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Las explicaciones nada valen cuando reina la manía. El pueblo de Kurouzu empieza a deformar todo lo que entraña —las calles, sus vivos y sus muertos— en espiral, como hiperfijado por la simplicidad de una geometría que, nos guste o no, se encuentra en todas partes. Junji Ito reconoce que las pesadillas pueden empezar en la yema misma de nuestros dedos mientras abraza el paroxismo torturador detrás de un TOC. Uzumaki
Adaptarlo era una misión hercúlea. Traducir los tres volúmenes del manga a cuatro capítulos de cuarenta minutos requiere, uno, buena mano en la compresión narrativa y, dos, organizar con fe inquebrantable todo en el mundo diegético según las lógicas monstruosas del absurdo, una religión que no admite fisuras. Uzumaki
El primer episodio de ‘Uzumaki’, dirigido por Hiroshi Nagahama, da un acertado rodeo digital y aprueba sobrado
Por otra parte, pareciera que el audiovisual es un terreno extrañamente adecuado para el horror de Junji Ito. Hay algo de fatídico y atractivo en sus viñetas, algo que pide a gritos ser traducido más allá del papel, algo que pide sonar y oler como un neumático retorciéndose gomoso… Uzumaki
En fin, el primer episodio de Uzumaki, dirigido por Hiroshi Nagahama (responsable de la fantástica Mushi-Shi), da un acertado rodeo digital y aprueba sobrado. De entrada, el equipo de Nagahama transforma el coro de personajes en muñecos 3D, sobre los que luego se dibujan las texturas propias de las caras ojerosas y aterradas del manga. El resultado suma al expresionismo de los degradados aquella fluidez traspuesta de la falsa bidimensionalidad: el primer Uzumaki es un zombi que se mueve lento, horroroso en un sentido estrictamente físico. Todo gesto está suspendido, apenas tiene efecto o gravedad, comprometiendo así cualquier atisbo de realismo en favor del entumecimiento y el pavor propios de la parálisis del sueño.
En verdad, sólo así podría moverse un viñetario que se mira al ombligo renegando de la causalidad o la verosimilitud, mientras suelta chistes sin gracia alrededor de cuán retorcido puede ser lo mundano. “Va un amante de la cerámica y se rompe todas las articulaciones para enrollarse en un tonel”. Desde las embarazadas chupasangres a los caníbales surfeadores de tornados, las ocurrencias de Ito avanzan por espasmos, cayendo en brazos del humor y del terror alternativamente o al mismo tiempo… Aunque las prisas no son buenas compañeras para controlar el tono de una serie que frustrará a quien busque malrollismo clásico. No, esto es mucho más que inquietante.
Un primer capítulo fantástico, contra todo lo demás
Primero quizás pienses que son tus ojos que te engañan. En la secuencia de apertura del segundo episodio, los cuerpos de una pareja de adolescentes se emborronan, dibujados sólo en contornos esquemáticos y luego ampliados hasta hacer visible el píxel (Microsoft Paint, pero mal). De cerca, sus cuerpos en 3D han perdido todo detalle y no queda rastro de los degradados a mano, por lo que nada esconde su condición tridimensional sobre un mundo plano. Son como animáticas preliminares que alguien ha olvidado en la serie final.
También se esfuma el paisaje de efectos sonoros a base de apretujes mocosos y otros rumores orgánicos, y la música de Colin Stetson (Hereditary), pista honda y desvergonzada como un coro de saxofones enloquecidos. En el primer episodio los ramalazos musicales se intercalaban con el silencio, para dejarnos en cueros cada vez que el terror puro no dejaba nada más por contar.
Si ‘Evangelion’ resolvía la falta de presupuesto con elipsis sugerentes, el inmovilismo aquí es simplemente raro. Apenas nada se mueve fuera de lo estrictamente-necesario […] convirtiendo el mundo serpenteante del que parte en una casa encantada a medio montar
A partir del segundo, la falta de música abandona su carácter de trampilla existencial para convertirse, en cambio, en prueba de la escasez. Las imágenes pasan hambre, cuando prácticamente todo lo que se oye son las líneas de diálogo alarmadas de los personajes protagonistas. Las mezclamos, demasiado a ojo, sobre las mismas cuatro pistas de música que con la finura de un martillo explican la tensión (que no matizan, ni enriquecen).
Si Evangelion resolvía la falta de presupuesto con elipsis sugerentes, el inmovilismo aquí es simplemente raro. Apenas nada se mueve fuera de lo estrictamente-necesario, congelando el coro de secundarios estupefactos y convirtiendo el mundo serpenteante del que parte en una casa encantada aún a medio montar. Por momentos, los cuerpos obvian toda ley de la física, con gente “corriendo” aunque apenas toquen con los pies en el suelo y con personajes animados en loops que apenas se disimulan. Y para representar los jirones desparramados del horror corporal de Junji Ito, donde la aberración debe lucir con todo detalle, la elipsis no vale…
¿Merece el portento monstruoso Azami, la niña que se traga a sí misma mientras se contonea a lo Mata Hari, la prole dislocada y paradita que la sigue? No, claro. ¿Merecía ‘Uzumaki’ el auténtico atolladero que ha sido su producción? Tampoco. Sintetizamos, porque es de justicia contextualizar: la adaptación, decíamos, corre a cargo de I.G. y de Toonami, rama de Adult Swim. La serie debía estrenarse en 2020, pero fue retrasándose hasta 2022 “para no comprometer la calidad entregando un producto final mediocre”, según comunicaban. En un mundo donde el crunch se ha normalizado, darse más tiempo para trabajar bien sonaba ya demasiado prometedor.
Sirva este marrón para ilustrar que la producción forma parte de lo que consumimos, que el cómo va a la par del qué, y que no hay otra
Por lo visto, Nagahama abandonó el barco tras el primer episodio y, aunque I.G. y Adult Swim seguían firmando cada capítulo, a partir del segundo la animación se externalizó al estudio chino Phoenix Animation Holdings. Henry Thurlow, animador de One Piece deducía que este cambio de manos, una forma de agilizar procesos y recortar en costes, se debía seguro a la decisión de la parte occidental del acuerdo.
El showrunner, Jason DeMarco (El señor de los anillos: La guerra de Rohirim), publicaba por su parte que la producción “se jodió” por culpa de la intromisión de altos cargos y el personal tuvo que elegir entre terminar bien un solo episodio y cancelar la serie, o bien acabar los tres capítulos restantes muy, muy deprisa. El segundo episodio de ‘Uzumaki’ es justamente eso: prisa y nada más. Asimismo, no todo en la segunda mitad de la serie es deleznable. El tercero atina en apelar al tono kitsch del manga, también insustancial y barato en el mejor de los sentidos, mientras nos arranca una carcajada. El último capítulo se ancla a la expansión vírica del espiral lovecraftiano para paliar la falta de ideas en su realización… Pero funciona.
Sirva este marrón para ilustrar que la producción forma parte de lo que consumimos, que el cómo va a la par del qué, y que no hay otra. Que aunque la manía reine y las explicaciones no valgan, la crítica tiene el deber de explicar que los horrores audiovisuales no vienen de la nada. La ambición también asciende en espiral.