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Suena el timbre en una lujosa mansión victoriana. La puerta se abre entre quejidos de unas bisagras poco engrasadas. Al otro lado aparece una chica vestida de botones, que al ver franqueada la entrada inicia automáticamente el número para el que ha sido contratada, con el entusiasmo de quien da sus primeros pasos en Broadway: un poco de claqué, una melodía tarareada y un mensaje cantado. “Soy su telegrama musical”. No sabremos quién era el destinatario de tan bizarro mensaje, porque desde la casa, entre las sombras, alguien dispara a la correveidile y liquida su carrera de manera drástica.
En el paroxismo de su espíritu lúdico, estos son los diez segundos grabados a fuego en la memoria de cualquiera que haya visto El juego de la sospecha (Cluedo), una comedia dirigida por Jonathan Lynn en 1985 que adaptaba a su manera el popular juego de mesa homónimo. A la hora de resolver la identidad del asesino, se rodaron tres finales alternativos, con la idea de que cada una de las salas donde se estrenase ofreciese un culpable diferente, y así la gente tuviera ganas de repetir en otras sesiones. A la práctica, funcionó mucho mejor en el paso al mercado doméstico, al VHS.
Los espectadores del siglo XXI no se conforman con asistir a hurtadillas a una reunión en el salón de té donde el investigador de turno desgrana las pista
Si esta película ha llegado a ser un título de culto es, ante todo, por su manera de no tomarse demasiado en serio. Ya a mediados de los ochenta, el molde de las historias clásicas encaminadas a averiguar quién ha cometido un crimen, el famoso “whodunnit” de los anglosajones, parecía reservado para el relato irónico (algo que siempre formó parte del ADN del género, desde la señorita Marple hasta la infatigable Jessica Fletcher), cuando no directamente autoparódico.
Lejos de los tiempos civilizados y algo ingenuos en los que la dama Agatha Christie imaginó sus retorcidas tramas, los espectadores del siglo XXI no se conforman con asistir a hurtadillas a una reunión en el salón de té donde el investigador de turno desgrana las pistas que le llevan a acusar a uno de los presentes, el cual espera pacientemente sentado en un butacón de orejas como si no estuviera en juego su destino.
Será porque la realidad nos ha ido convenciendo a golpes que el “quién lo hizo” no siempre llega a tener respuesta (y cuando la tiene, el culpable puede no recibir su merecido), actualmente a esta variante de las historias de suspense se le suele pedir un plus, en forma de reflexión metalingüística, deconstrucción narrativa o distanciamiento cachondo. Siempre se puede regresar al canon, pero hay que hacerlo extremadamente bien para no caer en la telaraña pegajosa de las comparaciones, como le ha pasado recientemente a Kenneth Branagh con su versión descafeinada de Muerte en el Nilo.
En los últimos meses y semanas han coincidido un buen puñado de series que giran alrededor de la resolución de un crimen, planteada de manera más o menos ligera y jocosa.
Los tres finales de El juego de la sospecha (Cluedo) nos venían a advertir de que, en estos tiempos de relativismo moral, la culpabilidad o la inocencia dependen más del azar y el capricho de unos guionistas, que giran su ruleta de manera arbitraria para pillarnos con la guardia baja, que no de unas pistas sutilmente esparcidas para hacernos llegar a la única conclusión posible, de acuerdo con un plan maestro.
En los whodunnits actuales impera el giro de guión inesperado de última hora; lo de invitar al espectador a que juegue a desentrañar el misterio en paralelo a los protagonistas parece una costumbre decimonónica ya superada. Ahora, los acertijos son patrimonio de los “escape rooms”. En la ficción televisiva de suspense, lo que manda es el golpe de efecto culebronesco.
Tampoco es que la traviesa Agatha tuviera voluntad de sentar cátedra con sus historias, ya que su objetivo último era entretener. Pero en los últimos meses y semanas han coincidido en las diferentes plataformas un buen puñado de series que giran alrededor de la resolución de un crimen, planteada de manera más o menos ligera y jocosa. Por lo visto, para quien busque gravedad ya están los omnipresentes (y multipresentes) formatos de “true crime”.
En la ficción se ha producido una concentración fortuita de propuestas similares, una casualidad no intencionada, que sin embargo ha jugado a la contra en aquellos casos en que la conclusión de un caso parecía calcada a otro visto casi simultáneamente (no diremos cuáles, para no fastidiarle a nadie el visionado). Más de una vez nos ha sorprendido comprobar que los respectivos asesinos, en dos o tres de estas series, estaban cortados por un mismo patrón. Es el momento de barajar nuestras cartas del Cluedo y comparar cinco posibles sospechosos.
