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«No suelo gatear buscando dientes que me han arrancado de un puñetazo, es nuevo para mí… Todo esto se complicó el día de mi cumpleaños». En la potente escena inicial, la protagonista de esta entrevista aparece ensangrentada, de rodillas y con la amenaza de una pistola a punto de volarle los sesos. La tensión, el miedo, encuentran paréntesis de respiro cuando nuestra heroína gira levemente la cabeza y, mirando a cámara, nos interpela: «Es que la crisis de los 40 cada uno la pasa como puede».
El mecanismo se ha puesto en marcha y el espectador abraza el código que propone Nasdrovia: sangre y humor se funden en una comedia muy seria, en la que sicarios de la mafia rusa asesinan con la misma energía que devoran blinis, esas tortitas de origen eslavo que en la serie tienen tanto protagonismo como Vladimir Tkatchenko (nota para millennials: el bueno y bigotudo de Vladimir fue uno de los jugadores de baloncesto más populares de los años 80, pívot en el TSKA y en la selección de la URSS) o, claro, como el trío que forman Leonor Watling, Hugo Silva y Luis Bermejo.
Adaptación de El hombre que odiaba a Paulo Coehlo, de Sergio Sarria (editada por La Esfera de los Libros), con el propio autor comandando el equipo de guionistas junto a Miguel Esteban y Luismi Pérez (todos ellos con experiencia en la risa escribiendo en el programa El Intermedio), y con Marc Vigil (El Ministerio del Tiempo) a la dirección, la nueva serie de Movistar+ se atreve con un desacomplejado y travieso cóctel en el que el tono lo es todo: «Sí, tiene esa cosa de los Coen, te estás riendo y de pronto a alguien le pegan un tiro en la cara», apunta Leonor Watling. Un Promesas del Este meets Barry, o Fargo, que para la actriz, y voz de la banda Marlango, es todo un reto y una gozada: «No me suena haber visto nada parecido en España, y la verdad es que Luis, Hugo y yo estábamos como niños con zapatos nuevos, es una maravilla que nos dejaran jugar a eso», afirma.
La premisa de la serie, que ya tiene confirmada una segunda temporada, nos presenta a dos abogados sin escrúpulos que deciden cambiar de vida y, con la complicidad de un talentoso cocinero buscavidas, abrir un restaurante, el Nasdrovia, que muy pronto se convertirá en el local favorito de una banda de rusos tatuados y muy peligrosos. La espiral de violencia está servida, en una cuesta abajo sin frenos que sirve, entre otras muchas cosas, para reencontrarnos con la poco explotada vis cómica de Leonor Watling (Madrid, 1975). Tras una larga temporada en la que puso el foco en la maternidad y en su exitoso proyecto musical con la banda Marlango, la actriz ha encadenado tres ficciones televisivas (la ya vista Vivir sin permiso, Nasdrovia y La templanza) y está a punto de rodar otra más (Besos al aire).
Ha pasado mucho tiempo desde A mi madre le gustan las mujeres (2002), y se te resistía la comedia. En ‘Nasdrovia’ vuelves a estar muy graciosa…
Todo está en el guion, no hay nada que no esté ahí. A mí me encanta hacer comedia, pero es difícil encontrar un material así. Yo no soy graciosa, yo soy actriz, y si lo que leo depende de que yo sea graciosa… ¡mejor no lo hago! Porque no sé hacerlo. Pero cuando el humor está en el guion y me toca interpretarlo, ¡me encanta! También es importante tener a alguien que te dirija del que te fíes mucho, porque este tipo de humor es una cuerda floja y como actor te pide que te entregues muchísimo. Y Marc Vigil lo domina, lo afina.
Así que… ¿fue fácil aceptar el proyecto?
«He leído muchos guiones que, una vez han caído en las manos de las cadenas, han perdido matices, les han pasado la tijera, porque esas cosas les dan miedo»
Primero dije que sí, porque me encantó el guion. Luego pensé en el peligro que la cadena pudiera plancharlo, rebajarlo de alguna manera. Eso suele pasar, yo he leído muchos guiones a los que en su segunda versión, una vez han caído en las manos de las cadenas, han perdido texturas, matices, les han pasado la tijera, porque son conservadoras y esas cosas les dan miedo. Después me vino el momento pánico: ¿quién va a dirigir esto? ¡Espera, espera! Cuando me dijeron que sería Marc Vigil, con el que había trabajado en Vivir sin permiso, recuperé el instinto inicial y volví a tenerlo claro. Ensayamos, poco pero lo suficiente para estar todos en el mismo color. Estábamos todos tan comprometidos, pasándolo tan bien y tan mal, y pasándolo bien mientras lo pasábamos mal… Fue un proceso muy bonito, la verdad.
