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La cosa se torció cuando Caín mató a Abel. Dios le había dado la gracia a uno y la desgracia a otro, y la envidia hizo el resto. Desde entonces, las relaciones entre hermanos y padres –o Padre, que en este artículo vendrá a ser lo mismo– siempre han sido turbulentas. Hasta nuestros días. Hasta Succession. Y si la Biblia no es lo vuestro, la Historia está plagada de guerras familiares por la sucesión que también explican las cuatro temporadas de la fantástica serie de Jesse Armstrong para HBO. Hablemos de ellas.
Este texto es una mirada retrospectiva para comprender que las traiciones y masacres que se dan en el seno de la familia Roy tienen un origen antropológico que se remonta muchos siglos atrás. Comentaremos algunas luchas reales por la sucesión que nos harán recordar sobremanera la guerra de poder entre Kendall, Shiv, Roman, Tom, Logan y compañía. Quién sabe si en alguna de ellas, camuflado como dato histórico adusto y frío, se encuentra el futuro desenlace de la serie.
Será básico para el artículo el magistral ensayo Masa y poder de Elias Canetti, Nobel de Literatura en 1981. En él Canetti asegura que en cualquier dinastía donde un hijo debe suceder a un padre, ambos tienen motivos de sobra para odiarse el uno al otro.
Veamos si este fragmento del libro podría servir como resumen de Succession: “El padre, que tiene el poder en sus manos, sabe que ha de morir antes que el hijo. El hijo, que aún no tiene el poder, se siente seguro de sobrevivir. La muerte del mayor, que de todos es el que menos quiere morir –pues de no ser así no sería poseedor del poder–, se anhela ardientemente. Por otra parte, el acceso del menor al gobierno es aplazado por todos los medios. Es un conflicto para el que no hay solución real”. A mi parecer, si cambiamos hijo por hijos, es una síntesis perfecta de la serie escrita más de medio siglo antes que la serie.
Para ejemplificar sus palabras, Canetti presenta el caso del príncipe Salim, hijo y heredero del trono del emperador mogol Akbar (1542-1605). Salim no podía esperar ni un segundo más para tomar las riendas del imperio, hasta el punto de estar “furioso por la larga vida de su padre”. Se rebeló, lucharon durante tres años, perdió y se reconciliaron. Akbar, sin embargo, abofeteó a su hijo, le privó de su gran afición al vino y, en resumidas cuentas, lo humilló por su rebeldía. Tras todo esto, volvió a nombrarlo sucesor al trono. Akbar murió un año después por una enfermedad, y Salim se hizo con el poder. Su hijo, Shah Yahán, hizo con Salim lo mismo que Salim había hecho con Akbar: rebelión, tres años de lucha y derrota. Salim, como su padre hiciera con él, perdonó a Shah Yahán. Fue rey tras la muerte de Salim.
Un ciclo eterno de disputas paternofiliales
Encontramos en esta historia de sucesiones mogoles personajes cuya trayectoria nos recuerda, por supuesto, a Logan Roy y su hijo mayor, Kendall. Desde el primer capítulo de la serie, la rebelión de Kendall contra su padre es el motor de la serie, así como la capacidad de Logan para sofocarla una y otra vez. No solo eso. Como Akbar a Salim, Logan también humilla a su hijo, le priva del vino –las drogas, en este caso– y se encarga de domarlo. Siempre que Kendall intenta tumbar a Logan, fracasa como Salim y Shah Yahán, y como Salim y Shah Yahán solo obtiene la corona tras la muerte natural del padre.
Pero volvamos a Shah Yahán, ahora ya emperador. ¿Qué sucedió durante su mandato? Entra una nueva figura, aquí: la del hijo menor, es decir, la del hijo que no debería heredar el trono. Aurangzeb. No se andaba con tonterías, este tipo. Con tal de suceder a Shah Yahán mandó ejecutar a su propio hermano mayor y mantuvo en cautividad a Shah Yahán durante ocho años hasta que murió.
Si bien la figura de Roman en Succession es demasiado cándida en lo político y procaz en lo personal para compararse a la de Aurangzeb, Shiv encaja. Dan fe de ello sus maniobras subterráneas con Matsson para dar la patada en el culo al binomio Kendall-Roman. El legítimo heredero al trono por edad no es el único que lo desea, el resto de los hijos del rey también lo anhelan con la misma fuerza. Y si un hermano se interpone entre ellos y su objetivo, lucharán contra él del mismo modo que lo hicieron contra su padre. Por eso mismo Succession es, ante todo, un todos contra todos.
La historia nos dice que gane quien gane en ‘Succession’, pronto deberá luchar para que sus hijos no le arrebaten el trono
Por si os lo preguntabais, sí, el hijo de Aurangzeb también se alzó contra él. No venció y fue mandado al exilio. Con la muerte de Aurangzeb, el imperio Mogol desapareció. La conclusión que debemos sacar de este embrollo dinástico es la misma que apunta Canetti: “En esta longeva dinastía, todo hijo se levantó contra su padre, y todo padre hizo la guerra contra su hijo”.
Esta frase es clave por dos motivos. El primero es que convierte en Succession en un capítulo más de una narración interminable de sucesivas sucesiones. A tenor del parecido entra las historias, no sería descabellado imaginar un hilo genealógico que uniera al emperador Akbar con Kendall Roy. Entre ambos, un ciclo eterno de disputas paternofiliales, parricidios y algún que otro fratricidio.
Ese concepto, el de ciclo eterno, nos lleva a una segunda idea que se me antoja imprescindible a la hora de comprender el futuro final de la serie: la Historia nos dice que gane quien gane en Succession, pronto deberá luchar para que sus hijos no le arrebaten el trono. Dicho de otro modo: gane quien gane en Succession, se convertirá en Logan Roy. No por el hecho de ostentar el poder, no, si no por ostentar el temor a perderlo. Y un animal con miedo, lo sabemos, es capaz de absolutamente todo. Como Logan. Como el que venga detrás de él.
