'The Mandalorian': Centauros del espacio
'The Mandalorian'

Centauros del espacio

Entre el western y el cine de samuráis, 'The Mandalorian' supone la expansión modélica de la franquicia 'Star Wars'.

'The Mandalorian' / Disney Plus

La saga galáctica imaginada por George Lucas, llevada mucho más lejos de lo que el joven cineasta graduado en la Universidad de California podría haber soñado, nunca ha ocultado su condición de coctelera de referentes populares, de homenaje de buen cinéfilo a tramas y arquetipos inventados hacía mucho, mucho tiempo en otras galaxias culturales, algunas bastante lejanas. Porque sí, el entretenimiento es cultura, le pese a quien le pese.

Todo empezó siendo una recreación de las space operas que habían ampliado horizontes entre las jóvenes generaciones de espectadores de los años 50 y 60, desde Planeta prohibido, la película que según algunas biografías habría visto el pequeño George el día que cumplía 12 años, hasta los seriales hiperespaciales protagonizados por Flash Gordon y Buck Rogers.

A todo este bagaje previo que dio vida a los Starkiller (posteriormente rebautizados Skywalker, con buen criterio) se le añadió un clásico de Akira Kurosawa situado en el Japón feudal. En La fortaleza escondida, dos campesinos buscavidas reclutados como soldados acababan formando parte de la escolta de una princesa. ¿Suena familiar, verdad? Ahí estaba el germen de C3PO y R2D2. Incluso se dice que Lucas pensó en proponerle el papel de Obi Wan Kenobi al genial Toshiro Mifune, que en aquella película de 1958 era el general de un clan derrotado.

Luego ya vino el fenómeno de masas, la explosión descontrolada de merchandising, los debates apasionados entre fans entregados cual parroquianos de una nueva religión, Edipos dispuestos a matar al padre de la criatura (que no era precisamente Darth Vader, sino el bueno de George) porque ellos sí que eran los auténticos guardianes de la Fuerza, la conocían como si la hubieran parido y podían convertirse en jueces supremos de todo nuevo intento de transformar la sabiduría Jedi en dólares contantes y sonantes.

Con los años ha resultado evidente, una vez descontada la inflación nostálgica, que la trilogía del cambio de siglo no era tan deleznable. Que sí, que Jar Jar Binks era un poco pesado y los excesos de glucosa en el idilio de Anakin y Amidala en El ataque de los clones, puro Corín Tellado hiperespacial, pero la auténtica película bisagra que nos abrió las compuertas del Lado Oscuro de par en par, esa obra oscura y notable titulada La venganza de los Sith, era un cierre más que digno a la crónica de una caída anunciadísima. Sobre todo teniendo en cuenta algo que los acólitos veteranos olvidan con frecuencia, que en su momento El retorno del Jedi fue muy criticada por su golpe de timón hacia el cine familiar, algo en lo que tuvieron mucho que ver esa tribu de peluches con ínfulas, los ewoks.

Con los años, más allá de las nueve películas canónicas, el universo de Star Wars ha dado pie a todo tipo de ficciones, cómics, novelizaciones, juegos de rol y series de animación, una arquitectura compleja de esquejes narrativos (para molar, debes hablar de spin-offs) especialmente dedicada a los fans irredentos. Ahora ese vasto legado, tan vasto como la infinidad de planetas que se quieran ir añadiendo al mapa de este tablero de juego eterno entre Imperio y República, sustenta el estreno más llamativo del catálogo de la recién estrenada Disney Plus.

The Mandalorian apela al espíritu de tantas historias surgidas a raíz de la original, muchas de ellas inspiradas por la literatura popular en un sentido para nada peyorativo de la palabra. Ahí están las maravillosas ilustraciones que acompañan los créditos finales y resumen la trama de cada capítulo, dibujadas por diversos artistas gráficos, entre ellos Nick Gindraux, Ryan Church y John Park. Nos recuerdan que el cómic ha contribuido en buena medida a ensanchar los límites de la ficción galáctica más famosa y rentable de todos los tiempos, y de paso suponen el equivalente audiovisual de las portadas de aquellas revistas pulp que conectaban al gran público con narraciones de género que les permitían evadirse de la realidad.

