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Los títulos de crédito de Inseparables (Alice Birch, 2023) dejan bien claro que no estamos ante una nueva adaptación de Twins, la novela de Bari Wood y Jack Geasland basada en la historia real de los gemelos Stewart y Cyrill Marcus. Antes al contrario, el último trabajo de Alice Birch se anuncia desde los créditos como una versión seriada de la película firmada por David Cronenberg en 1988 basada en aquel libro.
La asunción de tan imponente legado nos lleva a preguntarnos cómo ha desarrollado la creadora/adaptadora de Normal people esta transposición entre formatos. Es decir, qué tipo de diferencias encontramos entre aquella obra de Cronenberg, que alcanzaba los 115 minutos de duración, y la reformulación presentada por la guionista de Lady Macbeth que se prolonga hasta las casi seis horas. Diseccionar esta nueva Dead Ringers puede servirnos para indagar entre las diferencias entre cine y teleficción, pero también para rastrear las similitudes que hermanan las dos propuestas que, como veremos, no son pocas.
La guionista británica aplica sustanciales modificaciones sobre la primera adaptación escrita por David Cronenberg y Norman Snider. Empecemos por lo evidente, el cambio de género.
Abandonar la perspectiva masculina incorporada por Jeremy Irons en favor del protagonismo de una Rachel Weisz no menos brillante conlleva la introducción de notables variaciones asociadas a lo femenino. En la película de 1988, el conflicto que causaba la ruptura entre los gemelos Mantle, ginecólogos ilustres de muy distinta personalidad que vivían en una suerte de régimen mancomunal, se producía cuando Beverly encontraba el amor y se despegaba de su hermano. La tragedia irrumpía cuando el gemelo tímido descubría el frío desamparo que galvaniza las intemperies emocionales. El desencuentro amoroso lo lanzaba a una espiral de drogadicción, la dependencia afectiva manifestándose a través del consumo de barbitúricos, a su vez llamada de socorro para que su hermano Elliot acudiese en su ayuda.
Ni Birch ni su equipo de guionistas, compuesto única y exclusivamente por mujeres, se arredran a la hora de plantear el debate entre neocapitalismo y maternidad
En la reciente revisión de Birch, el conflicto, aun manteniendo esa necesidad de socialización emocional, es muy otro. Las gemelas Mantle – al igual que sus antecedentes masculinos – son idénticas y muy distintas. Beverly es tímida, concienzuda y racional; Elliot es desvergonzada, caótica e intuitiva, como si cada una estuviese dominada por un hemisferio distinto del cerebro (la serie, en esencia, dual y la propia Birch la describe como “oscura y divertida, retorcida y camp, sexy y subversiva”). Las dos lo comparten todo: casa, trabajo y amantes. Excepto una cosa. Beverly quiere ser madre. Primero en solitario, después junto a Genevieve (Britne Olford), la actriz de la que se enamora. Y ahí estalla todo.
Ahí descubrimos que su profundo amor fraternal es insostenible. Solo que toda su vida, pasada, presente y futura, se ha organizado en torno a esa idea autárquica y abrirse al exterior o dejar que cuerpos extraños penetren en la mullida burbuja fraternal supone una catástrofe. Si en la película de Cronenberg los gemelos Mantle se asociaban a la figura de los siameses, en la versión de Birch cabría hablar de una especie de mitosis en abyme, de la pervivencia a través de las dobles figuras (gemelos hijos de gemelos nietos de gemelos, …).
Sin embargo, más que la trama principal, ese cambio de género transforma toda la red de líneas argumentales secundarias, en tanto en cuanto las Mantle buscan inversores que financien la apertura de centros de maternidad tutelados por ellas para mejorar las condiciones de gestación y parto de las futuras madres (lógicamente, a mayor longitud, más tramas y más personajes).
Si bien Birch modifica el conflicto principal que atraviesa el guion de Cronenberg y Snider, lo que de verdad le permite el giro femenino es abordar problemáticas apenas insinuadas en el filme precedente a través del personaje de Claire (Genevieve Bujold). Maternidad subrogada, abortos espontáneos, tratamientos de fertilidad extremos, mercantilización del útero, rentabilidad ginecológica, maternidad indeseada e inasumible … Ni Birch ni su equipo de guionistas, compuesto única y exclusivamente por mujeres y con Rachel Weisz detrás de buena parte de la toma de decisiones, se arredran a la hora de plantear el debate entre neocapitalismo y maternidad.
