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[En honor al día mundial de Los Beatles, recuperamos este artículo publicado originalmente el 30 de noviembre del 2021.]
Quizás por tenerla fresca, tras una enésima revisitación vía Días de cine clásico en La2, viendo las casi ocho horas de Get Back no podía dejar de pensar en Dos en la carretera (1967), quizás la mejor mirada nunca rodada al fin del amor de una pareja que fue muy feliz hasta que dejó de serlo. En la obra maestra de Stanley Donen, Audrey Hepburn y Albert Finney recuerdan varios viajes a la Riviera, el lugar donde se enamoraron y el lugar donde se desenamoraron y empezaron a odiarse. Sobre algo parecido hablan los tres episodios de este documental, minimalista y monumental a partes iguales: aunque sin viajar a ninguna parte más allá de una azotea, Get Back es la inmersiva crónica del «hasta aquí hemos llegado» de los Beatles.
Minimalista porque en Get Back no hay adornos ni filtros que valgan. Apenas un par de recursos visuales (un calendario que ordena las jornadas de trabajo, algún que otro apunte contextual, ni siquiera una voz en off), al servicio de un material valioso y desnudo, que nos muestra a cuatro tipos reunidos en la que todos huelen que podría ser su última colaboración en equipo, improvisando, ensayando, versionando clásicos ajenos y componiendo clásicos propios sobre la marcha, en pleno proceso de creación de canciones que serán himnos, discutiendo, y riéndose recordando aquellos malditos viejos buenos tiempos perdidos en el largo y tortuoso camino que les ha llevado hasta un presente en el que se han hartado los unos de los otros.
Monumental por lo excepcional que resulta mirar por el ojo de la cerradura para ser testigos, como si de Gran Hermano se tratara, de la intimidad de la banda más relevante de la historia de la música. Y monumental por el trabajazo de montaje que Peter Jackson y su equipo han llevado a cabo con las 60 horas de filmaciones y 150 horas de sonido (entre ellas una reveladora conversación en una cafetería entre John y Paul, con un micro escondido en un florero, al estilo La Camarga) que el cineasta Michael Lindsay-Hogg registró durante 21 días a principios de 1969. Un material tremendo que formaba parte de un proyecto que incluía grabar un disco, protagonizar un especial on live para televisión y volver a tocar en directo, tras tres años sin hacerlo, en un concierto a lo grande (se llegó a barajar un teatro romano frente al mar en Libia), para rematarlo estrenando una película documental sobre todo el proceso.
De todo aquello quedó el Let It Be disco, el último que editó la banda de Liverpool (el penúltimo, Abbey Road, saldría a la venta meses antes aunque se grabó después) y una histórica actuación de tres cuartos de hora en la azotea del edificio de Apple Corps, en Londres. Y el Let It Be película, 80 minutos en los que Lindsay-Hogg utilizaba una mínima parte de lo rodado para dar una versión basada en su propia experiencia acompañando a unos Beatles en descomposición durante las semanas de rodaje. Él vio, y mostró, distanciamiento y tensiones. Probablemente, ellos también sintieron lo mismo. Al fin y al cabo también eran productores, y voz y voto en el mensaje a trasladar. Algunos, como John Lennon o el productor George Martin, hablaron de aquella experiencia como un infierno. El mito del amargo adiós se esculpía sobre piedra.
En realidad, ahí está el quid del asunto: en caliente, las reacciones a flor de piel nada tienen que ver con la perspectiva y los recuerdos. Quizás 50 años después, sin Lennon y Harrison en la ecuación, sus viudas, McCartney y Starr, de nuevo productores de este documental, de nuevo con voz y con voto, hayan decidido recordar las partes buenas de aquella relación. Peter Jackson no estuvo allí, y tuvo, según cuenta, toda la libertad del mundo para seleccionar las imágenes que quería para dar una mirada propia a ese principio del fin de los Beatles. En un documental, el relato depende de cada aproximación al material grabado, y esa se antoja distinta según el punto de vista que lo aborde.
