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El periodista e investigador Misha Glenny publicó en el año 2008 su libro McMafia, una compleja obra sobre cómo las redes del crimen organizado se extendían a lo largo y ancho de una Europa muy dada a mirar hacia otro lado y a obviar ese submundo criminal alimentado por el renovado poder de Rusia, la devastación de la antigua Yugoslavia y la emergencia de estados fallidos o semifallidos como Albania o Bulgaria en donde el delito campa a sus anchas. Misha Glenny siguió su carrera como investigador focalizando posteriormente su interés en las redes del cibercrimen. No necesita vivir, que sepamos, escoltado ni escondido, no ha recibido amenazas severas por su McMafia y, afortunadamente, no ha engrosado las listas, demasiado largas ya, de periodistas represaliados, perseguidos o asesinados por criminales poderosos y, en ocasiones, bien amparados por el poder corrupto.
«Roberto Saviano vive escondido, mientras el mundo se olvida de que el crimen organizado es capaz de infiltrarse en todas las capas sociales aspirando siempre a la invisibilidad»
Dos años antes, en el 2006, el periodista Roberto Saviano publicaba su imprescidible Gomorra. Saviano, tan napolitano como los criminales a los que retrataba con precisión, no tuvo la suerte de Glenny. El éxito del libro, una obra personal y excelentemente documentada, provocó ciertos debates sobre el papel del crimen organizado en la sociedad italiana. Los focos volvieron al lugar del que nunca debieron marcharse y eso condenó definitivamente a Saviano. Mediado ya el libro, en unas líneas memorables, entona un particular Yo acuso, en el que nos informa de lo que ha visto. Y lo que ha visto es la devastación moral, física y psíquica de una generación de jóvenes que se dejaron la vida entre balas y jeringuillas, en barrios periféricos nacidos al calor del desarrollismo, entre sueños de dinero y poder, obnuvilados por un futuro que nunca se produjo y atenazados por un pasado imposible de superar. Y ese Yo acuso está entonado por uno de los suyos, por un napolitano de verdad, que ha compartido mesa y comida con los criminales de Gomorra. Por eso Saviano está condenado y vive escondido, mientras el mundo se olvida poco a poco de que el crimen organizado es capaz de infiltrarse en todas las capas sociales aspirando siempre a la invisibilidad, condición última que se logra mediante el vasallaje reiterado de políticos, periodistas y ciudadanos, que rinden armas y mentes por igual asumiendo que toda sociedad tiene su cuota de ineficiencia.
Pero, afortunadamente, todavía nos queda la televisión, que ha devuelto Gomorra a la palestra, rescatando un material todavía no superado y, hasta la fecha, tratado pobremente a nivel audiovisual. Y decimos que Gomorra no se ha superado porque los problemas que plantea siguen sobre la mesa. Recordemos cómo empieza el libro; con la portentosa imagen de un vestido en televisión. Un desfile de alta costura es el destino final de un vestido cosido bajo los patrones del crimen organizado. Contradicciones culturales del capitalismo tardío, que diría el conspicuo Jameson. Teorías aparte, lo cierto es que Europa tiene sus propios mitos criminales y una larguísima y espectacular tradición al respecto y ha sabido darles adecuada forma televisiva. Las recientes Broadchurch, Hinterland, Salamander y Gomorra así lo prueban, siendo perfectos ejemplos de aproximaciones diferentes del fenómeno criminal, además de series realizadas desde latitudes no coincidentes. Examinemos dos de ellas, que se aproximan al fenómeno del delito desde distintas ópticas pero que nos permiten alguna reflexión sobre el doble fondo que contienen nuestras democratizadas sociedades del bienestar.
‘Salamander’: El crimen de Estado
«Si te gustan las conspiraciones y los aparatos del Estado persiguiendo héroes de férrea voluntad y currículo impoluto, te gustará esta ficción»
Si a usted le gustan las conspiraciones, la paranoia y los aparatos del Estado persiguiendo héroes de férrea voluntad y currículo impoluto, le gustará esta ficción escrita por Ward Hulselmans y estrenada en la temporada 2012-13. Doce episodios originalmente emitidos por el canal de televisión belga Eén. La serie arranca con un robo perpetrado con quirúrjica eficacia contra la banca Jonkhere, en Bruselas. Lo que se roba es difícil de cuantificar, puesto que se trata del contenido de más de sesenta cajas de seguridad, propiedad de diversos individuos, que aparentemente ocultaban infinidad de secretos. A partir de aquí un policía incorruptible llamado Paul Girardi investigará el caso intentando averiguar qué hay en las cajas y quién las ha robado. No faltarán sorpresas durante el proceso, momentos difíciles, familias amenazadas y mucha corrupción institucional, elementos, todos ellos, indispensables en todo buen thriller político que se precie.