Además, en este caso, The Mandalorian funciona con suficiente eficacia y autonomía para ser consumida por los más neófitos en la materia. Por supuesto que hay huevos de Pascua, guiños para los más expertos, pero parece que la franquicia televisiva de Star Wars no va a exigir un máster para introducirse en cualquiera de sus propuestas, como alguna vez sí que parece pedirnos su compañero de plataforma, el famoso Universo Cinemático Marvel.

Concept art para ‘The Mandalorian’ del artista John Park.

En el caso de The Mandalorian nos basta con saber que los sucesos descritos ocurren cinco años después de El retorno del Jedi y veinticinco años antes de El despertar de la fuerza, en pleno proceso de cimentación de una Nueva República, tras el colapso de un Imperio que ya sabemos que se va a acabar reorganizando en la Primera Orden. En este mundo en proceso de cambio perenne y tensión entre opuestos, más o menos como el nuestro si le añades naves espaciales, es donde se mueve un tipo al margen de la legalidad, de cualquiera de las dos que se van alternando en el dominio del mundo conocido. En un universo más bipartidista que el de la Transición española, él no conoce más código de comportamiento que el propio de su gremio. Así es un cazarrecompensas, como lo fue Boba Fett en la trilogía original.

Cuando se anunció el proyecto de la primera serie de Star Wars en acción real, se especuló sobre si el mandaloriano protagonista sería justamente el tipo que le entregó a Jabba un pobre Han Solo congelado en carbonita (curiosamente, al que vemos paralizado en uno de esos bloques de carbonita en un cameo fugaz del primer capítulo es a George Lucas). Las primeras diferencias entre los dos cazarrecompensas no tardaron en saltar a la vista. Ambos llevan siempre oculto su rostro bajo la pesada armadura mandaloriana, hecha de ese material tan resistente llamado beskar. Pero la de este nuevo personaje era más reluciente. Y sus principios también.

Favreau no oculta que uno de los modelos para su mandaloriano es el Hombre Sin Nombre (Clint Eastwood) de la ‘Trilogía del Dólar’ de Sergio Leone

Podemos decir que para uno la armadura era una simple protección y para el otro es la simbolización externa de todo un credo. No olvidemos que Boba era un clon de su padre, el frío y metódico Jango Fett, y que para él Mandalore quedaba ya muy lejos. Mientras que el anónimo protagonista de esta serie, del cual desconocemos el nombre hasta el último episodio, es un huérfano que perdió a sus padres en las Guerras Clon y acabó siendo adoptado por una tribu mandaloriana. La filosofía de vida de estos guerreros es todo lo que ha conocido. Es lo que tienen los llaneros solitarios, escasas posesiones materiales y unas pocas normas para sobrevivir y poder convivir con uno mismo.

Fiel a las mismas fuentes de las que bebió Lucas, The Mandalorian es ante todo un western, las aventuras de un justiciero que explora un entorno hostil en el que las fidelidades se pueden diluir en lo que se tarda en cargar un bláster. Tenemos tabernas, como siempre pobladas por la fauna más peculiar, peleas cuerpo a cuerpo, tiroteos, y por supuesto gente que es buscada viva o muerta. Favreau no oculta que uno de los modelos para su personaje titular es el Hombre Sin Nombre de la Trilogía del Dólar de Sergio Leone. Clint Eastwood no llevaba casco, pero sus emociones eran igualmente impenetrables.

Los referentes de este mercenario espacial en el Lejano Oeste podrían ser muchos otros. Incluso, por la manera en que decide cobijar a un ser indefenso, el mandaloriano conecta con la trama de Tres padrinos, rodada dos veces por John Ford, en una versión muda de 1916 y otra de 1948 con John Wayne, en la que tres forajidos a la fuga encontraban una madre a punto de dar a luz en el desierto y le prometían hacerse cargo del bebé. Cualquier parecido con Tres solteros y un biberón es pura coincidencia. Volveremos más adelante a John Wayne, porque tiene otro papel inesperado en este cuento.

El Hombre sin Nombre (Clint Eastwood) y The Mandalorian.

