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A lo largo de doce horas, el cineasta Xavier Giannoli (Neuilly-sur-Seine, 1970) explora con suma precisión el desarrollo y las consecuencias de la estafa más grande jamás cometida (Filmin estrena hoy la segunda y definitiva tanda de episodios de Sangre y dinero). A partir del libro homónimo de Fabrice Arfi se examinan los mecanismos empleados para defraudar el IVA que gravaba las cuotas de carbono y que supuso pérdidas milmillonarias para el estado francés. Sangre y dinero
El director galo, que venía de adaptar a Honoré de Balzac en la vibrante Las ilusiones perdidas (2021), sigue manteniéndose fiel a ese enfoque humanista que sobrevuela la obra del autor de La comedia humana y encuentra en el formato serial el molde ideal para verter un compuesto en el que la exactitud a la hora de referir y explicar los pormenores económicos del fraude no desvirtúa un prolijo estudio de personajes, empezando por el de Simon Weynachter (Vincent Lindon), líder de la unidad especial antifraude creada exprofeso para parar el expolio. Y siguiendo por esa heterodoxa cuadrilla de estafadores que conforman el clan de judíos tunecinos afincados en Belleville que comanda Alain Fitoussi (Ramzy Bedia), y su principal asociado, Jérôme Attias (Niels Schneider), un tipo instalado en las capas altas de la sociedad pero adicto al riesgo y con ganas de demostrarle a su familia política que él también sabe hacer dinero. Sangre y dinero
Sangre y dinero supone su debut en el formato serial. ¿Cómo se ha enfrentado a escribir doce horas de ficción? Sangre y dinero
Xavier Giannoli: La verdad es que no me he dado cuenta de lo que supone todo esto. Escribir es la parte del proceso que prefiero, es donde veo la película en su totalidad (si bien en este caso he tenido la ayuda de Jean-Baptiste Delafont). No me di cuenta de la extensión, la historia era tan emocionante, tan inspiradora, que las cosas simplemente venían.
«En lugar de darle protagonismo a un periodista, opté por un inspector de aduanas porque, desde una óptica narrativa, resultaba más original asistir a la creación de un nuevo servicio que se ocupa de la nueva delincuencia»
Uno diría que no ha abandonado la senda de Balzac…Sangre y dinero
X.G: Lo he estudiado mucho. En diez años escribió 3.000 páginas que revolucionaron la literatura. Lo extraordinario de Balzac, y de otros balzaquianos como Philip Roth, es esa idea de abrazar la sociedad. Tener escenas que se ocupan de la más estricta intimidad en una habitación, y al mismo tiempo, intentar comprender cómo una época habla a través de sus personajes. Creo que es una ambición que la ficción debe tener, esa es la misión, por eso, aunque no sea una película sublime, me interesa tanto Los asesinos de la luna (Martin Scorsese, 2023) porque esa ambición scorsesiana es también muy balzaquiana: ¿qué nos dice está historia sobre Norteamérica, sobre su relación con los nativos, sobre su obsesión con el dinero, sobre el sentimiento de culpa? Son temas ricos y fuertes.
Pese a partir de un material literario previo que se nutre de hechos reales, se crearon personajes exprofeso como el de Simon Weynachter (Vincent Lindon). ¿Por qué?
X.G: Mi objetivo era hacer un thriller, mostrar una investigación, y que esa investigación no se centrase únicamente en cuestiones puramente financieras, técnicas y policiales. Evidentemente, eso está muy bien. Para mí, explorar esa parte fue formidable. La investigación es muy dinámica, y además es muy original. Sangre y dinero
Hay que tener en cuenta que el libro de Fabrice Arfi en el que nos hemos basado se centra en una investigación y que, además, el autor habla de sí mismo y asume una posición dentro del relato que pasa por tratar de comprender cómo pudo suceder lo que sucedió (no perdamos de vista que estamos hablando de un gran periodista de investigación). Él asumía el punto de vista del investigador y tenía la ambición de explicar de dónde venía esa gente y cómo se conforma esa sociedad de la que forman parte.
