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«Prefiero estar en ninguna parte con ella que en alguna parte sin ella». Quien suscribe este rompecabezas existencial no es Santa Teresa de Jesús, la religiosa célebre por vivir sin vivir en sí, sino uno de los cómicos más cafres de la historia del humor británico, militante extremo en la liga del gamberrismo con discurso. Con su última creación, After Life, Ricky Gervais ha teñido de melancolía su presunto discurso huraño, de una sensibilidad agridulce que quizá las mascotas de cualquier rincón del mundo podían haber detectado, pero que hasta ahora había pasado por alto, por demasiado sutil, entre sus congéneres humanos. Aunque los más observadores presumieran de haberle adivinado el trasfondo.
Si hasta ahora había buscado el sonrojo del espectador con su manera de pisar el acelerador de la incorrección, en su nueva serie se atreve a hurgar en nuestros lagrimales con una honestidad poco habitual, mostrando el proceso de duelo autodestructivo de un periodista de provincias que ha perdido a su mujer por un cáncer. Para Tony, Lisa era mucho más que una media naranja, era la cómplice absoluta de una maravillosa historia de humor, el guante que encajaba todas las bromas de una mente gozosamente inmadura, incluso las más pesadas, porque eran el camuflaje de una adoración absoluta. Al perder ese punto de apoyo, Tony se encierra en un estado depresivo, a la manera de un búnker emocional, que en realidad le lleva a explorar los límites de la autocompasión. ¿Hasta qué punto le va a seguir diciendo lo que le dé la gana a los demás, haciendo gala de un sarcasmo lacerante y una sinceridad ofensiva, escudado en su condición de víctima crónica?
En 1983 un andrógino Gervais aspiraba a triunfar en el género ‘new wave’ con su grupo Seona Dancing
En esta ocasión Gervais le saca partido a sus estudios de Filosofía en la University College de Londres, cuando todavía era un joven con muchos proyectos y pocas concreciones: pese a un pequeño guiño anecdótico a La vida de Brian, si hay una obra de los Monty Python que pueda definir After Life es sin duda El sentido de la vida. No por el espíritu excesivo de aquel desvarío de Terry Gilliam y compañía, sino por el título. En un giro que ha desconcertado a algunos seguidores del presentador más cáustico de los Globos de Oro, su nueva serie acaba siendo una declaración de amor a la vida con todas su imperfecciones, la constatación que en este mundo hay mucho gilipollas suelto, pero no podemos perder ni un segundo más del necesario en identificarlos y combatirlos. ¿Tan diferente es este mensaje del que nos había hecho llegar anteriormente? En el fondo no hay una auténtica ruptura con el Gervais del pasado, el que se rebozaba en la gilipollez de muchos de sus personajes cual marrano en el barro. Al contrario, existen muchos otros Rickys y todos están ocultos en los pliegues de After Life, como un juego de muñecas rusas.
Las andanzas de este periodista local a la caza de ecos de sociedad surrealistas están puntuadas por una banda sonora muy cuidada, con la presencia de Nick Cave y Elton John entre muchos otros. Es una lástima que no escogieran el tema «More to lose», de Seona Dancing, porque nos hubiera permitido escuchar la voz de Gervais hacia 1983, cuando aspiraba a triunfar surfeando por la new wave junto a un compañero de universidad. Embadurnado con el maquillaje oficial de todo nuevo romántico, luciendo una estética andrógina que lo situaba como el eslabón perdido entre David Bowie y Dave Gahan, o los primos lejanos de Boy George, el dúo grabó un par de temas que se perdieron en lo más bajo de las listas de singles de Gran Bretaña antes de disolverse. Eso sí, una emisora de radiofórmula de las Filipinas convirtió «More to lose» en todo un himno, contribuyendo al particular Searching for Sugar Man de este cómico en ciernes. A Gervais no le tose ni Rodríguez.
