Y hoy… hablaremos del Gobierno
Sobre ficción política

Y hoy… hablaremos del Gobierno

La ficción española se resiste a tratar frontalmente cualquier asunto relacionado con el poder. Mientras, en la mucho más democrática Dinamarca ya hace tiempo que se han atrevido a retratar los claroscuros de la «arena política» con 'Borgen'.

«Y la próxima semana… hablaremos del Gobierno». Así concluían las actuaciones cómicas del dúo Tip y Coll en los estertores del franquismo y el inicio de la (mal) llamada Transición: reflejando irónicamente la dificultad que existía (y existe todavía; miren la a menudo calamitosa parrilla televisiva patria y se convencerán) para hablar con claridad sobre el escenario político. Aunque con el tiempo han proliferado los infoshows como El intermedio (2006-) y los programas de debate (cuanto más caótico, mejor), la ficción española se resiste, todavía hoy, a tratar frontalmente cualquier asunto relacionado con el poder; no sea que alguien vaya a molestarse. Mientras, en la mucho más democrática Dinamarca ya hace tiempo que se han atrevido a retratar los claroscuros de la «arena política» en las tres temporadas de la serie Borgen, que Canal + ha estrenado ahora en nuestro país. Hoy, por fin, hablaremos del Gobierno… del Gobierno danés, claro.

«Demasiado elitista»; ésa fue la respuesta inicial que recibió el showrunner danés, y también cocinero mediático, Adam Price de los programadores del canal de la televisión pública DR, cuando decidió presentarles un proyecto de serie de ficción que contaría la inesperada llegada al poder de Birgitte Nyborg, la líder de un partido político sin previas expectativas de alzarse con el triunfo en las elecciones. Al inicio de la serie, Nyborg aterriza inesperadamente en la presidencia de su país tras un «escándalo» con un uso inadecuado de una tarjeta de crédito por parte de la esposa del aún presidente de Dinamarca; un asunto que al espectador español le recordará inevitablemente el descubrimiento de las tarjetas black (aunque lo que muestra Borgen es un juego de niños comparado con la desfachatez de la «cúpula» de Caja Madrid). Price, un apasionado de la información política, diseñó una apasionante intriga política que pudiera satisfacer las expectativas del disputado prime-time; sin embargo Borgen no es ninguna ficción escapista con la que «desconectar» después de una dura jornada laboral. Bien al contrario, su autor la concibió como un modo de promover la reflexión e incluso alentar a una ciudadanía que a menudo oscila entre el cinismo y la decepción a «volver a defender la democracia».

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«El Ala Oeste de la Casa Blanca trata de un equipo de fútbol que juega para el presidente; Borgen nos muestra a los personajes que se situan en las esquinas de la democracia moderna y se enfrentan unos a otros»

A pesar de las dudas iniciales, por suerte, DR decidió dar luz verde al desarrollo de una primera temporada, junto a guionistas de confianza, con los que Price ya había trabajado anteriormente, como Tobias Lindholm y Jeppe Gjervig Gram. Borgen es inevitablemente una serie de autor (al menos lo es en sus dos primeras temporadas), planeada por un equipo compacto de creadores —tres es el «número mágico» según Camilla Hammerich, productora de la serie—, alejada de la concepción más industrial de las grandes series norteamericanas, en las que el criterio personal del showrunner debe coexistir con la opinión de la cadena y también con la composición de las pobladas (y cambiantes) writer’s rooms. Price no oculta que su inspiración inicial fue El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006), un clásico de la segunda Golden Age televisiva marcada indefectiblemente por la visión de su creador, Aaron Sorkin; a menudo firmante de los diferentes capítulos de la serie. Pero, como el propio Price se encarga de señalar, ambas ficciones presentan notables diferencias: «El ala oeste de la Casa Blanca trata sobre un equipo de fútbol que juega para el presidente; Borgen, en cambio, nos muestra a unos personajes que se sitúan en cada una de las esquinas de la democracia moderna y desde allí se enfrentan unos a otros (…) Soy un gran fan de El ala oeste…, pero sinceramente creo que esta serie es muy diferente». En efecto, Sorkin nos entregó una pieza maestra que ahondaba en el espíritu New Deal adaptado a los nuevos tiempos. El ala oeste… es un «procedimental» de factura clásica sobre cómo funciona (o mejor dicho, cómo debería funcionar) la institución democrática más poderosa del mundo, pero también una morality play que, al modo del idealismo wilsoniano, concibe la posibilidad (también la necesidad) de un elevado sentido de la moral en el ejercicio de la política. Borgen, en cambio, es inevitable hija de su tiempo. Sin llegar a las cotas de nihilismo de la política-ficción «crepuscular» de series como Boss (Farhad Safinia, 2011-2012) o la versión norteamericana de House of Cards (Beau Willimon, 2013-), Price nos adentra en la ciénaga de la realpolitik. Su virtud es hacerlo justamente a través de un personaje dotado de una propia moral, dispuesto a resistir a las diversas tentaciones emparejadas con el poder. El viaje a los infiernos de Birgitte no la convierte, pese a todo, en una bestia más del averno, pero sí le obliga a desarrollar ciertas «armas políticas» que bien podrían considerarse como una relectura moderna del legado de Nicolás Maquiavelo.

