Crítica de 'Secretos de un matrimonio': "Tenemos que hablar"
'Secretos de un matrimonio'

Tenemos que hablar

La versión adaptada a los nuevos tiempos de 'Secretos de un matrimonio' consigue capturar la esencia de la original.
Secretos de un matrimonio hbo

«Cuando vives en un lugar como la isla de Farö, te conviertes en un consumidor ávido de televisión. La televisión es la cosa más sorprendente que existe. Te permite llegar a todo el mundo». La cita no es de algún televidente patológicamente enganchado a la mal llamada caja tonta, sino de Ingmar Bergman, uno de los tótems del cine europeo de autor. Eso que décadas atrás se llamaba de arte y ensayo. Desafiando las etiquetas preconcebidas que pretenden separar el audiovisual en compartimentos estancos, hace cincuenta años uno de esos directores con fama de críptico soñaba con alcanzar la comercialidad en el mejor sentido del término. Un saludo desde aquí a los acólitos de la secta cuyo mantra es «el mejor cine se hace en la televisión».

A Bergman no le bastaba con llegar a la mente del crítico más sesudo, no quería convencer únicamente a una minoría selecta. Adoraba el cine y apreciaba la televisión, también desde la posición de un espectador profesional que se hacía proyectar cada día una película en su minicine privado. Te propongo un juego: reúne en la misma mesa a un cinéfilo de pura cepa y al defensor número uno de los blockbusters. Cuéntales que en una entrevista televisada Bergman llegó a alabar traviesamente el sentido del espectáculo de Independence Day y espera a ver a quién le peta antes la cabeza. Bergman no era Emmerich (ni falta que le hacía), pero sus historias estaban diseñadas para llegar al máximo número de gente.

Es por ello que tres de las obras mayores de su última etapa fueron antes miniserie que película. Me refiero a la disección profunda de la pareja y los límites del deseo y la monogamia que es Secretos de un matrimonio, al drama psicoanalítico Cara a cara y al fresco familiar con tintes autobiográficos Fanny y Alexander. El hecho de que la primera no pudiera optar a los Oscar por haberse estrenado antes en la televisión sueca forzó que las otras dos pasaran primero por las salas de cine en una versión forzosamente amputada, pensada sobre todo para el público norteamericano (el plan funcionó, ya que Cara a cara obtuvo dos nominaciones y Fanny y Alexander ganó cuatro estatuillas).

Dejando de lado las estrategias comerciales pensadas para acumular prestigio, lo cierto es que estas tres historias fueron concebidas originalmente según su división en un número reducido de capítulos. Bergman fue tan promiscuo con las disciplinas artísticas como lo fue con sus amantes, muchas de ellas actrices que trabajaron para él incluso después de la ruptura. El hombre que forjó su fama en el teatro y cimentó su fama internacional en el cine, abrazó la televisión con entusiasmo. De hecho, el único de esos tres amores del que prescindió casi totalmente durante su último cuarto de siglo de vida fue precisamente el cine.

El libro más completo sobre la obra de Ingmar Bergman, uno de los directores de cine más internacionales y relevantes del siglo XX, saldrá en español este mes bajo el título "The Ingmar Bergman Archives" ("Los Archivos Personales de Ingmar Bergman").

Ingmar Bergman (1918-2007, Suecia).

En Secretos de un matrimonio (Scener ur ett ärtenskap), el director volcó buena parte de las experiencias sentimentales producto de esa licenciosidad de la que hablaba, incluyendo la tormentosa relación con Liv Ullmann, la protagonista de la serie. En seis episodios de unos 50 minutos desgranaba los altibajos del matrimonio aparentemente perfecto compuesto por Johann, hombre de ciencia, y Marianne, abogada de familia. De paso también se preguntaba hasta qué punto es posible ser feliz si no eres fiel a tu personalidad, a tus anhelos y esperanzas. Que, de infidelidades, las hay de varios tipos.

El propio Bergman contribuyó a alimentar la leyenda según la cual ‘Secretos de un matrimonio’ había influido decisivamente en el aumento de los divorcios en Suecia

Para interpretar al marido, Bergman dispuso de uno de sus actores de confianza, alter ego del director en tantas películas, Erland Josephson. Eran los años en que el bueno de Ingmar parecía haber dejado algo atrás su etapa más metafísica, esa en que nos interrogaba sobre el silencio de Dios, para bajar a ras de suelo y escrutar la imperfección humana, que bastante trabajo le daría. Sin concesiones baratas a la galería, una ficción tan veraz basada casi exclusivamente en el diálogo constante entre dos personajes, pura esgrima verbal, consiguió llegar a tres millones de espectadores durante la emisión del capítulo final en su país, en 1973. Casi tantos como Pepa y Avelino en sus momentos de discusión más vodevilera, en esas otras Escenas de matrimonio que se prestan a la confusión de títulos y nos juegan una mala pasada a la hora de diferenciar dos productos tan alejados en fondo y en forma.

