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Decía García Lorca que el teatro es el barómetro que marca la grandeza de un país. No creo que sea el único barómetro para descifrar tal clave, pero sí que definía y define (como pocos), las señas de identidad de una nación. Pero, hoy en día y por encima de cualquier arte, lo que define las señas de identidad de un país es la ficción televisiva. Las series nos cuentan cómo somos y, cada vez más, el nivel cultural e industrial del país donde se hacen. Sus señas de identidad. Para bien o para mal.
En este sentido, Babylon Berlin es una serie que no solo habla de Alemania, sino de un momento histórico clave en Europa. En la de los años 20 del siglo pasado, esa calma que vino de una tempestad y fue prólogo de otra, que ha marcado nuestra civilización de manera indeleble. Por eso Babylon Berlin, no habla solo de Alemania. Habla de Europa y, de paso, llega para formar parte de esas series que demuestran que en el viejo continente se hace una ficción capaz de competir con la industria más potente del mundo: los EEUU. Es decir, es doblemente Europa.
Sin contar con la BBC (origen de tantas cosas y aún estelar en el presente), los países nórdicos ya han mostrado su potencial con series como Forbrydelsen, Bron/Broen, Okkupert, Nobel, Jorkstodt… Italia ha aportado Romanzo Criminale, Gomorra o 1992; Francia, Baron Noir, tras Engrenages, Braquo y Les Révenants (esencialmente su primera temporada), Bélgica, la excelente Beau Séjour; Y The Young Pope rezuma Europa por los cuatro costados con Sorrentino a la cabeza. Coproducción que junta el capital y el talento USA con el italiano, el inglés, el francés y el español, mostrando un planteamiento de mercado que será clave cara al futuro de la ficción seriada.
Es de esperar que la Unión Europea sepa ver la riqueza de su industria televisiva y legisle no solo a favor de su crecimiento sino también de su visibilidad cara al espectador europeo. Y que los europeos podamos ver series europeas. Tal vez, si en Bruselas vieran series como Babylon Berlin, se darían cuenta de que Europa tiene un tesoro y todavía no se han dado cuenta.
Quiénes somos y de dónde venimos
Quien haya leído hasta aquí se habrá dado cuenta que, entre las series de vanguardia actual no he citado ninguna serie española. La razón es que me dedico a hacer series y hace tiempo que decidí que, cuando escribiera del tema, no lo haría de las nuestras. No se debe ser juez y parte ni sacar un córner y rematarlo. Que cada cual piense cuáles son las suyas.
«‘Babylon Berlin’ aparece para situarse como heredera de ‘Berlin Alexanderplatz’ y digna compañera de otra obra maestra como lo es ‘Hijos del Tercer Reich'»
Tampoco he citado series alemanas. La razón es que lo voy a hacer ahora. La ficción alemana, pese a históricos como Berlin Alexanderplatz (1980) ha sido una industria fuerte en lo económico pero débil en talento. La implantación de una cultura norteamericana, desde la segunda gran guerra, generó -hasta un presente bien cercano- remedos de poco valor y, salvo series industriales, su nivel no ha sido muy alto. Ahora, mientras siguen siendo fuertes industrialmente con esas tv movies románticas que endulzan (hasta el empalago) nuestras sobremesas, ha dado un paso al frente en cuanto a su calidad creativa. Y, muy probablemente, con el mismo éxito comercial, si no superior. Al tiempo.
Series como Hijos del Tercer Reich han elevado el listón hacia la calidad suprema. Aunque prefiero el título original: Unsere Müttere, unsere Väter (Nuestras madres, nuestros padres) porque desvela la clave de su fuerza: mirarse al espejo. Hablar de Alemania sin tapujos y sin rubor. De un pasado tan oscuro como reciente. Es una clave esencial si miramos cómo han tratado los italianos su corrupción y la mafia o los nórdicos esos thrillers que no son sólo una trama criminal, sino que son, a la vez, un paisaje social y político real en el que el espectador reconoce la sociedad en la que vive.