Por el sentido del honor de aquellos que se sitúan a menudo al margen de la ley o se venden al mejor postor, The Mandalorian también puede ser considerada una historia de samuráis. Volvemos a los orígenes de la saga. Muchos de los papeles del gran Toshiro Mifune, que cuando daba vida a un guerrero, más que un actor era una bestia enfurecida acabada de escapar de una jaula, nos servirían de faro y de guía. No deja de ser curioso que el representante de la cultura japonesa, tradicionalmente considerada educada, discreta y distante, sea tan proclive a dejar salir su ira a borbotones, en gritos súbitos y cortantes como el tajo de su catana, mientras que los pistoleros que expandían las fronteras de los Estados Unidos, un país con fama de extrovertido, la cuna del show business, suelen aparecer imperturbables en pantalla, moviendo más la boca para masticar tabaco que para comunicarse con sus semejantes. En eso nuestro mandaloriano se aproxima más a dichos pioneros. Salvo cuando entra en batalla, lo que ocurre una vez por episodio, hace gala de una contención emocional que va mucho más allá del hecho de que no veamos su cara.

Hablaba de Mifune. En Yojimbo, el actor daba vida a un samurái que se ponía sucesivamente al servicio de dos clanes rivales que mantenían aterrorizado a todo un pueblo, para así poder librar a los aldeanos de esa presencia opresora. Ese intento de proteger a los débiles, no casándose con nadie y desafiando la propia naturaleza misántropa, tiene mucho en común con la arriesgada decisión del mandaloriano respecto al bebé de la misma especie que Yoda, convertido por el retraso en el estreno de la serie en muchos países en el spoiler más masivo de la historia reciente (en la RAE recomiendan hablar de «destripe», pero a veces las academias de la lengua también viven instaladas en el lado oscuro).

El marketing nos lo ha hecho llamar Baby Yoda, sin saber aún si tiene relación con el sabio Jedi; en la serie se refieren a él como «el niño». Únicamente por la presencia de esta marioneta animada mecánicamente, al estilo tradicional, la existencia de The Mandalorian ya estaría justificada. La alianza entre estos dos seres abandonados a su suerte, el guerrero con astucia suficiente para sortear todos los obstáculos y el bebé con extraordinaria fuerza mental y el ansia de travesuras de cualquier criatura pequeña, sea de la especie que sea y aunque tenga 50 años, funciona al nivel de las mejores buddy movies, más allá de la posible reflexión sobre lo que supone una paternidad sobrevenida.

Un actor embutido en una armadura y una marioneta se miran y surge la complicidad. Si eso no es magia…

Estamos ante los Tintín y Milú galácticos, aunque un poco menos habladores. Uno es de pocas palabras; el otro se expresa mediante onomatopeyas. Comparten momentos de peligro y gags recurrentes en los recesos, como la manía del chaval por agarrar la bola del cambio de marchas de la Razor Crest, la nave del mandaloriano, y quedarse el botín. Un actor embutido en una armadura y una marioneta se miran y surge la complicidad. Si eso no es magia… Y eso que esta relación no es el único punto a favor de la serie, el intento más afortunado de expandir la franquicia en los últimos tiempos, el que ha conseguido poner de acuerdo a críticos y devotos, una unanimidad que las nueve películas centradas en las relaciones algo culebroneras de los Skywalker pocas veces alcanzaron.

Para dar vida a este buscavidas con afán más o menos soterrado de justicia, condenado a vagar a la deriva de misión en misión equipado con un pasado traumático del que intuimos solo algunos destellos, se eligió al chileno Pedro Pascal, un valor en alza gracias a sus papeles en Juego de tronos y Narcos. Tiene su gracia que el protagonista enmascarado sea una estrella de rostro carismático, de esos que cae simpático. El actor ha explicado que preparar este papel le ha permitido redescubrir las posibilidades del gesto, como en la etapa en que trabajaba la commedia dell’arte. Y mira que la parsimonia del cazarrecompensas metalizado está en las antípodas del histrionismo habitual de Arlecchino, Pantalone y Colombina.

Siendo sinceros, Pascal sólo lleva la armadura en algunos momentos de la serie, no sabemos exactamente en cuáles, puesto que en muchos otros su doble de cuerpo ha sido Brendan Wayne. Prometíamos volver al (anti)héroe del western por antonomasia, John Wayne. Pues efectivamente, el bueno de Brendan es el nieto de John. Y asegura haber tomado buena nota de la lentitud con que era capaz de desplazarse su abuelo en pantalla para aplicarlo al mandaloriano. Brendan Wayne ya había trabajado con Jon Favreau en esa obra bizarra que fue Cowboys & Aliens, y cuando hizo una prueba de cámara ataviado con una armadura similar a la de Boba Fett, sin saber aún para qué, ya le advirtieron de que él no iba a ser quien le pusiera voz al personaje. Pues vale, debió pensar. Tampoco les iba a decir que se largaba a casa, como no hubiera hecho ninguno de nosotros, suponiendo que tuviéramos percha y corpulencia para vestir el traje de faena.

