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La última serie de Matt Groening es mala. Para cuando llegas a su tercer episodio, el tedio es ya tan insoportable que lo mejor es apagar tu televisión/ordenador/móvil/donde sea que veas las series hoy en día y dedicarte a otra cosa. Al menos, esta es la impresión que dejaron las críticas iniciales de (Des)encanto, estrenada el pasado 17 de agosto en Netflix y retorno de Matt Groening a la primera línea de la animación tras años de malas temporadas de Los Simpson y el final de Futurama allá por 2013. Medios nacionales e internacionales afilaron su ingenio para afirmar que (Des)encanto es un desencanto, le falta la magia de otras propuestas animadas de Netflix y, en fin, lo mejor es no perder el tiempo con ella.
Aunque la mayoría de estas críticas acababan por asegurar que la serie en realidad no está tan mal, la tentación del titular destructivo (¿quién no quiere ver fracasar a Groening, a estas alturas visto más como un productor egoísta que se niega a dejar morir Los Simpson que como creador?) y, sobre todo, la implacable velocidad con la que se ensalzan o destruyen productos culturales en la Twitteresfera acabaron por sentenciar una serie que, oye, en realidad no está tan mal. O, al menos, esta es la sensación que se le queda a uno tras ver su primera temporada completa: la de que lo que ahora se contempla como fallos, a la larga, puede ser lo que haga destacar a (Des)encanto. Los que no tengan tiempo que perder con sus cinco horas de duración, pueden dejar de leer. Para los que quieran argumentos para darle una oportunidad a una propuesta dilapidada, aquí tienen unos cuantos.
Una nueva forma de narrar
Una de las causas del ataque general de la crítica hacia (Des)encanto no podría ser más prosaica: Netflix solo liberó los siete primeros episodios de la serie para los críticos antes de su estreno, con lo que la mayoría no pudieron ver los tres últimos antes de juzgar la primera temporada. Y es precisamente en estos tres últimos episodios donde la serie empieza a tener sentido: es aquí donde las pistas diseminadas a lo largo del resto de la temporada confluyen, donde los personajes protagonistas y sus conflictos por fin empiezan a emocionarnos y la serie se revela como lo que (ojalá) sea en realidad a partir de ahora: una historia serializada que deja de lado los episodios autoconclusivos de anteriores propuestas de Groening y se lanza a narrar arcos argumentales más extensos y complejos.
‘(Des)encanto’ empieza a elevarse cuando dejamos los episodios autoconclusivos de introducción atrás y las piezas empiezan a encajar en sus últimas entregas
Y aunque muchos se nieguen a aceptar que un equipo tan veterano como el de Groening necesite una temporada entera para aclararse, lo cierto es que (Des)encanto empieza a elevarse cuando dejamos los episodios autoconclusivos de introducción atrás (la mayoría aventuras cuya importancia parece mínima) y las piezas empiezan a encajar en sus últimas entregas (que no justifican el resto de la temporada, ciertamente mediocre, pero abren la puerta a una nueva forma de contar las cosas que, en el caso de Groening, tras 30 años dedicándose a lo mismo, emerge como muy excitante).
Aquí, pasamos del absoluto carácter episódico de Los Simpson (una serie en la que, aparte de alguna muerte puntual, nada ha cambiado en los últimos 30 años y cualquier episodio funciona individualmente) e incluso vamos más allá de los arcos de varios episodios de Futurama (que en muchos casos se recopilaron posteriormente en películas directas a vídeo doméstico, o que llegaron en temporadas mucho más avanzadas, cuando ya conocíamos a todos los personajes) para encontrarnos con una serie en la que es imprescindible haber consumido el resto de la temporada para entender lo que está sucediendo en un episodio dado.
El diseño de personajes
Aunque (Des)encanto comete varios errores a la hora de construir sus personajes (Bean, la protagonista, deambula sin objetivos tangibles la mayor parte de la temporada; Elfo se presenta como secundario excitante para acabar protagonizando una manida historia de amor…), es difícil acabar la primera temporada sin reconocer que todos y cada uno de ellos tienen un carisma especial. La mayoría del tiempo, simplemente por su brillante diseño y la calidad de la animación, especialmente en el caso de Luci, demonio que en su bidimensionalidad (solo le vemos de perfil, al estilo de los escudos de armas medievales) casi introduce un componente experimental en una serie por lo demás tradicional estéticamente. Y si bien, como hemos comentado, la mayoría de la temporada no está a la altura dramáticamente del eficaz diseño de los protagonistas, de nuevo los últimos episodios dotan a algunos de ellos de una profundidad emocional a la altura de, digamos, algún episodio de la primera temporada de Bojack Horseman. Lo cual no es decir tanto, pero es un buen comienzo.
