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Viernes, 8:35 am. Empieza el mayor atraco con rehenes de la historia de España. ¿El objetivo? La Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. ¿El botín? Dos mil cuatrocientos millones de euros. Bajo el lema «Entregarse no es una opción», empieza el juego en La casa de papel, la última ficción española (Atresmedia) que demuestra que hay talento de sobra para hacer productos de altísima calidad.
En esta serie coral, el peso recae en más de una decena de protagonistas que, a lo largo de quince capítulos, nos muestran cómo el golpe se ejecuta en algo menos de una semana, pero gracias a los flashbacks vamos conociendo cómo se ideó durante años y se preparó detalladamente durante meses. Y es que el atraco no consiste en robar la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre sino en fabricarse el propio dinero ellos mismos mientras están encerrados en el edificio. Visto así, no hay agraviados ni perjudicados porque no se roba el dinero de nadie. Además, la primera regla del atraco es que no haya heridos. Por lo tanto, ¿los asaltantes de La casa de papel son atracadores o héroes?
Los ocho atracadores, con nombres de ciudades que ocultan sus verdaderas identidades, están liderados por una mente pensante, la del Profesor (interpretación excelente de Álvaro Morte) a la que no se le escapa detalle y sorprende capítulo tras capítulo. Como personaje antagónico, la inspectora de policía Raquel Murillo (una correcta Itziar Ituño) que intenta liberar a los rehenes retenidos dentro de la Fábrica, a la vez que entra en un interesante doble juego mental con el Profesor, mientras el objetivo es abortar el plan que está siendo ejecutado por Tokio (Úrsula Corberó), Moscú (un conocido Paco Tous) y su hijo Denver (un carismático Jaime Lorente), Nairobi (Alba Flores), Río (Miguel Herrán), el dúo del este Oslo (Roberto García Ruíz) y Helsinki (un convincente Darko Peric), y Berlín (la gran revelación de la serie, Pedro Alonso).
Ha quedado atrás la época de buenos contra malos, ahora las series tienen personajes complejos, que se mueven con soltura y rapidez en una extensa escala de valores
La serie nos posiciona en el lugar de los atracadores y, mientras cada uno de ellos tiene unas habilidades por las que ha sido escogido, los espectadores somos el décimo atracador, el silencioso y que todo lo ve. Pero ¡cuidado! somos un atracador más, pero no somos el Profesor. No lo sabemos todo. Y eso permite que la serie juegue con nosotros sin que nos sintamos engañados. Formamos parte del atraco y nos regodeamos de satisfacción cuando la policía va un paso por detrás aunque vibramos cuando parece que nos puede dar caza. La casa de papel nos sorprende muy a menudo: los giros inesperados, las inteligentes situaciones, las formas de escaquearse, las escenas de acción y la mente creativa del Profesor para salvar situaciones es lo que nos mantiene enganchados.
“Ya no sé quiénes son los buenos y quiénes son los malos” dice la inspectora en un momento de la serie. Ese es el juego constante. Ha quedado atrás la época de buenos contra malos, ahora las series tienen personajes complejos, que se mueven con soltura y rapidez en una extensa escala de valores, no reducida a blanco-negro. Por eso, la ambigüedad moral de los personajes, de las situaciones e incluso de los acontecimientos es una constante en cada capítulo.
El amor, el deseo, las relaciones familiares, el síndrome de Estocolmo, el instinto de supervivencia, las interacciones entre atracador-rehén, la maternidad en sus diversas formas, los juegos de poder, la egolatría, la ambición, el altruismo, el deseo de protección, la venganza, la lealtad e incluso el humor… Todo esto que está presente en la vida real, en esta serie se concentra de forma intensiva: relaciones profundas enmarcadas en espacios físicos reducidos que provocan su exaltación. Este es el escaparate que nos muestra La casa de papel y que, desde el capítulo uno, lo que hacer es ir in crescendo en cuanto a trama, acción, suspense y calidad interpretativa hasta eclosionar en un final espectacular, a la altura de las expectativas.
