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Unos meses atrás me perdí durante una semana en la Normandía interior. Fui a visitar mi pasado. Nonant-le-Pin, un pequeño pueblo de apenas quinientos habitantes, fue el escenario del exilio de mi abuelo y su familia ochenta años atrás. Huyendo de las tropas franquistas, terminaron en ese rincón de mundo en el año 1939. Unos meses después, ese rincón de mundo cayó en manos de los nazis. Y unos años más tarde, ese rincón de mundo fue testigo del desembarco más famoso de la historia bélica y en Normandía los nazis pasaron de ser ley a ser prisioneros de guerra.
En Nonant-le-Pin hacinaron entre 20.000 y 30.000 de ellos en establos rodeados de alambre de espino. Una de las más icónicas fotografías de la Segunda Guerra Mundial pertenece a este campo de prisioneros improvisado. Siempre que contemplo esa imagen me pregunto si todos esos hombres eran realmente nazis o solo seguían órdenes dictadas por nazis verdaderos. ¿Sabían del Holocausto? ¿Creían en la supremacía de la raza aria? ¿Luchaban por convencimiento, por inercia o por obligación? Esos miles de prisioneros, en la foto, se convierten en una marea humana sin rostro. Es un océano de vencidos anónimos. La derrota nazi, más allá de Adolf Hitler, no tiene nombres y apellidos. El horror nazi, por el contrario, sí los tiene. Y era necesario aclarar esto para hablar de Hunters, una serie donde no se cazan nazis para derrotar a los nazis; se cazan nazis para vengar el horror nazi. El problema, claro, es cuando para transmitir ese mensaje te quedas a medio camino entre la hipérbole, el jiji-jaja y la profundidad impostada.
Con Hunters tienes la sensación de que ya has visto antes muchos de sus recursos, su premisa y el papel que interpretan sus protagonistas. No hace falta ir más allá de la escena inicial de la serie. En la primera temporada de Fargo la vimos calcada, protagonizada por Lorne Malvo: la tapadera que salta por los aires y termina en ensalada de tiros. La imagen es potente, por supuesto, pero deja entrever que la serie tiene mucho más presupuesto que originalidad. Es imposible no pensar en Mindhunter, por ejemplo, cuando aparecen a pantalla completa el nombre de las localizaciones donde se sucede la acción de la serie. Y, cómo no, es inevitable comparar la trama principal de la serie -judíos matando a nazis, resumiendo mucho- con aquellos Malditos Bastardos de Tarantino. Llegados a este punto, hay que hacerse una pregunta: ¿tiene Hunters identidad propia?
Años setenta. Tras el asesinato de su abuela, superviviente del Holocausto, el joven Jonah Heidelbaum (Logan Lerman) termina enrolado no se sabe muy bien cómo en un grupo de cazadores de nazis capitaneados por Meyer Offerman, un señor mayor con un acento incomprensible interpretado por Al Pacino. A partir de aquí, la trama principal de la serie se desarrolla sin demasiadas sorpresas, un juego del gato y el ratón entre el ecléctico (y forzado) grupo de cazadores y los criminales de guerra nazis que escaparon a los juicios de Nuremberg y prosiguieron sus vidas en los Estados Unidos bajo nuevas identidades.
En ese sentido, la historia de la serie es medianamente entretenida y, sobre todo, presenta cuestiones de fondo interesantes. ¿Existe el mal absoluto? ¿Es posible la redención para un monstruo? ¿Debe haber una justicia fuera de los cauces de, precisamente, la justicia? ¿Matar al verdugo te convierte en verdugo? ¿La venganza sana las heridas o las hace más profundas? Esas cuestiones que se hace el espectador viendo la serie -y que deberá responderse él mismo- son sin lugar a duda el valor más positivo de Hunters.
