Whipping con el látigo
Lecciones de la ficción norteamericana

Whipping con el látigo

Estamos tan acostumbrados al lenguaje político de los Estados Unidos, y no sólo el político sino también educativo, laboral, deportivo, que no nos sorprende hablar de secretarios y no ministros.

Comienzo a escribir esto después de haber disfrutado del último capítulo de la segunda temporada de la versión norteamericana de House of Cards. Pese a haber asistido a una de las escenas que más he anticipado desde que empecé a ver series allá por el siglo XX, creo sinceramente que en esta segunda temporada los creadores se han superado. Imagino a Beau Willimon adaptando los textos de Michael Dobbs y Andrew Davies, estableciendo primero el final del arco dramático de la temporada y trabajando marcha atrás como si los doce capítulos que la forman fueran un flashback perfecto imaginado en la cabeza de Francis J. Underwood, que cumple paso a paso las premisas necesarias para conseguir todas las metas que se marca. Me asusta pensar qué puede depararnos el futuro y las insaciables ansias de poder de este personaje, pero estoy deseando verlo. Sin embargo estoy aún más ansioso por presenciar el momento en que la serie haga honor a su título y el Castillo de Naipes se desmorone al fin, porque será el verdadero clímax de esta ficción.

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Pero este no es el tema principal de este artículo, es la excusa perfecta para reflexionar sobre el profundo asimilamiento que hemos llegado a desarrollar sobre una gran cantidad de elementos de la idiosincrasia estadounidense, simplemente porque sus obras de ficción son las paradigmáticas en nuestra era. Por supuesto esto no es una novedad, hace décadas que algunos disfrutamos de la ficción escrita por norteamericanos y nos sentimos más identificados con un blanco de Kentucky con obesidad mórbida que con Belén Esteban. Pero, aún así, viendo esto desde un punto de vista no sociológico, ni antropológico, ni académico (para eso ya están los expertos) me asusta pensar hasta qué punto he llegado a intimar con elementos de, por ejemplo, la política nacional estadounidense que ni me van ni me vienen. O más bien sí, porque en el fondo sus decisiones seguramente nos afectan más de lo que pensamos.

«Fincher, Spacey y Willimon recogen buenas ideas de The West Wing, le «espolsan» el azúcar de Sorkin y le añade algo de oscuridad y cinismo sangriento de Boss»

Probablemente esta sensación de entender y conocer el trasfondo de cómo funcionan las dos cámaras del congreso estadounidense en el Capitolio, la figura de los líderes de la mayoría y la minoría en la cámara de representantes o los «whips» mucho mejor que mis propios legisladores y representantes ya la han sentido aquellos que vieron The West Wing o Boss, por ejemplo. Creo que en House of Cards Fincher, Spacey y Willimon recogen buenas ideas de The West Wing, le «espolsan» el azúcar de Sorkin y le añade algo de oscuridad y cinismo sangriento de Boss. Estos dramas son diferentes, pero comparten algo del estilo que, siendo justos, hay que atribuirle a Aaron Sorkin quien, durante 20 años creó la obra de referencia en la ficción de política presidencial estadounidense.

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«Estamos tan acostumbrados a que la CIA sea omnipresente y que la Casa Blanca sea el epicentro político del mundo, que la Moncloa y el CNI nos parecen poco glamurosos»

Sin embargo, el grado de conocimiento sobre los entresijos de la política norteamericana que hemos adquirido reconforta en cierta manera. Toda la ficción, ya esté escrita en courier 12, con la pluma de Marlowe o en la máquina de escribir de Bukowski nos enriquece, nos hace aprender sobre cosas nuevas y nos traslada a mundos que no habíamos visitado. Creo que esa es una de las razones por las cuales triunfan más aquí House of Cards o Homeland que Crematorio o Cuéntame. Cuando convivimos con la mierda lo único que no nos apetece es que nos la sirvan en capítulos de 60 minutos a la hora de cenar. Por eso disfrutamos aprendiendo el funcionamiento político del Congreso de Estados Unidos; y aprendiendo toda una jerga política nueva en versión original; y viendo de lo que son capaces los ejecutivos más poderosos del planeta. Porque es la mierda de otros.

Estamos tan acostumbrados al lenguaje político de los Estados Unidos, y no sólo el político sino también educativo, laboral, deportivo, que no nos sorprende hablar de secretarios y no ministros. Estamos tan acostumbrado a que la CIA sea omnipresente y que la Casa Blanca sea el epicentro político del mundo, que la Moncloa y el CNI nos parecen poco glamurosos. No nos los creemos. Estamos tan acostumbrados a la ficción norteamericana que desgraciadamente resulta más creíble que la nuestra (e incluso que la realidad). Por todo esto y quizá también porque está bien escrita, bien actuada y bien dirigida.

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