Mil imágenes para olvidar
'Ataque a los titanes': temporada 3. Parte 1

Mil imágenes para olvidar

El mayor éxito del anime de la pasada década volvía a abrir sus alas con una tercera temporada superior, pero nunca suficiente. Desgranamos por qué, a pesar de la adrenalina, la historia de Hajime Isayama no llega a despegar.

Los protagonistas principales de 'Ataque a los Titanes' en una imagen promocional de la Tercera Temporada, Parte 1.

Al inicio del capítulo 48, el penúltimo de esta primera tongada de Ataque a los Titanes, les seis integrantes del escuadrón Levi cenan juntes, a salvo en la base del Cuerpo de Exploración. Une de elles, Jean, arguye que la emoción de sus camaradas por salir al campo de batalla solo se explica por su falta de experiencia real en combate.

Este comentario es leído como un alardeo por un joven soldado en la mesa de al lado, que no conoce los percances que el escuadrón ha tenido que vivir hasta el momento. Un par de miradas funestas de Jean y el silencio entre impávido y hastiado de su grupo bastan para dejar claro al recluta que no se encuentra delante de unes novates cualquiera. El chico les mira, pasmado, y murmura: «¿Qué demonios os ha pasado?«.

Lo que viene a continuación actúa como barómetro perfecto de aquello que la primera parte de la tercera temporada de  Ataque a los Titanes pretende conseguir, aun con pocos resultados. Se trata de un contrapicado que deja al soldado que los cuestionaba empequeñecido en el fondo del cuadro y rodeado compositivamente por los rostros de los miembros del escuadrón Levi, todavía sentades a cada lado de la mesa.

Figuradamente, tras las imágenes, Hajime Isayama y sus directores nos pican el ojito y nos felicitan por haberlos acompañado hasta aquí.

Comparades con el recluta, cuyo dibujo es ahora de un esquematismo infantil, las caras ensombrecidas de les protagonistas adquieren una ominosidad volumétrica y trágica, iconográficamente reservada para los mitos. El ligero movimiento descendente de cámara y el contrapicado acaban de redondear el espíritu heroico y torturado del corro. «¿Qué demonios os ha pasado?» –dice–, «si tú supieras«, le responderíamos.

Es en este instante de pura gravitas dramática cuando, como espectadores, se nos invita a mirar atrás, examinando el camino de dolor y muerte que los personajes han tenido que andar hasta sentarse en esa mesa. Se trata, en realidad, del reconocimiento obligado al final del gran arco narrativo que gobierna la tercera temporada, aquel de la muerte lenta e inexorable de la inocencia. Figuradamente, tras las imágenes, Hajime Isayama y sus directores nos pican el ojito y nos felicitan por haberlos acompañado hasta aquí.

El protagonista Eren Yaeger en su forma de Titán.

Un momento como este, fundamentalmente metalingüístico, tiene como efecto afianzar nuestra relación con aquello que hemos vivido a lo largo de los capítulos anteriores. Es decir, asienta y legitima nuestras propias reacciones emocionales ante la serie: nos garantiza que el viaje que emprendimos desde el capítulo 1 no solo ha cambiado a los personajes animados, sino que también nos ha cambiado un poco a nosotres mismes. ¡Qué potentes son estos pasajes, si se construyen bien!

Si se construyen bien

Recordado, el mundo toma colores más vibrantes que cuando lo percibimos en vivo y directo. Evocadas, las cosas pulen sus aristas sin esfuerzo alguno, por el simple hecho de pertenecer a un tiempo inaccesible, remoto. También en la ficción hay una discrepancia honda y necesaria entre lo que vemos y lo que luego contamos.

No es nuevo: hay series que solo despegan cuando las pensamos y las explicamos a alguien. Flaco favor les haremos si confundimos el potencial de nuestras palabras, cortadas a medida y alojadas en lo indeterminado de nuestro recuerdo, con las imágenes que en su momento vimos en pantalla. Ahora permitidme que os plantee un dilema.

Spoilers menores: La soldado Historia debe decidir si se inyecta un líquido con un poder que le permitiría restaurar la paz en el mundo, recuperar una sarta de recuerdos felices y vivir de lujo hasta el final de sus días. De no hacerlo, además, tiene la certeza de que la Humanidad sufrirá más y más hasta el día de su extinción definitiva. Sin embargo, si se inyecta el líquido, se verá obligada a matar y devorar a un compañero muy querido. Fin de los spoilers.

Historia Reiss ante su gran dilema.

