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Suelo escuchar que vivimos en un mundo en el que, cada vez más, somos incapaces de adquirir cualquier tipo de compromiso con el que está a nuestro lado. Que falta empatía. Que somos menos humanos. Que ya no tenemos paciencia para soportar las crisis. Que las relaciones y aspiraciones en pareja se pueden reducir a lo que se tarda o no en hacer un match en Tinder, o que el silencio entre dos personas se ha convertido en la forma más habitual de decir adiós. Todo eso está muy bien e intentamos convivir con ello como mejor podemos. Pero, de repente, el pasado 5 de enero, aparece en España The End Of The F***ing World (Netflix/Channel 4) y te hace pensar. A mí, al menos.
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Ya desde la presentación de su título imaginamos que la historia no tendrá un final feliz, o al menos no será una historia agradable y dulcificada. Creada para televisión por Charlie Covell y homónima al cómic creado por Charles S. Forman, la serie nos presenta a James, un adolescente de 17 años, autodiagnosticado psicópata, que dedicó parte de su infancia a matar animales por placer. Ahora, mientras observa desde su solitaria mesa de la cafetería del instituto al resto de sus compañeros, busca una presa mayor con la que saciar sus necesidades homicidas. Quiere dejar de matar animales para matar personas.
«Cuando tenía nueve años, mi padre compró una freidora. Un día metí la mano en ella. Quería obligarme a sentir algo» – James
Es ahí cuando aparece como por arte de magia Alyssa, una chica impulsiva y enfadada permanentemente con todo lo que la rodea. Alyssa acaba de reventar su propio teléfono móvil contra el suelo después de que una compañera de clase pasara en cadena algo que no le ha gustado. James ni tan siquiera tiene móvil. Ambos son unos outsiders de manual. La unión hará que sus mundos exploten. ¡Boom! Channel 4, madre de cosas tan interesantes como Utopía o No Offence en su máxima expresión.
En la primera media parte de la historia, nos encontramos de lleno con la oscuridad del entorno que rodean a los protagonistas. Ambos se sienten absolutamente desubicados, nadie les hace caso, y son un cero a la izquierda en el instituto, y en el caso de Alyssa, también en casa. Ahí descubrimos que Alyssa, muy bien interpretada por Jessica Barden, vive con un padrastro más preocupado de tener una oportunidad para meterle mano que de preguntarle por cómo ha ido el día, y con una madre que parece no querer ver lo que pasa bajo su mismo techo. James, por su parte, interpretado por Alex Lawther, vive con el dolor constante de haber asistido en directo al suicido de un ser querido. Más concretamente, el de su madre. Esto, a lo largo de los años, ha sido el principal motivo de sus trastornos sociales y pensamientos psicópatas. Dos personajes que no encajan y que no quieren continuar con la vida que llevan. Un puñetazo en la cara del padre de James y robar su coche, se les antoja como la única vía de escape posible a toda esa mierda que les rodea. Y lo hacen. Vaya si lo hacen.
“No sé dónde vamos o cuándo la voy a matar, pero le di un puñetazo en la cara a mi padre y le robé su coche. Creo que es un buen comienzo” – James
Ambos comienzan un road trip en el que tratarán de encontrarse a ellos mismos, de encontrar un motivo por el que realmente merezca la pena vivir y por qué no, enamorarse. Porque The End Of… también es una historia de amor, desafortunada, pero una historia de amor al fin y al cabo. Una historia sin tapujos entre dos adolescentes que empiezan a vivir, a conocerse, a acercarse a lo que realmente son. Empiezan a madurar. Un viaje que, por supuesto, no estará exento de problemas a medida que se vayan viendo sin medio de transporte, sin dinero propio, con un cadáver investigado por la policía, en el punto de mira de la justicia, con un atraco a una gasolinera…
El contrapunto adulto a esta historia lo ponen los personajes de Gemma Whelan (agente Eunice), Wunmi Mosaku (su compañera, la polícia Teri Donogue); Steve Oram (Phil, el padre de James); Christine Bottomley (Gwen, la madre de Alyssa) y Navin Chowdhry (Tony, padrastro de Alyssa). En ellos encontramos muchas similitudes con nuestros protagonistas. Aunque pertenecen a distintas generaciones, no saben bien hacia dónde van, viven un momento de mierda a nivel personal, no hablan claro sobre sus problemas…Se pone de manifiesto que quizá no haya tanta diferencia entre los problemas “de adultos” y los de los chicos, solo que estos han tomado una decisión que ellos serían incapaces de tomar.