Sobrado de posibilidades tecnológicas (el trabajo de restauración de imágenes y sonido quita el hipo), de tiempo, de recursos y, claro, de talento, el acercamiento de Jackson sigue siendo el de un autodefinido forofo: quizás por eso, Get Back es más luminosa de lo esperado, y, desde luego, de lo que lo era Let It Be. Quizás por eso retrata aquellas tres semanas de reunión como un, a ratos feliz, paréntesis a la crisis galopante que, un año después, desembocaría en la separación del grupo. Quizás por eso carga el peso emocional de su trama en las complicidades y la camaradería, en las sonrisas ante un buen ensayo o en las burlas que comparten leyendo lo que los periódicos sensacionalistas escriben sobre ellos.
El ‘Get Back’ de Peter Jackson también se convierte en una mirada triste pero llena de cariño al final de un gran amor
Get Back no esconde las tensiones y los desencuentros, los gruñidos y el mal humor, y algunos dardos envenenados. Tampoco ese violento momento (ya presente en Let It Be) en el que Paul McCartney alecciona con cierta condescendencia a George Harrison, y este responde: “Tocaré lo que quieras que toque y como quieras que lo toque. O no tocaré nada en absoluto, si eso es lo que prefieres”. Un conflicto que desembocaría (y eso no aparecía en Let It Be) en la espantada de Harrison, abandonando la banda durante unos días. Todos esos síntomas del fin del amor poco antes del divorcio están presentes en Get Back, pero la mirada de Peter Jackson apuesta por fantasear con una (futura) separación amistosa y civilizada.
El director de El Señor de los Anillos parece elegir una narrativa mínima, aunque con un completo arco emocional, organizada en tres actos: un primero en el que los Fab Four se reúnen en los estudios Twickenham para empezar a construir, de cero o con ideas previas, un puñado de canciones para la historia. Paul McCartney se erige en líder ante cierto pasotismo del resto: George Harrison no deja de mostrar su frustración por lo creativamente ninguneado que se siente (en un momento dado, expresa su voluntad de editar un disco en solitario, cansado de componer para otros porque no hay espacio para su talento en los discos de los Beatles); Ringo Starr intenta surfear la situación desde la equidistancia y el perfil bajo; y John Lennon parece únicamente pendiente de no despegarse de Yoko Ono, una intrusa en modo apéndice, permanentemente presente, aunque aparentemente ausente, haciendo calceta o rellenando pasatiempos de un periódico.
Pero, a modo de chispazos, la magia acaba surgiendo. Los egos siguen chocando, continúan discutiendo civilizadamente y cantándose las cuarenta en episodios de cierta tensión, pero también recuperan viejas sensaciones, instantes de felicidad compartida, horas cómplices con la guitarra y unas cervezas. Aunque las ganas de compartir ya no son las mismas, siempre hay algo de luz en el ambiente, como se sigue viendo en el segundo acto, con la banda grabando sus nuevas canciones en los estudios de Apple Corps, con la colaboración de Billy Preston en los teclados, fantaseando con convertirle en el quinto Beatle. Y la luz se multiplica en ese episodio final que reproduce el concierto de la azotea en Savile Row, con elementos de épica, misterio y comedia, siguiendo la peripecia de dos atribulados policías londinenses que aparecen para interrumpir la actuación ante las quejas de algunos vecinos por el ruido que altera la vida del barrio.
Desde esa condición de monumental, Get Back se eleva como un testimonio histórico impagable del proceso de creación de cuatro genios que han marcado las vidas de varias generaciones. En este sentido, las secuencias de Paul McCartney componiendo Get Back a partir de un riff de guitarra, o The Long and Winding Road al piano junto a una humeante taza de café, dejan boquiabierto al espectador. Pero, más allá, el Get Back de Peter Jackson también se convierte, como Dos en la carretera, en una mirada triste pero llena de cariño al final de un gran amor, a ese punto de inflexión que augura la inevitable ruptura, aunque sus protagonistas mantengan alguna esperanza de salvar lo suyo, como demuestran los últimos minutos de la serie. La historia nos advierte que no lo lograron, aunque algunos prefiramos pensar en un multiverso beatlemaníaco en el que siguieron reuniéndose, recordando los malditos viejos buenos tiempos, componiendo y tocando juntos, y repartiendo felicidad.