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Desde que Studio Ghibli removió la conciencia occidental sobre la animación japonesa, que conocíamos por clásicos como Mazinger Z o Dragon Ball Z, himnos a la testosterona, el contexto del anime ha cambiado mucho. La piratería se ha generalizado, sobre todo por la falta de distribución de muchas producciones, y al mismo tiempo que ha provocado pérdidas en muchos de los estudios de animación en Japón, también ha expandido el conocimiento sobre sus obras en todo el mundo.
Y parece de recibo y casi ley universal que haya ciclos en los que un anime se convierte en el mejor de la historia y arrastra legiones desorbitadas de fans. Como fuera el caso de Neon Genesis Evangelion en los noventa o Death Note en los inicios de este siglo. En 2013 llegó un extraño mix de misterio, barbarie y brutalidad que, no por casualidad, adaptaba Tetsurō Araki, director de Death Note y una de las figuras de referencia del anime actual. Este cóctel explosivo no es otro que Ataque a los Titanes (Shingeki no kyojin), el que se ha convertido indiscutiblemente en el último anime de culto.
Tetsurō Araki se puso a los mandos de los veinticinco capítulos que se emitieron, y adaptando la obra homónima de Hajime Isayama, creó un clásico casi instantáneamente. Exprimiendo todo el potencial de los ingredientes del manga original, la primera temporada de Ataque a los Titanes es una de las mejores producciones, me atrevería a decir, de la industria audiovisual japonesa de los últimos años. La serie tenía un espectacular inicio que no necesita casi nada más allá de su excepcional animación y su buen diseño de personajes, y además conseguía mantener equilibrada la balanza entre acción, misterio y angustia.
Cuando se confirmó la segunda temporada del anime, se desató la histeria colectiva, y comenzaron a licenciarse OVAs, especiales, películas recopilatorias, merchandising, películas de imagen real, videojuegos, obras de teatro… El producto era bueno por sí mismo y no necesitaba una infraestructura de esas características para mantenerse, pero cuando hay tanto dinero de por medio y distribución internacional, lo de cerrar tramas y no modificar la historia para alargarla se convierte en contenido utópico.
Con todo, la segunda temporada, que se retrasó cada vez más, se estrenó en la primavera de este 2017. La expectación era gigantesca: después de cuatro años, volvía una de las series más interesantes de los últimos tiempos, que además había terminado la primera temporada con un tremendo cliffhanger: una cara sonriendo entre rocas había bastado para las teorías conspiranoicas y el vaticinio sobre todo lo que podía haber detrás de lo ocurrido. Pero el inicio de la segunda temporada bastó para demostrar que vivir de las rentas durante tanto tiempo no es sano para la emisión de una serie de éxito, y que la historia de Eren, Mikasa y compañía perdía fuelle por los cuatro costados con cada segundo de diálogos pesados, ultra explicativos e innecesarios.
No voy a ser yo el que afirme que este abuso de lo explícito sea lo que condena la segunda temporada, pues ocurre en casi cualquier anime que se pueda ver, y, aun así, funcionan. El problema es una suma de factores mucho mayor, y que incluye elementos muy variopintos: la extensión innecesaria de muchas de las tramas que suceden durante la temporada, las expectativas que se habían generado, las ansias de conocer respuestas en torno a los misterios de la serie, las motivaciones simplistas de los personajes, desarrollo maniqueo de las relaciones entre éstos a través de flashbacks y otros recursos facilones…
Achaco, sin embargo, el mayor problema de la serie a la sobreexplotación del producto y a la maximización de los beneficios que puede aportar la historia en detrimento de su avance. El estirar más y más de forma innecesaria tramas que pueden solucionarse con varias frases de diálogo o un par de escenas resta tensión dramática, que chorreaba a borbotones en la primera temporada y en la segunda brilla por su ausencia. Esta intención de los productores de monetizar Ataque a los Titanes por encima de sus posibilidades es la verdadera problemática de la serie: a pesar de tener material para continuar y hacer la segunda temporada más larga, se han decidido a finalizar ésta con tan sólo doce capítulos, por los veinticinco que contaba la primera.
«Se empiezan a dar piezas nuevas del puzzle para teorizar sobre todo tipo de cábalas en torno al mundo dentro y fuera de las murallas»
La historia, todo hay que decirlo, avanza al compás que marcó Hajime Isayama, el mangaka encargado de la historia original y que ralentiza muy conscientemente el ritmo en este tramo. Se empiezan a dar piezas nuevas del puzzle para teorizar sobre todo tipo de cábalas en torno al mundo dentro y fuera de las murallas: ¿qué son, verdaderamente, los titanes? ¿De dónde vienen? ¿Quién los controla? ¿Cuál es el pueblo de los guerreros? ¿Qué poderes tiene Eren realmente? Hay interés en estas preguntas, por supuesto, pero centrarse tan de lleno en ellas hace que el ritmo se diluya y quede muy atrás, relegando la acción frenética, el mayor atractivo que tenía la serie, a un segundo plano.
A pesar de que probablemente haya agilizado el trabajo y reducido costes, la CGI (animación por ordenador) le hace un flaco favor a Ataque a los Titanes. El apartado animado, que era uno de los más trabajados de la primera temporada, pierde gran parte de su interés con la inclusión de fragmentos recreados con ordenador que muestran una artificialidad sin igual, frente a los maravillosos dibujos que en 2013 maravillaban a propios y extraños. Aunque no era un trabajo artesanal, se notaba el mimo y esmero en la animación de las peleas, por ejemplo, en los primeros capítulos, frente a escenas asépticas donde los movimientos de los personajes no parecen reales y nos sacan un poco más de la historia.
Lo único que me consuela de esta segunda temporada es que no será difícil superarla. Todo lo que avance desde aquí tiene complicado ser peor, tanto por el interés narrativo como por la forma en la que se desencadenen los hechos que vaticinan un final lleno de respuestas para el que aún falta bastante. Probablemente nos vuelvan a bombardear con más OVAs, alguna nueva película, especiales innecesarios y otros productos complementarios que den un poco más de dinero al estudio que lo produce y al autor del manga hasta que se estrene una tercera temporada, confirmada para 2018. Y la cuarta. Y la quinta. Y sabe dios cuántas más.