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«La verdad es que disfruto mucho viéndome en pantalla», confiesa entre carcajadas, y le sale del alma, en un momento de una atropellada conversación que, cosas de la promoción y de las agendas apretadas, transcurre entre la sala de espera de una cadena de televisión, el interior de un taxi, y la puerta de una emisora de radio. Pese al traqueteo que actor y periodista capean durante la charla, Quim Gutiérrez (Barcelona, 1981) no pierde el hilo. Y se gusta porque sabe y valora mejor que nadie el obsesivo trabajo que esconden sus interpretaciones, naturalistas hasta convencer al espectador que su personaje habla como él, podría ser él.
«El talento es algo absolutamente opinable, así que lo mío es agarrarme al curro», continúa. «Y yo curro muchísimo, soy muy pesado. Cuando llego a un rodaje no lo hago en plan a ver cómo sale esto… No, no, yo tengo una veintena de entonaciones distintas ensayadas para la secuencia, y me grabo en casa, para estar preparado ante cualquier elemento que se pueda incorporar de pronto durante el rodaje. No podría trabajar con la inseguridad de no saber cómo ha salido una escena. Sé que hay gente que curra menos, pero yo no: necesito esa base potente, ese background del personaje. Y eso hace que al ver mis pelis, y pese a que a veces pienso que podría haber ido más allá, en general me gusta lo que hago, me divierte».
Gutiérrez cita, de este modo, su último trabajo televisivo (en cine es otro cantar, con el estreno recientísimo de Te quiero, imbécil y el rodaje aún fresquito de Jungle Cruise, su primera incursión en Hollywood). Producción de Netflix basada en el cómic homónimo de Santiago García y Pepo Pérez, y con Raúl Navarro y Miguel Esteban como creadores (los de El fin de la comedia; consejo: si podéis recuperad su tronchante webserie Perestroika en YouTube), El Vecino juega a los superhéroes invadidos por la cotidianidad, por el día a día. El protagonista es Javi, un peterpan que maneja una ruptura sentimental y, al tiempo, una aparición extraterrestre que le convierte en Titán.
Tan preocupado en enredar a todo el que se le acerca como de aprender las reglas básicas del comportamiento de un superhéroe, Titán sería el equivalente cañí a aquel inolvidable El gran héroe americano que tantas sobremesas de gloria nos dio a los niños de los 80. Un Deadpool más caradura que Deadpool, vamos. Con episodios dirigidos por Nacho Vigalondo, Paco Caballero, Víctor García León y Ginesta Guindal, El Vecino explota mucho más el costumbrismo que la aventura, el humor situacional que el chiste. Tiene gracia, que crece exponencialmente cuando se abraza a la vis cómica de dos secundarios robaescenas como Adrián Pino (alias José Ramón, fiel escudero y manual de instrucciones humano para nuestro héroe; lo suyo, superfumado, es para revolcarse por el suelo de la risa) y Catalina Sopelana.
Se te nota como pez en el agua, o como jeta embutido en un traje con poderes que apenas piden responsabilidad a tu personaje.
Otros lo harían, plantearse qué está bien y qué está mal. Él no, no se plantea absolutamente nada. ¿Llevar ese traje te lleva directamente a ser un héroe? No tiene por qué ser así… Sí, he estado a gusto, la verdad es que conecté enseguida con el sentido del humor que se maneja en la historia, alejado de lo estereotipado. Me apetecía mucho interpretar a ese jeta encantador, con tanto morro para salir de las situaciones con las que se encuentra. Y la verdad es que disfruto mucho viendo las chorradas que he hecho en la serie.
En ‘El Vecino’, como en casi todos tus trabajos, haces una aproximación a la comedia desde un lugar muy natural. Y, como decías antes, muy trabajado en casa…
«Detesto los guiones genéricos (…) Es en los concretos donde realmente se encuentra la risa»
Sí, hay un esfuerzo muy consciente. Siempre he pensado que me enfrento a la comedia como si estuviera haciendo un drama. Muchas veces, la comedia trata de tirar de clichés que funcionan, pero yo siempre tengo la sensación que es un recurso que se agota enseguida. Hay muchas maneras de hacer humor ante una misma situación, y creo que buscando la veracidad de la emoción encuentras más cosas que quedándote en el cliché, o en una interpretación cómica mucho más estructurada. Que es algo que a mí me aburre mucho más.