Edurne, tu personaje, rompe constantemente la cuarta pared. El diálogo con el espectador sirve para destensionar, y ofrece una capa de comedia muy divertida. Hay quien lo vincula a ‘Fleabag’, aunque es un recurso muy eficaz que hemos visto a menudo…
Claro, es que para mí tiene mucho que ver con Woody Allen, o con los hermanos Marx, o con El Jovencito Frankenstein. No tanto con Fleabag, que procede de un monólogo teatral, y, por tanto, ya tiene de base un texto que le habla al público. Lo lógico es que la serie también lo hiciera. Otra cosa es Nasdrovia, que viene de una novela en la que escuchas los pensamientos de la protagonista constantemente. En otro momento, en esta serie quizás hubiera habido mucha voz en off, como pasaba en Sexo en Nueva York, por ejemplo…
Cuestión de códigos y recursos narrativos.
Sí, exacto. Mira, yo ahora estoy viendo Friends con mis hijos, que tienen 9 y 11 años, y pasa una cosa muy graciosa. Ahora se han acostumbrado, pero al principio me preguntaban: ¿quién se ríe? Porque antes existía ese código de las risas enlatadas en las sitcoms, y ahora eso ya no pasa tanto, ahora esas risas ya no vienen a cuento. Y a ellos les flipaba. Yo creo que, de alguna manera, ahora ese recurso ha sido sustituido por otros como el uso que un personaje hace de las redes sociales, o por la ruptura de la cuarta pared: el otro día lo veía en Enola Holmes, en Netflix, por ejemplo. No sé si es algo que se ha generalizado por culpa de los youtubers, pero surge de manera muy natural.
Uno de los leit motivs cómicos de ‘Nasdrovia’ es la crisis de los 40. Los protagonistas lo dejan todo y abren un restaurante. ¿Has experimentado algo parecido, algún momento en que has pensado en un cambio radical de vida?
Que cumplan 40 es el motor que enciende todo, de repente es como si sonara una alarma. Los humanos tenemos algunos ritos de paso muy claros, y cumplir los 40 sigue siendo algo socialmente muy marcado, aunque ya no signifique lo mismo que antes. Y sí, me ha pasado varias veces. Supongo que tengo esa manía agotadora de cuestionarlo todo: he pensado en aparcar Marlango, en dejar de rodar, en dejarlo todo y abrir una papelería o una ferretería. Pero luego está la realidad, y hay que ver lo que hacen las personas, no lo que dicen: y yo puedo decir muchas cosas, pero al final sigo cantando porque me hace feliz y sigo actuando porque me hace feliz.
¿Cuesta compaginar la interpretación y Marlango?
Cuando tienes dos carreras paralelas, con la suerte que ambas van bien, hay un momento en que una de las dos pierde inercia. Hubo algunos años en que fue muy difícil compaginarlas, porque tenía mucho trabajo en ambas facetas, y cuando levantas el pie del acelerador en una de ellas, se va frenando. Hubo un momento en el que, por una mezcla de Marlango, de la maternidad, de la edad, y de las rachas que siempre vivimos los actores, tuve muchos menos proyectos como intérprete. Pero después te reenganchas, y la inercia vuelve a correr a tu favor. Pasa lo mismo con la música. Tienes que estar atento a las dos cosas, no te puedes despistar mucho, porque si no, una de las dos acaba muriendo. Ahora las dos caminan bastante bien.
Como actriz, estás poniendo el foco en las ficciones televisivas y no tanto en cine. ¿Por qué?
Por los proyectos en sí. Nunca me ha preocupado demasiado si lo que me ofrecían era televisión o cine, me importaba mucho más el proyecto, el personaje. Y ahora, lo que me ofrecen y más me gusta son ficciones para tele. Lo único que me frenaba es que antes, cuando tú firmabas un contrato para hacer una serie, no sabías cuánto tiempo te ataría. Pero eso ha cambiado mucho, ahora hay más proyectos en televisión tal y como yo quiero hacerlos, cerrados, con un final.