Series como Deutschland 1983 han utilizado el mismo camino con una factura excelente y un concepto pop de alta calidad en la idea, aunque no tanta en la resolución de las peripecias. Der Gleiche Himmel, también, aunque tras una espectacular primera mitad de serie, se derrumba en las resoluciones finales pese a contar con una guionista de la talla de la británica Paula Milne (Coronation Street, The Virgin Queen y, sobre todo, la excelente White Heat, entre otras). O la reciente 4 Blocks (un thriller cuyas referencias han sido bien definidas por el experto Lorenzo Mejino: Braquo y Gomorra).
Hablar de nosotros, de cómo somos: ésa es la cuestión. Aunque duela. Con esa premisa, Babylon Berlin aparece para situarse como heredera de Berlin Alexanderplatz y digna compañera de otra obra maestra como lo es Hijos del Tercer Reich. Ambas, en mi opinión, muy por encima de las demás.
Los medios y el talento
Para producir la serie han aunado fuerzas ARD (tv pública), Sky TV, X Film Creative Pool y Beta Film. Ni más ni menos. Probablemente, los tiempos actuales (y más los que vienen) requieren de fusiones así de complejas y completas para competir a alto nivel. Los nórdicos bien lo saben, que no empiezan a rodar sin un organizado sistema de coproducción.
La inversión ha convertido Babylon Berlin en (se dice) la serie más cara de la televisión alemana, con un presupuesto de 40 millones de euros, lo que dividido en 16 capítulos supone 2 millones y medio por capítulo de 45 minutos.
Lo mejor que se puede decir de la serie es que el talento ha estado al nivel de los medios. Y el dinero se ve en cada plano, en cada secuencia. Un buen ejemplo de ello son los decorados construidos para la ocasión. La dirección de arte (Sabine Schaaff) es espectacular. Ver la serie es hacer un repaso de las tendencias culturales de la época, de su diseño, de su arquitectura. Como lo es la música (en la que participa Tom Twyker, director principal de la serie, con Johnny Klimek y tiene a Brian Ferry como asesor con cameo), las coreografías… Todo es de una belleza tan indiscutible como documentada. Porque, lejos de hacer una mera exhibición de medios, en Babylon Berlin todo está al servicio de lo que se cuenta. Y se cuenta muy bien y muy claro, lejos de otras producciones recientes en la que los medios no son más que el maquillaje de una absoluta falta de relato y de emociones.
Porque si no se tiene nada que contar, por muchos medios que tengas, no vas a contar nada. Y aquí se cuentan, ni más ni menos, las aventuras del detective de policía Gereon Rath, protagonista de las novelas de Volker Kutscher sobre el Berlín de los años 20. En España están traducidas como Sombras sobre Berlín, Un gángster en Berlín y Muerte en Berlín. La traducción del primero de la serie fue la de Babylon Berlin, título que se ha adoptado para la serie.
Rath conforma, junto a Bernie Gunther (protagonista de las novelas de Philip Kerr), el dúo esencial de anti-héroes de esta peculiar serie negra de la novela alemana. De hecho, el Rath de la serie es más anti-héroe que el de las novelas: su complexión física es más débil, no es dado a fanfarronadas… Viendo al Rath hecho imagen, uno no tiene dudas de que si se encontrara con el Gunhter de Kerr, éste le sacaría de más de un lío.
Una narración clara de temas complejos
Sobre la base literaria de Kutscher, los creadores de la serie son Achim von Borries, Hemk Handloegten y el citado Tom Twyker. Los tres son directores y guionistas (junto al propio Kutscher). Los dos primeros formaron parte del equipo de guión de la estupenda Goodbye Lenin. El tercero es el padre de la aún mejor Corre, Lola, corre, El Perfume… entre otros trabajos -que incluyen la dirección de varios capítulos de Sense8-, ninguno a la altura de la película protagonizada por Franka Potente.