En cambio, lo que te divierte…
Es esa manera de trabajar que se acerca al tipo de comedia que me gusta. Pienso, por ejemplo, en ese grupo que forman Judd Apatow, Seth Rogen, Evan Goldberg y compañía. Sus pelis son fantásticas. Es un grupo muy interesante, no solamente por lo divertidos que son y por cómo dominan la comedia stand-up. También porque crean ambientes de trabajo e incorporan muchísimo en rodaje desde su experiencia y su sentido del humor.
¿Hay mucha cosecha propia en tus personajes?
Sí, sí… empezó con David Serrano, cuando hicimos Una hora más en Canarias (2010), que era mi primera comedia pura y dura. Añadía en los ensayos algunas cosas que me salían, y David, que tiene mucho ojo, me animó a incorporar cosas. Llevo haciéndolo desde entonces, y cada vez lo hago más. Y en esos personajes tan verborréicos, vas afinando poco a poco el lápiz del humor. Por ejemplo, hay cosas que puse a prueba en Te quiero, imbécil, que pude confirmar después rodando El Vecino: en un clima con directores que tienen criterio a la hora de elegir qué chistes funcionan y cuáles no, si te dejan el tiempo suficiente para trabajarlo, salen cosas fantásticas. Las chorradas que te decía antes. Pero todo tiene que ver con los tonos de comedia, con la huida del cliché, y pensando en situaciones reales, en el concreto.
Cuántas más herramientas para trabajar, mejor.
Exacto. Yo siempre me peleo mucho para incorporar concretos, detesto los guiones genéricos, donde esta frase puedo decirla yo o puede decirla otro actor; o personajes en situaciones similares. No me vale. Es en los concretos donde realmente se encuentra la risa. Y en este sentido, yo soy ultraadmirador de Berto Romero. Como monologuista investiga en unos concretos que mí me hacen mucha gracia, tiene concretos retóricos fantásticos. En Te quiero, imbécil, de hecho, hay una escena en la playa en la que hago un par de tonos que, conscientemente, son de Berto y de un monólogo muy determinado. Si él ve la peli seguro que lo pilla (risas).
Hace pocos meses participaste en tu primera producción en Hollywood, ‘Jungle Cruise’, con Dwayne Johnson y Emily Blunt. ¿Qué tal ha resultado la experiencia?
«Emily Blunt y Dwayne Johnson son gente muy normal»
Muy guay, la he disfrutado mucho. Todavía no la he visto, y con tantos efectos especiales no sé si se me va a reconocer (risas). En una superproducción así tienes una sensación constante de que estás trabajando con los mejores en cada uno de los equipos y departamentos, se dediquen a lo que se dediquen, son los mejores. Y al final, cuando estás en el set y escuchas acción, surge una sensación ya conocida y excitante que es la de siempre, y que te coloca delante de alguien para mostrarle todo eso que llevas trabajado. Con Emily Blunt y Dwayne Johnson coincidí en pocos momentos en el plató, pero la experiencia fue buena con ambos, son gente muy normal.
No puedo terminar sin recordar contigo aquellos tiempos de tu debut, con 12 años, en ‘Poble Nou’, el primer culebrón de la historia de TV3, que nos marcó a tantos…
Tengo muy buenos recuerdos, muy especiales, de aquella época, porque tenía una visión muy lúdica de la interpretación. Y probablemente ya no podré vivirla de la misma manera. Había una inconsciencia absoluta, muy poca vocación profesional, en aquel niño. A mí me divertía mucho plantarme delante de la gente, hacer el tonto y que me hicieran caso. Y esa era un poco la premisa que manejaba. Era responsable con el trabajo, eh… me traía los textos muy bien aprendidos de casa pese a ser muy peque… Después todo se fue profesionalizando y encarando. Pero fíjate, sí tengo claro que allí está el germen de lo que luego llegó, en esas ganas de que me hicieran caso. Ahora, cuando me veo haciendo Poble Nou, no me gusto nada, pero sí es verdad que hay alguna cosa en la mirada que ya estaba ahí (risas).