Sin embargo, en lugar de darle el protagonismo a un periodista, opté por un inspector de aduanas porque, desde una óptica narrativa, me resultaba más original en tanto en cuanto asistimos a la creación de un nuevo servicio que se ocupa de la nueva delincuencia. Los criminales han comprendido que es muy peligroso, además de complicado, asaltar un furgón blindado o atracar un banco, porque les caerán más años de cárcel que si malversan fondos a través de internet. Contar la historia de un servicio que se adapta a esta mutación del aparato criminal era mucho más dinámico.
Al contrario que en los thrillers habituales, aquí se trata de perseguir un dinero que no podemos ver, escondido detrás de alambicadas operaciones bancarias. ¿Cómo se transforma lo invisible en imágenes?
X.G: Esa fue una gran apuesta, emocionante incluso. ¿Cómo convertir en cine esos elementos? Hay algo muy moderno en esta estafa, con la intervención de las computadoras y de los flujos bancarios. Evidentemente, una transferencia bancaria es más difícil de filmar que una pelea en un bar. Lo que intenté, precisamente, fue convertirlo en material fílmico, cinematográfico. Y pensé mucho en películas de investigación que realmente me fascinan, como JFK (Oliver Stone, 1991), y me di cuenta de que, en última instancia, todo se reduce a lo mismo: aquí se trataba de conocer a aquellos que organizan el movimiento de esos flujos bancarios.
Tanto por algunas decisiones de montaje como por el diseño de algunos personajes, principalmente el de Weynachter y los problemas que tiene con su hija y esta, a su vez, con las adicciones, Sangre y dinero recuerda a Traffic (Steven Soderbergh, 2000). ¿Lo cree así?
X.G: Me gusta mucho Soderbergh como montador, es un gran montador. De hecho, lo bueno de Soderbergh es que, por un parte, es el heredero de una tradición claramente hollywoodiense y, al mismo tiempo, está obsesionado con el cine europeo más vanguardista, con directores como Alain Resnais, por ejemplo.
Traffic es una película brillante, también me parece genial El halcón inglés (Steven Soderbergh, 1999) pero creo que JFK, en tanto película de montaje, es una obra de arte. Hay una escena en la que, durante un almuerzo, descubrimos la fabricación de la fotografía de Lee Harvey Oswald, una escena que dura ocho o nueve minutos. Creo que es la primera película en la que hay tantas imágenes mentales. Es decir, ellos están hablando alrededor de una mesa y podemos ver lo que están pensando, vemos imágenes sobre sucesos que todavía no sabemos si pasarán.
Además, es la película que inspiró a Adam McKay para hacer La gran estafa (2015), con la que también se pueden trazar relaciones, aunque si pensamos en la película de McKay antes tenemos que remontarnos a Wall Street (Oliver Stone, 1987), que para mí es una obra maestra. En realidad, Wall Street es como una novela de Balzac, con un joven ambicioso y una figura similar a la de Vautrin, que sería Gordon Gekko (Michael Douglas).
Lo que me interesa de las películas, y eso es algo que buscaba especialmente en esta serie, es la combinación entre aquello que es decididamente moderno, tan contemporáneo como la tecnología, y las verdades humanas que allí se expresan y que tienen que ver con los celos, con el asesinato, con el deseo, con la manipulación… Eso es lo extraordinario del libro y fue lo que me hizo ver que en él había muchísimo material para hacer una gran serie.
Volviendo a la cuestión del montaje. En varios momentos, como por ejemplo en la reunión que Weynachter mantiene con los responsables de Evergreen, observamos un uso intelectual del montaje, con una sucesión de planos que refieren a realidades distintas y que obligan al espectador a extraer nuevos significados por medio de la asociación. ¿Por qué?
X.G: El montaje es una herramienta cinematográfica extraordinaria y, en esas secuencias, creo que permite que el espectador ocupe un lugar formidable mediante la combinación de distintos elementos. Vemos imágenes sin saber demasiado bien por qué las vemos y con las que nos encontraremos más tarde. Y eso posee una poética, proporciona ritmo y añade profundidad. Es como si de repente la escena estuviera en 3D y pudiésemos explorar todas las posibilidades que nos brinda.
¿Qué papel juega el dinero en tanto elemento narrativo?
