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Definir GLOW como una serie sobre un ejército de «Evas Nasarres» hasta arriba de purpurina seria injusto. Sí, aquí hay maillots de tiro alto, calentadores y brillantina pero la estética ochentera de la serie es, simplemente, un gancho para que el espectador entre en la historia sobre un grupo de mujeres que encuentran su tabla de salvación en un proyecto delirante: un programa de lucha libre femenina.
La premisa es real; en 1986 la televisión norteamericana asistió al nacimiento del fenómeno G.L.O.W.: Gorgeous Ladies of Wrestling, un programa de lucha libre protagonizado por mujeres que en la mayoría de los casos carecían de experiencia en este campo. Luces de neón, gags humorísticos y música rap hacen del programa un icono de la época. Aunque por nuestros lares no teníamos conocimiento de ellas, sí que recordamos el gran exponente del wrestling televisivo, Hulk Hogan. Algunos incluso guardamos en nuestra mente imágenes del bronceado luchador luciendo palmito al lado de David Hasselhoff en Los vigilantes de la playa.
El GLOW de Netflix recoge el espíritu que representa tanto Hogan como las protagonistas del programa original -una mezcla fascinante de decadencia, freakismo y diversión- y le añade el componente del empoderamiento femenino. Un punto de partida que no parecía augurar grandes éxitos acaba convirtiéndose, tras esquivar la nube de laca y la gruesa capa de maquillaje, en una serie entrañable sobre cómo un grupo de mujeres encauzan su vida encima de un ring. Recuerda, en parte, a la película Whip It, centrada en un equipo femenino de roller derby, deporte de contacto sobre patines. En ella, Ellen Page se sentía realizada compitiendo y no dejándose intimidar por nadie.

Marc Maron, Alison Brie y Betty Gilpin
«‘GLOW’ (producida por Jenji Kohan) guarda algunas semejanzas con ‘Orange is the New Black'»
Creada por Liz Flahive, productora de Homeland, y Carly Mensch, que formó parte del equipo de Nurse Jackie y Weeds, la serie se ha vendido como la nueva ficción de Jenji Kohan, que aquí sólo ejerce de productora. Aunque podríamos calificar la publicidad de engañosa, sí que es cierto que guarda algunas semejanzas con Orange is the New Black. Aunque su tono es considerablemente más ligero, GLOW también muestra cómo se establecen relaciones entre en un grupo de mujeres que están en un ambiente muy concreto y cerrado. Aquí también hay un personaje principal, como en OITNB, que nos introduce en el submundo que la serie nos quiere explicar: Ruth Wilder, una perdedora con todas las de la ley. Alison Brie, que ya tenía una importante base de fanáticos gracias a Community, da vida a esta actriz sin suerte, que no es guapa ni fea, y que puede resultar extremadamente irritante en su afán por agradar. Brie tiene momentos descacharrantes, aunque GLOW no sea una serie para reír a mandíbula batiente.
Uno de los aspectos más satisfactorios de esta comedia -ideal para engullir en un par de tardes de verano- es la relación que Ruth establece con varios personajes, principalmente con su amiga-enemiga Debbie, una Barbie contundente interpretada por Betty Gilpin, y con Sam, el director de todo el embolado, a quien da vida el cómico Marc Maron. Con este último acaba desarrollando una camaradería que confiamos que no acabe derivando en la típica historia romántica, muy bien parida tendría que estar para que no nos pareciera un peaje innecesario.
El GLOW de los ochenta jugaba conscientemente con los estereotipos, todas las participantes interpretaban personajes modelados según clichés. Entre las luchadoras ilustres había Americana, The California Doll, Ninotchka o Palestina. La versión ficcionada no elude este elemento fundamental y se lo pasa pipa haciendo broma de ello, mostrando a las combates como pequeñas representaciones en las que cada una tiene una función. Los papeles y las historias que se inventa Sam son una visión cachonda de la sociedad norteamericana. Su ironía y su seductora estética convierten la serie en una comedia muy golosa para el verano.