El propio Bergman contribuyó a alimentar la leyenda según la cual Secretos de un matrimonio había influido decisivamente en el aumento de los divorcios en Suecia. Ya lo veis, el maestro del alma torturada, en el fondo, aspiraba a ser influencer. Aunque seguro que otras razones relacionadas con el feminismo creciente de la época permiten explicar las cifras, no se puede descartar que el retrato íntimo de Johan y Marianne aportara su granito de arena. Un granito agridulce, basado en la constatación de que la monotonía, el tedio y la insatisfacción arruinan cualquier relación, incluso aquellas que, según decía Johan en algún momento, funcionan como un reloj. Invirtiendo la famosa boutade, es verdad que un reloj, por mucho que esté parado, acierta por lo menos dos veces al día… ¿pero qué pasa con el resto de horas? El guion escrito por Bergman, que definía el matrimonio como un «lecho de clavos» y un «infierno privado», parecía en realidad obra de un terapeuta matrimonial a la caza y captura de clientes potenciales. Vale la pena recuperar esta joya del catálogo de Filmin.

secretos de un matrimonio

El film ‘Secretos de un matrimonio’ (1973) está protagonizada por Liv Ullmann (Marianne) Erland Josephson (Johan).

Ahora ha sido el israelí Hagai Levi quien ha tenido la idea de releer este clásico y traerlo a los nuevos tiempos. Porque ahora disponemos de WhatsApp y cepillos de dientes eléctricos, pero nuestras carencias afectivas siguen estando allí, agudizadas por la felicidad impostada presente en ciertas redes sociales. La franquicia En terapia y el culebrón rashomónico The Affair habían consolidado a Levi como uno de los creadores contemporáneos más obsesionado con la idea de rasgar el telón de las apariencias y llegar hasta el núcleo de la intimidad personal, escrutando los pensamientos de los que únicamente nos permitimos hablar en privado. En el fondo, buena parte de la obra de Bergman andaba empeñada en escarbar en la psicología humana de un modo más veraz y honesto que el de muchos docudramas actuales supuestamente enraizados en la realidad. Las cuitas matrimoniales imaginadas por Bergman en 1973 le iban como anillo al dedo al Levi del 2021, con la complicidad del hijo del maestro, Daniel Bergman, uno de los productores ejecutivos del proyecto.

‘Scenes from a marriage’ (2021, HBO)

La nueva Secretos de un matrimonio (Scenes from a marriage) ha sido uno de los platos fuertes del menú de HBO para el retorno de las vacaciones, esas que también aseguran que hacen aumentar la tasa de separaciones. De Suecia viajamos a Estados Unidos. Marianne y Johan se han convertido en Mira y Jonathan, ejecutiva de una empresa tecnológica y profesor de Filosofía, respectivamente. Jessica Chastain y Oscar Isaac reanudan la química de una amistad que arranca en su época de estudiantes, aunque el público sólo la había podido disfrutar en la muy reivindicable El año más violento, la película de J.C. Chandor de 2014. Las miradas de amor y desamor que se dedican el uno a la otra en la ficción (y eso sin contar con su famoso GIF veneciano) ha desterrado de nuestra mente cualquier otro dúo, incluso el que el propio Isaac hubiera formado con la actriz elegida inicialmente para ser Mira, Michelle Williams.

La pareja Chastain-Isaac se tira a la piscina con muy pocos centímetros de agua, consciente de que tomar el relevo de Ullman-Josephson era un encargo arduo, sujeto a mil y una comparaciones. Y es probable que en un partido de dobles los suecos les hubieran pegado una tunda. Aun así, abordan sus papeles con la máxima honestidad, aplicando el bisturí sobre experiencias por las que todo el mundo ha pasado alguna vez en la vida, o unas cuantas. No se trata tan solo de averiguar en qué momento, sin saber muy bien cómo, se puede ir todo al traste, sino de intentar recomponer los restos de una relación fracasada, pasar a una nueva pantalla basada en el respeto hacia quien te ha sido vital durante tantos años. Simple y llanamente, llevarse bien con el ex.

Levi inventa nuevos diálogos, pero mantiene fielmente la escaleta de situaciones por los que pasa la pareja protagonista

Ya se sabe. Cuando los rencores entran por la puerta, la complicidad salta por la ventana. Y eso que este matrimonio no tiene apuros económicos, ni problemas de conciliación. Pese a que la maternidad responsable es uno de los temas de fondo, Bergman y Levi disponen la presencia de las niñas (dos hijas en el caso sueco, una en el americano) casi como si no estuvieran allí, un ejemplo más de «niños Guadiana» que desaparecen de la acción a conveniencia de los guionistas. Eso sí, es una decisión que queda justificada por la unidad teatral de espacio y tiempo de la mayoría de los episodios, muchos de ellos desarrollados cuando las pequeñas ya se han ido a la cama.