X.G: El dinero, aunque casi preferiría llamarlo “la pasta”, libera los instintos, así que se trataba de interrogar a estos personajes sobre si eran capaces o no de reprimirse. Dicho de otro modo, eso a lo que llamamos educación y sociedad. Lo sociedad solo es posible cuando somos capaces de gestionar nuestras propias frustraciones y, al mismo tiempo, no creernos que todo está permitido y tener cierta idea de responsabilidad. El dinero es, por el contrario, una fuerza que libera todo aquello que puede ser regresivo en el hombre. El dinero es como el revelado en fotografía, es aquello que hace que aparezcan partes de la naturaleza humana sobre las que yo no ceso de interrogarme.
Hablando de “pasta” y viendo las similitudes entre algunos elementos, ¿le interesa Succession?
X.G: Me encanta Succession (Jesse Armstrong, 2018-2023). De hecho, su creador dijo algo muy divertido: “cuando la vendí, la presenté como una mezcla entre Celebración (Thomas Vinterberg, 1990) y Dallas (David Jacobs, 1978-1991)”. Además, tiene detalles que, como director, me sorprendieron mucho. Fijaos en cómo están sentados los hijos cuando intervienen en una conversación; se sientan como si fuesen niños, adoptan posturas infantiles, como si el hecho de ser rico tuviese un efecto regresivo en ellos y los dejase anclados a esa primera etapa de la vida.
«Para mí, lo que esta historia tiene de fascinante es su punto decadente, tanto desde una perspectiva política como en lo referente a las vidas de esas personas que se lo permiten todo»
Regresando a Sangre y dinero, ¿no tiene miedo de que la serie sea percibida como un alegato contra los políticos en general?
X.G: Es algo que puede suceder, pero intentamos mostrar todas las caras del problema. Las ambiciones del gobierno -bueno, en realidad de las políticas medioambientales de la Unión Europea- eran bonitas y legítimas, solo que, al mismo tiempo, estaban influenciadas por esa idea estadounidense que nos obliga a creer en las virtudes del mercado. Quisieron hacer algo que, por una parte, afectaba a los impuestos, y por lo tanto al estado del bienestar, al mismo tiempo que creían en la libertad del mercado y en el liberalismo. Esa es la gran paradoja de las sociedades modernas. Es un problema sistémico.
Y sí, después están los estafadores, gente sin escrúpulos que se beneficia de esas contradicciones quienes, a su vez, tienen su propia historia, que tiene que ver con la emigración desde Túnez hasta Belleville, con el hecho de haberse criado en la calle… Y después tenemos a Simon Weynachter, alguien que inicia una búsqueda legítima basada en su deseo de defender el bien social y el orden, pero que, al mismo tiempo, tiene grandes defectos como padre.
La riqueza de la serie y de una obra en general está en que las cosas no puedan resolverse de una manera fácil y evidente: eso es lo que hace que estemos vivos, que nos demos cuenta de que las situaciones humanas y políticas son complejas, lo que no impide que tengamos una opinión a propósito de los temas que se abordan.
Por ejemplo, para mí, lo que esta historia tiene de fascinante es su punto decadente, tanto desde una perspectiva política como en lo referente a las vidas de esas personas que se lo permiten todo, que gastan dinero en jets privados, que es algo que a casi todo el mundo le sigue resultando fascinante. Lo que no quería, bajo ningún concepto, era ser complaciente con eso.
Resulta llamativo que la estafa se llevase a cabo mientras estallaba la crisis de 2008…
X.G: Todo esto sucedió durante la crisis de las hipotecas subprime, por lo que la gente estaba mirando hacia otro lado. Lo que es desesperante es la impunidad. Los responsables de la crisis de 2008 apenas han sido castigados, el secreto bancario sigue protegiendo a muchas de estas personas y aunque la legislación se ha vuelto más estricta, todavía puedes plantarte en Dubái con un camión de dinero sin necesidad de rendir cuentas a nadie.
En esta segunda parte de la temporada se incluye un archivo de Elizabeth Warren, una senadora americana de izquierdas, que hizo pasar un mal rato a los dirigentes del HSBC, diciéndoles que si un pequeño traficante es detenido irá a la cárcel mientras que ellos, que custodian el dinero de los carteles de la droga, duermen tranquilamente en sus casas. Así que es cierto que hay algo que es muy importante para mí, que es una especie de colera y de indignación. Eso no lo voy a negar. Una cólera contra eso que se ha decidido llamar optimización fiscal y en realidad es un blanqueamiento de capitales. A menudo me pregunto cómo es posible que la gente no lance sillas contra los cristales de los bancos.
