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Empiezan los títulos de crédito y suena ‘Nevermind’, de Leonard Cohen. El tema, inquietante y proyectado por los graves casi hablados de Mr. Cohen, encaja en nuestras mentes con ‘Far From Any Road’, la canción de The Handsome Family que abría la primera temporada. Las imágenes son igualmente provocadoras, compuestas por transparencias y figuras que se entremezclan de forma caótica con diversos espacios, sólo que esta vez dominan los cálidos, el rojo, en vez de las tonalidades frías y grises. Esto promete muchísimo.
Primera escena. Vemos a un Colin Farrell de aspecto tosco y claramente decadente y a su hijo gordo y pelirrojo que no le pega ni con cola. El niño tiene miedo de enfrentarse a otro día en la escuela. En la siguiente escena Farrell (Ray Velcoro) se entrevista con una abogada y empezamos a descubrir cosas sobre su pasado. El interrogatorio o entrevista personal era la base estructural de la primera temporada, el elemento a través del cual avanzaba la historia. Mediante la inmersión en un segundo nivel narrativo, las declaraciones se convertían en imágenes y poco a poco descubríamos a los personajes y sus conflictos. Además, Ray Velcoro, nos recuerda en este comienzo al Marty de Woody Harrelson, con esa familia desestructurada y esas pocas ganas de decir verdades.
Tras las escenas iniciales, el capítulo comienza a presentarnos a diversos personajes y a sumergirnos en una trama de intereses político-económicos salpicada de casos policiales, desapariciones y un secuestro que funciona como hilo conductor. A parte de Colin Farrell, se introducen otros dos agentes de la ley: Ani Bezzerides (Rachel MacAdams), una sheriff fría y de moral encorsetada y Paul Woodrugh (Taylor Kitsch), un joven policía atormentado y con problemas de todo tipo, incluidos los de pastillita azul. El personaje de Vince Vaughn, Frank Semyon, es un mafioso disfrazado de gran empresario con tintes de Ray Donovan que, aparentemente, ha trazado su camino desde los bajos fondos hasta las altas esferas ayudado por la fuerza bruta y el lobbismo.
«No acabas de comprender por qué diablos ninguno de esos «wanna be» protagonistas se conocen entre ellos y cuál es la razón por la cual, en una serie llamada True Detective, hay un pseudo mafioso entre los aspirantes a rol principal»
¿Dónde sucede todo este entramado? En California, en una localidad ficticia llamada Vinci y en Ventura County, dos espacios infectos de paisaje industrial donde todos y cada uno de sus habitantes “gets touched” (como dice la esposa de Semyon) por la lacra contaminante de la corrupción que simbolizan sus fábricas. Y es aquí, en este punto, cuando te vienen a la mente las vastas llanuras empantanadas de Louisiana, el acento sureño de Rusty Cohle y el nihilismo de la primera temporada. De repente, te das cuenta de que el reparto coral está desconcertándote, y eres tú el que comienza a tener dudas existenciales sobre quiénes son los protagonistas (¿todos?), además de sufrir un cólico a causa del horrendo compañero-pegote y sus dos frases mal dichas que le han puesto a Colin Farrell. No acabas de comprender por qué diablos ninguno de esos «wanna be» protagonistas se conocen entre ellos y cuál es la razón por la cual, en una serie llamada True Detective, hay un pseudo mafioso entre los aspirantes a rol principal. De alguna forma, los Grandes Planos Generales de las fábricas decrépitas no te inspiran el mismo misticismo vudú que aquella naturaleza muerta de árboles retorcidos y te entra mono de elementos perturbadores (menos mal de esa escena en la casa del secuestrado). Anhelas una filmografía más límpida y deslumbrante con activos narrativos menos familiares que provoquen a los sentidos. En ese punto se sufre un momento de indignación y decepción: el espíritu austero del espacio que albergaba la profundidad oscura de dos detectives ha sido sustituido por el flamante y decrépito Los Ángeles (o sus aledaños), tantas veces visto y retratado, y sus tropecientos personajes tocados por el crimen.
«Si dejas que los personajes lleguen a ti percibes que, en cuanto a trauma personal, tienen los niveles en rojo y subiendo, tal y como los tenían los protagonistas de la primera temporada»
Ahí es necesario hacer una pausa mental y empezar a ver lo que se te presenta más allá de la idea que te habías formado en la cabeza. El capítulo es genuinamente cinematográfico, incluso parece la primera hora de una de esas pelis de gánsters de 150 minutazos en las que hace falta 60 para asentar la trama y presentar los múltiples conflictos y personajes. Y por qué no, hay una mujer detective, de hecho olé, claro que sí; tiene narices, y más siendo mujer, que me haya chirriado cuando ha aparecido por primera vez, así de preconcebida traes la idea de lo que esta segunda temporada debe ser. Si dejas que los personajes lleguen a ti percibes que, en cuanto a trauma personal, tienen los niveles en rojo y subiendo, tal y como los tenían los protagonistas de la primera temporada. Es cierto, no lo cantan cual libro de filosofía desde un plano de conciencia extraterrenal como el personaje de McConaughey, pero están todos bastante jodidos y tienen muchos secretos en los que hurgar. De hecho, dos son alcohólicos también, y el tercero tiene cicatrices literales más allá de las figuradas. Se encargan de dejarnos claro clarinete que están todos muy destrozados.
Por otro lado, la compleja red argumental que se plantea despierta tu imaginario: aparecen Los Soprano, LA Confidential, La Dalia Negra… y recuerdas por qué este tipo de ficción ya se ha visto tantas veces: porque es cojonuda; y asimismo comprendes que esta temporada también puede serlo. Si profundizan en el tono naturalista y descarnado del drama tienen mucho tiempo para hacerla excelsa. Incluso ves posible que trama y traumas estén más y mejor entrelazadas que en la primera temporada, donde sobre todo al final se echó de menos una resolución perversa y atípica que igualara el guión policial a la magistralidad visual y conceptual que tenía la serie.
En esas, aceptando que hay cosas sublimes que no volverán pero empezando a saborear un potente motor argumental y unos personajes prometedores, te pilla la escena final. (ATENCIÓN SPOILER) Al cadáver del secuestrado le han sacado los ojos de las cuencas y, en un giro final, los tres detectives protagonistas se encuentran frente a frente, plantados ante dicho cadáver, recelosos el uno del otro. Se miran. La cámara sube y gira…, totalmente pasado de vueltas; te encanta. Y quieres más.