«Birgitte Nyborg ilustra la búsqueda del equilibrio entre el idealismo y el realismo en política»

La primera toma de contacto de Birgitte con la cruda realidad se produce cuando, en el excelente segundo capítulo de la primera temporada, inicia una ronda de conversaciones con los diferentes líderes de otros partidos con el objetivo de formar Gobierno. Su evidente voluntad de reformadora —Bent Sejrø, su hombre de confianza y posterior Ministro de Finanzas, no duda en afirmar que su victoria otorga «la oportunidad histórica de devolver Dinamarca al camino correcto»— topará frontalmente con los viejos modos de hacer política. Sin embargo, contra todo pronóstico, Birgitte aprende de sus adversarios y consigue utilizar sus mismas estrategias contra ellos. Es la perfecta representación del paso del «platonismo» inicial —cuando Birgitte todavía soñaba con construir el «Estado ideal»— al maquiavelismo, encarnado en la figura del inquietante jefe de campaña, y más adelante director de Comunicación, Kasper Juul.

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Price propone en la serie una revisión sagaz y desprejuiciada del legado de Maquiavelo: Nyborg descubre con el tiempo que las mejores intenciones también deben ir acompañadas de cierta «estrategia» que permita llevar a cabo aquello que se propone. Por eso, su creador titula el capítulo inicial de la serie La virtud está en el centro, aludiendo así a la necesaria virtú «moderna» propugnada por el escritor de El Príncipe. El Partido Moderado creado por Price, la perfecta representación de la voluntad de Birgitte de ocupar un espacio central en el tablero político, está en realidad inspirado en el Radikale Venstre danés; un partido que —pese a denominarse a sí mismo «izquierda radical»— es más bien una versión actualizada de las socialdemocracias «cómplices» con el neoliberalismo. El sutil retrato que Price concibe de la lideresa no evita así las evidentes concomitancias con la política real y tampoco los inquietantes claroscuros ideológicos (sin duda lo más «sabroso» de esta serie): a ratos, Birgitte parece ser una mujer empeñada en ahuyentar los fantasmas de lo que el filósofo Tzvetan Todorov ha denominado la actual hybris política; en otros, nos preguntamos si no estamos ante una estratega con intenciones secretas más bien «lampedusianas». La búsqueda del equilibrio entre «idealismo» y «realismo» en política supone además pagar un cierto peaje personal, como irá comprobando Birgitte a lo largo de la serie. Su evolución personal me recuerda inevitablemente aquella críptica cita de El Príncipe comentada por el filósofo Louis Althusser en La soledad de Maquiavelo: «Es preciso estar solo para fundar un Estado».

«Borgen es un relato adulto mucho más descarnado sobre la política del nuevo milenio»

El ala oeste de la Casa Blanca era una maravillosa «fábula moral» que retornaba a la armonía democrática soñada por Platón. Borgen es, en cambio, un relato «adulto» y mucho más descarnado sobre la política del nuevo milenio; la perfecta muestra de que las democracias consolidadas no temen ya abordar la representación de su propio imaginario (aunque ello suponga que mirar debajo de las alfombras). Y, mientras tanto, en España seguimos como en los tiempos de Tip y Coll: esperando que alguien, en nuestra ficción, se atreva a hablar algún día del Gobierno.

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