Crítica de 'Upload': Amor para toda la muerte
'Upload' T2

Amor para toda la muerte

El retorno de Upload a Prime Video sigue combinando el tono distópico de buen rollo, inusualmente luminoso, con los meandros de la comedia romántica de toda la vida

Nathan (Robbie Amell) y Nora (Andy Allo) en el idílico Lakeview.

Uno se imagina que en la sala de mandos de esa sit-com de culto que fue Parks and Recreation, sus dos creadores, Michael Schuur y Greg Daniels, en lugar de comentar los resultados de la NBA o pasarse recetas de brownie, debían dedicar buena parte de la jornada a especular sobre la vida después de la muerte y las diferentes posibilidades de un más allá concebido como el último grito tecnológico.

Sólo así se entiende que ambos, ya por separado, nos hayan ofrecido su visión agridulce de un cielo virtual. Un paraíso diseñado a la carta para creyentes de esa religión de los nuevos tiempos que tiene a Bill Gates, Steve Jobs, Mark Zuckerberg y compañía como sumos sacerdotes. Puestos a desconfiar, la promesa de una vida eterna basada en una versión de Windows, o de cualquier otro sistema operativo, ni que sea de la sacrosanta Apple, tiene un punto tragicómico innegable. 

Eso es lo que ha sabido captar Schuur en las cuatro temporadas de The Good place, el vodevil metafísico protagonizado por Kristen Bell y Ted Danson, y lo que a su manera está reflejando Daniels, quien también tiene en su currículum algunos de los capítulos más recordados de Los Simpson y la versión americana de The Office, en esta comedia romántica adornada con ribetes de ciencia-ficción amable que es Upload.

Dos años después de una primera temporada de diez episodios, muy bien recibida, una segunda tanda, compuesta curiosamente por tan solo siete capítulos, acaba de llegar a Prime Video. Lo que nos lleva a pensar que Jeff Bezos, el mandamás de la compañía de venta a distancia más glotona del mercado, capaz de empaquetar el artículo más peregrino siempre que haya alguien dispuesto a pagar por él, sería el primero en facturarnos un cielo a medida si ello fuera posible. 

Nathan Brown (Robbie Amell) en su cielo personal

Superando esa barrera convertida en lugar común que consiste en comparar cualquier nueva distopía tecnológica con Black Mirror, en lo que no deja de ser una visión excesivamente cortoplacista de la historia del género, Upload se presentó ante nosotros con un punto de partida estimulante: imagina una sociedad en que los seres humanos pueden subir su conciencia a una vida después de la muerte. Y todo ello en un futuro no tan lejano. En el 2033, dentro de once años, un  tiempo en el que incluso la comida es generada por un nuevo tipo de impresoras especialmente sofisticadas.

La humanidad ha sustituido el cóctel de gambas por el tóner de gambas, seguramente tan escalofriante el uno como el otro. Es la caricatura de un presente mercantilizado hasta la exageración, el nuestro, lo que la hace entrar en contradicción consigo misma.

Nos suele resultar chocante, por no decir hipócrita, que grandes producciones de Hollywood infladas de pasta nos aleccionen acerca de lo poco importante que es el dinero para ser feliz. Y que si la familia y el amor y bla bla bla. De igual manera que una producción distribuida por Amazon satirice la obsesión por monetizarlo todo y generar un Más Allá Premium, resulta por lo menos sorprendente. Claro que se trata de un contrasentido en absoluto achacable al equipo creativo de la serie. Que busca los canales más adecuados para llegar al público. Y si hay que pactar con el diablo, aquí paz y después gloria. Gloria virtual, por supuesto.  

En este Shangri-la para almas de ultratumba, cualquier mejora en el servicio implica clicar sobre un ícono de dólar

Upload plantea un conflicto claro, encarnado por su protagonista, el programador informático Nathan Brown (interpretado por un algo inexpresivo Robbie Amell, digámoslo de entrada). Un inoportuno accidente de coche, especialmente sospechoso cuando los coches funcionan de manera autónoma y presuntamente inteligente, le impide concluir el gran proyecto de su vida. Una nueva aplicación de paraíso artificial, Beyond, gratuita y accesible a todo el mundo. En lugar de arriesgarse a someterlo a una operación de vida o muerte, la novia adinerada de este Robin Hood de las gigas de memoria decide subir su conciencia a la eternidad más lujosa posible. Una especie de resort de lujo en plena naturaleza, llamado Lakeview. Justo en las antípodas de aquello que Nathan pretendía hacer llegar a la gente.

 

Ingrid (Allegra Edwards) y Nathan Brown (Robbie Amell) en una escena de ‘Upload’.

En este Shangri-la para almas de ultratumba, gestionado por la multinacional Horizen, cualquier mejora en el servicio implica clicar sobre un ícono de dólar. Así que en el hotel cinco estrellas se alojan los de siempre. Un porcentaje minoritario que dispone de gastos ilimitados. Mientras que en una especie de sótano irradiado de luz blanca artificial sobreviven los “dos gigas”. Personas que deben interactuar lo mínimo para no quedarse sin datos. Y por tanto, congelados hasta el mes que viene. 

En el caso de Nathan, todo corre a cuenta de la novia, Ingrid. Interpretada con solvencia por Allegra Edwards. Dentro de los límites simplificadores, un personaje que no deja de ser la rubia pija y superficial tantas veces esgrimida por la ficción. Curioso binarismo. Según el cual las rubias son las tontas y las morenas son las inteligentes. En otras ocasiones, que tampoco es que sean mucho más justas, las rubias son las buenas y las morenas, las malas.

