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Cuando le preguntaron a la esposa de George Harrison cuál era el secreto para haber estado casados durante tanto tiempo, ella respondió: “No divorciarse”. Esta anécdota que Brett Pierson (Mark Duplass) le cuenta a su esposa Michelle (Melanie Lynskey) concentra la sabiduría de toda una generación que ya no se enfrenta a la crisis de los cuarenta de la misma manera que sus padres. Peor: es exactamente lo mismo pero con un insoportable patetismo y desesperación autoconsciente añadidos. El cuarentón que se levanta en medio de una noche cualquiera con sudores fríos y descubre que en toda su vida no se ha atrevido a ser él mismo, ha muerto. La crisis existencial tal y como la conocíamos ya no es posible. Su lugar ha sido ocupado por la ubicua obligación de preguntarnos constantemente acerca de nuestro grado de auto-realización vital; un nuevo lugar común que despoja estos episodios de cualquier épica que hubiera podido tener en el pasado cuando se convertían en genuinas búsquedas de una autenticidad perdida. Marx (Karl) decía que la historia siempre se repite dos veces: primero como tragedia, luego como farsa. Y los protagonistas de Togetherness son demasiado maduros emocionalmente como para poder vivir una nueva crisis de pasión y de sentido con la dignidad trágica de la primera vez.
Resulta triste que décadas de best-sellers en psicología infantil, autoayuda y meditación zen no hayan conseguido superar la sabiduría de la viuda de Harrisson. No divorciarse. Lo que sí han logrado es una sensación generalizada de fracaso vital en el imaginario colectivo de una generación más culta y atenta a sus necesidades emocionales que sus padres. Pero nadie le avisó que era mucho más fácil luchar contra la represión que contra la insaciable obligación de realizarse a uno mismo. Y eso es lo que retrata Togetherness maravillosamente. Porque si nos abstraemos del tono y la forma que le dan a la serie su voz inconfundible para irnos al esqueleto de sus tramas, no encontraremos ninguna novedad. Un padre de familia que se siente alienado por su trabajo y que a los cuarenta experimenta el declive de la pasión hacia su mujer y una nostalgia por sus sueños adolescentes a los que intenta regresar a través de su amigo de la infancia. Suerte que la obsesión por la originalidad ya no es lo que era desde Warhol.

«‘Togetherness‘ es brillante cuando disecciona las relaciones humanas y sus matices con instrumentos de precisión. Cada línea de diálogo y cada mueca de los actores es perfecta»
Precisamente por la falta de originalidad que vemos desde un plano general de las serie, la sensación de excelencia que desprende es proporcional a la capacidad de los hermanos Duplass y de Steven Zissis -los creadores de esta joya- para mantener el plano cerrado. Togetherness es absolutamente brillante cuando disecciona las relaciones humanas y sus matices con instrumentos de precisión. Cada línea de diálogo y cada mueca de los actores es perfecta. Estamos ante ese tipo de serie que no puedes ver en pareja sin parar tras cada escena para preguntarle “¿pero tú piensas eso?” o “eso nunca nos pasará a nosotros, ¿verdad?”, para luego dar paso a respectivos silencios ensimismados y miradas tristes y perdidas. Quizá no haya otra serie igual para poner a una pareja madura delante de un espejo y ver lo que hay en vez de lo que les gustaría que hubiese. Es el salto del realismo de una Modern Family al hiperrealismo característico de los Duplass: el paso del humor agridulce pero redentor a la tragicomedia que acaba metiendo a los jueces de los Emmy en un auténtico problema cuando han de decidir si las series compiten en una categoría o en otra.

«La artesanía emocional en las micro-situaciones sigue intacta y solo por ella merece la pena seguir fiel a la cita semanal de ‘Togetherness‘ -sin duda, una de las 5 mejores comedias del momento»
La otra cara de la moneda sale a relucir en la segunda temporada, que no está siendo capaz de repetir los momentos más brillantes de la primera, como el partido de kick the can o el encuentro entre Brett y Linda, una especie de bruja-druida post-hippie que tiene la mirada perdida por razones de espiritualidad bien entendida. El desarrollo de los problemas y las tramas de los personajes en esta segunda temporada es demasiado predecible y espasmódico, sin una pared maestra narrativa suficientemente fuerte como para aguantar el interés al nivel de la primera. En otras palabras, el bromance entre Brett y Alex Pappas (Steven Zissis) en el que se centra esta segunda temporada no genera situaciones tan interesantes como las que la relación entre Brett i Michelle nos brindaba. La artesanía emocional en las micro-situaciones sigue intacta y solo por ella merece la pena seguir fiel a la cita semanal de Togetherness -sin duda, una de las 5 mejores comedias del momento-, pero se echa de menos la frescura de la primera temporada.
Togetherness nos cuenta que tener amigos y tener pareja no garantiza que dejemos de sentirnos aislados. En la rabiosa contemporaneidad que muestra la serie, este problema se ha vuelto un meta-problema, ya que no solo lo vivimos, sino que sentimos la desesperación añadida de pensarlo y anticiparlo todo el rato sin que eso nos ayude especialmente a encontrar mejores soluciones. Los personajes de Togetherness nos atraen brutalmente porque compartimos su misma angustia de conocer el problema mejor que nunca y no por ello dejar de sufrirlo. “Las épicamente pequeñas cosas que pasan entre los personajes” -en palabras de los Duplass- que llenan magistralmente el cuerpo de la serie muestran la gran fuente de la que beben los diálogos y situaciones del hiperrealismo actual: del desajuste entre el enorme tamaño del arsenal de autoconocimiento del que dispone nuestra sociedad respecto su poca eficacia. Pienso en la canción que une musicalmente el final de la primera temporada con la segunda, dice así:
I don’t know about my dreams
I don’t know about my dreamin’ anymore
All that I know is I’m fallin’, fallin’, fallin’, fallin’, fallin’…
–The Wilhem Scream, James Blake
Las comedias ya no acaban como antes.