Esta es una serie cerrada, coherente hasta en el más pequeño detalle, con una dirección ejemplar, un guión de calidad y una fotografía simplemente soberbia que es imposible obviar. A través de la pantalla, se agradece esa visión cerrada de los acontecimientos con todo planeado, como si hubiera sido el mismo Profesor el que la hubiera concebido, porque eso permite apreciar detalles a lo largo de los quince capítulos que acaban encajando con soltura, como piezas de puzle. Cierto es que algunas escenas o situaciones están cogidas “por los pelos” (a buen entendedor…) pero la alta calidad de esta serie disculpa esas pequeñas licencias dramáticas menos verosímiles.
Álex Pina, el cerebro de la serie, arriesga y muestra todo su potencial poniéndolo encima de la mesa
Porque si el Profesor es el cerebro del atraco, Álex Pina es el cerebro de la serie. Creador, productor ejecutivo y guionista, Pina ha estado detrás de muchas series de renombre españolas como Periodistas, Los Serrano, Los hombres de Paco, El Barco y la antecesora de La casa de papel, Vis a Vis. De hecho, esta última ya supuso en su momento una revolución en cuanto a contenido y forma de hacer series en España, pero ahí enseñaba sólo la patita. La casa de papel ha sido la consolidación. Y no ha sido casual: durante más de veinte años, Álex Pina trabajó bajo el paraguas de Globomedia; ahora, a cielo abierto, por su cuenta, independizado y con su propia productora Vancouver Media, Pina da un salto al vacío, arriesga todavía más y muestra todo su potencial poniéndolo encima de la mesa. Esa apuesta es La casa de papel. Apuesta ganada.
En esta serie coral hay pesos pesados de la ficción televisiva como el veterano Paco Tous, correctísimo y solvente con su Moscú, y un joven pero ya experimentado y sólido Álvaro Morte, como Profesor que se crece en su rol capítulo tras capítulo. Su papel tiene importancia desde el principio, pero su excelencia como actor se va desplegando implacablemente durante los catorce capítulos siguientes. El descubrimiento ha sido un Pedro Alonso impecable que ha dotado a Berlín de una personalidad única e incluso se ha erigido en único protagonista en varios momentos porque se ha comido al resto, interpretativamente hablado. Berlín ha removido sentimientos, ha sido odiado, respetado, y admirado por nosotros, los atracadores en la sombra, ha sido coherente y a la vez ha evolucionado como personaje. ¿Qué más se puede pedir? Pues la misma calidad interpretativa en el resto de personajes.
Los actores con más trayectoria han actuado como pilares de las interpretaciones más jóvenes y noveles que aún están despuntando como las de Jaime Lorente con su alocado Dénver, Miguel Herrán en el papel de Río o una reciente Clara Alvarado como Ariadna. Pero, en La casa de papel, Alba Flores como Nairobi convence siendo simplemente una versión suavizada de su Saray de Vis a vis, no aporta mucho más. Y debería. María Pedraza, el corderito de la serie, quizá por ser demasiado novel, es poco creíble en su papel de Alison Parker y, a pesar de no ser su primer trabajo interpretativo, se muestra muy limitada para hacer frente a la intensidad que pedía esta propuesta televisiva.
Finalmente, Úrsula Corberó -voz en off- es la encargada de que Tokio en muchos momentos lleve ella sola el peso narrativo de la serie y defrauda. Como espectadores queremos que las emociones traspasen la pantalla, anhelamos emocionarnos, reír, odiar, gritar, sentir la tensión y la fuerza… Eso es disfrutar de una serie, que no nos deje indiferentes. Y me niego a creer que un actor o actriz no tenga un arsenal de recursos para conseguirlo mediante el uso de todas las capacidades de su voz, su cuerpo y su gestualidad. En cualquier caso, la sobreactuación, los aspavientos, los ademanes casi epilépticos para transmitir intensidad, incluso los gritos… no siempre consiguen ese efecto. Corberó desdibuja en ocasiones a una Tokio que debería ser impulsiva, autosuficiente, rebelde, aunque muy cerebral y emotiva, pero queda retratada con su actuación deficiente como una atracadora histérica, dependiente, incongruente y que toma decisiones inconscientes movida por su egoísmo. En este caso, el trabajo de Úrsula Corberó perjudica el complejo personaje de Tokio, que se percibe prácticamente caricaturizado.