Aunque, para ser justo, el personaje de Ingrid oculta ciertas dobleces manipuladoras. A caballo entre los dos planos en que transcurre la acción, que la hacen más interesante. Ni que sea por verla enfundada en uno de esos ridículos trajes como de neopreno con tentáculos internos, diseñados para que vivos y muertos interactúen físicamente. 

“Cuanto más asciendes, más cosas raras te piden”

Podría parecer que esta existencia infinita que te permite vivir a todo tren es una bicoca. Pero Nathan no tarda en darse cuenta de que, en realidad, su nuevo estado espiritual le ha convertido en una propiedad más de su novia. Un Tamagochi de tamaño natural al que ella le puede cortar el acceso a su crédito ante cualquier discusión de pareja. Si a eso le añadimos que el muchacho ha perdido algunos datos claves de memoria, los que parecen insinuar que a alguien le convenía hacerle desaparecer del plano terrenal, es evidente que a nuestro héroe le esperan días complicados.

Nathan Brown (Robbie Amell) poco antes de ser «cargado» al cielo.

Afortunadamente, Nathan está a punto de conocer al amor de su vida. O de su otra vida. Se trata de la empleada de Horizen encargada de proporcionarle el servicio de atención al cliente. En la jerga de Lakeview, se trata de un ángel. Ella es Nora Antony, el personaje con el que más empatizamos, el más clarividente. Cómo no vamos a entendernos con un personaje que define el capitalismo de esta manera: “Cuanto más asciendes, más cosas raras te piden”. Y lo hace además desde una serie de Amazon. Un gigante empresarial que conoce bastante bien las bases del capitalismo. Y que se emplea a fondo en la acumulación irresponsable e infinita de recursos (y de cosas raras).

La actriz Andy Allo le presta a Nora una naturalidad y una frescura desarmantes. Tanto en su día a día tirando a gris, en el que convive con un padre que se niega a subir a Lakeview cuando sea su hora, como cuando entra en el paraíso virtual mediante un avatar en perfecto estado de revista. No es ningún spoiler hablar de la relación estrecha que surge entre Nathan y Nora.

Cualquier espectador mínimamente iniciado en los resortes de la comedia romántica puede intuir por donde van a ir los tiros desde el primer momento. Por si hubiera dudas, ahí están el mejor amigo de él en Lakeview, y la compañera de trabajo de ella en Horizen, unidos por una relación de amor-odio de manual. La pareja secundaria que suele encajar en el molde del género como reflejo cómico y contrapunto distorsionado de la pareja principal. 

Esta segunda temporada ha jugado la carta, algo forzada, de la separación de los dos amantes

Así pues, la intriga concerniente a la conspiración que provocó la muerte de Nathan, por parte de quienes no quieren extender el cielo a la carta a toda la humanidad, acaba viéndose siempre supeditada a los altibajos de la tensión sexual entre los dos protagonistas. La prueba está en que esta segunda temporada ha jugado la carta de la separación de los dos amantes. Algo forzada, después de que sus sentimientos hayan quedado revelados tan sólo a medias, entre insinuaciones y malentendidos.

El viaje de Nora a una comunidad de luditas, enemigos acérrimos de la tecnología, y su conexión inmediata con uno de esos líderes antisistema, como para superponer otro triángulo al ya existente, el que tenía a Nathan, Ingrid y Nora en los vértices, constituye una subtrama narrada de manera algo precipitada. Para cubrir el expediente según el cual en una comedia romántica no es posible ir directamente del punto A al punto B. B de beso climático, rotundo y definitivo.

Los tortolitos Nathan (Robbie Amell) y Nora (Andy Allo)

A eso se le añaden los intentos de Ingrid de retener a Nathan mediante el chantaje emocional, incluso recurriendo a uno de los aspectos más interesantes de los nuevos capítulos, la posibilidad de fabricar un bebé virtual con rostro adulto que parece salido de La invasión de los ultracuerpos, referencia sutil a los vientres de alquiler y otros métodos de maternidad subrogada.

Por muy entretenida que resulte la trama principal de chica conoce alma de chico, lo que nos gusta más es ir descubriendo estas pinceladas de crítica social y tecnológica que usan la comedia como coartada. Aquí juega un papel clave uno de los grandes secundarios del reparto, la inteligencia artificial de Lakeview. Una especie de botones que se divide y multiplica para poder cumplir con las demandas de todos los clientes del hotel. Encarnado en sus diferentes versiones clonadas por el actor Owen Daniels (hijo de Greg Daniels).

Por muy brillante que nos aparezca, un futuro que pretenda extender el clasismo al otro barrio seguirá resultando oscuro y digno de ser repensado

A pesar de sus cotillas románticas algo estereotipadas, hay que agradecerle a Daniels y a los guionistas de Upload que la distopía nos llegue envuelta en celofán de colores eléctricos y paisajes luminosos junto a un lago, que es como nos está llegando en nuestra realidad inmediata, obsesionada por los “likes”, los filtros de Instagram y las cinco estrellas de valoración.

Rápidamente comprendemos que las apariencias engañan. Una vez más. Y que el reverso de esta Marina d’Or celestial puede ser francamente tenebroso. Sin necesidad de caer en los tópicos orwellianos de cierta visión pesimista de nuestra evolución como especie. Ni ambientar la historia en decorados plomizos y lluviosos, bajo cielos siempre encapotados. Por muy brillante que se nos aparezca, y aunque se acompañe de risas, un futuro que pretenda extender el clasismo al otro barrio seguirá resultando oscuro y digno de ser repensado.  

en .

Ver más en Distopía, Upload.