Comparte

Gigantesco, temible, un ángel sin nombre ni rostro ataca la ciudad de Tokyo-3. Entra en escena el que debiera ser su guardián y defensor, un atlético robot antropomórfico llamado Eva-01.
No obstante, la pelea está zanjada antes incluso de su comienzo: no habrá ninguna posibilidad de victoria para el Eva, por lo menos no bajo el mando de Shinji Ikari, ese crío de catorce al que han colocado solo a primera línea de combate, sin tutorial alguno, para salvaguardar el destino de esta ciudad y, en definitiva, el de todas.
Al segundo paso, nuestro robot tambalea y cae. Es recogido por la garra implacable del ángel, que procede a torcerle el brazo, enroscándolo hasta partírselo. Con la mitad del miembro suspendida como un harapo y su piloto en absoluto estado de shock, aplastar la cabeza del Eva es tarea fácil para el monstruo. A ello se dedicará, mientras en la sala de operaciones de Nerv observan impotentes cómo su última gran esperanza es hecha trizas: rojo en todas las lecturas de la máquina, el monitor de constantes del piloto totalmente plano.
Y, luego, una de las decisiones de montaje más radicales de la historia del anime reciente.
A falta de amigues o una familia que lo quiera, la única persona con quien ha conectado Shinji en la ciudad, su tutora Misato, chilla entre enfurecida y desesperada… Ella también le ha cogido algo de cariño, y lo están matando delante de sus propios ojos. Primerísimo primer plano con zoom in, híper expresivo, a un grito que extenderá el nombre del chico por todos los rincones de la sala de control, pero que parecería que pudiera llegar incluso al campo de batalla.
Entonces, llega el corte. Sin ninguna dilación, a través de un simple cambio de plano, pasamos del rostro desencajado de Misato, al de Shinji. Por la mañana, el joven despierta, sobresaltado. Su cuerpo descansa en una cama de hospital, la cara emblanquecida por la luz que inunda toda la habitación. La música épica que había acompañado el frenesí anterior apenas habrá cesado con el corte, cuyos últimos ecos casi adivinamos sonando en alguna de las estancias contiguas. Pero allí no hay nada, ni nadie: solo el silencio momentáneo de quien despierta bajo un techo que no es suyo y debe llevar a cabo la tarea hercúlea de, simplemente, recordar.
A pesar de encontrarse bien entrado el segundo episodio, no resulta anecdótico que quien os escribe situara en su memoria el grito de Misato como cliffhanger, justo antes de los créditos al final del primer capítulo. No lo es, en efecto, porque el salto temporal que une la batalla de Shinji con su salvación dinamita, con la sencillez de un corte, el más básico de los mecanismos para el suspense: la dilatación temporal, el espacio entre una pregunta («¿ha muerto Shinji?») y su respuesta. Lo sabremos enseguida, el chico no ha muerto. Entonces, ¿dónde queda el clásico «continuará»?
Con un corte, Evangelion nos niega recrearnos en una tensión fácil, emocionante. Cambiando la adrenalina por el extrañamiento que produce el salto entre dos tiempos muy diferentes, nos señala –y nos retira– el placer que como espectadores vivimos ante una progresión narrativa masticada. Pero no es solo que la unión entre Shinji potencialmente muerto y Shinji finalmente vivo constituya una obstrucción brutal a nuestro afán de ser entretenides. La máxima transgresión no reside en el propio boicot, sino en el abismo que este salto desvela bajo nuestros pies.
La narrativa elíptica de ‘Evangelion’ confirma que ninguno de sus giros de guion va a obedecer más que a sí mismo y que, por lo tanto, nada es realmente predecible
Y es que, tras el despertar hospitalario del chico, como arropada por el carácter hermético de su silencio, la serie sigue adelante, obviando la necesidad imperiosa de una explicación para con los eventos sucedidos entre la masacre del EVA y la recuperación de su piloto. Asistimos a la limpieza de los escombros, también a una junta entre los cabecillas de SEELE, la organización que ha financiado el proyecto del guardián-robot. Misato lleva a Shinji a vivir con ella, se encuentran al Ikari padre, contemplan el crepúsculo sobre la ciudad… Llegados los últimos minutos del capítulo, tumbado en la cama –demasiado a solas para su propio bien–, el chico finalmente logra recordar.
Gracias a este particular ejercicio de tensionado absoluto de la narrativa, las imágenes logran devolvernos a la inquietud que despierta salirnos de una construcción convencional del suspense. Como si nuestra atención le interesara más bien poco, la narrativa elíptica de Evangelion confirma que ninguno de sus giros de guion va a obedecer más que a sí mismo y que, por lo tanto, nada es realmente predecible.
Todo es posible, de hecho, en un cuerpo de eventos que se ocupa de deshilvanar la red de convenciones que le sostendrían, si acaso este fuera un anime corriente. Pero la serie de Gainax se edifica a partir de los cascarones vacíos del lugar común y se encarga, para cada uno de ellos, de demostrarnos su completa intrascendencia: todo lo que es, podría ser perfectamente de otra forma.
Sin embargo, ¿cómo esgrimir que la traumática experiencia que durante ese corte ha ocurrido es, digamos, «intrascendente»? Aunque Evangelion profese un existencialismo oscurísimo, en ningún caso podríamos calificarla, creo, como cínica. Al fin y al cabo, el núcleo metafórico de la historia de Shinji se explica con la metáfora del erizo, el animal que hiere y es herido en su tentativa de abrazar a sus iguales, en su patética intención de acercarse a les demás.
Es la empatía la que nos nutre y nos condena. Por ello, hay en las dos imágenes que aquí destripamos una única certeza, algo que el montaje no podrá nunca subvertir: esto es, el grito angustiado de Misato y el rostro impávido de un Shinji totalmente traumatizado. En primerísimo primer plano, el mundo de los afectos se vuelve reconocible, cercano. Conecta más allá de toda narrativa y se descubre, en su inmanencia, como una constelación narrativa realmente trascendente. Ya puede Tokyo-3 caer en manos de los ángeles, que la verdadera humanidad radica en otra parte.