Niño, apaga el puto móvil
Hemos devenido robots de consumo audiovisual acelerado en continua competición con nosotros mismos, donde lo de menos es ver bien algo: lo importante es creer haberlo visto.
No hay revolución sin contracultura.
Abrimos este espacio crítico para hacer temblar la Tercera Edad de Oro de la televisión.
Hemos devenido robots de consumo audiovisual acelerado en continua competición con nosotros mismos, donde lo de menos es ver bien algo: lo importante es creer haberlo visto.
'Schitt's Creek', 'Space Force', 'Kenan'... Las nuevas comedias norteamericanas nacen ya viejas; está tan preocupadas por no molestar, que acaban siendo francamente molestas.
La llegada de nuevos sujetos socio-culturales, raciales y de género arrasa el panorama de ficción autoconclusiva, que ya no sabe cómo ponerse.
En un magnífico ensayo donde homenajea el cine de Federico Fellini, Martin Scorsese lanza verdades como puños y nos hace reflexionar sobre el estado actual del "consumo" audiovisual.
Aprovecho el rapapolvo de Copaken por la ausencia de 'Podría destruirte' para vociferar contra unos Globos de Oro que han perdido el sentido del ridículo.
Lejos de conformarse con el éxito y apostar por nuevas creaciones, las plataformas tienden a seguir explotando sus grandes series para darle a sus suscriptores una razón (nostálgica) por la que volver a ponerse frente a la pantalla.
Este es el artículo de mi expiación televisiva: compartir con vosotros mi top 5 de odios particulares.
Este 2018 ha sido uno de los años más duros para la crítica. La comilona de series es tal que el empache nos ha nublado el juicio para ver más allá de las producciones que las plataformas han promocionado y esto ha dejado en fuera de juego a muchos prescriptores.
Amazon cambia de estrategia y decide terminar con 'One Mississippi', 'I love Dick' y 'Jean Claude Van Johnson' para invertir energías en grandes producciones.
WARNING: a los que aún tengáis puesta la pulserita del Primavera Sound, los billetes a Berlín para este veranito comprados y un libro de Murakami junto a una taza del Starbucks, NO LEÁIS ESTE ARTÍCULO.
Es de noche. Laura y Sandra están abrazadas en la cama tras un maratón desenfrenado. Pero una de las dos se ha quedado a medias.
Era un domingo de invierno. El sol brillaba y los pajaritos cantaban felices. Estaba haciendo el café en casa de mis padres: “hihi”, “haha”; “¿quieres una copa?”; “muy bueno el pollo, mamá”; “¿cómo van los artículos de series?”; “ah, hablando de series…” y de pronto: ¡BOOM! Las nubes taparon el sol. Los pajaritos callaron. Mi madre me había hecho un spoiler.
Si la producción de series ha crecido exponencialmente en los últimos años, también lo ha hecho la de críticos. El tamaño de nuestros egos, por cierto, también es mayor. Y los peores somos los que llevamos muchos años en esto.
La corrupción en 'House of Cards', el terror en 'Homeland', la crisis en 'Mr. Robot', la represión en 'Transparent' o la mismísima extinción en 'The Walking Dead'. La TV es el reflejo de las preocupaciones de una generación que parece olvidar que vive en el periodo más pacífico, saludable y tolerante de la historia de la humanidad.
Algunas reflexiones sobre un gran final de temporada.
Se tiende a creer que la ansiedad es consecuencia exclusiva de grandes responsabilidades y titánicos problemas que ni Jessica Jones podría cargar. Pero están equivocados. No hace falta ser el jefazo supremo de la mayor organización criminal de Nueva Jersey para quedar marcado por la bestia. En la gran mayoría de ocasiones, los problemas son nimios.
Actores como Stephen Dillane (Stannis) o Ian McShane, incluso Luis Tosar, han despotricado a gusto contra 'Juego de Tronos'.
Nos sobran las razones para desear que ‘Central Perk’ no levante la persiana.
Qué pasa si no tiene la más remota idea de cómo acabar su ópera. ¿Y si, demiurgo borracho de poder, simplemente ha ido escribiendo y escribiendo; añadiendo personajes y criaturas y ciudades y relaciones incestuosas sin final?