- «More to lose», de Seona Dancing (1983):
Lo cierto es que siguió vinculado a la música. Fue manager de los Suede antes de que éstos alcanzaran el éxito y trabajó de DJ en la emisora londinense XFM (donde no consta que intentara colar nunca los dos singles de Seona Dancing para replicar el fenómeno filipino). Paralelamente empezaba a escribir sketches y a aparecer ocasionalmente en programas de televisión, y hasta llegó a presentar un programa de conversaciones con famosos para el Channel 4, Meet Ricky Gervais. Buscando personal de refuerzo para la radio, Gervais había entrevistado a un tal Stephen Merchant, con quien formaría un excelente tándem creativo. De la unión de estos dos talentos nació David Brent, el protagonista de The Office, jefe intermedio de una empresa papelera tan mediocre como fanfarrón, uno de esos ases de la vergüenza ajena y el autoengaño, machista, racista y sin un ápice del carisma que se vanagloria de tener, un tipo al que su personaje más reciente aborrecería sin piedad. Estrenada en la BBC en el verano del 2001, The Office fue recibida inicialmente con tibieza. El paso de los años la ha situado donde se merece, como una sitcom realmente innovadora, que se valía del recurso del falso documental para destripar las hipocresías y miserias diversas del entorno laboral. Sin risas enlatadas y con muchas miradas incómodas de reojo a cámara.
Si Gervais consiguió humanizar al patético David Brent, al tipo que pretendía ser el colega gracioso de unos empleados hastiados, y que sin cargo y placa en la puerta no sería absolutamente nadie, ¿cómo no íbamos a empatizar con sus futuros trabajos? ¿Acaso la redacción del diario local que aparece en After Life, The Cambury Gazette, no respira los silencios tensos de aquella empresa papelera que tuvo afortunadas réplicas en Estados Unidos o en Suecia, entre otros países? Con el tiempo David Brent ha hecho posible el sueño de ser una estrella del pop, un sueño compartido por el propio Gervais. Mucho tiempo después de concluida The Office, en 2016, desempolvó el personaje y lo hizo salir de gira en David Brent: Life on the road, la definitiva simbiosis de actor y personaje, desafiando la certeza de que lo peor que le puedes dar a un chulo de oficina es una guitarra.
‘Extras’, ‘Life’s too short’ y el cine de Gervais
Gervais nos lo puso algo más fácil con el personaje de Extras, Andy Millman, eterno aspirante a primer actor inmerso en una larga travesía por el desierto del figurante anónimo, a la sombra de primeras figuras como Samuel L. Jackson, Kate Winslet y Ben Stiller. A diferencia del pesado de David Brent, Millman es consciente de sus limitaciones, pero ello no le impide levantarse cada mañana con la ilusión de pasar del fondo al centro del plano. En cambio, en After Life se apunta fugazmente que Tony no quiso aceptar ninguna oferta para ascender profesionalmente en periódicos de la gran metrópolis con mayor entidad y prefirió quedarse en el diario local rastreando las historias más absurdas de sus conciudadanos, todo para poder estar cerca de su mujer.
Hasta ahora los personajes de Gervais solían perseguir obsesivamente el reconocimiento ajeno y la notoriedad, condición sine qua non de su existencia que a menudo les legitimaba y les eximía de cualquier imperativo moral. El guionista al que dio vida en su película del 2009 Increíble pero falso se convertía en una especie de profeta, y a la vez en un profesional solicitado y bien retribuido dentro de su gremio, al atreverse a ser la primera persona en mentir en un mundo utópico regido por la sinceridad.
En otra película escrita y dirigida por él, Special correspondents, de 2016, Gervais era técnico de sonido del periodista radiofónico interpretado por Eric Bana. Ambos decidían simular un secuestro durante una situación de revuelta en Ecuador, cuando en realidad ni siquiera habían podido salir de Nueva York. En general, la impostura ha sido el modus operandi habitual de sus ambiciosos perdedores. Llámale impostura, llámale postureo. En los últimos años el cómico ha equilibrado la balanza con tipos abiertos, sinceros más allá de lo que aconseja el protocolo, personas transparentes para lo bueno y para lo malo.

Fotograma de la película ‘Special Correspondents’, de Ricky Gervais (2016).
