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Las canciones que Yellowjackets ha utilizado en su segunda temporada, sobre todo en la línea temporal de los 90, resumen perfectamente muchos de los temas de la serie: jóvenes mujeres incomprendidas (Just a girl, de No Doubt, que sonaba en el tráiler en versión de Florence + The Machine), angustia existencial (Bullet with butterfly wings, de Smashing Pumpkins), las complicadas amistades entre chicas muy jóvenes (Cornflake girl, de Tori Amos) y hasta las consecuencias de la violencia entre ellas (Zombie, de The Cranberries).
El gran punto fuerte de la serie está en la potencia de su colectivo
Las circunstancias en esa cabaña donde se refugian para pasar el primer invierno atrapadas en las montañas, tras el accidente de avión que acaba con casi todo el equipo femenino de fútbol del instituto de Wiskayok (Nueva Jersey), son cada vez más penosas: desnutrición, hambre, delirios, paranoia y el convencimiento de que hay una entidad en el bosque, algo que llaman ‘Lo Salvaje‘, que domina sus existencias y a quien deben de complacer para que les permita sobrevivir.
No es de extrañar que, 25 años más tarde, las supervivientes arrastren todavía un trauma vívido que condiciona sus vidas, más todavía porque se conjuraron para no contar jamás lo que hicieron allí arriba en aras de mantenerse con vida. Ese pacto de silencio es el principio de su fin.
La presión de la temporada 2
Yellowjackets se enfrentaba en esta entrega a lo que llamaríamos “el mal del segundo disco”. La primera temporada sorprendió, especialmente por su impactante escena inicial y por la manera en la que dejaba que sus personajes femeninos fueran mucho menos que ideales. Aquellos capítulos abrían la puerta a un pozo que la segunda temporada ha querido explorar más a fondo, aunque a veces hubiera tramas que no terminaban de cuajar. El gran punto fuerte de la serie está en la potencia de su colectivo: la trama de los 90 mantiene el nivel porque todas sus chicas están juntas y vemos cómo responden como grupo a que la situación se vuelva cada vez más preocupante.
Los personajes adultos pasan más tiempo separados y eso lastra sus historias (sobre todo la investigación policial en la que están involucradas Shauna y su familia, aunque deja a cambio varios grandes momentos, tanto dramáticos como humorísticos, para Melanie Lynskey), y no es hasta que se reúnen todas en el centro de bienestar-culto misterioso-probablemente secta de Lottie que las dos partes de Yellowjackets operan al mismo nivel.
La creación de Ashley Lyle y Bart Nickerson es una de esas historias de terror que se proyectan en las sesiones de medianoche de los festivales de cine fantástico
Y eso que la entrada en escena de las versiones adultas de Lottie (Simone Kessell) y Van (Lauren Ambrose) consigue no hundirse bajo el peso de las expectativas. Ambas permiten ver las consecuencias, décadas más tarde, de las decisiones que toman en ese primer invierno en los bosques y mantienen el alto estándar de la serie en cuanto a la elección del reparto, porque el añadido de Elijah Wood es también uno de los mejores aspectos de la temporada. Facilita a la ficción volverse aún más bizarra y alocada (esa ensoñación de Misty que parece una versión en music hall de Twin Peaks), que es donde Yellowjackets se mueve más a gusto.
Porque, en el fondo, la creación de Ashley Lyle y Bart Nickerson es una de esas historias de terror que se proyectan en las sesiones de medianoche de los festivales de cine fantástico. Se ha entregado de lleno a las primeras apariciones del canibalismo, a las visiones causadas por la falta de alimento y el aislamiento extremo, a la creencia de que existe un ente sobrenatural que, teóricamente, gobierna el bosque y a quien ellas deben de apaciguar, como si fuera el gran dios Pan de los cuentos de Arthur Machen. Todo eso, a la fuerza, cristaliza en un estrés postraumático tan intenso, que de adultas vuelven a recurrir a los viejos rituales cuando creen que no hay otra manera de salir de una situación complicada.
Los momentos de la temporada
El pasado y el presente han seguido dialogando entre sí para que comprendamos por qué estas mujeres son de esa manera. En el caso de las adultas, las consecuencias de su pacto de silencio llegan a ser letales al final de la entrega, con una muerte que les muestra que nunca escaparon de ‘Lo Salvaje’, ya sea eso realmente una fuerza pagana y mágica o la excusa que se cuentan a sí mismas para justificar todo lo que hicieron allí arriba. Ese último episodio cierra, por lo menos esa trama policial poco afortunada, pero mete de lleno en la historia a personajes que, hasta ahora, se encontraban en la periferia como Callie, la hija de Shauna.
Esa relación tiene un gran potencial por explorar. El brutal episodio del parto de la joven Shauna en la cabaña cimenta las sospechas que podíamos tener sobre por qué tiene esa relación tan distante con su hija adolescente, de quien vemos que se parece mucho más a su madre de lo que a ella le gustaría. Y también resulta curioso ver la evolución de Van hacia alguien mucho menos alegre, más seria y más aislada de las demás como es su versión adulta.
Pasar de la revelación de la primera temporada a una segunda donde se busca profundizar más en los personajes no siempre es sencillo. En general, Yellowjackets lo ha conseguido cada vez que se zambulle en las partes más extrañas y oscuras de su ser. Porque sus mujeres hicieron cosas terribles en los bosques, cosas que todavía las persiguen, pero allí fueron también más libres y más ellas mismas que nunca.