Nada nuevo en el universo de Star Wars. La simbiosis entre Pedro Pascal y Brendan Wayne nos recuerda la de James Earl Jones y David Prowse, voz y cuerpo de Darth Vader, pese a que Prowse no fue avisado de que le iban a doblar, según cuenta en convenciones de fans extraoficiales. Aquí la unión es total. Pascal sí que llevó la armadura en algunas escenas, pero el hecho de estar implicado en tres proyectos profesionales simultáneamente le obligó a colgar los hábitos en más de una ocasión. Y ahí entraba Wayne. Conseguir que el público sienta empatía por un ser tan hermético, en el sentido figurado y en el más literal, es un mérito compartido. El trabajo de Pascal con la voz, susurrante al estilo del Batman de Christian Bale y filtrada convenientemente por los conductos de su casco, cumple a la perfección los objetivos fijados.

Como los cumple el resto del reparto: el veterano Carl Weathers, quien tiene un lugar asegurado en nuestra memoria por el papel de Apollo Creed, Amy Sedaris, quien también lo tiene reservado por haberle cedido la voz a Princess Carolyn en ese pedazo de serie de animación que ha sido Bojack Horseman, Gina Carano, Giancarlo Esposito, la omnipresente Natalia Tena, dispuesta a igualar a Christopher Lee acumulando en su currículum las sagas más populares del cine y la televisión, la voz de Nick Nolte… Esto tampoco es un Chejov, ni tiene por qué serlo, pero ahí están esos nombres para darle lustre y empaque al conjunto. Y para la segunda temporada, rodada a tiempo de esquivar la crisis del coronavirus, de emisión prevista en octubre, se ha anunciado la incorporación de Rosario Dawson y de todo un icono de los 80, Michael Biehn (Terminator, Aliens, Abyss…).

«Sois unos cobardes, dejadlo (a Baby Yoda) así» – Werner Herzog

The Mandalorian es profundamente entretenida y sabe ir al grano. La clave está en las espectaculares set pieces que centran cada episodio. Se beneficia por igual de un diseño de producción y un despliegue de efectos visuales sin comparación en el universo seriéfilo, y por una capacidad de síntesis envidiable, casi inédita en la ficción actual, gracias a la cual la mayoría de los episodios duran entre 30 y 40 minutos, dependiendo del arco narrativo en cuestión y no de otros condicionantes externos. En ese intervalo los guionistas son capaces de desarrollar una historia autoconclusiva con planteamiento, nudo y desenlace, con toda la cacharrería que esperan los seguidores habituales de la saga y sus derivados. Sin olvidarse de hacer avanzar la trama principal que lo hilvana todo, donde espera acechante uno de los últimos artistas a los que hubiéramos asociado con una ficción de este tipo. ¿Quién nos iba a decir que Werner Herzog, el director alemán, autor de ficciones enrarecidas y documentales incómodos, siempre obsesionado en capturar la compleja relación del ser humano con su entorno natural, acabaría colándose en el mundo de Star Wars? Él es el cliente del cazarrecompensas que desencadena los acontecimientos.

En el fondo, si lo piensas bien, su elección no puede ser más lógica. También puso su voz puntualmente en Los Simpson y Rick and Morty, aún admitiendo que no conocía estas series. Su voz gélida y cavernosa, tan reconocible entre aquellos que hayan visto un documental de Herzog, es ideal para despertar inquietud en cualquiera de sus intervenciones. Y resulta que con quien mejor se compenetró Herzog en el set fue con el bebé mecánico. Según explicó a la revista Vanity Fair Deborah Chow, responsable del capítulo tercero y del séptimo, parece que el de Múnich incluso hablaba con el muñeco entre tomas y le daba indicaciones propias de director, que ya se sabe que la cabra tira al monte.