Lo que sí debemos destacar es la lectura que se hace de esos actos delictivos. En Salamander el crimen es de Estado, pues los poderes públicos han vivido infiltrados durante demasiado tiempo por el dinero y el poder de personajes que adquirieron su estatus por cuna o a raíz de sucesos acaecidos durante la Segunda Guerra Mundial. El caso es que esos crímenes generan poca violencia y una nula sensación de inseguridad entre los ciudadanos, ya que la opinión pública difícilmente suele ocuparse de aquello que no genera alarma social. Ese silencio y esa indiferencia aumentan las posibilidades de ejecutores y encubridores mientras que sume a las víctimas directas, pocas, en total indefensión. Ese curioso elemento del thriller político no ha sido suficientemente atendido y aunque desde los tiempos fílmicos de Todos los hombres del presidente sabemos que incluso los crímenes sin víctimas aparentes generan un daño, no parece que la opinión pública suela tener una gran preocupación por todo aquello que ocurre «entre bastidores». Crímenes de Estado hay muchos. En Salamander el crimen de Estado tiene que ver con el mantenimiento de ciertas estructuras de poder en un país siempre amenazado por el desgobierno y el antagonismo territorial. ¿Podrá Girardi hacer frente a algo mucho más grande y peligroso de lo que está en condiciones de manejar? La trastienda de Europa también se sitúa en pequeños países como Bélgica, no en vano depositaria de tantas estructuras comunitarias y organismos públicos de diverso pelaje.
‘Gomorra’: El crimen organizado
«Adaptación del mundo retratado por Roberto Saviano en su libro, la serie trata de aproximarnos la compleja realidad de la camorra napolitana»
Frente a ese crimen con pocas y difícilmente reconocibles víctimas se alza otro tipo de crimen, el organizado de bandas construidas alrededor del lucrativo negocio de la droga. Y en ese terreno, con muchas más víctimas visibles, es Gomorra, y el ominoso presente que dibuja, la serie a analizar con detalle. Adaptación del mundo retratado por Roberto Saviano en su libro, la serie trata de aproximarnos, estructura dramática mediante, la compleja realidad de la camorra napolitana. Lo esencial de la serie no es su descarnada violencia, o sus muchos incidentes, asesinatos o luchas intestinas por el poder dentro de la organización. Tampoco el cómo una red criminal dispone de suficiente poder como para infiltrar parte del aparato político o cómo, con abogados y gestores, puede lavar cantidades ingentes de dinero. Lo esencial de ese proceso es el tan variado estatuto de todas las víctimas que hay detrás de semejante entramado.
El crimen organizado carga con la víctima ocasional. El auténtico daño colateral es el niño que recibe una bala perdida –como, recordemos, sucedía en The Wire–. Pero ese daño, por mucho que soliviante mínimamente a la prensa o active investigaciones policiales, no deja de ser una víctima con el rostro de un niño pobre, residente de una zona marginal de una ciudad arrasada por la desindustrialización, la desorganización administrativa, el paro y la falta de expectativas. Hay más víctimas, de las que tampoco importan, claro. Son los drogodependientes. El combustible que alimenta la máquina. Hacen cola para comprar su dosis, consiguen el dinero donde pueden o como pueden y mientras no visiten las mejores zonas de la ciudad, no supondrán un gran problema. Estas víctimas han salido del sistema, porque están vivas aunque les cueste caminar. Las víctimas que formaban parte de las bandas tampoco cuentan. Saben a lo que se exponen y ser criminal de una banda organizada tiene sus riesgos. Y finalmente están las víctimas menos visibles del problema, el resto de ciudadanos que deben soportar la corrupción institucional, el despilfarro público en combatir una lacra que nadie quiere realmente erradicar y el insulto que supone el lujo y la despreocupación en la que viven, en tantas ocasiones, los responsables directos de semejante desastre.
Posiblemente por eso Saviano está condenado por la mafia y Glenny no. Porque Saviano, a diferencia de Glenny, es el ciudadano harto de aguantar que esa ciudad que ama se desangre sin que nadie le ponga remedio. Glenny es un excelente investigador, su libro es impecable e implacable, pero su visión es la del observador profesional. Saviano nos escupe a la cara todo aquello que no queremos escuchar. ¿Quién está dispuesto a denunciar a los mafiosos aun a riesgo de perder la propia vida? ¿Quién puede aceptar desde los poderes públicos que es la miseria, el paro y la falta de expectativas las sólidas bases sobre la que se levanta el imperio del crimen organizado? ¿Quién es capaz de negarse a aceptar el sucio dinero de criminales tan integrados en la vida pública que hasta parecen respetables ciudadanos? ¿Por qué los corruptos amigos de los criminales y financiados por ellos siguen ganando elecciones? Esas preguntas se adivinan en la versión televisiva de Gomorra, un universo de amplia corrupción, numerosas víctimas y dinero sucio. Un universo que, por desgracia, nos es dolorosamente próximo y reconocible.