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Después de cuatro temporadas y un escándalo sexual, la serie que fue un referente de la representación LGTBI en la televisión se despide con un adiós cantado que sabe a derrota por no haber podido redirigir la dramedia tras el despido de Jeffrey Tambor. Seguramente Jill Soloway nos rebatiría esta opinión y nos diría que el especial en formato película, que se puedo ver en la última edición del Serielizados Fest, es un triunfo: el triunfo de saber reponerse a un cataclismo que zarandeó los cimientos de una serie que siempre presumió de ser un hogar seguro para la comunidad trans.
En pleno auge del #MeToo, las acusaciones contra Tambor por parte de dos mujeres trans, su exasistente Van Barnes y su compañera de reparto Trace Lysette, obligaron a Amazon y a Jill Soloway a prescindir del actor y a replantearse la dramedia, que se veía forzada a hacer un importante cambio en su trama para poder suplir la ausencia. Toda esta situación acaba haciendo mella en la película, que es presentada como la gran catarsis de la familia Pfefferman y, por ende, de todo el equipo de Transparent.
El film arranca (esto no es spoiler, ha sido ampliamente explicado en los medios) con la muerte de Maura (Tambor), aunque el espectador nunca ve su cuerpo para evitar tener que hacer la cutrez que sería poner un muñeco de goma. A partir de la defunción de quien había sido el motor de Transparent, Soloway construye una película musical en la que tanto los tres hijos – Josh, Sarah i Ari (antes Ali) – como su exmujer Shelley (Judith Light) y su mejor amiga Davina (Alexandra Billings) exorcizan su pena y sus demonios a través de canciones.
Emocionalmente, ‘Transparent’ es un barco a la deriva con el que nunca se acaba de conectar
La idea del musical hacía tiempo que rondaba la cabeza de Soloway: el 2017, su hermana Faith, músico y guionista de la serie, hizo una función única de un pequeño espectáculo a medio camino entre el cabaret y el musical titulado «Faith Soloway & Friends: Should ‘Transparent’ Become a Musical?«. Desde ese momento la idea de convertir la serie en un musical fue apareciendo periódicamente en los medios de comunicación hasta que, cuando la serie estaba en el limbo por las acusaciones contra Tambor, Jill Soloway convenció a los responsables de Amazon para que los dejaran volver y despedirse.
Teniendo en cuenta que el telón de fondo de Transparent es Los Angeles, las comparaciones con La la land son inevitables, especialmente si Soloway rema a favor y no escatima en un vestuario colorido que remite a los números protagonizados por Emma Stone. La primera escena del capítulo arranca con Sarah (Amy Landecker) cantando dentro de su coche, aguantando uno de los famosos atascos de la ciudad, igual que hacen Mia y Sebastian al principio de la película de Damien Chazelle. Las comparaciones entre las dos cintas se acaban en los elementos formales: emocionalmente, Transparent es un barco a la deriva con el que nunca se acaba de conectar, a pesar de que en el pasado era imposible no querer a los Pfefferman a pesar de sus muchas taras.
El final de la dramedia habla del duelo y una posterior liberación pero no acaba de acertar el tiro. Toda la sensibilidad que Soloway había demostrado anteriormente para explicar el proceso de transición de Maura se ha evaporado y la película se convierte en un ejercicio cansino a mayor gloria de Shelly, interpretada por Judith Light. Las aspiraciones artísticas de Shelley ya se habían manifestado anteriormente pero en esta ocasión van un paso más allá con una obra de teatro musical sobre su familia. Este guiño de metaficción –al final la película es una musical sobre los Pfefferman pero también sobre el equipo que hace la serie- queda muy lejos de esa desgarradora escena de la tercera temporada en que Shelley versionaba «Hand in my pocket» de Alanis Morrissette como metáfora del largo camino que había recorrido hasta encontrar su voz.
Pero echarle toda la culpa a Shelley de toda lo que funciona mal en la película sería injusto (además, no haría más que augmentar su neurosis).
Transparent consiguió llamar la atención por su retrato de la diversidad sexual y de las singularidades de una familia. Sin embargo, en el final estos dos elementos están más desdibujados que nunca: hay pocos diálogos y muchas canciones, la mayoría de las cuales, a diferencia de lo que pasa en Crazy Ex-Girlfriend, no son lo suficientemente impactantes como para liderar la historia que quieren contar y nos dejan con la sensación de final apresurado (especialmente, en el caso de Josh y la rabina Raquel). Hasta los más entusiastas de los musicales concederían que en el caso de Transparent prescindiríamos de un par de canciones a cambio de dos diálogos bien escritos y emocionantes.
Buena parte de lo que explica la dramedia se basa en las experiencias y el universo de Soloway, que nació y se crió en una familia judía de Chicago. La directora es una de las fundadoras del East Side Jews Collective, una comunidad progresista y artística de Los Angeles que intenta reinventar las tradiciones y experiencias judías como una manera de atraer a jóvenes judíos que se han alejado de la religión. Este elemento es importante para entender por qué buena parte de la película está dedicada a reflexionar sobre qué significa ser judío y cómo ha vivido esta comunidad los traumas y la discriminación que ha experimentado a lo largo de su historia. Aunque pueda ser interesante –este elemento estaba presente desde el principio de la serie- acaba siendo agotador, pues eclipsa todos los rasgos que hicieron que Transparent fuera considerada una serie pionera y relevante.
Hubo un tiempo en que la serie dominaba la conversación seriéfila, en que se la consideraba el referente de la nueva comedia, igual que The Handmaid’s Tale era el drama que nos voló la cabeza a todos con su primera temporada. Sin embargo, el canto del cisne de los Pfefferman ha sido escuchado por pocos, los fans irredentos que, a pesar de las decepciones, querían mostrar sus respetos por una familia que nos enseñó que nunca es tarde para vivir de acuerdo a quien uno es.