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Alias Grace es la historia de un enigma, el que envuelve la figura de Grace Marks. La miniserie bucea en cómo nuestra proyección pública depende de la imagen que los demás construyen de nosotros a través de lo que ellos creen que es la verdad. La protagonista de la serie basada en la novela homónima de Margaret Atwood tiene tantos perfiles públicos como personas que creen saber quién es ella, aunque la realidad es que aprehender su esencia resulta una misión imposible. Grace Marks puede ser todo aquello que el espectador crea que es.
La serie, que se puede ver en Netflix, cuenta, en parte, una historia real, aunque nos lo medio oculte. Grace Marks fue una joven llegada al Canadá desde la Irlanda más pobre y hambrienta de finales del XIX. Con solo 16 años fue juzgada y condenada por el asesinato de su amo, Thomas Kinnear, y la amante de éste, Nancy Montgomery, que en ese momento estaba embarazada. A partir de aquí, la novela de Atwood y su adaptación televisiva, llevada a cabo por la actriz Sarah Polley, construye una historia con tintes fantásticos y policiacos que habla de la desigualdad social y de género -viéndola viene a menudo a la cabeza la frase de Jane Eyre: «¿Cree que porque soy pobre, oscura, simple e insignificante no tengo alma ni corazón?”- de la enfermedad mental y de la afición del siglo XIX por el oscurantismo y el espiritismo. Atwood se interesó por esta historia fascinada por la imposibilidad de determinar la culpabilidad o inocencia de Grace.
Quien espere ver una segunda parte de ‘The Handmaid’s Tale’ se llevará una desilusión: ‘Alias Grace’ tiene entidad propia, aunque quizá le falta esa intensidad visual y argumental
La tentación de comparar Alias Grace con The Handmaids tale es difícil de superar. El hecho que compartan autora hace que el espectador establezca conexiones aun sin quererlo. Quien espere ver una segunda parte de la ficción protagonizada por Elisabeth Moss se llevará una pequeña desilusión: Alias Grace tiene entidad propia, aunque quizá le falta un poco de la intensidad visual y argumental de la serie de Hulu.
La voz en off de Grace, a quien da vida una fascinante Sarah Gadon (que hace un ejercicio de sutileza en la primera escena de la miniserie), conduce al espectador por un relato laberíntico que ha de concluir en la revelación de su culpabilidad o inocencia. Las palabras y la capacidad de narración de la protagonista son los hilos conductores de la ficción, ya que el espectador se convierte en oyente privilegiado de las intimidades que Grace, cual Scheherezade, explica al doctor Simon Jordan, un psiquiatra llegado de Estados Unidos para determinar la salud mental de la presa y ayudarla a conseguir su libertad. La narración –parcial- que escucha el médico se complementa con el monólogo interior de la protagonista, que en lugar de aportarnos claridad, nos sume aún más en la oscuridad.

Alias Grace provoca una sensación de desasosiego en el espectador, la misma que siente el médico, interpretado por el actor Edward Holcroft (uno de los elementos más débiles de la adaptación), pues es imposible apresar el enigma que es Grace y saber a ciencia cierta qué pasó. Lo que sí queda claro es la posición de la mujer como una presa a la que el poder masculino acecha de forma constante y desde cualquier esquina, un mensaje que impacta de forma directa en el momento actual de avalancha de denuncias por acoso sexual. Alias Grace es un buen recordatorio de la angustia de miles de mujeres que se sienten amenazadas en el seno de una sociedad patriarcal.
La violencia física y psicológica que había en The handmaids tale aquí es menos visual y más auditiva, pues proviene sobre todo del poder de las palabras y de los silencios selectivos. Sentimos escalofríos cuando Grace explica con precisión cómo una cama se puede convertir en un infierno tan o más horrible como la cárcel. Lo hace a través del uso del motivo del quilt, los edredones hechos de retales que Grace cose durante sus sesiones con el doctor y que son historias en sí mismos (en una olvidable película de Winona Ryder, How to make an american quilt, se hablaba de ello).
El discurso mudo que subyace bajo las palabras de Grace se apoya en la expresividad facial de Sarah Gadon, que con sus gélidos ojos y su piel traslúcida puede pasar de ser la mujer más vulnerable a la más demoníaca, una víctima inocente o un demonio inhumano.
Escrito por Alejandra Palés en 15 noviembre 2017.
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