ganado músculo narrativo, y daba un juego inesperado a personajes que nos habían parecido intrascendentes. Su más claro ejemplo: la conversión del agente Ward, el típico guaperas presuntamente destinado a captar público femenino, en un imprevisible traidor a la causa. Pero lo mejor estaba por llegar. Cuando se emitió el capítulo posterior al estreno de Capitán América: El Soldado de Invierno, quedó claro que Marvel no tenía Agents of S.H.I.E.L.D. como un simple consuelo televisivo a las esperas cinematográficas, sino como un brillante instrumento para contar aquello que no vemos de las aventuras superheroicas. Ahora queda muy lejos esa sensación errática del principio. La segunda temporada ha consolidado que esta es una serie de calado dramático, muy política (sus denuncias sobre el miedo al diferente y la unilateralidad de los gobiernos no tiene desperdicio) y su propia agenda narrativa, hablando de temas (como los Inhumanos) que prefiguran un futuro no inmediato de las películas de Marvel. Si todavía no estáis convencidos de verla, un dato os puede ayudar: si se es seguidor de la serie, se entienden mucho mejor algunas tramas (y sorpresas) de Vengadores: La era de Ultrón. Ha sido renovada para una tercera temporada tras un final de la segunda que, de tanto brío y mala leche, no tiene nada que envidiar a sus hermanas cinematográficas.
4. ‘Agent Carter’
Que nadie se equivoque: Agent Carter no es un ningún antídoto para superar el parón “mid-season” de Agents of S.H.I.E.L.D. (con la que interactúa en algunas de sus tramas), sino una serie con entidad propia centrada en las aventuras de la compañera de fatigas del Capitán América en su primera entrega cinematográfica. Tampoco se parece en nada a la estructura habitual de las series Marvel, ya que es un relato corto (ocho capítulos) que funciona a modo de precuela y abre nuevas líneas narrativas para todas las franquicias. Concebida como una suerte de Alias en la posguerra mundial (su protagonista, la gran Hayley Atwell, también tiene problemas para conciliar vida sentimental y laboral, se disfraza para conseguir sus objetivos y da palizas memorables), Agent Carter lleva al extremo los planteamientos seriales de Agents of S.H.I.E.L.D.: la idea de poner movimiento y nombres a aquellos rostros e historias que se dan por sobreentendidas en los films de Marvel. Pero al mismo tiempo funciona como un reloj en su recreación de época y en la modernización del folletín aventurero con un muy moderno arquetipo femenino al frente. No hay ni una sola escena arbitraria ni un diálogo sin chispa. Este es un triunfo del entretenimiento de luxe que, encima, se permite uno de los mejores secundarios de la televisión reciente (el Jarvis interpretado por James D’Arcy), está llena de guiños para los muy iniciados en la materia, y tiene una escena final que hubiera encantado a Howard Hawks. Aunque sus audiencias no fueron espectaculares, Marvel también cree en ella: su oficializada renovación augura un culto creciente a la serie.
5. ‘Daredevil’
Cuando parecía que el pastel de las grandes editoriales se repartía entre las cadenas ABC y The CW, va Marvel y llega a un acuerdo con Netflix para producir cuatro series inspiradas en sus personajes. El primero de todos ellos ha sido seguramente el más damnificado por el cine, Daredevil, a quién li hicieron una mediocridad protagonizada, encima, por Ben Affleck. Se estrena y me monta la de Dios. ¿El motivo? Porque es la serie TOTAL. El primero de sus muchísimos méritos es que sus responsables subvierten la misma idea de la serie “de superhéroes”: ésta es una gran serie y punto, sin epítetos, sin coartadas para los reduccionistas. Otro aliciente reside en su propia concepción formal, ya que, por más que apueste por incidir en la génesis del héroe, rompe con cualquier convencionalismo inherente a una refundación narrativa. Y está, por supuesto, su magistral aproximación a las limitaciones del justiciero en un mundo sin épica dónde la Fe, o la ausencia de ella, se erige en contrapunto de la identidad individual. A partir de aquí, ésta es la historia de la forja de un héroe, sí, pero también del barrio en el que vive y del hombre (que gran «Kingpin» nos regala Vincent D’Onofrio) que lo controla. Daredevil pone el mismo esfuerzo en describirnos la oscuridad del justiciero que en las inseguridades de su némesis; en sus agonizantes peleas (la del pasillo, en plano secuencia, ya es Historia de la tele) que en las tensiones emocionales de sus compañeros de bufete. Es una serie judicial, un drama urbano, un retrato sentimental y un “actioner” hiperviolento. Sus directores ruedan con coherencia, con sentido el cromatismo y del riesgo. En sus trece episodios, Daredevil inventa una manera de ver el género, y nos hace sentir cada uno de sus golpes. Renovada para una segunda temporada, estará seguida de cuatro series más: A.K.A. Jessica Jones, Luke Cage, Iron Fist y The Defenders, que se encargará de reunirlos a todos ellos. Dios (o el diablo) trabaja en Netflix.