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Hace solo unas semanas apareció en mi perfil de Instagram una publicación que fue capaz de detener ese período de scroll permanente en el que yo, como la gran mayoría de la humanidad, vivo inmersa, con breves interrupciones que dedico a satisfacer mis necesidades básicas y a fingir que todavía siento interés por la vida real. El post en cuestión reunía tres de las portadas con las que la editorial Anagrama ha publicado uno de los clásicos de Vladimir Nabokov, Lolita, a lo largo de la historia. Presunto inocente
Se trataba de un tríptico que hablaba alto y claro sobre uno de los cambios de mayor calado que ha vivido la sociedad en los últimos 50 años, sobre cómo el feminismo ha convertido en posible y necesario que incluso los considerados clásicos sean revisados desde perspectivas contemporáneas que ofrecen nuevas lecturas sobre ellos. De la imagen de una niña vestida con uniforme y minifalda observada desde la distancia a una joven torturada y atravesada por una manecilla con la que darle cuerda, pasando por la imagen que protagonizaba el cartel de la versión cinematográfica que Kubrick dirigió, con Sue Lyon con gafas de sol y una piruleta entre los labios. Presunto inocente
En la serie, que cuenta con la intachable firma de David E. Kelley, hay toda una serie de significativas modificaciones que no solo actualizan la historia sino que sirven para transformarla también en cuestiones de fondo
Y más o menos un sutil pero acertado e incluso inevitable cambio de portada es lo que propone la versión televisiva de ese clásico cinematográfico de los 90, el Presunto inocente de Alan J Pakula y Harrison Ford, basado a su vez en la novela homónima firmada por Scott Turow. Los tiempos cambian y los crímenes –y sus víctimas– también. Presunto inocente
Una versión revisada y expandida Presunto inocente
La historia, en realidad, es más o menos la misma: el célebre fiscal Rusty Sabich termina siendo acusado del homicidio de una de sus compañeras de trabajo, Carolyn Polhemus, quien había sido también su amante. Los celos, la embriaguez emocional, los vínculos con los casos investigados, el peso de la culpa y la capacidad de redención son elementos presentes en las dos versiones audiovisuales de la historia. Sin embargo, en la serie protagonizada por Jake Gyllenhaal y que cuenta con la intachable firma de David E. Kelley hay toda una serie de significativas modificaciones que no solo actualizan la historia –qué sería de las relaciones tóxicas y de los perversos narcisistas si no existiera whatsapp– sino que sirven para transformarla también en cuestiones de fondo.
Era previsible que el talento y experiencia de dos pesos pesados de la ficción televisiva como David E. Kelley y J. J. Abrams, derivaran en una serie entretenida y absorbente, basada en diálogos contundentes y precisos y una puesta en escena intachable
Polhemus no es ya “la fresca de la oficina”, en lenguaje de la época, que engañaba a todos los que la rodeaban, mientras que Sabich ha dejado de ser el corderito degollado al que las mujeres de su alrededor atormentaban de forma absolutamente innecesaria. Más allá de las posibles diferencias que pueda haber en relación al final –que los críticos todavía no hemos podido ver, ya que desde la plataforma sólo se han compartido 7 de los 8 capítulos, cosa que enciende las sospechas–, lo que queda claro casi desde el primer momento es que no se trata sólo de una nueva versión de una historia que ya conocemos, sino de una versión revisada y, encima, expandida.
Así que el reto era triple: había que cambiar algunas cosas, sí, pero también había que mantener otras, claro, entre ellas la atención del espectador mientras se pasaba de las poco más de dos horas de metraje de la película original a casi seis en la versión por capítulos. Y, oh milagro, lo han conseguido.
Las comparaciones son odiosas Presunto inocente
Era previsible que el talento y la experiencia de dos pesos pesados de la ficción televisiva como son David E. Kelley, el hombre detrás de Ally McBeal y Big Little Lies, entre muchas otras, y J. J. Abrams, ese señor al que le debemos las millones de peleas que nos provocó Lost, derivaran en una serie entretenida y absorbente, basada en unos diálogos contundentes y precisos y en una puesta en escena intachable. Pero no por predecible deja de ser meritorio: una vez que tienes todos los capítulos a tu alcance se hace muy difícil, por no decir imposible, no ver el siguiente cada vez que se termina el anterior.
Lo que está claro es que, como lo hizo hace más de treinta años la película protagonizada por Harrison Ford, la nueva versión de ‘Presunto inocente’ funciona a la perfección
El dominio de los giros de guión aplicado a un caso criminal con sobredosis de morbo se convierte en una combinación brutal para el espectador, si bien hay algunas tramas secundarias que quizás llegan a resultar excesivas, con el affaire de Bárbara como ejemplo destacado. Y eso que el papel de la mujer de Sabich, y los dilemas y problemáticas que el caso le plantea en su vida personal, familiar y también profesional, son de los que mejor resueltos resultan, al menos hasta el penúltimo episodio, en comparación con la película original. Las comparaciones son odiosas, ya se sabe, más si el tiempo ha resultado no jugar a tu favor.
Evolución vs cultura de la cancelación
En cualquier caso, la apuesta de Apple TV+ no se dirige sólo a los que tenemos todavía presente esa época dorada del cine judicial que nos ofrecieron los primeros años noventa sino también a aquellos que pueden descubrir con esta serie una historia de múltiples y muy oportunas lecturas políticas camuflada tras un crimen pasional. La crisis de identidad del macho alfa americano no ha dejado de ser un tema candente en los últimos veinte años y cada vez son más las ficciones que se proponen explorarlo, si bien el presunto inocente al que encarna con maestría testosterónica Gyllenhaal plantea más dudas que certezas.
Quién sabe cómo será la portada de Lolita dentro de 50 años, o de qué manera sobrevivirán, si lo hacen, algunos de los considerados clásicos de toda una generación como Pretty Woman o Grease, si es que la cultura de la cancelación no arrasa con todo y lo que nos queda no es un inmenso vacío en el que no hay nada que revisar ni actualizar, nada que decir ni objetar, ningún material sobre el que crear las obras que hablan de nuestro tiempo y que, de diferentes maneras, nos representan. Lo que está claro es que, como lo hizo hace más de treinta años la película protagonizada por Harrison Ford, la nueva versión de Presunto inocente funciona a la perfección. Y los cambios entre una y otra nos hablan de un mundo en constante evolución.