Un viaje hacia adelante a nivel estético y narrativo
La serie, compuesta por ocho capítulos de una duración aproximada entre 18 y 22 minutos, está dirigida por Jonathan Entwistle y Lucy Tcherniak, y todo juega a favor de obra. A veces, la realización es oscura, mientras que en otras ocasiones, nos sorprende con planos de una belleza estética abrumadora dependiendo del momento de la historia en el que nos encontremos. Porque sí, en The End Of… hay sangre.
Llama mucho la atención el reiterado uso de planos en los que ambos personajes caminan hacia la cámara. La serie está repleta de ellos. Los personajes están en un proceso constante de madurez, de crecimiento y de pensamiento. Tienen un rumbo fijo: hacia delante. Literal y metafóricamente. Los flashbacks, al igual que los monólogos internos de ambos personajes, están introducidos de tal manera que no suponen una pérdida del ritmo. Entran y salen. Rápidos y cortos. Como la vida que viven James y Alyssa. Como la vida que probablemente estés viviendo tú.
Todos estos detalles hacen que The End of The F***ing World se vea del tirón. Uno detrás de otro. Como un viaje. Ese viaje en montaña rusa en el que una vez que te sientas ya no puedes bajar hasta que termine. Un viaje de tres (los protas y tú) acompañado de una maravillosa banda sonora compuesta, en su gran mayoría, por clásicos románticos en la que se incluyen temazos, como el maravilloso “Laughing on the outside” de Bernadette Carroll, “At seventeen” de Janis Ian, o el “Keep on running” de Spencer Davids Group.
Aquí puedes escucharla en Spotify:
La importancia de las personas
A lo largo de la serie, te das cuenta de que lo tiene todo, pero que a la misma vez, es difícil de definir. Es desagradable, adorable, violenta, amorosa, cariñosa, divertida, triste. Habla de amor, del dolor por la pérdida, del desengaño, de la relación entre padres e hijos, de la madurez, y también de lo difícil que es entrar en ella. No sabes a qué personaje querer más. En sus imperfecciones tienen algo que hacen que los quieras a medida que el viaje avanza. Y a veces ocurre que estás viendo algo en la pantalla que nos recuerda a nuestros propios momentos vitales. Quizás un primer beso, un primer polvo o las ganas de mandarlo todo al carajo y coger “carretera y manta”, que diría aquel.
A pesar de que he leído varios artículos asegurando que The End of… no es más que la serie de moda para los hipsters y los que viven en Malasaña, he comprobado que varios de los chicos y chicas de entre 18 y 24 años, con los que tengo bastante relación, la han devorado. ¿Por qué? Pues porque hay cosas de ellos, de lo que sienten, de cómo ven el mundo, de sus miedos, de sus alegrías… ¿Alguien les ha preguntado alguna vez por eso? ¿Alguien se ha preguntado porqué existen personajes como James y Alyssa? Quizá no escuchamos lo suficiente, ¿no?
Cuando terminé de ver The End of the F***ing World (aviso que si no la has visto completa, te puedo hacer algún spoiler) me quedé varios segundos como ido, mirando la pantalla en negro después de escuchar ese disparo. ¿Qué pasará después? ¿Habrá segunda temporada? Nadie lo sabe. Pero lo que realmente me había dejado tocado fue la reflexión final, el monólogo interior de James mientras corre huyendo de los tiros. “Acabo de cumplir 18 años y creo que lo entiendo. Lo que las personas significan las unas para las otras”. Quizá la cosa no está en que seamos menos humanos o insensibles. Quizá solo vivimos en un mundo tan rápido que nos pone muy difícil encontrar a ese James o a esa Alyssa que nos haga que seamos nosotros mismos. Aunque esa respuesta tiene que dársela cada uno, siempre estamos a tiempo de poner fin a nuestro propio f***ing World.