No se queda ahí la cosa. El productor y guionista David Filoni cuenta que un día retiraron la marioneta, con la idea de grabar dos versiones de cada escena, por si finalmente acababan generando alguna secuencia del personaje por ordenador, y a Werner casi le da un soponcio.  «Sois unos cobardes», les dijo a Filoni y Favreau, arrastrando su característica dicción germana. «Dejadlo así». Cualquiera le llevaba la contraria al tipo que ordenó  remolcar un barco de vapor por un monte de la selva peruana…

Jon Favreau y Werner Herzog («el cliente») en el set de ‘The Mandalorian’

¿Y qué decir de la música? Ninguna otra serie de las que se despliegan en estos días de estancia prudente en nuestras casas puede presumir de tener una banda sonora tan épica, con un tema principal rotundo, poderoso y muy pegadizo, de esos que acabas canturreando mientras avanzas marcialmente por el pasillo (a riesgo de ganarte alguna mirada reprobadora). El sucesor natural de Ramin Djawadi, que triunfó sin matices con la sintonía de Juego de tronos y que con Westworld firma una partitura excelente pero algo más difícil de tararear, se llama Ludwig Goränsson.

Este compositor sueco de larga trayectoria tiene un Grammy y un Oscar por la banda sonora de Black Panther, le puso música a series como Community o New Girl y ha acabado siendo el relevo del omnipresente Hans Zimmer en el nuevo y enigmático proyecto de Chistopher Nolan, ese Tenet que tiene que llegar en algún momento de un 2020 turbulento. Zimmer prefirió embarcarse en la nueva versión de Dune a cargo de Denis Villeneuve. En The Mandalorian Goränsson despliega la épica necesaria en forma de fanfarria a lo John Williams, lo que asegura su encaje perfecto en el imaginario de Nolan.

Este aventurero mandaloriano ha sido concebido por Jon Favreau, a quien muchos conocimos haciendo de actor en la comedia negra Very Bad Things y que está escribiendo las páginas más provechosas de su biografía en la faceta de director, especialmente por haber empezado a levantar la saga marveliana con Iron Man y por embarcarse en la operación de transferir clásicos animados de Disney a una falsa acción real, pasando por el filtro digital El libro de la selva y El rey león, sin mantener del todo la magia pero sin caer en el ridículo, lo que ya es de agradecer. Favreau no está solo. En el equipo creativo encontramos un nombre clave para Star Wars, el de Dave Filoni, guionista en Las guerras clon y creador de otra serie animada auspiciada por Lucas Films, Star Wars Rebels.

En la dirección de los capítulos nos encontramos con algún cómplice previsible. Taika Waititi, que le dio un vuelco bizarro a Thor en Thor: Ragnarok, se encarga del episodio definitivo, el octavo, aparte de ponerle voz al droide cazarrecompensas IG-11. Y también descubrimos alguna sorpresa. Bryce Dallas Howard, actriz que parece querer seguir los pasos de su padre Ron, y que ya había dirigido cortos, videoclips e incluso un documental sobre la paternidad, debuta en televisión detrás de la cámara en el cuarto episodio, «Santuario«. En este rodaje en concreto, por cierto, Howard revela que Pedro Pascal no apareció, puesto que estaba ocupado con un montaje teatral de El Rey Lear. Su relación de trabajo fue con Brendan Wayne y la voz se incorporó en postproducción.

Sea como sea, «Santuario» es un episodio muy sintomático de la mezcla de referentes y registros. Nos plantea un aparente reposo del guerrero en el planeta Sorgan, con romance incluido, para acabar remitiendo a otro clásico de Kurosawa, el que más reformulaciones ha generado. Me refiero, cómo no, a Los siete samuráis, cuyo molde argumental, la protección de un pueblo oprimido por unos bandoleros a petición de los aldeanos, fue asumida con la misma convicción por una panda de pistoleros magníficos y por una troupe de insectos de circo liderados por una hormiga. Ahora los samuráis son sólo dos, el mandaloriano y la mercenaria Cara Dune. De nuevo guerreros japoneses, forajidos del desierto y navegantes espaciales se dan la mano. Todo es posible en una producción capaz de transportarnos al Japón feudal en un planeta de granjeros y dos capítulos después reproducir las clásicas carreras por los pasillos de una nave laberíntica, tan típicas de la primera trilogía, con un tratamiento sincopado del color que casi nos recuerda al Nicolas Winding Refn más posmoderno, el de Sólo Dios perdona.

Por lo visto, la coctelera va a seguir agitándose durante mucho, mucho tiempo, incorporando nuevas visiones. La maquinaria funciona a la velocidad necesaria para alcanzar el hiperespacio y, antes de estrenar la segunda temporada, ya se está trabajando en la tercera. Afortunadamente, al mandaloriano le quedan muchos planetas por visitar.

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