De hecho, el caso Ana Obregón resuena con inusitada fuerza en una magnífica secuencia del episodio piloto en el que la contratante de una madre subrogada exige que se le aplique a ella el título de paciente, en lugar de a la mujer embarazada que está pasando la revisión (!).
La incorporación al relato de tan suculentos dilemas deriva en una obra mucho más hablada que la original (¿otra consecuencia adscribible a la longitud serial?). Son frecuentes las cenas (ya sean de negocios o familiares) en las que se abordan de manera directa todas estas cuestiones. Sucede que, allí donde en la película de Cronenberg era el espectador el que debía unir la línea de puntos para completar el esquema mental que explicaba el conflicto de los Mantle, aquí son los diálogos explícitos los que terminaran por aclarar(nos) lo que les sucede a las gemelas.
‘Dead Ringers’ posee una hibridación estructural sumamente compleja que mezcla con naturalidad la arquitectura del capítulo encapsulado con el andamiaje serial
Tengan cuidado con la argumentación anterior porque puede inducir a error. Inseparables trata todos los asuntos anteriormente expuestos y lo hace, en no pocas ocasiones, desde la oralidad. Eso no supone ningún problema, más aún cuando va acompañado de un montaje agresivo, en consonancia con el sustrato dramático, como el que orquesta la secuencia de la cena familiar (capítulo 5). El problema viene cuando esa tendencia expositiva a través de la palabra se torna la única solución para cerrar tramas, algo que se observa muy claramente en el último tête à tête entre las hermanas en el que los sentimientos se verbalizan en exceso (“no creo que sea capaz de ser feliz”) cuando el espectador ya es plenamente consciente, a raíz de las decisiones que toman Beverly y Elliot, de cuanto les atribula.
Para anabolizar la propuesta original y convertirla en televisión, Birch necesita añadir otras subtramas cuyo funcionamiento se demuestra irregular. Dicho esto, la longitud final de la serie no se antoja caprichosa, los contratiempos proceden más de ciertas resoluciones que de su ingenioso planteamiento. Los arcos capitulares poseen una tensión por momentos difícilmente soportable (y lo decimos en el mejor de los sentidos posible), mientras que las tramas horizontales bien flirtean con el oportunismo, bien apenas rebasan la categoría de apunte. No obstante, conviene señalar que Dead Ringers posee una hibridación estructural sumamente compleja – algo más o menos habitual desde la llegada del streaming – que mezcla con naturalidad la arquitectura del capítulo encapsulado con el andamiaje serial que representa la evolución laboral/emocional de las Mantle.
Por ejemplo, el cuarto episodio, con la visita de los padres para la celebración del cumpleaños, funciona de forma autónoma. Un huis-clos en el apartamento neoyorquino de las gemelas con ambientadores cargados de salfumán colapsando el aire y los rencores familiares largamente guardados en el termo de café de la animadversión servidos en caliente. Esas miniaturas consagradas al sadismo, siempre aderezadas con un oportuno humor negro, son constantes. La más arriesgada quizá sea la presentación, ¡en el penúltimo capítulo!, de Silas Jordan (Ntare Guma Mbaho Mwine), un premio Pulitzer caído en desgracia por su mala cabeza (me refiero a la que tiene entre las piernas) contratado para trazar un límpido perfil de las hermanas que luego aparecerá en los medios más reputados.
Su arco narrativo, que se prolonga hasta al capítulo siguiente, es una demostración más de que los guiones no temen mezclar lo autoconclusivo con lo serial, ni crear estructuras móviles que entran muy tarde (el caso de Silas), ni utilizar recursos de manera puntual (como es el caso de los flashbacks, pero también de los flashforwards: más tramas, nuevos personajes y figuras narrativas que no aparecían en la versión cinematográfica). Y son esas tramas – su concisión les da potencia – las que se resuelven mejor que otras líneas secundarias como la protagonizada por Greta (Poppy Liu), la enigmática asistente (un personaje que se nos vende como una villana secundaria de thriller policiaco, ¿o quizá una fetichista?, para terminar siendo una artista plástica) o la que vincula a Elliot con el asesinato de una vecina (lo más chapucero del show, no por el crimen en sí, sino por el uso oportunista – e inverosímil – que se hace de él).