El matrimonio de 1973 y el de 2021 son igual de burgueses, y por tanto dedican la mayor parte del tiempo a divagar en el sofá o a admirarse su sagacidad intelectual frente al espejo. Así se explica la mirada sorprendida y algo condescendiente a la pareja de amigos que discute frente a ellos en una cena de presunto colegueo y buen rollo, justo en el primer episodio, profecía aciaga del futuro que les espera a ellos. Levi inventa nuevos diálogos, pero mantiene fielmente la escaleta de situaciones por los que pasa la pareja protagonista y los títulos de cada capítulo: «Inocencia y pánico», «Poli» (sustituyendo a «Paula»), «El valle de las lágrimas», «Los analfabetos» y «En medio de la noche, en una casa oscura, en algún lugar del mundo». Algunos de ellos son pura prosa poética. Lástima que la nueva versión acorta a cinco capítulos los seis del formato sueco y se salta el segundo, el que tiene uno de los títulos que captura mejor el espíritu de la odisea conyugal: «El arte de esconder el polvo debajo de los muebles». Hay algún guiño más sutil al original, cuando sabemos que el personaje de Isaac tuvo un grupo musical de juventud llamado Saraband, igual que el testamento fílmico de Bergman, en el que retomaba los personajes de Johan y Marianne, interpretados por los mismos actores fetiche, treinta años más tarde.

secretos de un matrimonio

‘Secretos de un matrimonio’ (2021) está protagonizada por Jessica Chastain y Oscar Isaac.

La principal innovación está en la inversión de los roles de género, algo que ya ha sido sobradamente comentado. No es que hayamos dado un vuelco a la desigualdad, pero es una obviedad que en el siglo XXI hay unos cuantos padres más que asumen el mantenimiento del hogar y se convierten en los principales referentes de sus hijos, esperando el regreso de la mujer de algún viaje de negocios que alguna vez, vaya por Dios, se puede alargar más de la cuenta. Oscar Isaac juega en casa, en todos los sentidos. Difícil sería que no nos cayera bien un tipo tirando a modesto, siempre dispuesto a complacer a su esposa, y que para más inri tiene el buen gusto de entretener a su hija con los geniales cortos de Wallace y Gromit. En ambas versiones surge la tentación de identificarse con la persona que más sufre los estragos de la rutina y la insulsez (quieras que no, suena más contundente y menos tópico que hablar de falta de pasión). En nuestro subconsciente colectivo hace tiempo que quedó establecido quién era el que sufría más, si el que deja o el que es dejado. A pesar de eso, parece que tampoco hombres y mujeres se marchan de la misma manera. Resulta interesante comparar la petulancia narcisista del personaje de Erland Josephson con la frialdad quebradiza de la Chastain.

En definitiva, la nueva Secretos de un matrimonio supone una variación tan libre como respetuosa de un cánon firmemente establecido. Hasta en una de sus decisiones creativas más cuestionadas no anda tan lejos de su referente directo. Al inicio de cada episodio, la cámara sigue a Isaac o a Chastain, no a sus personajes, tomando posiciones en el plató justo antes de empezar a rodar. Los vemos avanzando entre miembros del equipo técnico ataviados con la pertinente mascarilla que ya es signo de los tiempos, consultando alguna duda de última hora con el director… Durante unos pocos segundos atisbamos el making off, en una ruptura de la cuarta pared que resulta por lo menos paradójica, tratándose de un drama que precisamente nos pretende encerrar entre las cuatro paredes de una alcoba.

Lo curioso es que Bergman también era amigo de este tipo de distanciamientos narrativos, tan comunes en el teatro contemporáneo. Su obra maestra Persona se iniciaba con el plano del encendido de un proyector cinematográfico, evidenciando que todo lo que se iba a ver a continuación no era más que una película. Del mismo modo, los episodios suecos de Secretos de un matrimonio se iniciaban con una colección de fotos fijas que le servían al mismo director para resumirnos lo visto anteriormente (un «previously» de toda la vida), y acababan con unas imágenes de la isla de Färo sobre las que Bergman recitaba los nombres de los principales miembros del equipo. Son pequeñas muestras caprichosas de artificiosidad que enmarcaban, y enmarcan, monumentales intentos de verosimilitud, de conectar con la audiencia. Levi, discípulo aplicado, supera con un notable la difícil asignatura de reformular un clásico que ha dejado huella por su capacidad devastadora y por el reto implícito que le lanzaba a los espectadores, el de reexaminar su vida en pareja. Ojalá sirva para que nuevas generaciones descubran la aportación fundamental del genio sueco, tan hábil cambiando de pareja como reflexionando sobre ello.

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