Un fraticidio anunciado
Canetti también explica la historia de Shaka (1787-1828), temible jefe zulú que aprendió la lección de los mogoles hasta llegar al extremo de jamás contraer matrimonio para así evitar tener herederos legítimos al trono que quisieran usurpárselo. En su harén de más de un millar de mujeres estaba prohibido el embarazo, y de hecho Shaka llegó a matar con sus propias manos a un hijo que le había sido ocultado. Tanta precaución al final no le sirvió de nada, puesto que fue asesinado por dos de sus hermanos. Supongo que veis por donde tiraré en el próximo párrafo.
Da igual quien sea Shaka en Succession tras la muerte de Logan, si Kendall, Shiv o Roman. Ninguno de ellos tiene herederos –o herederos lo suficientemente mayores– que le intenten arrebatar el poder. Está claro, entonces, que no deberían mirar hacia abajo, si no hacia los lados.
Estoy escribiendo este capítulo cuando solo han salido siete capítulos de la última temporada de la serie, pero las tramas van tomando un cauce parecido a la biografía de Shaka: hermanos cargándose a hermanos. Será inevitable, una vez eliminado el primero de los tres, que entre los dos restantes tenga lugar una nueva lucha de poder, hasta que quede solo uno, y ya sabemos por nuestros amigos mogoles que a este uno le espera volver a empezar el ciclo sin fin de las guerras de sucesión.
No hemos tenido en cuenta, hasta ahora, una figura importantísima en Succession: los outsiders. Perdón por el anglicismo, pero es que se trata de la palabra exacta. Aquellos que vienen de fuera de la familia y, sin embargo, también ansían la corona. El caso paradigmático de outsider en la serie no es otro que el de Tom, marido de Shiv. El trepa, el susurrador o, como le dice Shiv en el séptimo episodio de la temporada final durante una bronca inolvidable, la serpiente. Y para hablar de Tom hablaremos de Benedetto Gaetani, más conocido quizás como el papa Bonifacio VIII.
Tom, a lo largo de la serie, ha sido la vocecilla de Gaetani escondida tras la pared que ha ido comiendo orejas aquí y allí para ir escalando posiciones poco a poco
Gaetani (1235-1303) se hizo con el poder en el Vaticano de forma cuanto menos curiosa. Su predecesor, Celestino V, era un hombre recto que se ganó muchos enemigos tras obligar a los cardenales a desprenderse de sus vidas llenas de lujos materiales, amantes y vicios varios. Por las noches, Celestino V empezó a oír la voz de un ángel que le hablaba y le pedía con dulzura que abdicara.
Aunque resistió unos meses, al final hizo caso a la voz angelical. Jamás pudo ser probado, pero se cuenta que la voz del ángel era ni más ni menos que el cardenal Gaetani hablándole desde la habitación contigua a través de un pequeño agujero en la pared. Épico. Tras la abdicación, Gaetani acabaría convertido en papa bajo el nombre de Bonifacio VIII. Sería conocido como el papa blasfemo por su pasión por todo tipo de pecados, llegando incluso a practicar la pedofilia. Un sujeto verdaderamente repugnante.
Tom, a lo largo de la serie, ha sido la vocecilla de Gaetani escondida tras la pared que ha ido comiendo orejas aquí y allí para ir escalando posiciones poco a poco, con el único afán de hollar la cima. Este es un juego peligroso, uno siempre está en el alambre, y puede salir mal. Parece ser el caso de Tom, que tanta puñalada en la espalda de todo el mundo lo ha condenado a una soledad atroz, a un abismo donde puede perderlo todo. Los Gaetani de la vida, los Tom de la vida, sin embargo, siempre tienen un as bajo la manga, y su papel en toda sucesión suele ser importante, logren o no llegar al poder.
Todo lo que vemos en ‘Succession’ nos apasiona porque es, al fin y al cabo, la misma historia de la humanidad
El mismo caso de Tom puede aplicarse a otros personajes-satélite de la serie como Frank, Gerri, Marcia o –muy atentos aquí– Greg. No creo que sea una coincidencia que Matsson haya empezado a interesarse por él al saber de su gran talento para despedir a tantas personas como sean necesarias de cualquier empresa. El bufón convertido en verdugo es uno de los posibles finales de Succession muy a tener en cuenta. Se dice que el famoso bufón francés Triboulet le dijo a Francisco I que un cortesano quería matarle por una broma ofensiva. El rey le dijo que no debía preocuparse, puesto que si alguien lo mataba, el asesino sería ejecutado quince minutos después. Triboulet respondió: “¿Y no podrías ejecutarlo quince minutos antes?”. Pues eso.
La dinastía mogola, el jefe zulú y el papa blasfemo son ejemplos históricos de que todo lo que vemos en Succession nos apasiona porque es, al fin y al cabo, la misma historia de la humanidad. El poder, la lucha, la traición. También el amor, siempre entrometiéndose para complicar mucho más todo lo anterior.
No hay nada en Succession que no haya sucedido ya miles de veces en el pasado, ni habrá nada que no se repetirá miles de veces más en el futuro. Eso no habla mal de la serie, al contrario: tiene que ser –es– buenísima para engancharnos a una historia tan antigua como nuestra especie. Ahora ya solo queda saber quién se llevará el gato al agua en esta fascinante serie e inscribirlo en la gloriosa lista de reyes victoriosos. Una lista que, curiosamente, coincide con la de reyes tarde o temprano caídos en desgracia. He aquí la condena de los Roy.