Sin duda, el sello esencial es el de Twyker. Un buen ejemplo de esto es el arranque de la serie, jugando con el tiempo (como tanto le gusta). En ella, a través de una sesión de hipnosis, nos lleva, sin que lo sepamos, al futuro, al final de la primera temporada y lo adereza con recuerdos del protagonista… que todavía nosotros no hemos visto, secuencias de ese pasado que aún no se nos ha contado. Un resumen del revés. Una mágica mezcla de flashforward y flashback que roza la excelencia.
Twyker escribe con imágenes. Pero a veces se echan de menos palabras y, sobre todo, silencios que refuercen lo emocional sobre la peripecia. No todo iba a ser perfecto. Esa falta de pausas, junto con la escasa aparición de algunos personajes en los capítulos de la primera temporada, crea una paradoja narrativa. La historia se cuenta rápida pero la descripción de los personajes es lenta, sin prisas, algo que tiene mérito pero que contrasta con lo anterior. Probablemente, el formato de 45 minutos se queda corto y hubiera sido preferible el de 55 minutos utilizado muy a menudo por HBO y BBC. Esto no ocurre en la segunda temporada, que avanza firme y sin dudas a lo largo de su narración.
En cualquier caso, Babylon Berlin cuenta muchas cosas y lo hace bien, con unos personajes que parecen salidos de las pinturas de Otto Dix, de Kirchner o de Grosz o de una película de Murnau. Su narración es clara, lo que no implica que sea superficial, y funciona por capas que van desde el thriller político, la intriga policial y, sobre todo, la lucha de los que no tienen nada por disfrutar del mismo sol que los que lo tienen todo. Y de paisaje, el nacimiento del nazismo, fruto (entre otras cosas, evidentemente) de las medidas tomadas contra Alemania tras la primera guerra mundial, que la llevaron a una extrema pobreza, a unos tiempos oscuros que se iluminaban con las luces de neón, a ritmo de música negra.
‘Babylon Berlin’ es una serie que demuestra la emergencia de la ficción germana y que no hay nada mejor para contar que lo que has vivido y conoces
Unos momentos amargos en los que la prostitución, la droga y las mafias que pululaban por la ciudad, convirtieron a Berlín (junto a sus movimientos políticos) en una ciudad tan convulsa como irrepetible. Por citar otro de los pocos defectos de la serie, los VFX y los macrodecorados de la urbe poseen una limpieza excesiva. Una línea clara demasiado clara que contrasta con la pluscuamperfecta visualización de los clubs nocturnos y de la pobreza en los sets de la familia de una Liv Lisa Fries (Charlotte) que está llamada a ser una de las estrellas de la pantalla (pequeña o grande).
Cada aparición suya es espectacular, convirtiéndola, por encima del propio Gereon, en la verdadera protagonista, algo difícil de conseguir en un excelente reparto en el que destacan Peter Kurth (como Bruno Wolter, el grueso y cínico compañero de Gereon Rath), Leonie Benesch (Olga) -a la que también podemos ver en The Crown T2-, y la lituana Severija Janusauskaite, que interpreta a una cantante de cabaret rusa (Svetlana). Suya es la interpretación de la canción que cierra el capítulo doble con que se inicia la serie y es utilizada a menudo como base musical y fondo de créditos. Su título: Zu Asche zu Staub. Y aviso, no es una canción. Ni una canción maravillosa. Es aún más: es un auténtico himno. Y la secuencia musical en cuestión, la mejor que he visto en una serie desde hace tanto tiempo que no recuerdo la anterior (salvo el concepto de apropiación musical de Potter).
En definitiva, Babylon Berlin es una serie que demuestra la emergencia de la ficción germana y que no hay nada mejor para contar que lo que has vivido y conoces. O lo que conocieron tus padres o tus abuelos y que tus hijos deben saber. Que entiende la televisión como una narración tan popular como vanguardista, sabedora de que el riesgo hay que asumirlo no sólo en cómo se cuenta, sino también en lo que se cuenta.
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