Su elección es de por sí muy sencilla, pero emocionalmente se nos atraviesa por culpa, primero, del sentido inherente de injusticia detrás de la misma obligación de decidir y, cómo no, por el cariño que les tenemos a la chica y a su compañero (también, para qué engañarnos, por la antipatía evidente que despierta el responsable de este cruce forzoso).

La secuencia más importante en el desarrollo narrativo de la tercera temporada de ‘Ataque a los Titanes’ es un auténtico follón visual, esto, es un hecho innegable.

Porque para la soldado esta es una decisión complicada, antes de dar sentencia final, Historia va a pasarse casi doce minutos deliberando, bajo la presión implacable que ejercen las partes enfrentadas del conflicto. Sin embargo, la reconocible «calma en tensión» no va a despuntar en todo este intersticio.

Los conté. Durante los once minutos y cincuenta segundos que la chica pasa dudando con el vial en la mano, se suceden un total de 188 planos, separados por todos por cortes de montaje. De estos, solo el 26% son estáticos (el resto tiene algún zoom o movimiento de cámara) y muy raramente se vuelve al mismo encuadre.

Con cuatro personajes en acción, conversando –dos de ellos en movimiento–, se establece de partida un mínimo de ocho ejes visuales, que cambian según diálogo. Hay una cuarentena de imágenes pertenecientes a flashbacks, ilustraciones estáticas que ocupan más tiempo en pantalla. Y, a pesar de todo, la duración media de un plano es de solo 3,7 segundos. Si mal no recuerdo, en la sangrienta batalla del desembarco de Salvar el soldado Ryan los planos duraban de media unos 7 segundos.

Podemos argüir que la hiperexpresividad caótica es propia de las convenciones del anime, y podemos atribuirla al amor desmesurado que Tetsuro Araki ha mostrado siempre hacia lo hiperbólico (bajo su mandato se daría el visto-bueno a la patata chip de Light Yagami en Death Note, que por su epicidad exagerada acabó en meme). Aun considerando todos estos factores, que la secuencia más importante en el desarrollo narrativo de la tercera temporada de Ataque a los Titanes es un auténtico follón visual, esto, es un hecho innegable.

Un monte Rushmore de cartón-piedra

Volvamos al corrillo de protagonistas cenando alrededor de la mesa. El momento es virtualmente muy potente: sabemos, recordamos, que lo han pasado muy mal. Evocamos su sufrimiento y, por ello, el heroísmo del encuadre nos ataca con rotundidad. Sin embargo, ¿qué impacto real, qué rastro dejan unas imágenes que no confían en su propia gravedad?

Lo mejor de la temporada, en términos estéticos, aflore en aquellos episodios que no se fuerzan en ser constantemente épicos

Una serie que embute 188 encuadres diferentes en menos de doce minutos de conversación corre, sin duda alguna, demasiado rápido. Demuestra, en todo caso, un descreimiento absoluto en el poder de sus propias decisiones estéticas. La primera parte de la tercera de Ataque a los Titanes está tan preocupada por construir tensión, por gratificarnos, que acaba por no ser nada. Y, justamente por ello, falta al trato de confianza mutua que toda ficción construye para con sus espectadores (cualquiera diría muy finamente que la serie nos trata de estúpides).

La destrucción y la desolación más absoluta.

Evidentemente, la necesidad del efectismo constante se ampara en el éxito desaforado que la primera temporada (muy comparada en su momento con Juego de Tronos) tuvo, en gran parte, gracias al impacto visual de sus primeros capítulos. La riqueza en los detalles y la animación, el retrato voluptuoso de la violencia gráfica, el mismo diseño de personajes y de fondos… La primera parte de su primera temporada nació muy por encima de los estándares del anime, prácticamente siempre basado en presupuestos y tiempos muy ajustados.

Sin embargo, los mayores problemas de Ataque a los Titanes vienen de una dirección sin centro alguno, que no de la falta de recursos. De ahí que lo mejor de la temporada, en términos estéticos, aflore en aquellos episodios que no se fuerzan en ser constantemente épicos, que pueden descolgarse del espíritu bombástico de la serie en general para ser algo más. Son capítulos cercanos al «relleno», en que la historia principal no avanza, en favor de la construcción psicológica de dos personajes secundarios: Kenny y el comandante Sadies, respectivamente.

Quizás porque nacieron sabiéndose de un calibre menor, las historias de Kenny y Sadies son capaces de acercarse a una puesta en escena más honesta, que no trata de epatarnos a base de genio discutible. Para empezar, el capítulo 47, el de Kenny, es el primero que recuerdo donde la música épica, durante unos instantes, nos dejaba de la mano, a solas ya con una persona, con sus más y sus menos. Discreción, verdad. Solo lejos del luz y color, la imagen puede recuperar su fe en lo humano.

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