Parece ser un mal común, e inexplicable, los problemas de dicción de muchos actores españoles, veteranos y noveles
Un detalle más: desde hace años parece ser un mal común, inexplicable, la existencia de verdaderos problemas de dicción de muchos actores españoles, veteranos y noveles. A la que se grita, se llora o se susurra, la vocalización de muchos actores se va por la puerta de atrás y el espectador no sabe si ajustarse el sonotone o presuponer las palabras dichas y continuar a partir de ahí. Lamentablente, en La casa de papel no se ve un avance cualitativo en este sentido.
Millones de euros fabricados. Más de 125 horas de atraco (no saquéis la calculadora, eso son más de 5 días), decenas de rehenes trabajando a destajo y un escenario principal, la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. ¡La continuidad es obligatoria! No le quita mérito a la calidad del producto pero que los fallos de raccord están presentes en La casa de papel… lo están. Después de cinco días de atraco ver el pelo limpio y peinado y con unos rizos definidos de algunas rehenes femeninas chirría, la manicura perfecta de otras después de trabajar con pico y pala también chirría, unos monos de trabajo de rehenes con apenas tres o cuatro ronchas de polvo… escama todavía más. E incluso en un mismo capítulo incongruencias de vestuario entre escenas. Sí, había monos de trabajo de sobra pero el fondo de armario tampoco era ilimitado. Y todavía recelamos más a las personas que nos viene a la mente un motín anaranjado en la prisión de Litchfield (Orange is the New Black) donde incluso las Flarizza después de 24h de encierro lucían divinas pero con signos muy visibles del encierro en cuanto a suciedad, sudor, dejadez y cansancio. En la ficción española, ha faltado realismo y más cuidado en estos detalles.
¿Sabéis cuando se acostumbra a decir que la banda sonora de una serie o película es un personaje más? Idea, por otro lado, bastante manida por lo recurrente. Bien, aquí no. No sólo…. La presencia musical en La casa de papel es el marco perfecto que encuadra personajes, momentos vividos, escenas de acción trepidantes, relaciones intensas pero, de repente, de forma disimulada, gradual y taimada, la banda sonora se apropia de toda la escena. No es una protagonista más, sino que, se apropia de los acontecimientos pasando por encima de los propios personajes. En ciertos momentos, la música explica por sí sola, emociona por sí sola, ejemplifica, transmite y representa la trama de ese momento. Por sí sola.
Un corridito mexicano es una elección perfecta para un Moscú ya entrado en años y de la vieja escuela, mientras que el reggaeton más machacón y sexual se les atribuye a las dos únicas chicas jóvenes de la banda, frívolas a momentos, insinuantes de vez en cuando… Una interesante versión aflamencada de un poema de Lorca, ‘Verde que te quiero verde‘, es la opción perfecta para una gitana de raza como Nairobi, encargada del control de calidad del dinero, amarillos los billetes de 50 €, pero verdes los de 100 €. Y, por último, la canción por excelencia de la serie y no, no es la cabecera. Es una versión intensa y dramática de la canción antifascista italiana ‘Bella ciao‘, un canto a la Resistencia que ensalza el coraje, el esfuerzo, la unión y la lucha. Una lucha constante y feroz en esta serie. Una canción que solo está presente en dos momentos en los quince capítulos. Dos momentos clave, en los que ella sola se apropia del espectador para conmoverlo.
Con La casa de papel, las series españolas han dado un golpe en la mesa y piden jugar en las grandes ligas y, hoy por hoy, este es el ejemplo de que nos acercamos a la calidad de las grandes series, si no la hemos alcanzado ya. Este es el camino.