¿Fue el padre Prado, en la biblioteca, con la cuerda?
- ‘Sólo asesinatos en el edificio’ (Disney+)
Steve Martin y Martin Short no son únicamente dos actores encadenados por un apellido que también es nombre, sino dos cómicos veteranos que conocen perfectamente su oficio y se niegan a abandonar el escenario. En este terreno, sin duda, gozan de la autoridad venerable de un párroco, por no decir de un patriarca bíblico.
Este trío de detectives aficionados dispara sus sospechas en todas direcciones, siguiendo la máxima “piensa mal y (tarde o temprano) acertarás”
Y tienen cuerda para rato. Los podemos recordar de comedias de los ochenta, coétaneas de El juego de la sospecha, como Tres amigos (John Landis, 1986), en que el tercero en discordia era Chevy Chase, otro que ha sabido exprimir su leyenda con buenos resultados en el panorama seriéfilo gracias a Community. Que ahora el trío lo completara una actriz, cantante y productora surgida del Canal Disney, Selena Gómez, podía parecer por lo menos un poco exótico. Y lo cierto es que la apuesta de Hulu ha sido todo un acierto, premiado con una segunda temporada que está por venir.
Charles, actor anclado en el éxito de una serie policial del pasado, Oliver, un director teatral inasequible al desaliento y a los batacazos de taquilla, y Mabel, una joven taciturna y solitaria, son vecinos en un mismo edificio de lujo de Nueva York, el Arconia (un mundo encerrado en sí mismo, una fortaleza que nos remite al desgraciado edificio Dakota). Los tres comparten una misma pasión: los podcasts dedicados a resolver crímenes reales. Esta afición y una confusa muerte ocurrida en el Arconia les embarca en una investigación que les va a permitir difundir su propio podcast, el típico que grabas en un armario ropero o una habitación repleta de libros para insonorizar el ambiente. Son el fiel reflejo de los espectadores que disfrutamos con este tipo de historias, armando teorías de la conspiración que acaban implicando en el supuesto crimen hasta a los vecinos más famosos del bloque.
Este trío de detectives aficionados dispara sus sospechas en todas direcciones, siguiendo la máxima “piensa mal y (tarde o temprano) acertarás”, como ya les ocurrió a Woody Allen y Diane Keaton en la magistral Misterioso asesinato en Manhattan, un clásico moderno de la comedia al que Sólo asesinatos en el edificio se atreve a tratar de tú a tú, lo que no es poca cosa.
Su primera temporada nos enamoró por la agilidad de los diálogos, por la química surgida contra todo pronóstico entre los tres protagonistas, por el nivel de los artistas invitados (Tina Fey, Jimmy Fallon, Sting…) y también por ciertas derivas oníricas, casi poéticas, que la dotaron de mayor personalidad. Pienso en la simbólica rueda de reconocimiento de sospechosos convertida en el casting para un musical, o en las escenas rodadas en sentido inverso del primer capítulo, una maravillosa metáfora de la soledad meditativa y nostálgica que rodeaba a Charles, Oliver y Mabel antes de que un crimen salpimentara sus vidas, y de paso las nuestras.
¿Quizás fue el Profesor Mora, en la sala de música, con el puñal?
- ‘The Afterparty’ (Apple TV+)
Tampoco nos cuesta imaginar a Christopher Miller y su socio Phil Lord, los genios creadores de Lluvia de albóndigas, La Lego película y la serie El último hombre en la Tierra, de profesores enrollados, impartiendo una lección magistral, más hilarante que sesuda, sobre la manera de entender la comedia actual. Esta nueva creación de Miller nos sitúa en una reunión de antiguos alumnos de instituto, quince años después de haberse graduado. El triunfador de la promoción, un joven en aquel entonces acomplejado que se ha acabado entronizando como cantante y actor de éxito bajo el nombre artístico de Xavier, invita a algunos de los asistentes a una pequeña celebración posterior a la fiesta, para presumir de una casa con jardín digna del programa ¿Quién vive ahí? Lo que seguramente no esperaba era acabar precipitándose por el balcón y estrellándose en las rocas de la playa. ¿Suicidio o asesinato?