Tu irrupción llegó hace 20 años con una serie que ha acabado siendo, casi, de culto: Raquel busca su sitio. No sé si ahora se puede ver en algún sitio…
Yo no lo haría, quedémonos con el recuerdo (risas). Tuvo mucha repercusión y caló de una manera sorprendente. Aún me la recuerda mogollón de gente. Quizás no tuvo un éxito bestial, pero sí dejó un poso muy fuerte. Quedó una cosa como de culto, como pasa con Doctor en Alaska.
Cuando miras hacia la época de Raquel, ¿cómo la recuerdas? Fue una serie que te puso en el mapa de una manera muy contundente.
Cuando me ofrecieron Raquel busca su sitio estaba a punto de ponerme a currar de camarera. Yo ya había hecho La hora de los valientes, me nominaron a un Goya, estaba supercontenta, pero no llegaban ofertas, cric cric cric cric… Y no tenía pasta. Y de golpe me ofrecieron la serie, querían que la hiciera yo. ¡Y yo flipaba! (risas). Recuerdo aquella época con mucho cariño, fue muy linda. Y me encontré con lo que te decía, de estar haciendo una serie que no sabes cuándo va a acabar, porque duraban lo que duraban. Y eso empecé a llevarlo un poco mal, por eso nunca he vuelto a repetir: necesito saber cuándo, o al menos cómo, terminará el proyecto.
¿Y fue complicado pasar de estar a punto de currar de camarera a que todo el mundo hablara de ti?
Eso no lo notas tanto desde dentro. Sí notas que la gente empieza a mirarte por la calle. Pero yo ya había vivido eso que pasa que durante dos meses te prestan atención y la gente te reconoce, y luego de pronto ya no. Quizás me volví más cerrada, más reservada. Pero encadené Raquel busca su sitio con Son de mar, y trabajar para Bigas Luna ya era otra cosa, era entrar en la Champions…
Es que Bigas Luna y, después, Pedro Almodóvar, eran palabras mayores.
Sí, a partir de Son de mar cambió todo, era subirte a la primera clase del Titanic. Pensabas que las cosas iban bien hasta entrar… ¡ahí! Y como siempre he sido de hacer lo contrario de lo que se suponía, un poco de contrapesar la vida, de repente era una sex symbol y vestía con ropa hasta el cuello. O me ofrecían la portada de la revista Man y decía que no. Buscaba todo lo contrario. Hice justo después A mi madre le gustan las mujeres, pensando que era sano rodar otra cosa y no esperar a ver qué pasaría con la peli de Bigas. Y curiosamente tuvo más repercusión, me nominaron al Goya, me dieron premios, se vio más… me sentí mucho más apreciada como actriz.
Fueron seis o siete años de enorme sobreexposición. ¿Cómo la llevaste? ¿Te volviste loca? ¿Hiciste como si no pasara nada? ¿Lo asumiste con calma?
Pues… ¡todo eso que has dicho, al mismo tiempo! (se carcajea) Se te va la cabeza, se te va, se te escapa la chancleta. Además, todo mezclado con mucha ansiedad, con síndrome del impostor. Y con una ambición muy Dorian Gray, quieres más y más… Estaba tensa: por un lado, pensando en que se iban a dar cuenta y me iban a devolver a mi pueblo. Y por el otro, un poco con esa actitud de ¿tú cómo te llamabas?, un poco crecida. De repente te tienen en cuenta tanto, te vas a Estados Unidos y te dicen que tendrías que instalarte allí, y tú no quieres pero piensas que quizás deberías…
Hiciste una prueba para una peli de James Bond…
¡¡Sí!! Era la siguiente de la buena de Daniel Craig (risas). La hizo Olga Kurylenko, y luego ella acabó trabajando con Tom Waits en otra peli. Cuando vi el cartel lloré (risas)… si hubiera hecho James Bond… Luego la vida no funciona así, lo que no existe no existe, pero reconozco que pensé que en mi vida paralela hubiera trabajado con Tom Waits (risas).
He hecho muchas entrevistas, pero no es frecuente que alguien te cuente que la fama la volvió un poco loca.
