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¿Quién no quiere por amiga, por hermana, por novia, por vecina, hasta por jefa, a Monica Geller? Vale, así de repente cualquier persona con dos dedos de frente puede que dijera que no. Pero eso es algo que ella nunca debería saber. Porque si hay algo que Monica no podría soportar es el hecho de no ser la preferida, la primera, la mejor, para todos aquellos que la conocen. Dicho en otras palabras, vive única y exclusivamente para ganar todo, siempre, TODO. Está obsesionada, en realidad. Pero, en el fondo, ¿quién no?
Todos llevamos dentro un pequeño monstruo llamado ego que nos empuja a querer ser los primeros. Pero no siempre creemos en nosotros mismos y nos da cierto miedo el ridículo y la posibilidad de perder. La única diferencia es que Monica no tiene ningún temor a no ganar porque ella SIEMPRE gana. Si a los dieciséis años, estando rellenita/hinchada/gorda-a-más-no-poder, te has ofendido porque un amigo de tu hermano te ha llamado foca y un año después, como venganza, le has cortado un dedo del pie, ¿qué se te puede resistir en esta vida? Exacto. Nada. De hecho, eres tan absolutamente genial que eres capaz de hacer que ese mismo chico se enamore perdidamente de ti, se case contigo y friegue su pie mutilado contra el tuyo cada noche en tu habitación de colores pastel.
Pero Monica no es así porque ella quiera. ¿Qué pobre niña nacida tras el milagro de la ciencia que es su hermano mayor no crecería con unos deseos infernales de superarle? Como nos ocurre a la mayoría, la culpa de todo la tienen sus padres. A la pobre Monica nunca le han reconocido ninguno de sus éxitos y, de hecho, cuando Ross les cuenta que su mujer es lesbiana se apañan para cargarle el muerto a Monica (“¿y TÚ no has hecho nada para evitarlo?”). Por eso, reconozcámoslo, una parte de nosotros siente una ternura irremediable al pensar en Monica. Ella fue uno de los personajes que más vimos sufrir en la serie. Sin trabajo cada dos por tres (o, peor aún, bailando con tetas postizas encima de una barra), abatida tras romper con el que iba a ser el hombre (¿o señor?) de su vida y sin poder tener hijos tras nueve temporadas repitiendo que ése era el único, el mayor, el imprescindible deseo de su vida. Cualquiera diría que Monica, en realidad, es una perdedora. Pero nada más lejos de la realidad. Porque la pequeña Geller es capaz de convertir las derrotas en victorias y convertirse en chef de un exclusivo restaurante, casarse con su mejor amigo y adoptar un niño que, uy, al final acaba por ser dos.
Porque sí, finalmente Monica puede formar la familia de sus sueños junto al que siempre ha sido su verdadera langosta, Chandler Bing. Aun así, es cierto que la pareja formada por Chandler y Monica no es la verdadera protagonista de la serie, la “más importante”. Y alguien dirá: ¿así que Monica pierde esta batalla? ¿Es que hay algo en este mundo en lo que no sea la mejor? Pues no. Porque ser siempre la protagonista no significa ser la mejor y su carácter fuerte, su inteligencia y su perfeccionismo sólo tienen sentido en relación con su más brillante característica, en lo que verdaderamente da una paliza al resto de la especie humana: la gentileza. El espíritu maternal de la señora Geller Bing y la adoración por sus amigos se multiplica cada acción de gracias, en su papel de anfitriona, pero también y, especialmente, en su relación con todos aquellos que la rodean. Desde la protección constante (a veces a su pesar) hacia su querida/odiada mejor amiga hasta todos y cada uno de los platos que prepara para Joey. El congelador lleno de lasaña que le deja en el último capítulo no hace más que reafirmar el hecho de que, en esto de la amabilidad, no hay quien la supere.
Sin embargo, aunque la perfección fuera el verdadero objetivo a conseguir, bueno, Monica también tiene sus trapos sucios. Es algo retorcida (¿amenazar a tu mejor amiga con anunciar tu embarazo el día de su boda porque se ha besado con tu hermano la noche de tu pedida de mano? ¿Hola?), celosa y terriblemente testaruda. Pero todo esto son sólo detalles, nada importante. Nada que no pueda guardarse en un pequeño armario al que nadie tenga, ni deba tener jamás, acceso alguno.
Porque el mayor de sus éxitos se basa en aceptar, a lo largo de los 238 capítulos de la serie, que no se trata de vencer a nadie, ni de ser perfecta, sino de intentar ser siempre la mejor versión de sí misma. Que coloque mejor o peor los cojines, que la profesora de un curso de cocina alabe o no sus galletas y que quizás no ganara el partido de fútbol contra el equipo de Ross no tiene importancia mientras encuentre un rato al día para limpiar y ordenar por enésima vez un piso que siempre, siempre, siempre, ha estado limpio y ordenado (a excepción del intento de limpieza de Chandler mi-mujer-me-cortó-un-dedo Bing). Ése es su mayor triunfo, el único que importa. Que consigue ser feliz haciendo felices a los demás. Y ahora, seamos sinceros, ¿quién no la quiere en su vida? Quizás no por jefa, ni por vecina, ni por novia, ni por hermana. Pero ¿quién no quiere a Monica Geller como amiga?
Escrito por Cati Moyà en 09 octubre 2013.
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