La progresiva apertura hacia un mundo más grande
(Des)encanto presenta una estructura narrativa bastante peculiar que, consciente o inconscientemente, parece estar detrás de la decepción que muchos han sentido con su primera temporada. Si una de las reglas de oro del guion de aventuras es conseguir que la acción, el movimiento, el viaje, avance siempre hacia adelante sin parar y consiga descubrirle a la audiencia nuevos horizontes, (Des)encanto hace literalmente lo contrario hasta bien entrados sus últimos episodios: Bean se escapa de su boda en la primera entrega para volver inmediatamente a casa, y así en un ciclo de escapada-regreso que no parece llevar a ningún lado. En una serie que parece haberse vendido como de viaje, aventura y exploración, esta estructura decepciona e incluso engaña al espectador, que solo si aguanta hasta el final de la temporada vislumbra de pasada un mundo mucho más amplio con ramificaciones más complejas. Bean tarda demasiado, no hay duda, en emprender de verdad su viaje.
Pero cuando lo emprende, surge una serie completamente distinta: lo anterior empieza a cobrar sentido, conocemos a nuevos personajes que abren todo un universo de posibilidades y nos replanteamos todo lo que creíamos saber hasta el momento sobre Bean, sus padres y su papel en este mundo medieval. Y una ficción tan mala como la que algunos ven en (Des)encanto debería ser incapaz de conseguir todo esto.
La edad de oro de la animación para adultos
El último de los problemas de juicio con (Des)encanto es de perspectiva. La animación para adultos ha dado un salto cualitativo increíble en los últimos cinco años, con propuestas como Bojack Horseman, Rick y Morty o Big Mouth, éxitos de crítica y público que contrastan con la pobre acogida del último proyecto de Groening. Aunque es innegable que los tres ejemplos citados comparten un riesgo en el guion, un ritmo humorístico y una construcción de personajes muy por encima de (Des)encanto, también tienen en común otra cosa que los diferencia de ella: el lugar desde el que nos hablan.
Bojack es una vieja gloria atrapada en el pasado, incapaz de avanzar una vez la fama le ha dejado de lado; Rick es tan inteligente y ha visto tantas cosas que ya nada tiene sentido para él, desconectado completamente de los humanos a su alrededor: ambos son protagonistas marcados por la nostalgia de algo mejor, por una melancolía relacionada con la experiencia vital a la que solo pueden responder con cinismo. Revolucionan el medio animado para adultos porque entienden que “lo adulto” no es el chiste obsceno, sino la sensación de hacerse mayor en un mundo absurdo en el que se cierran puertas cada día. Por su parte, los protagonistas de Big Mouth, si bien mucho menos marcados por la nostalgia (¡aunque lo están, a pesar de tener doce años!), obligan al espectador a bucear en su adolescencia, nos hablan desde algún lugar atemporal y lleno de posibilidades por el que todos pasamos, y al que (de nuevo la nostalgia) a muchos nos gustaría volver.
La animación para adultos ha dado un salto cualitativo increíble en los últimos cinco años, con propuestas como ‘Bojack Horseman’, ‘Rick y Morty’ o ‘Big Mouth’
(Des)encanto nos habla también desde un lugar atemporal, pero no hay nostalgia en su planteamiento: es una serie que nos distrae constantemente con aventuras surrealistas que miran hacia adelante, limpias de melancolía, reflexión sobre el paso del tiempo o profundidad dramática. Y todos ellos son elementos que nos hemos acostumbrado a esperar de cualquier propuesta animada para adultos. (Des)encanto solo mira hacia atrás en sus últimos compases, cuando revela que el futuro de Bean está intrínsecamente ligado a su pasado. De algún modo, la animación mainstream para adultos ha dejado atrás su adolescencia, mientras la serie de Groening sigue atrapada casi completamente en el chiste zafio y la referencia vacía a la cultura popular. Ojalá su segunda temporada continúe la buena sensación que dejan sus últimos episodios: la de que, por fin, (Des)encanto entienda que la aventura no se encuentra en el enésimo chiste sobre hadas prostitutas, sino en el miedo a hacerse mayor en un mundo que todavía no podemos entender.