Al lugar de los hechos se desplaza la detective Danner, dispuesta a interrogar a todos los presentes en el estudio de grabación del difunto. Cada uno, protagonista de su propia película, va a contar la noche a su manera, lo que permite que cada capítulo adopte las formas de un género diferente, despedazando los límites formales del relato a lo Rashomon cual carnicero provisto de un buen cuchillo: comedia romántica, acción adrenalínica, terror, animación…
Del mismo modo que Community, que antes mencionábamos, The Afterparty también busca la complicidad con un espectador conocedor de los códigos habituales de la cultura audiovisual, en una batidora en la que caben referencias a Steve Urkel, Regreso al futuro, Parásitos y el auto-tune. Corre el riesgo de este tipo de diversiones metalingüísticas, el de pasarse demasiado de lista, y que tanto guiño acabe pareciendo un tic nervioso. Tampoco se puede decir que todo el reparto brille al mismo nivel. Aun así, el dispositivo formal engancha y mantiene la curiosidad por saber qué nuevos estilos van a ser recreados. Y el episodio que adopta la forma de un musical es una auténtica genialidad.
¿Y si fue la señora Celeste, en la terraza, con la pistola?
- ‘Todos mienten’ (Movistar Plus+)
El título de la última serie dirigida por Pau Freixas no engaña. En la urbanización costera de Belmonte, algunos secretos ocultos amenazan con aflorar después de que salga a la luz la relación de Macarena (Irene Arcos), profesora del instituto, con Iván (Lucas Nabor), hijo de su mejor amiga Ana (Natalia Verbeke). Por si esto fuera poco, un par de días más tarde el cuerpo de Iván aparece despeñado por un acantilado.
El modus operandi coincide con el del supuesto asesinato de Xavier. Evidentemente, todas las miradas están puestas en Macarena. Por las relaciones que se establecen entre las amigas protagonistas, estas señoras Celeste que buscan olvidar sus frustraciones más íntimas a base de ampliar los metros cuadrados de terraza, resulta inevitable pensar en Mujeres desesperadas y en Big Little Lies (y de manera más tangencial, en la extraordinaria Mare of Easttown).
Esta es la única de las cinco series sospechosas que comparamos que no se refugia en los resortes de la comedia, aunque tampoco pretende ser nada más (y nada menos) que un divertimento adictivo. La prueba es que uno de los mejores personajes es el hermano abogado de Macarena, Sergio, interpretado por un Juan Diego Botto muy suelto, especialmente deslenguado en su manera de ir comentando la acción, lo más parecido a un coro griego que se fuera pitorreando de las desgracias ajenas. Igual de desacomplejada actúa su ex, la agente de policía encarnada por Miren Ibarguren: no te la crees mucho como agente de la ley, te cae bien desde su primera aparición.
El reparto es la principal baza de Todos mienten (con el debido respeto a todas las sensibilidades, recemos a los dioses de la cordura lingüística porque nunca se estrene Todes mienten, pero a estas alturas ya no estamos en condiciones de descartarlo). A los ya mencionados hay que añadir a Ernesto Alterio, Leonardo Sbaraglia, Amaia Salamanca, Jorge Bosch, Carmen Arrufat… y Eva Santolaria. Esta última no siempre convence en sus trabajos, y aquí parece ir por el mismo camino, hasta que Freixas le regala un monólogo de diez minutos, abordando un tema extremadamente incómodo, que consigue que la veamos mejor que nunca.
Claro que también pudo ser la Señorita Amapola, en la sala de billar, con el candelabro…
- ‘La mujer de la casa de enfrente de la chica en la ventana’ (Netflix)
Dejémonos de retórica confusa: de las cinco sospechosas, esta es la peor, con diferencia. Es insípida como una infusión de aguachirri. Y lo sentimos de verdad por una actriz de esas a las que tenemos ganas de seguir en todos sus proyectos, Kristen Bell, una Señorita Amapola (amapola con espinas, eso sí), que se ha ganado un puesto en la cumbre gracias a Veronica Mars y a The Good place.
La serie no encuentra el tono, parece una lección mal digerida de posthumor que combina elementos dramáticos con el presunto objetivo de descolocar a la audiencia
Esta nueva producción de cuyo nombre no puedo acordarme, ni ellos quieren que te acuerdes, pretende parodiar las intrigas psicológicas de mujeres solitarias y traumatizadas que creen haber presenciado un asesinato, exponiéndose a que el resto del mundo las considere paranoicas y ponga su cordura en tela de juicio. Deberían haber tenido en cuenta que uno de sus principales referentes supuestamente serios, La chica del tren, tanto la novela de Paula Hawkins como la versión cinematográfica con Emily Blunt, ya era en sí misma una parodia involuntariamente ridícula. Demasiadas carambolas. El gag recurrente de Kristen Bell destapando botellas de vino de manera compulsiva y llenando copas hasta el borde no parece suficiente reclamo.
