Comparte
Abuso, rebelión, tortura. Siendo muy esquemáticos éste es el patrón en que está inmerso El cuento de la criada casi desde su inicio. La cuarta temporada, que se estrenó por sorpresa este miércoles –en teoría estaba programado para el jueves–, no es una excepción. La serie reanuda la acción donde acabó la anterior temporada: June ha conseguido liberar un importante número de niños –acompañados de diversas Marthas– que ahora están a salvo en Canadá. Mientras, ella y un grupo de criadas siguen su croada para liberarse y acabar con Gilead. Pero, recordando los célebres versos de Ricky Martin, El cuento de la criada siempre es «un pasito pa’lante, un pasito pa’atrás», un eterno retorno que pone a prueba hasta el más paciente.
La sublimación de este esquema de funcionamiento llegó a su zenit seguramente en la tercera temporada, cuando muchos la acusaron de saturar a la audiencia con su extrema crueldad y su falta de dirección. Evidentemente, la cuarta temporada no es de repente y por arte de magia un lugar feliz. Es, eso sí, un poco menos soporífera que la anterior y plantea temas interesantes. Los dos primeros episodios colocan a June en un camino hacia la libertad que, conociendo la serie, sabemos que va a ser intrincado. Las criadas llegan a una granja segura gobernada por una esposa de apenas 14 años (Mckenna Grace) que, pese a formar parte de una clase social superior, ha sido víctima de violencia sexual. Esther Keyes, como June, está consumida por el ansia de venganza y ha asimilado la crueldad como modus operandi. A pesar de su dureza, se vislumbra algo parecido a un vinculado maternofilial entre la protagonista y la anfitriona.
https://www.youtube.com/watch?v=EzaPmcjrMus
La trama de la granja transcurre en paralelo a la de Canadá, donde los niños recién llegados han de acostumbrarse a una nueva vida y donde los Waterford siguen su batalla para recuperar a Nichole. A pesar que El cuento de la criada esta hecha a mayor gloria de Moss –quizás deberíamos empezar a plantearnos la necesidad de reducir esos primeros planos dramáticos y psedoumísticos–, Yvonne Strahovski sigue siendo uno de los grandes alicientes de la serie gracias a su interpretación de Serena, uno de los personajes más complejos.
‘El cuento de la criada’ es una serie sobre la violencia patriarcal, pero el incesante goteo de vejaciones llega a producir el efecto contrario al buscado
Cuando nos parece que la serie ha recuperado su pulso llega el tercer episodio, el primero de los tres de esta temporada que dirige Moss, para recordarnos algunos de sus elementos más cansinos. El capítulo vuelve a caer en las viejas tendencias de la explotación de la violencia –tenéis golpes y técnicas de tortura para todos los gustos–, pero no sufráis que June, como la elegida que es, siempre sobrevive. El cuento de la criada es una serie sobre la violencia patriarcal y, evidentemente, eso no se debe de esconder. Sin embargo, el incesante goteo de golpes y vejaciones puede llegar a producir el efecto contrario al buscado: hemos dejado atrás el sobrecogimiento y nos hemos instalado en el hastío. El episodio se cierra, además, con un giro de guion que de tan burdo roza el mal gusto.
Aunque son dos productos diferentes, viendo los tres primeros episodios de esta temporada no podía dejar de pensar en Una joven prometedora, una película que también ataca al heteropatriarcado y la cultura de la violación pero que desde el principio tiene marcada la dirección hacia la cual quiere ir (aunque su final suscite debate). En El cuento de la criada hace tiempo que perdimos el horizonte final y si seguimos adelante es por cierta confianza naif en que el sufrimiento que hemos aguantado hasta ahora tendrá una recompensa.
El cuento de la criada ha renovado por una quinta temporada y su creador, Bruce Miller, ha asegurado que, por el momento, no tiene planes para acabar la serie, siempre y cuando Elisabeth Moss siga vinculada al proyecto. Ante tal declaración de intenciones es inevitable preguntarse cuánto tiempo más puede June aguantar perrerías y cuánto tiempo más seguiremos acompañándola en este via crucis de final a todas luces funesto. Ha llegado un momento en que el mundo de Gilead me cabrea pero sobre todo me cansa. Como dice June en un momento de la nueva temporada: «Estoy lista para acabar».
Luz al final del túnel
A pesar de que se le han acumulado los defectos, en sus últimos episodios de la cuarta temporada la serie ha recuperado un poco de su pulso inicial. Si lo ha conseguido es porque, por una vez en la vida, ha dejado su movimiento de vaivén y ha tirado para adelante hasta llevar a June a Canadá.
Eso ha permitido dejar atrás el ensañamiento con la violencia y plantear tramas en que se habla del trauma y de la posible o no recuperación de las víctimas (eso sí, siempre con el gran repertorio de caras de sufrimiento de Elisabeth Moss). Después de estas largas cuatro temporadas, June tiene la oportunidad de enfrentarse a sus agresores y denunciar el infierno que ha pasado y eso, de alguna manera, es una de las pequeñas recompensas que los espectadores estábamos pidiendo.