¿No temía ningún tipo de represalias por parte de la comunidad judía dado que los estafadores pertenecen a ella?
X.G: Tengo una educación religiosa, si bien progresista, y siento un gran respeto por lo que representa la religión de los demás, ya sean musulmanes o judíos. Evidentemente, cuando leímos esta historia vimos que involucraba a judíos tunecinos, también decidimos incluir a un personaje, que no está en el libro, que es Askenazi, así que el hecho de que esto ocurra en la comunidad judía, obviamente, es un elemento que ha de tenerse en cuenta. Ahora bien, lo que no queríamos era caer en el cliché o en la maledicencia, porque entendemos que este es un tema que debe ser tratado con la mayor de las deferencias y el más absoluto de los respetos.
Un día, uno de los policías que intervinieron en el caso real, me comentó lo sucedido cuando arrestaron a uno de los estafadores en Tel Aviv. Este empezó a pedir comida kosher, a insistir en que era judío como ellos, etcétera. El policía, judío también, le respondió: “Tú, ladrón, ¡cómo te atreves a venir aquí a montarme este número! Alguien como tú es una vergüenza para nosotros”. Esa escena, que aparece en la serie, está directamente sacada de la realidad.
«Intento ser un humanista, lo que no quiere decir que haya que caer en el relativismo y justificar a todo el mundo»
También hay que saber que, bajo el pretexto de practicar ejercicios de elevación espiritual, muchos judíos eluden la acción de la justicia refugiándose en Israel, algo que también mostramos. Sobre estos asuntos hablé con muchos rabinos porque no quería cometer ninguna torpeza – habitualmente hablo con rabinos y curas, es algo importante para mí y algo central en su vida; me interesa buscar ese cuestionamiento religioso, debatir con ellos – y me expresó que veía bien mi inhibición y mi angustia, pero me dijo: “Xavier, un estafador es un estafador, sea judío, musulmán o cristiano”.
En un momento determinado, a Simon Weynachter se le bautiza como “el hombre de la línea”. Antes ha señalado la contradicción entre las políticas estatales y el libre mercado, cuyos desajustes remiten a ese concepto de límite tan presente en la serie en distintos niveles. ¿Qué es lo que le interesa de él?
X.G: En primer lugar, para mí, como autor, fue muy importante aprehender la complejidad de una estafa de ese calibre, la más grande que nunca ha existido. El objetivo era tratar de comprenderla y ver, desde una óptica humana, como nos interpela en lo referente a la relación entre el bien y el mal. Esa línea divisoria entre uno y otro nos atraviesa a cada uno de nosotros. El personaje de Vincent Lindon vive su trabajo como una misión, que no es otra que la de probar la culpabilidad de los estafadores y, al mismo tiempo, se siente asfixiado por la culpabilidad de haber sido un padre defectuoso.
Intento ser un humanista, lo que no quiere decir que haya que caer en el relativismo y justificar a todo el mundo. Una cosa es tratar de comprender y otra muy distinta caer en la complacencia. Por ejemplo, si observamos a los estafadores, veremos que son producto del mundo que han creado las sociedades modernas, consumistas, materialistas y hedonistas, que consiste en disfrutar sin dar nada a cambio, sin límites. Mientras que Weynachter, es alguien que, precisamente, se dedica a fijar los límites. Se trata de explorar esos choques, esas contradicciones.
Además, me interesa la idea de la frontera, algo con lo que se ha jugado desde la Comunidad Europea. Eliminar las fronteras puede sonar como algo bonito y quizás, hasta cierto punto, bueno, pero creo que es un concepto sobre el que conviene reflexionar. La frontera entre el bien y el mal, la frontera entre el hombre y la mujer… Esta idea de un gran todo donde no haya líneas, ni límites, ni fronteras, me parece una aberración antropológica y delirante. Para mí defender las fronteras no tiene nada que ver con negar la diferencia, sino con aceptarla, con respetarla.