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La Fox, esa gran desconocida –he estado toda la noche pensando en esa frase antes de empezar a escribir esto–; La Fox, esa cadena gobernada por gordos republicanos, –y OJO, únicamente transmito lo que me han inculcado más de diez años de familia Simpson en vena y otros tantos de familia Griffin, grandes conocedores de lo auténticamente americano–; Reitero: LA FOX, esta vez en mayúsculas porque sí, porque yo lo valgo, ahora resulta que le mola –CUIDAAAAAO, como diría aquel: el rollito gay, la familia desestructuradamente rara, y el typical antiamericanismo. Se ve que ahora ser patriótico y tal es muy casual, lo que mola es ir a la contra, como aquí La Vanguardia, ya saben. Be hipster my friend. Resulta que eso a la Fox le pone. Y el dinero también (JÁ). Pero bueno, después de este pequeño preludio a la tragedia, y antes de que me vaya por los cerros de Wisconsin, como decía Francisco Umbral –toma referente retro– yo he venido aquí a hablar de mis series! (Él decía libro, ya lo sé, pero he acometido un apropiacionismo, que es muy guay, muy moderno, y me va muy bien para el resto del artículo. Lean, lean).
Todo empezó, al menos dentro de nuestras fronteras… –Parezco el abuelo del Werther’s original– con The Simpsons, en la década de los locos noventa –Por aquí veríamos Cruz y Raya, imagínense–. Una serie crítica y actualizada de cómo era y es el país de la libertad. Una familia a la que le permitían enseñarnos qué se cocía realmente en el día a día de una sociedad tan libertina –como les gustaría decir a aquellos cachondos ingleses del siglo XVIII–. El humor de la familia Simpson gozaba de una autocrítica y de una autoparodia desternillante, y aunque sigamos diciendo que nos reímos de América, la clave del éxito de esta fórmula reside en su universalidad, es decir, todos reconoceríamos a un Homer en América, en Pucela o, seguramente, en Kuala Lumpur. En retrospectiva, el germen de la “familia tipo” que tanto éxito le halabrado a la Fox, lo buscaría en los amarillos, como diría mi abuela.
Años después de este gran filón cómico, la Fox decide explotar algo así como “la familia Simpson Extreme”: Family Guy. Llegados a este punto es interesante ver cómo los Simpson con el tiempo, y los Griffin desde el principio, no dejan títere con cabeza. Incluso la mano que les da de comer acaba por los suelos. –¿Siempre que vemos a la Fox autoreferenciada no se los imaginan mordiéndose la lengua en plan “¡Piensa en el dinero, piensa en el dinero!”? –. En todo caso es fascinante a donde llega el poder del dinero, o el poder del humor, según se mire. Vuelvo a decir, para dejar constancia, que, a parte del dinero, lo que estas dos familias han conseguido es un hito en el mundo del humor. Han conseguido alzar una voz crítica no, lo siguiente, a través de una cadena conservadora como es la Fox. Soy del parecer de que el humor debe hacer sangrar, tanto al poder como a la tradición y cultura establecida para evitar que nos acomodemos como sociedad. El humor es un cabrón. ¡RÍANSE!
Entonces, ¿cuál es el siguiente paso para esta cadena tan cachonda, comprometida con la sociedad? ¿Emitir American Dad? ¿Un remake de Pipi Calzaslargas pero con unas calzas no tan largas? ¡No, hombre no, tampoco se pasen! La era Evax, el humor fino y seguro.
La comedia familiar está de moda, y algo tan absurdo, crítico y renovador como el humor de Shin Chan, Family Guy, The Simpsons o American Dad ya es mainstream, amigos. Ahora lo que le mola a los señores de la Fox es la “comedia actual”. Si hombre, ver en televisión –ese gran instrumento sociológico– la sociedad actual. ¿Que la homosexualidad está hoy más a la orden del día que nunca? Y, ¿Qué me dice? ¿Qué está bien vista y todo? Póngame un kilo, oiga. ¿Cuán alto es el índice de familias monoparentales? ¿Divorcios por doquier? ¿Me está diciendo que existe eso del vientre de alquiler? ¿Y la gente lo hace y tal? ¿Bebés no deseados? Póngame veinte kilos! ¿De qué? ¡DE TODO! Sí amigos, esto pasó. Lo trastearon un poco y ahora podemos disfrutar de Embarazada a los 16, Modern Family, The New Normal o Raising Hope. Bueno, y la serie que emitirán sobre los desajustes psicológicos de los hijos de Ted Mosby después de ocho años. De esa ya hablaremos, ya.
