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Vaya por delante que si Primos forma parte de tu lista de películas-refugio, resulta inevitable que cada proyecto creado por Daniel Sánchez Arévalo te lleve a esperar lo mejor, o a temer cierta frustración.
Cineasta de trayectoria interesantísima, con títulos a sus espaldas como AzulOscuroCasiNegro, Gordos o La gran familia española, ha escrito también novelas (fue finalista del Premio Planeta 2015 con La isla de Alice) y teatro.
Pero es Primos la que nos abrazó de una forma especial, con una luminosa mezcla de humor cafre y ternura desatada, emociones y juerga, personajes redondos e intérpretes inspiradísimos, Josh Rouse y los Backstreet Boys, te prequiero y how do you do rubias. En cierto modo, a esa combinación de elementos afortunada, tocada por los ángeles, regresa ahora Sánchez Arévalo en Las de la última fila, su debut en el mundo serielizado. Porque este viaje de autodescubrimiento de cinco amigas íntimas tiene un evidente parentesco con la peripecia de aquellos tres primos que huían en equipo tras el plantón en el altar que sufría uno de ellos.
De aquellos tres mosqueteros y su uno para todos y todos para uno, pasamos a estas cinco mujeres de treinta y tantos que siguen el mismo mantra: cuando a una de ellas le diagnostican un puto cáncer, y antes de la primera sesión de quimioterapia, las demás no dudarán en raparse la cabeza y embarcarse en una escapada a las playas de Cádiz, una semana de vacaciones que es también un paréntesis en sus vidas. Una pausa que debe servir para arroparse, sí, pero también para salir de sus respectivas zonas de confort, experimentar, atreverse, plantar cara ante algunos fantasmas del pasado y conocerse a sí mismas un poquito más y un poquito mejor.
El primer acierto del guionista y director de la serie es utilizar el cáncer cómo punto de partida, casi un macguffin, en absoluto elemento definidor de los personajes ni de las tramas. La regla número uno de las viajeras es que de ese tema no se habla: un elefante en la habitación que le sirve a Daniel Sánchez Arévalo para mantener el suspense de quién será la enferma, sí, pero por encima de todo ayuda a que el relato ponga el foco en otros asuntos, en el fondo (o no tanto) muy generacionales: la sororidad, la mirada de reojo a la aventura cuando asfixia la rutina, el miedo al compromiso, la fragilidad de la salud mental, las crisis de pareja, el maltrato psicológico, la sensación de pasar de puntillas por la vida, el pánico al puñetazo en la mesa y al volantazo existencial…
Aunque por encima de todo, Las de la última fila resulta ser un canto a la fuerza de la amistad, a esos lazos tan invisibles como poderosos que convierten en familia a personas con las que no hay vínculo sanguíneo (o sí, en el caso de Primos), a aquellos que nos dan calor cuando estamos en el hoyo y cavando para abajo.
Cinco espléndidas protagonistas, capaces de saltar al drama cuando el guion lo exige
La serie estructura sus seis episodios en cada uno de los días de la escapada, a partir de los retos secretos que han preparado, escritos en papelitos que ninguna de ellas ha visto previamente, y que deben llevar a cabo durante el viaje: experimentar con el sexo o con las drogas, cometer un delito o pasar 24 horas diciendo la verdad. Lo que pasa en Conil se queda en Conil. Es ahí donde Sánchez Arévalo se pone juguetón. Desplegando su agudo sentido del humor y exprimiendo la vis cómica de sus cinco espléndidas protagonistas, capaces de saltar al drama cuando el guion lo exige, menudo abanico de registros.
Es mayúsculo el trabajazo de unas actices que parecen amigas de toda la vida: Itsaso Arana (musa del cine de Jonás Trueba), Maria Rodríguez Soto (maravillosa protagonista de Els dies que vindran), Mariona Terés (robaescenas en Paquita Salas, donde era complicadísimo robarle una escena a nadie) y las, para el arriba firmante, menos conocidas y fabulosas Godeliv Van den Brandt (Sky Rojo) y Mónica Miranda (Dos vidas) dan cuerpo y alma, honestidad y calidez, a cinco mujeres que, de alguna forma, responden a determinados arquetipos, aunque los trasciendan.
Formalmente osada por momentos (con metáforas visuales que funden presente y pasado, o dan vuelo a la voz interior de los personajes) y gamberra cuando toca (cagar de cuclillas sobre la taza es infalible… ¿para cuándo un remake de La boda de mi mejor amiga?). La serie nunca cae en el cliché pese a sobrevolar lugares comunes y apostar por un espíritu feelgood que siempre es un arma de doble filo. Sorteando incluso el síndrome de spot veraniego de cerveza.
Ahí hay que hacerle espacio a esta serie, porque tiene alma, porque envuelve, porque emociona
Tampoco titubea Sánchez Arévalo cuando el relato, y el cuerpo, le piden melodrama, y se deja llevar sin ningún pudor por las emociones a flor de piel. ¡Si hay que llorar, se llora, qué carambas! ¡Y si hay que vivir, se vive! ¡Y si hay que probar el bocadillo de ajos fritos, vayamos preparando la sartén!
Con jugosos papeles secundarios para Javier Rey, Macarena García, Michelle Jenner o Carmen Machi, y la aparición sorpresa de una famosa cantante (no, aquí no la desvelaremos). Se lleva la palma un cameo correcto correctísimo a bordo de un velero: guiño-guiño-codo-codo para quienes tengan Primos en su lista de películas-refugio. Ahí hay que hacerle espacio a esta serie, porque tiene alma, porque envuelve, porque emociona, porque se me ha metido algo en el ojo… Y a cinco mujeres, las de la última fila, a las que es imposible no acabar queriendo.