Pese a esos desajustes, la composición general de la serie exige de cierta perspectiva para comprender su ambición. Si uno dispusiera el desarrollo de los episodios sobre un panel, vería como Inseparables posee un diseño especular con rimas entre los capítulos 1 y 6, 2 y 5. En el piloto asistimos a un pitch (que bien podría ser el mismo que se hizo para vender el proyecto) en el que las gemelas quieren convencer a sus futuras inversoras. En ese mismo episodio, Elliot sustituirá a Beverly para seducir a Genevieve– nótese aquí el claro homenaje al filme de Cronenberg y al director canadiense en general: el personaje se llama como la actriz que encarnaba el rol femenino en la película de 1988 y, además, se ha tornado enormemente popular porque está protagonizando una serie titulada Rabid, como la película homónima que Cronenberg firmó en 1977.
La óptica femenina encuentra en el alumbramiento y en la violencia obstétrica los motivos temáticos para desarrollar un trabajo visual que tiene poco que envidiar al de Cronenberg
En el capítulo final, y sin ánimo de excedernos en la descripción, esa sustitución entre las Mantle será total y completa, y también veremos como aquel pitch inicial culmina en la consecución de un premio. Las partes segunda y quinta se ordenan a partir de dos reuniones de negocios en las mansiones de los inversores y su desarrollo basado en la tensión in crescendo para terminar en un estallido final más o menos violento es muy similar. Los episodios centrales (3 y 4) relatan la quiebra de Elliot en el instante en el que Beverly decide iniciar una relación seria con su pareja y ‘abandonarla’.
La óptica femenina de la producción de Prime Video encuentra en el proceso de alumbramiento y en la violencia obstétrica los motivos temáticos para desarrollar un trabajo visual que tiene poco que envidiar al de Cronenberg pero que se rige por otras claves. La colorimetría plagada de azules acerados y grises dominaba las composiciones del cineasta canadiense (el rojo como contrapunto emocional, la manifestación cromática del horror), cuyo exigente trabajo con el plano/contraplano servía para establecer las diferencias de carácter, inquietudes y ambiciones entre los dos hermanos. Baste señalar el significativo plano secuencia situado en la delirante parte final para evidenciar la sincronización de los gemelos (revisen la película y comparen la ‘rígida’ planificación anterior con esa toma en continuidad de inspiración musical para entender el cambio que opera en los protagonistas y en la puesta en escena).
En la versión 2023 el encargado de fijar la pátina visual es Sean Durkin, quien, si bien no renuncia a asimilar determinados tropos cronenbergianos, opta por una estética más barroca. La introducción de la maternidad como semilla del conflicto y de la reproducción gemelar como translación física respaldan el uso del reflejo como motivo visual recurrente, no solo desde una óptica meramente superficial, sino, sobre todo, para mostrar la personalidad escindida de las hermanas Mantle. Su ethos complementario les impide emprender una vida en solitario, existe una división de habilidades sociales que las hace inútiles para desenvolverse de manera autónoma. Ese tratamiento visual especular rima con la propia estructura narrativa de la serie y con la conducta de sus protagonistas. Y, en ese sentido, la coherencia resulta impecable.
Por lo demás, el director de la perturbadora Martha Marcy May Marlene (2011) y el resto de realizadores, entre los que además de Lauren Wolkstein y Karena Evans figura Karyn Kusama (La invitación), también saben remozar la gramática de Cronenberg, señalando la hostilidad y las distensiones entre las gemelas mediante la interposición de barreras entre ellas cuando hay tirantez o suprimiéndolas cuando hay avenencia (las secuencias en el interior del ascensor son muy significativas a este respecto).
Ahora bien, si por algo destaca Inseparables es por esa concepción ciclotímica que la faculta para ser, al tiempo, deliberadamente delicada – y aplicar el diseño uterino a los encuadres – y explícitamente sangrienta. El giro femenino trazado por Birch no renuncia a la atmósfera enfermiza de su predecesora. De hecho, estamos ante una propuesta más sórdida y más oscura, también más explicativa, pero, sobre todo, tremendamente interesante.