«Siempre tienes al que te dice que va a ser tu amigo de verdad y te lo dirá todo a la cara, aunque te duela, y a lo mejor eso tampoco hace falta»
Depende mucho de cómo seas. Cuando vives algo así, cambia mucho la gente que tienes alrededor. De repente miras de otra manera, necesitas paciencia y no sabes tenerla. A veces tu entorno te pide que les reafirmes mucho, que demuestres que sigues siendo normal. O de repente tienes amistades nuevas, en ese momento no te das cuenta pero lo que les interesa es estar en ese Titanic. Creo que a todos, más o menos, se nos va un poco la cabeza, pero también es verdad que hay mucha gente que lo lleva bien, que es muy sana, que tiene muy presente lo que quiere, tiene sus ambiciones muy claras. El problema es que en este oficio, cuando se te va, los demás dejan que se te vaya…
Incluso lo deben aplaudir…
Hay una mezcla. Por un lado, hay mucho castigo, siempre tienes al que te dice que va a ser tu amigo de verdad y te lo dirá todo a la cara, aunque te duela, y a lo mejor eso tampoco hace falta. También me puedes querer normal (risas). Es muy fuerte esa disociación del halago y la permisividad muy bestia, y el vuelve a la Tierra, a ser la que eras antes, también muy bestia. Y en ese desgarro te tienes que mover. Gracias a Dios, entonces no había redes sociales, ahora debe ser muy jodido…
¿Marlango ayudó o lo agravó?
Empezamos con Marlango muy poco después de terminar de rodar con Almodóvar Hable con ella. A mí me sirvió porque subir a un escenario es algo muy de verdad, y los músicos son gente muy de verdad, y la pregunta que te hacen es ¿tú qué tocas?. Aunque también es cierto que de entrada tuvimos mucho éxito, y debimos aprender a gestionarlo. Sabíamos que se nos están abriendo muchas puertas que en otras circunstancias no se abrirían, pero que ocurría por las razones equivocadas. Y ahí tienes que reconducir toda esa energía. Por ejemplo, yo no quería hacer entrevistas ni salir en las fotos sin Alejandro y Óscar (sus compañeros de la banda). Y descubres que hay gente que te va a ver a un concierto porque te ha visto en el cine. Pero todo eso se recoloca con el tiempo: ahora, la gente que va a ver a Marlango va a ver a Marlango.
Claro, es que el primer disco era un ¡Leonor Watling canta!
Sí, pero éramos muy conscientes de ello. Sabíamos lo que iba a pasar, por eso no firmamos con una multinacional, porque les veíamos el brillo del colmillo. Nos fuimos con Subterfuge, que fue muy respetuosa con la propuesta. Teníamos claro que se nos abrirían muchas puertas pero sabíamos lo que queríamos hacer, con respeto y humildad, pero con el proyecto musical muy claro. Todas las entrevistas del primer disco me preguntaban si aquello era el capricho de una actriz: yo sabía que era de verdad pero les contestaba que me lo volvieran a preguntar cuando hubiera pasado más tiempo.
Hay un momento de contrapeso de la sobreexposición, que no sé si coincide con la maternidad, en que aparcas la interpretación. ¿Llegó así o fue planeado?
Creo que fue una mezcla de voluntad y del hecho que cuando dejas de pedalear se acaba parando la bicicleta. En el cine, dejé de pedalear. Si había una cuesta abajo la aprovechaba, pero no pedaleaba. Y Marlango no dejaba de actuar. Y tuve dos hijos, y me encantaba estar con ellos. También es verdad que no tenía esa necesidad de irme tres meses a rodar fuera, prefería estar en casa.
Vuelves a tope: lo siguiente es La templanza, para Amazon. ¿Podemos decir que es una serie que le va a gustar más a mi madre que a mí?
Sí (risas). La verdad es que es una superproducción preciosa que adapta la novela homónima de María Dueñas. Es corsé, decorados increíbles, cien figurantes, una historia de amor y de contención, y soy la protagonista junto al actor colombiano Rafael Novoa. Ha sido un rodaje muy duro y bonito.
Y lo siguiente será Besos al aire.
Sí, es una miniserie de dos capítulos, que acaban de empezar a rodar… Está Paco León, María León, Nancho Novo… es una serie muy muy coral. Y un proyecto que me sorprendió: es una comedia romántica situada en la cuarentena, y no sé cómo lo han logrado los guionistas, pero la verdad es que es super bonita sin dejar de reflejar la realidad. Creo que nos hace falta, al menos a mí, un poco de feel good, de cosas que nos hagan bien. Leí el guion sin que se me fuera la sonrisa. Es un poco como Love Actually, con historias cruzadas, y yo hago de una doctora, no puedo contar más. Creo que es algo que van a hacer con mucho cariño.