‘Un hombre infiltrado’: Ted Danson y la soledad del espía
Crítica de la serie

‘Un hombre infiltrado’: Ted Danson y la soledad del espía

El protagonista de series como ‘Cheers’ o ‘The Good Place’ se reúne con el creador de esta última, Michael Schur, en un ‘whodunit’ ligero y agridulce sobre la soledad en la vejez, adaptación libre del documental chileno ‘El agente topo’ y con ecos a títulos como ‘Solo asesinatos en el edificio’ o ‘El método Kominsky’.

Tras su paso como guionista en el Saturday Night Live, Michael Schur ha conseguido forjar, con los años, un “imperio” televisivo a base de comedias de autor con un sello identificable. Títulos como The Good Place, Parks and Recreation, Brooklyn Nine-Nine o la menos vista Rutherford Falls pueden ser, y son, muy diferentes entre sí, pero todas comparten un tipo de humor (la comedia grupal, el detalle en la descripción de personajes, cierta autoconsciencia pop o, también, su buena dosis de optimismo y humanismo) que rápidamente nos ubica en el universo Schur.

Sorprende con un importante cambio de registro que, para bien y para mal, la sitúa en otra órbita, la del humor de tono más amable y ligero, y también en otro target, el de un público más maduro

Un universo que empezó a conrear en la versión americana de The Office (el mismo año en que ejerció también como guionista en una de las mejores series de HBO, The Comeback) y que ha expandido como productor en otras series como Master of None o la exitosa Hacks.

En ese sentido, su nueva creación para Netflix, Un hombre infiltrado, no se aleja en absoluto de todo lo mencionado, pero sorprende con un importante cambio de registro que, para bien y para mal, sitúa la serie en otra órbita, la del humor de tono más amable y ligero, y también en otro target, el de un público más maduro. Así, Schur se acerca a títulos como Terapia sin filtro, Grace and Frankie, El método Kominsky y, sobre todo, Solo asesinatos en el edificio, ya que aquí la trama también se construye sobre una estructura de whodunit en un espacio concreto: una residencia de ancianos en la ciudad de San Francisco.

Un hombre infiltrado

Ted Dadson es Charles en ‘Un hombre infiltrado’.

Basada libremente en la película documental chilena El agente topo (2020), nominada en su momento al Oscar y dirigida por Maite Alberdi, la serie sigue a un exprofesor universitario ya retirado, viudo desde hace un año y con una rutinaria vida en soledad desde entonces, que acabará contratado por una detective privada para infiltrarse como huésped en la residencia y resolver un caso de robo de un collar. Si bien la serie empieza prácticamente igual que el film -ahí está ese gracioso casting de jubilados que funcionaba tan bien en la obra original-, pronto surgen las diferencias, en general propiciadas para dotar al producto de un empaque más accesible.

La más evidente es la que tiene que ver con la investigación en sí, ya que en la versión chilena el protagonista indaga en una posible situación de maltratos en el centro y aquí se opta por un relato con macguffin mucho más blanco e inofensivo. A su vez, el poder adquisitivo de los personajes de la serie nada tiene que ver con los de la película, ya que el protagonista vive cómodamente en un casoplón, y la residencia se asemeja más a un hotel de lujo que a cualquier geriátrico en el que podamos pensar. Como en Solo asesinatos en el edificio, esta es también una serie sobre gente rica.

Schur juega con ese humanismo tan característico en su obra que, en los mejores momentos de la serie, y sin perder el humor, puede llegar a conmover por su sencillez

Lo que sí comparte fielmente Un hombre infiltrado con El agente topo es que, en el fondo, la investigación, como en los mejores whodunits, es lo de menos. Después de algunos giros y varios cul-de-sacs, el misterio se resuelve sin mayor importancia, pero sirve para conocer a fondo a sus personajes e indagar en los grandes temas de la serie, que a pesar de no dejar de ser en ningún momento una comedia (de las de sonrisa más que de las de carcajada) se atreve a menudo con un tono más agridulce. La serie, pues, trata directamente temas como el Alzheimer (la mujer del protagonista murió por culpa de esa enfermedad y, a su vez, hay una residente con problemas cada vez más graves de memoria), la incomunicación familiar (la relación de éste con su estresada hija), la muerte o la soledad en la vejez, manifestada a través de muchos de sus personajes.

Schur juega así con ese humanismo tan característico en su obra que, en los mejores momentos de la serie, y sin perder el humor, puede llegar a conmover por su sencillez, especialmente en ciertas secuencias íntimas de diálogo (a veces remite un poco a esa excelente serie ubicada en un geriátrico que se llamaba Getting On, la original y el remake), pero en otras ocasiones (quizás demasiadas) se le va la mano en lo sentimental, con una banda sonora que incurre en lo que se supone que tiene que sentir el espectador.

Un hombre infiltrado

‘Un hombre infiltrado’ está disponible en Netflix.

Un hombre infiltrado es, pues, una comedia agridulce tanto en el tono como en su resultado, excesivamente blanco, pero tiene su mayor baza en la interpretación de su protagonista, un excelente Ted Danson que, después de interpretar uno de sus mejores roles televisivos en The Good Place (fans de la serie: ¡atención al último capítulo!) y del traspiés que supuso Mr. Mayor, encarna con matices a un personaje herido y poliédrico, entusiasmado con su nuevo papel de Poirot accidental.

Aunque no consigue estar a la altura de la mayoría de series de Schur, sí que logra ofrecer un retrato sin condescendencias ni infantilismos de un sector generacional caricaturizado

En su afán de retrato coral, destacan también en la serie actores como Stephanie Beatriz, conocida sobre todo por Brooklyn Nine-Nine y que aquí cambia de registro como directora workaholic de la residencia (un personaje que parece inspirado en la America Ferrera de Barbie), o el gran Stephen McKinley Henderson, actor pluriempleado en títulos como Devs, Dune o Civil War y que aquí participa en la parte más Método Kominsky de la serie como nuevo amigo del personaje de Danson: una trama un tanto apresurada (no los vemos interactuar de verdad hasta el penúltimo capítulo) pero que, aún así, resulta grata en su retrato aún atípico de la amistad masculina en la vejez.

Si bien Un hombre infiltrado no consigue estar a la altura de la mayoría de series de Michael Schur, sí que logra ofrecer (que no es poco) un retrato sin condescendencias ni infantilismos de un sector generacional caricaturizado o borrado en la mayoría de ficciones. Podría haber sido una serie menos acomodada, desde luego, pero su relato sobre la soledad en la etapa de madurez, y cómo este mismo relato se adapta con gracia y sensibilidad a los códigos del género de espías (“ser espía es estar solo”, oímos en un momento de la serie), ya es, por lo menos, algo a tener en cuenta.

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