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Si algo ha demostrado Penny Dreadful (Showtime, 2014), receptáculo cósmico de las criaturas más paradigmáticas de la novela romántica decimonónica, es que el neoespectador televisivo necesita descansar, de tanto en tanto, del apego por el realismo clásico de los grandes títulos de la teleficción reciente. Tras la dosis adecuada de literalidad, mantener los pies en el suelo abruma, razón por la cual algunas de las metáforas del temperamento humano más arcaicas comienzan a invadir la pequeña pantalla como ya lo hicieran años atrás con las grandes salas de cine.
The Strain (FX, 2014), capricho televisivo de Guillermo del Toro (junto al escritor Chuck Hogan y al productor ejecutivo de Perdidos, Carlton Cuse), revisita la figura vampírica con pretensiones renovadoras y conservadoras al unísono. Renovadoras en el plano estético, no solo por la reconstrucción mórfica de la criatura sino por el componente pandémico que trae consigo, sin duda una estrategia inteligente por modernizar un terror que individualmente ha perdido eficacia (¿quién teme hoy día, smartphone en mano, toparse con un vampiro a la salida de una discoteca?), pero que transformado en una cepa vírica alude a uno de los mayores miedos de la sociedad contemporánea: el desamparo ante una enfermedad planetaria incontrolable (recuérdese Gripe Aviar o, de modo más flamante, virus del Ébola).
Conservadores, eso sí, en la dimensión anímica del monstruo. Frente a la humanización e incluso ñoñización del vampiro de propuestas como la saga Crepúsculo o las series de televisión True Blood (HBO, 2008) y Crónicas Vampíricas (The CW, 2009), la serie de Guillermo del Toro recurre al origen del mito, ignorando los matices emocionales y explotando su versión lúdica y aterradora. Nada de triángulos amorosos con hombres lobos ni brillantinas pectorales a la luz del sol. The Strain revive al no-muerto despiadado e irracional que sufre ante la plata como Don Draper ante la palabra “Corea”. El vampiro prototípico, que aterriza en Nueva York en un avión cargado de aparentes cadáveres, escondido en un ataúd, del mismo modo que el Drácula de Bram Stoker desembarcara en Inglaterra un siglo antes. No es el único guiño al escritor irlandés: el viejo prestamista judío y el Doctor Ephraim son, a sus particulares modos, deudores del Abraham van Helsing de 1897.
Una vez más, la ficción televisiva se adentra en los territorios de supervivencia que existen más allá de la muerte. El limbo de Perdidos (ABC, 2004). La casa donde quedan encerradas el alma de los muertos en American Horror Story (FX, 2011). Los caminantes blancos de Juego de Tronos (HBO, 2011). Los difuntos que abandonan sus tumbas y vuelven al hogar familiar en Les Revenants (Canal +, 2012) e In The Flesh (BBC, 2013). The Strain, sin embargo, no aspira a la profundidad psicológica de series como The Leftovers (HBO, 2014), donde la no-muerte es un McGuffin para descubrir a los personajes, obras a priori configuradas para un reducto ilustrado de público. Tampoco a la amplitud de obras de masas como The Walking Dead (AMC, 2010). Nace como una serie friki sin concesiones, destinada a un espectador excéntrico que casi podríamos identificar con el propio Guillermo del Toro.
El eco del director mejicano reverbera en la factura visual de cada imagen de la serie, provista de una paleta de colores que recuerda y mucho al acabado de Blade II. Es, ante todo, la serie de Del Toro y sin embargo, puede apreciarse un presupuesto que no está a la altura de su amor por la historia. El Amo, que pretendía ser una fusión terrible entre el Nosferatu de Murnau y el Némesis de Resident Evil, queda convertido en una versión mejorada de los monstruos cutres de los Power Rangers, haciendo de The Strain una obra de ineludible talante serie B.
Es ahí, cuando la serie no alcanza la pirotecnia de una superproducción sino la cáscara de un relato pulp de terror ochentero gore (que no escatima en sangre, gusanos y lenguas asesinas kilométricas), donde se hincha de personalidad. Vampiros nazis, epidemias mundiales, terrorismo cibernético (una hacker, Dutch Velders, que recuerda mucho a la Cameron de Halt Catch and Fire), personajes planos y arquetípicos y diálogos en ocasiones pobres hacen de esta pequeña serie una sorpresa kinder donde todo queda donde esperas. Una serie de género que ofrece lo que oferta, recuerden sino la censura a la que fue sometida el cartel promocional por sus aparentes cualidades turbadoras.
Porque no todo son thewires en la viña del señor, esta versión vampírica de Guerra Mundial Z, reencuentro con esa pervertida sensación a medio camino entre el espanto y la fascinación, parida por el único director de Hollywood que osa reconocer que teme a los fantasmas, volverá en los próximos meses con más vampiros repulsivos y ficción ligera. La serie B, nunca mejor dicho.
“Una cosa de enorme poder y terrible voluntad. La voluntad de devorar el mundo y de tragar la luz”
– Setrakian, The Strain.