Comparte
- “Nadie sabe con seguridad qué hay ahí afuera, por eso seguimos buscando. No pierdan la fe, viajen con esperanza. El universo los sorprenderá…constantemente.”
(Doctor Who)
Continuar el legado de Doctor Who es siempre una tarea por la que se empieza perdiendo. Los fantasmas de Tom Baker, Rose, Donna, David Tennant o los villanos clásicos parecen haber poseído a más de un fan, haciéndoles olvidar muchos puntos débiles de las ya idealizadas temporadas anteriores. Toca reconquistarnos y hacernos amar tanto sus aciertos como sentir cariño ante sus episodios mediocres. Es tiempo de regenerar.
Antes del Brexit el casting de Jodie Whittaker pareció romper Gran Bretaña en mil pedazos pero, quizás igual que éste, el gemido paleolítico quedó en nada. En uno de los indiscutibles aciertos de esta temporada, Whittaker se nos presenta desde el segundo cero como una Doctora empática, pacifista e ilusionada por vivir aventuras (adiós al cinismo de Capaldi) que no dejará que nadie sea infravalorado. Como el mediador moral intergaláctico que merecemos, esta Señora del Tiempo nos acerca a los matices de personajes que suelen escapar del dualismo bueno/malo, aunque por el camino pierdan también algo de carisma.
Chris Chibnall, el nuevo showrunner, entremezcla a la protagonista con un trío de acompañantes en un intento fallido de crear un contrapunto de drama coral. Aunque esta estructura genere personajes pulidos como Graham o geniales momentos de intimidad, acaba también por definir al resto del reparto por rasgos nimios y un fino maquillaje de personalidad: Yaz, la joven independiente que concilia sus valores familiares con las ganas de explorar el universo y Ryan, el joven que perdió a su abuela y tiene dificultades en el movimiento. Sin chispa ni iniciativa propia, la subordinación de éstos a la protagonista los convierte en eternos preguntones del último giro argumental que la Doctora explicará de manera brillante.
Con este desequilibrio entre genial protagonista y mediocres acompañantes, la nueva temporada se mueve en un asfixiante clima autoconclusivo en la que el loable intento de generar una nueva mitología tropieza con la falta de imaginación y los malos guiones. Aunque excepciones como “Los demonios del Punjab” o “Kerblam!” den resultados más que notables, la falta de continuidad acaba por herir el crecimiento de la serie. A esto hay que sumarle antagonistas sobreutilizados como razas soldado, pequeños y adorables seres letales, robots asesinos… clichés que pueden ser defendibles acompañados de un buen guion pero que son lanzados aquí sin el cuidado de antaño.
A pesar de la incapacidad de generar una trama al nivel de la temporada, hay un elemento humanista que acaba por prevalecer
Entre tanto alienígena olvidable encontramos diamantes en bruto poco explotados como la raza de los religiosos Unox, el Solitracto (entidad tan genial que podría sostener toda una temporada a sus espaldas), o los melancólicos Thijarian. Al estar envueltos en un cuidadísimo diseño, una producción excepcional y una banda sonora de altura de Segun Akinola, estas oportunidades perdidas parecen doler más profundamente, haciendo que la tristeza supere al enfado.
A pesar de la falta de equilibrio entre el desarrollo de ciertos personajes o la incapacidad de generar una trama al nivel de la temporada, hay un elemento humanista que acaba por prevalecer. Esa vocación por la resolución de conflictos a través del diálogo, la ilusión del descubrimiento o el subrayado de valores básicos como la defensa de las minorías hacen que siga siendo una nueva temporada de Doctor Who. Sin Daleks, con un destornillador sónico que debe estar quedándose ya sin pilas o una Tardis que apenas hemos visto, Jodie ha llegado todo lo lejos que ha podido, que no ha sido poco.
Más allá del especial de año nuevo queda un tiempo de pausa y reflexión que puede ayudar a reconducir los errores de la serie y darse cuenta de que ya entiende lo más importante: Doctor Who no trata sobre enrevesados puzzles temporales protagonizados por superdotados hombres mordaces, sino sobre el viaje, las maravillas y tragedias que vivimos en el camino y la gente que nos acompaña.