La serie no encuentra el tono, parece una lección mal digerida de posthumor que combina elementos dramáticos con el presunto objetivo de descolocar a la audiencia, y al final te acabas bebiendo este brebaje mal mezclado de golpe, sin saborearlo, igual que hace la protagonista con el vino. Los destellos supuestamente graciosos son tan sutiles, y a la vez tan resabiados, que lo que quiere ser una burla autoconsciente de drama de sobremesa rancio y tópico acaba convirtiéndose en aquello mismo que quiere cuestionar. Next.
¡Ya está! Fue el coronel Rubio, en la cocina, con la tubería…
- ‘Murderville’ (Netflix)
Bojack Horseman tiene su propia edición del Monopoly, pero, pese a su condición de sospechoso habitual, jamás asomó su morro por el Cluedo. Es por ello que el personaje de este juego de mesa que relacionamos más directamente con el actor que le ponía voz a nuestro caballo preferido, Will Arnett, sería el coronel Rubio. La voz atronadora de Arnett tiene algo de marcial, de estar pasando revista. De hecho, en Murderville, el detective de Homicidios Terry Seattle, ejerce de severo instructor de los seis ayudantes con los que le toca trabajar, uno por capítulo.
‘Murderville’ es muy divertida y utiliza con originalidad un género tan popular en el teatro como es la improvisación
Curiosamente, la única de las cinco series que funciona de manera autoconclusiva, a asesinato por episodio, es la que permite jugar más al espectador a adivinar el culpable. En media hora le basta y le sobra para dejar dos o tres pistas definitivas, las que debe identificar el ayudante de Seattle, alguna celebridad que acepta formar parte del juego (el presentador y humorista Conan O’Brien, el jugador de futbol americano Marshawn Lynch, las actrices Annie Murphy y Sharon Stone, y los actores Kumail Nanjiani y Ken Jeong, que nos vuelve a traer Community a la memoria). Esta es la particularidad del nuevo proyecto de Arnett, basado en el formato británico Murder in Successville.
Los seis famosos desconocen el guión, tan solo saben que van a tener que ayudar en la resolución de un caso. Arnett y el resto de los intérpretes construyen las diversas situaciones que van a tener que resolverse con buenas dosis de improvisación y más de un ataque de risa mal disimulado, que humaniza y acerca la propuesta a los que estamos al otro lado.
Siempre hay una escena inicial en la comisaría y los sucesivos interrogatorios a los tres sospechosos principales, que van a dejar escapar algún detalle sobre su posible culpabilidad. En el curso de estas investigaciones se generan situaciones realmente hilarantes, de pura comedia física, como una que implica un espejo inexistente que debe ser recreado por los protagonistas a la manera de Groucho Marx en Sopa de ganso. Al final, a la manera de un concurso de telerrealidad, el famoso reciclado en ayudante de la policía se la juega y lanza su pronóstico. La jefa de la comisaría, que también es la ex de Seattle, es la encargada de comunicarle si acertó o falló, y de exponer los indicios escondidos en los diferentes escenarios.
Murderville es muy divertida y utiliza con originalidad un género tan popular en el teatro como es la improvisación. Por supuesto que su efectividad depende de las tablas de la estrella invitada, pero consigue captar nuestra atención, por esa sensación de estar asistiendo a una acción que transcurre en directo. Sea o no culpable, a Arnett nos lo llevaríamos a la sala de interrogatorios sin dudarlo. Por lo menos, nos haríamos un hartón de reír.
Hasta aquí este repaso extenso a algunos de los murder misteries más recientes, que nos han permitido recordar los coloridos nombres de los personajes más habituales del Cluedo. Los más veteranos todavía podemos recordar a algunos otros sospechosos de este juego, que acabaron desapareciendo en el olvido, víctimas no de un golpe de candelabro o un macabro estrangulamiento, sino de las nuevas ediciones. ¿Quién se acuerda ahora del Señor Pizarro, el Marqués de Marina, o del pobre Doctor Mandarino, que atendiendo a su curioso apellido parecía haberse escapado de un tebeo de Mortadelo y Filemón? Son nombres de otra época, aquella en que a alguien se le podía ocurrir mandar un telegrama musical…