'Lo que hacemos en las sombras': Dientes, dientes, que es lo que les jode
'Lo que hacemos en las sombras' (T2)

Dientes, dientes, que es lo que les jode

Vampiros patéticos. Chupasangres pazguatos. Parece increíble que ‘Lo que hacemos en las sombras’ no tenga una legión de fans enloquecidos y una vitrina llena de premios. Si en su primera temporada se convirtió en la mejor parodia de vampiros, en su segunda andadura ya quiere ser la mejor serie de vampiros, con permiso de Buffy. Y lo consigue: para desangrarse de la risa.

Cuesta arrastrar al vampiro a la franja del choteo. Mi intuición, acaso sometida al influjo del Drácula académico, se siente más cómoda cuando encuadra el plano en los parámetros de confort del mito: romanticismo, hipersexualidad, existencialismo, impostura, «he cruzado océanos de tiempo para encontrarte», el imponente Cristopher Lee, con los globos oculares más enrojecidos que Snoop Dogg después de ganar el Mundial de ‘Pipades’ de Pollença… Cuidado con llevar a un vampiro a la arena del disparate, porque no se deja, es un icono demasiado solemne. De hecho, nos bastaría el muñón de la cuidadora manca de Tiger King para contar las veces que alguna parodia de chupasangres ha dejado huella en la tele (y True Blood no era una comedia, sencillamente te mondabas de lo mala que era).

Pues resulta que hay un par de cerebros que han conseguido sentar cátedra televisiva en el desagradecido subgénero de la comedia vampírica. Pertenecen a Jemanie Clement (Flight of the Choncords) y Taika Waititi (Jojo Rabbit, Thor: Ragnarok), dos neozelandeses con excedentes de talento que, en el cine, ya sometieron a los vampiros a una apisonadora infinita de gags memorables. La maravillosa película Lo que hacemos en las sombras (2014), escrita, dirigida y protagonizada por ambos, se sustentaba en la feliz idea de adaptar los tópicos del género de vampiros a los códigos humorísticos actuales, apostando por el formato popularizado por The Office: una adictiva mezcla de falso documental, risa coagulada, ternura y vergüenza ajena. El valor del legado de David Brent es incalculable.

De aquella película brotó en 2019 una serie para FX (HBO España) con el mismo título y ambientada en el mismo universo (igual que Wellintgon Paranomal), aunque situada en Estados Unidos y con nuevos vampiros como protagonistas. Esta vez, Clement y Waititi solo figuran en las bambalinas, en calidad de director y productor ejecutivo; de hecho, Waititi ha asegurado en varias entrevistas que su participación en la serie es tangencial y el mérito de la calidad del producto reside en Clement y el equipo de guionistas. Y vaya mérito: lo que prometía ser el enésimo intento fallido de trasladar con dignidad una película al formato serie (Snowpiercer), se ha terminado convirtiendo en una de las mejores comedias televisivas del momento, un producto más hilarante, si cabe, que el largometraje original.

En esta segunda temporada ganan protagonismo dos freakérrimos que ya de por sí merecerían sendos spin-off: Guillermo y el puto Colin Robinson

Un equipo de rodaje sigue las rutinas diarias de un grupo vampiros anticuados y en horas muy bajas que comparten casa en la Nueva York actual. Lejos queda ya el ansia de conquista y sangre. La pereza y la autocomplacencia acumuladas con el paso de las centurias, amén de una alarmante escasez de neuronas, han convertido a estos seres de la noche en un hatajo de losers de manual. Si la primera temporada fue una toma de contacto con Nandor, Laszlo, Nadja y Colin, en la segunda temporada somos testigos privilegiados de la expansión del universo Lo que hacemos en las sombras, del enriquecimiento de sus personajes más entrañables y de la acertada adición de nuevos secundarios, como el comando de nerds matavampiros, el vampiro rapero Rápula o el histérico chupasangre Jim… ¡interpretado por Mark Hammil!

Después de una primera campaña sin apenas mácula, Lo que hacemos en las sombras ha ido a más, ha madurado, ha concertado su sabor, he encontrado plenamente su voz en un segundo esfuerzo sublime, tan redondo que me resulta imposible señalar un solo episodio que no me haya hecho reír más que el poper. Parece increíble que consigan mantener abierto el grifo de los chistes sin bajar el listón de calidad en ningún momento, sin dejar de cogernos con la guardia baja. El gag del palillo es una maldita genialidad. El ascenso de Colin, un nuevo clásico. Y así en cada episodio.

A favor de la serie también juega el irremediable y profundo cariño que le coges a todos los personajes. La química del casting sigue siendo uno de los motores de esta comedia: Matt Berry (le amo), Natasia Demetriou y Kayvan Novak están sencillamente inmensos. Y para gustera de los que les adoramos con toda nuestra alma, en la segunda temporada ganan protagonismo dos freakérrimos supuestamente secundarios que ya de por sí merecerían sendos spin-off: Guillermo y el puto Colin Robinson.

Colin Robinson lo que hacemos en las sombrasç

Mark Proksch interpreta a Colin Robinson / FX

Convertir a Guillermo, el sirviente humano de Nandor, en un personaje casi principal ha sido tanto un acierto como una necesidad. Los fans lo pedían a gritos. ¿Una mezcla de Harry Potter y Manzanita? Guillermo era demasiado bueno, demasiado divertido. Tenía que explotar. De hecho, la segunda temporada cuenta sus mejores minutos cuando se centra en el pobre diablo, en sus conexiones de sangre con un linaje ancestral de matavampiros y en su complicada relación con el tirano pazguato de Nandor.

El otro personaje que gana enteros en esta segunda temporada es el vampiro psíquico Colin Robinson, otro perfil que se antojaba menor, pero ha adquirido estatus de ídolo entre los devotos de la serie. Es difícil no amar profundamente a este cagatintas cuyo poder consiste en drenarte la vitalidad comiéndote la oreja con toneladas de datos sobre cualquier estupidez. Todos tenemos un Colin Robinson en nuestra oficina, en nuestras vidas… Y si dices que no lo tienes, seguramente tú eres Colin Robinson.

Hace tiempo que no me interesan lo más mínimo los premios, pero algo me dice que Lo que hacemos en la sombras no recibirá los laureles merecidos. Injusticias aparte, en mi casa ya es la serie del año con diferencia. Disfrutad, pues, de esta locura mientras dure y dad gracias a los no muertos más vivos de la tele por una segunda temporada gloriosa que, por encima de todo, más allá incluso de Colin o Guillermo, será recordada por un nombre y un apellido ya legendarios… Jackie Daytona.

 

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