Debo decir, y no se me tiren a la yugular, que yo he venido aquí a hablar de mi libro a hacer apología de esa gran serie que es Modern Family. Sí, también veo Wipe out, Guay Paut y las reposiciones de Ana y los siete, pero ese será otro artículo. ¿Modern Family tiene un humor blanco? Sí. ¿Estamos hablando de una familia arquetípica dentro de la novedad? Sí. ¿Trata superficialmente los temas y encima tiene una maldita moraleja final? Sí, sí y sí. No obstante, en primer lugar tiene un factor formal importante, y es que bebe de una formula visual heredada de aquella fantástica telenovela de oficina que era The Office. El falso documental mola, eso es así. Y en televisión funciona de maravilla para explotar unos personajes tan bien definidos –Ojo, que no originales–. Exceptuando a Phil. Este hombre lleva el sentido de la serie a hombros. Y es que, como segunda virtud, es la única de las series actuales que nos ha regalado otro Homer prototípico. Es EL padre actual, el padre joven, los padres que están creciendo ahora. No me miren así, punto para la serie. Y lo más importante, el guión –¿guionistas? ¿Existen?– consigue llevar un ritmo endiablado. En una sitcom de estas características el ritmo del guión debe ser una montaña rusa, y, a mi parecer, la estrella fue Friends, seguido de How I met your mother. No obstante, estas tres familias consiguen supeditar el ritmo de los gags al del montaje, que junto a la dirección de la que hablaba antes convierte la serie en un festival del humor.
¿Que más nos ofrece nuestra cada vez más querida Fox? A mi parecer, ninguna novedad. No se innova a nivel formal, no tenemos ESE personaje que se queda clavado en nuestro córtex cerebral, no le veo ningún valor de fondo más allá de lo chocante o lo “súper fuerte” de la propuesta inicial.
Tenemos The New Normal, una película de Julia Roberts/Jennifer Anniston reconvertida en serie, un drama ñoño disfrazado de comedia con un Justin Bartha que más le valdría seguir de resacón en las vegas. Ah, oh, la pareja gay de turno, bien, ¿alguien en la sala de verdad se cree a estos dos? Luís Merlo en Aquí no hay quien viva tenía más gracia. También tenemos a la típica niña-lista-que-sabe-más-que-su-propia-madre. Y a partir de ahí, pues triángulos amorosos vengan a mí, tensiones sexuales no resueltas aguantadnos la serie.
En segundo lugar, Raising Hope, o como llorar por Greg García y volver corriendo a los brazos de nuestro amigo Earl. Una serie que podría haberse titulado “Mientras tanto, en la chabola de al lado de Earl…”. Señor García, cómo se lo diría de buenas maneras… ¡Es jodidamente lo mismo! Un humor sureño que no consigue arrancar con unos personajes que no se dejan querer. Claro que todo esto es subjetivo, para eso escribo yo el artículo y no aquel que quiera lincharme ahora mismo. Pero esa misma persona debe concederme que la serie se queda a la mitad de lo que consiguieron Earl y sus amigos. Después de dos temporadas sigo creyendo que Lucas Neff tiene una hostia en la cara que no se aguanta, no fastidien.
Dicho esto, no quiero decir que una serie para ser “aceptada” o buena deba beber directamente de la realidad. Me encantaría ver una serie sobre fontaneros espaciales del siglo XXXI, yo de solo pensarlo ya le doy un diez. Joder que pedazo de historia… En todo caso, me refiero a que cuando una serie conecta con su propio tiempo y espacio su simbología y su valor crece y eso es lo que hará que determinadas series queden arraigadas a su propio cuándo y dónde. Los Simpson abrieron la veda en los noventa, realmente el inicio de la era de la comunicación y la universalidad de los medios audiovisuales. Todo muy grunge, ya saben. Family Guy entró por la puerta grande junto al siglo XXI, no nos engañemos, la época del descaro, del internet para todo, de sexo, drogas y rock’n’roll en pantalla grande. ¿Quién lo ha sabido retratar mejor? Friends hicieron lo propio con la vida que hay después de la familia, esa época de “colegueo” y apartamentos que compartir. Y Ted Mosby y su séquito lo actualizaron a la actualidad. Ahora, lo miren como lo miren, esas familias, esos amigos, cuando pase el tiempo y cada cual tenga que formar su propia nueva familia lo más probable es que aparezca un Phil Dunphy. Así que, amigos, yo nombro sucesor oficial de nuestra época a mi familia moderna preferida. ¡Sed modernos, coño!