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Las segundas partes siempre fueron buenas
O al menos en este caso. Cuando en 2021 se estrenó la miniserie dramática Condena, su recibimiento por parte de crítica y público no dio lugar a dudas: estábamos ante una de las mejores propuestas de ficción televisivas del año. Protagonizada por Sean Bean y Stephen Graham, la serie nos mostraba las vidas de dos hombres unidos por un espacio común: la cárcel.
Condena se las apañó para que, en tres capítulos de una hora, se nos presentaran de forma magistral, diferentes fragmentos de la vida y circunstancias de sus dos protagonistas: Eric McNelly (Graham), un decente guardián de prisiones chantajeado por diferentes presos que saben que su hijo está cumpliendo condena en otro lugar; y Mark Cobden (Bean), un ciudadano respetable, padre de familia y profesor al que le cambia la vida cuando atropella a un hombre y es condenado a cuatro años por ello. La serie, no solo conseguía esquematizar de forma brillante el funcionamiento interno del sistema penitenciario británico; sino que nos planteaba de forma constante diferentes problemáticas éticas y morales de difícil respuesta. Ni los buenos son tan buenos, ni lo malos son tan malos.
Las recompensas no tardaron en llegar (la BBC pocas veces falla) y Condena se hizo con el Bafta a mejor actor (Bean) y el Bafta a mejor miniserie del año. Algo que seguramente generó de forma inconsciente la posibilidad de un reto creativo para su creador, Jimmy McGovern: ¿es posible hacer una segunda parte a su altura? Tarea complicada. Pero no imposible.
Ellas mandan
En esta segunda parte, McGovern, en su compromiso por brindarnos una experiencia fiel a su nuevo enfoque, ha reclutado como co-guionista a Helen Black (Vida y muerte en un almacén) para centrar su atención con cierto conocimiento de causa y mimo, al estado y las dificultades que tienen que afrontar las mujeres en prisión (¿se plantearía un guionista masculino cómo sería que te baje la regla en la cárcel cuando no tienes productos sanitarios? ). Llevar a cabo tal hazaña no iba a ser fácil, pero contar con un vehículo pilotado por tres espectaculares protagonistas, ayuda. En esta nueva temporada, Condena decide dejar en un segundo plano a los funcionarios de prisiones para seguir a tres reclusas y mostrarnos las relaciones que se establecen entre ellas y el espacio.
Una de estas tres mujeres es Orla (Jodie Whittaker), a quien vemos por primera vez metiendo prisa a sus hijos a la hora del desayuno para que, sin que nadie lo sepa, ella pueda ir a comparecer ante el tribunal tras ser acusada de manipular el contador de la luz (“fiddle the leccy… everyone says you don’t get sent to prison for that!”). Las cosas se complican cuando es declarada culpable y se la llevan directamente a prisión para que empiece a cumplir una condena de seis meses. En ese momento la única preocupación real de Orla es que alguien vaya a recoger a sus hijos del colegio.
Todas se ven atravesadas por un conjunto particular de problemas creados en el exterior y agravados por su estancia en prisión
En la furgoneta que la lleva a prisión también viaja Kelsey (Bella Ramsey, quien por fin recupera su acento nativo después de luchar contra el cordyceps en The Last of Us), una chica con historial previo en la cárcel y adicta a la heroína a la tierna edad de 19 años. Como en las cárceles de mujeres no hay registros ‘exhaustivos’ si no hay una sospecha razonable, Kelsey puede seguir consumiendo durante unos días antes de volver a la metadona. Pero nada más entrar, descubre que está embarazada de su novio traficante y abandona la idea de abortar cuando la imponente y misteriosa Abi (Tamara Lawrance) –tercera presa en cuestión– le comenta que los jueces suelen ser más benévolos con las mujeres embarazadas. Esta noticia, no solo le da una razón más para desintoxicarse, sino que también le ofrece la posibilidad de acceder a una plaza en la unidad materno-infantil.
Aunque al principio no lo sabemos, Abi es la única que ha cometido un crimen violento. Ella será el equivalente más cercano al personaje de Bean en la primera temporada: una prisionera de clase media que se enfrenta a prisión (en este caso cadena perpetua) mientras lucha contra la culpa, la imposibilidad de redención y su propio dolor. Una mujer acusada de ser una «mata bebés» que termina convirtiéndose en una víctima más cuando se conoce su verdadera historia. Su personaje funciona como chivo expiatorio de todas las mujeres que habitan su modulo. Aquella con quien pagar la rabia y las penas. El espejo.
Tres mujeres radicalmente distintas unidas por un hilo muy fino; atravesadas por un conjunto de problemas creados en el exterior y agravados por su estancia en prisión contra los que tendrán que luchar a capa y espada mientras se ven inmersas en un mundo desconocido y hostil.
Culpables e inocentes
Más allá de sus magistrales interpretaciones, lo más interesante de Condena es su reflexión sobre la culpabilidad. Se deja atrás la amenaza física constante que acechaba a los hombres en la primera parte, para sustituirse por el sufrimiento psicológico que acarrean las mujeres encerradas y como esto ramifica apuntando directamente a sus familias.
La serie no justifica los daños, pero se toma la licencia de hacer preguntas. De hacernos mirar a la cara una vez más a esas mujeres, explicándonos sus circunstancias y obligándonos a ver más allá de lo visible. Hay madres que pierden a sus hijos, sus hogares y sus trabajos – que apenas les daban para sobrevivir y que a menudo les llevó a delinquir–. Hay mujeres atrapadas relaciones tóxicas. Hay quien bebe para olvidar. Y hay quien no supo hacerlo mejor.
Esta segunda parte está dominada por una fuerte conciencia social que nos ofrece un antídoto contra las estadísticas y los titulares
McGovern y Black no las convierten en inocentes, pero sí ponen todo el énfasis posible en remarcar que la mayoría de ellas son encarceladas por delitos menores no violentos (como el de Orla, que seguramente no llevaría a un hombre a prisión), o como resultado de verse obligadas a cometer ilegalidades por personas externas que las manipulan y controlan.
Condena remarca una realidad incómoda de la que muchas veces rehuimos: la población que habita las cárceles no es un monolito homogéneo que se mueve y respira como uno solo. En esos espacios conviven todo tipo de personas que han hecho todo tipo de cosas, voluntaria o involuntariamente, rodeadas de unas circunstancias muy específicas.
Dominada por una fuerte conciencia social, Condena nos ofrece un antídoto contra lo números, las estadísticas y los titulares sobre criminales. Nos encontramos a nosotras mismas preocupándonos por personas presas a pesar de tener pleno conocimiento de sus crímenes; reflexionando sobre nuestras ideas preconcebidas y prejuicios sobre aquellas que habitan dentro.
Una puerta entreabierta a la posibilidad del perdón y la reforma. Quizás ese sea el único camino. Quizás el monstruo real esté ahí fuera.