La participación de personalidades famosas parodiándose a sí mismas en Extras sería retomada en otra de la series de Gervais y Merchant, probablemente la más salvaje de todas y la que conecta más directamente con sus desafiantes monólogos, que cargan sin compasión contra todo tipo de colectivos, como pudimos comprobar recientemente en su espectáculo Humanity y las puyas a cuenta de la transexualidad de Caitlyn Jenner. En Life’s too short, el actor enano Warwick Davis, que en un pasado machaconamente evocado había protagonizado Willow y se había puesto bajo las pieles de un ewok, apostó por ofrecer una visión distorsionada de su propia vida, mostrándose como un ser egoísta, manipulador y despreciable, tanto más odioso cuanto más se humillaba ante los demás por su condición física. Aquí (como en la serie de documentales de viajes An idiot abroad, protagonizados por un follonero llamado Karl Pilkington) Gervais se limitaba a ser testigo de la mezquindad de Davis, seguramente porque interpretar a un actor de baja estatura, algo que pretendía el mismísimo Johnny Depp en uno de los capítulos, estaba por encima de sus posibilidades físicas. De no haber sido por ello, no nos cuesta imaginarle también en la piel de este personaje.
Lo que llamaba la atención en este caso era que el gilipollas de manual fuera alguien a quien la sociedad, por sistema, suele tratar con condescendencia, dando por sentado que las personas afectadas por algún trastorno físico deben ser buenas por naturaleza. De nuevo vamos a parar a After Life. En sus primeras fases de duelo por la muerte injusta de su mujer, cuando hace recaer toda la rabia acumulada en el mundo exterior, Tony no distingue entre condiciones físicas más o menos dignas de consideración, y mucho menos entre víctimas justas o injustas de sus dardos. En parte, su trayecto emocional consiste en aprender a discriminar objetivos.
La tragicomedia humanista de ‘Derek’
Entre aquellos que nunca deberían despertar la ira de nadie se encuentra Derek Noakes, el voluntarioso cuidador de una residencia de ancianos, amante de los animales, de los realitys y de YouTube (aparentemente afectado por algún tipo de autismo, aunque Gervais siempre lo negó). La serie Derek fue una primera incursión del cómico en la tragicomedia humanista, donde ya reflexionaba sobre la pérdida. Tanto el ingenuo Derek como el ácido Tony se ganan nuestra estima desde la primera secuencia. Ambos llegan a transitar por un espacio similar, ya que el protagonista de After Life visita a su padre afectado de Alzheimer (el gran David Bradley, visto en Broadchurch, The Strain o Juego de tronos, donde daba vida al pérfido Walder Frey), ingresado en una residencia como la que conocimos en Derek, con cuidadoras atentas y sensibles.
Para Gervais los geriátricos no están pensados para aparcar a los ancianos y descargar la conciencia de hijos perversos
Gervais entra en espacios poco tratados en la ficción con el respeto necesario, desterrando los tópicos más perezosos y los prejuicios negativos asociados a los geriátricos, como si estos centros estuvieran pensados para descargar la conciencia de hijos perversos y desagradecidos, aparcar a los ancianos o reprimirles su libertad personal, y no para preservar su dignidad el máximo tiempo posible (véase si no el anarquismo mal entendido de ese incomprensible fenómeno editorial, adaptado en una película todavía más incomprensible, sobre un abuelo de cien años que saltó por la ventana y se largó). Para Tony las visitas a su padre se van a convertir en un bálsamo, del mismo modo que Derek encontraba su microclima seguro y feliz entre las cuatro paredes de esa otra residencia.
Ricky Gervais, el azote de todo bicho viviente, había demostrado hace tiempo que tiene alma. Ahora, simplemente, nos lo ha confirmado. Seguro que nos va a seguir sorprendiendo en todos los frentes, afrontando sin medias tintas todos aquellos temas que le interesan, mirando de cara a las cuestiones más incómodas o irresolubles, hurgando más allá de la carcajada. After Life aborda la posibilidad de encontrar esperanza en este mundo desde una perspectiva atea. Los espectadores que le hemos ido siguiendo con los años estamos dispuestos a aceptar que no hay vida más allá de la muerte… con la condición de seguir disfrutando de sus creaciones mientras aún estemos a este lado.
Escrito por Josep Maria Bunyol en 17 marzo 2019.
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