‘Hunters’ sabe la historia que quiere explicar, pero no atina a la hora de encontrar el modo de contarla
Muchas son las preguntas que he ido lanzando a lo largo del artículo, pero es que son muchas las preguntas que surgen viendo la serie. Alguna de ellas no la dejan bien parada. Hablamos del tono de la serie, por ejemplo. En ningún momento queda claro si Hunters es una serie ligera con guiños setenteros donde prima la acción por encima del mensaje o si, por el contrario, es una serie rigurosa con la intención de retratar las atrocidades del Holocausto en la que de vez en cuando nos cuelan escenas desconcertantemente pop. Se hace muy difícil discernir cómo debemos ver la serie y ese es uno de los grandes problemas de Hunters.
De haber elegido tratar el Holocausto y el castigo a sus hacedores con total crudeza, personajes como el de Josh Radnor (sí, Ted Mosby) nos sobran por completo. El de Radnor y el de la mitad del equipo de cazadores, para ser sinceros. Y de haber elegido tratar el tema con más ligereza y poniendo el acento en el entretenimiento y, por qué no, en el humor, el guion debería haber sido mucho más punzante en ese sentido. No nos pongamos las manos a la cabeza cuando juntemos las palabras humor y Holocausto, que os veo venir. Un ejemplo de ello es esta broma, común entre los judíos europeos durante los años del exterminio:
Un chico judío está siendo interrogado por la Gestapo:
- Dime, niño, ¿tienen en tu casa colgado un retrato de Hitler?
- No.
- ¿Y tiene colgados los de Goering y los de Goebbels?
- No, pero mi papá dijo que cuando salga del campo de concentración los colgará a los tres.
¿No resume este simple chiste de forma mucho más clara, lúcida y contundente el mensaje que nos quiere transmitir Hunters sin la necesidad de tantos fuegos artificiales, escenas de excesivo dramatismo y gags sin sustancia? Otra pregunta más -lo siento- pero este no es un artículo para encontrar respuestas. Retomando el hilo: Hunters sabe la historia que quiere explicar, pero no atina a la hora de encontrar el modo de contarla. Eso, por desgracia, nos impide disfrutar de una buena serie.
La puntilla para Hunters ha llegado en forma de rapapolvo por parte de la asociación Auschwitz Memorial, que ha tachado la serie de «insensata» por incluir una escena inventada donde se muestra una partida de ajedrez humano entre un comandante nazi y un maestro de ajedrez judío, prisionero en Auschwitz. Las fichas, claro, son otros judíos que van siendo asesinados a medida que la partida se desarrolla. La asociación usa la palabra «caricatura» para describir esa secuencia; el creador de la serie, David Weil, cuya abuela fue deportada a Auschwitz, ha intentado justificarse alegando que el único objetivo de la escena era mostrar con total crudeza el sadismo nazi.
Allá cada uno con su opinión al respecto, pero de entrada parece prescindible añadir horror ficcionado al horror más real de la historia reciente de la humanidad. Esta crítica de la Auschwitz Memorial es un indicador más de que Hunters es un experimento fallido, un trapero que se viene arriba y canta Frank Sinatra con exceso de autotune. La serie ha querido abarcar demasiado y, por desgracia, eso la ha condenado a una indefinición crónica.
Me gustaría terminar el artículo volviendo a Nonant-le-Pin. Visité el lugar donde en su momento se había levantado el campo de prisioneros alemanes. Ahora es un descampado. No hay ningún panel explicativo que cuente la historia del lugar. En el pueblo, los vecinos tampoco parecen tener demasiado interés en hablar de aquella época. Me estremeció la facilidad con la que a veces el pasado se evapora; me estremeció pensar que eso mismo hubiera sucedido con Auschwitz si la guerra se hubiera decantado del lado nazi. Hunters es una serie que deja mucho que desear en muchos aspectos, pero su existencia es por lo menos un recordatorio de que no tenemos intención de olvidar. Porque a lo mejor todo esto no se trata de cazar hoy nazis de ayer, si no de trabajar hoy como sociedad para que no haya nazis mañana.