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A pesar de la magnífica situación económica en la que se encuentra nuestro país (¿España?¿Catalunya? Eso lo decide usted, amigo lector, a mi no me metan en líos de banderas) y el ingente número de empleos que brotan por todos lados y en todos los sectores, muchos somos los jóvenes que decidimos ir unos meses a Londres en busca de trabajo. Lo que nos espera en la capital inglesa no es precisamente El Dorado: con suerte serás camarero en un restaurante decente cobrando el salario mínimo; sin ella, te verás limpiando lavabos en un Starbucks (donde descubrirás que la impresionante capacidad de la gente de cagar mojones monstruosos es indirectamente proporcional a su puntería) o lavando platos en un restaurante indio asediado por las ratas. Resumiendo, que aunque en Londres el tema laboral esté mucho mejor que en casa, muy probablemente acabes currando muchas horas a cambio de poco dinero en un trabajo agotador y aburrido. Alentador. De nada.
Pero estamos en Serielizados, así que basta ya de llorar y hablemos de series. Los Monty Python siempre me han parecido unos genios: me engancharon cuando vi por primera vez Los caballeros de la mesa cuadrada y con La vida de Brian terminaron de enamorarme. Sabía de la existencia de su mítica serie Monty Python’s Flying Circus, emitida entre 1969 y 1974 en la BBC, pero solo había visto algunos sketches sueltos por YouTube (si no ha visto usted nunca el gag de «Ministry of Silly Walks» pare de leer, véalo y vuelva), pero nunca un capítulo entero. Hasta que llegué a Londres, claro. ¿Cómo podía vivir aquí sin empaparme del mejor humor británico de todos los tiempos? Pues vaya si me he empapado, en una semana he devorado los trece capítulos de la primera temporada. Para describirlo de forma breve, ver Monty Python’s Flying Circus es como caerte en una marmita de LSD: entras en una dimensión desconocida donde lo absurdo y el surrealismo te abofetean suavemente hasta llevarte al descojone. Las caras de John Cleese, el patetismo de Graham Chapman, Terry Jones travestido, las animaciones de Terry Gillian, los sudores de Michael Palin, la voz nasal de Eric Idle… todo encaja a la perfección y del caos nace una maravilla única e incomparable. Irrepetible, incluso.
Aunque a decir verdad, y conectando con el primer párrafo de este humilde artículo, lo que más me alucinó de la serie fueron los oficios inventados específicamente para cada sketch. Empleos tan estúpidos como sublimes que las mentes retorcidas de los Monty Python idearon allá por los 70 y que a día de hoy siguen siendo hilarantes. Así que me dio por pensar que los que venimos a Londres, cuna de estos dioses del humor, podríamos currar en alguno de estos locos loquísimos trabajos en vez de lavar platos o preparar Big Mac’s. Nuestros salarios serían igual de precarios pero nuestra existencia sería mucho más divertida. En el hipotético caso de que alguien lea esto y decida que es una buena idea, he seleccionado algunos de los mejores trabajos que se pueden encontrar en la primera temporada de Monty Python’s Flying Circus. Id maquillando vuestro currículos.
1. Profesor de italiano para italianos: Un profesor británico de italiano que enseña a decir «molto benne» o «sono italiano» a una clase integrada únicamente por italianos. Dinero fácil teniendo en cuenta que el profesor acaba pidiendo a uno de sus alumnos que le traduzca al inglés lo que dicen sus compañeros.
2. Locutor de carreras ciclistas de grandes pintores de la historia: John Cleese consigue dar emoción con sus berridos a una carrera ciclista en la que participan Picasso, Kandinsky, Mondrian y Jackson Pollock, por ejemplo. Es normal si notáis que os empieza a petar el cerebro.
3. Escritor de chistes: Uno de mis sketches favoritos. Durante la II Guerra Mundial, un escritor de chistes inglés escribe uno tan bueno que resulta ser mortal, siendo él la primera víctima. Los británicos lo traducirán al alemán y lo usarán para matar nazis. Puro delirio.
4. Reparador de bicis en un mundo de Supermans: En un mundo donde todas las personas visten y tienen los poderes de Superman, el gran superhéroe no es otro que un simple reparador de bicicletas. Cuando una bici se estropea, él cambia su flamante vestido azul y rojo por un mono de trabajo gris y acude raudo al lugar del incidente. Repara la bici entre aplausos y admiración de Supermans, que lo catalogan como “nuestro héroe”.
5. Profesor de karate psicópata: Llevar lo de la defensa personal tan al límite que acabas matando a tus propios alumnos. Histórico el momento en el que el monitor enfervoriza a uno de sus alumnos para que lo ataque con todas sus fuerzas y cuando finalmente va hacia el dicho monitor saca una pistola y le pega un tiro.
6. Confundidor de gatos: Uno de mis favoritos. Se trata de una compañía militar de nueve hombres cuya misión es confundir a gatos que se encuentran en estado de apatía con el objetivo de que retomen su actividad normal. Sí, gatos en estado de apatía. Los tipos montan un escenario delante del gato en cuestión y hacen mil y una majaderías hasta que éste se encuentra tan confundido que se da la vuelta y se larga, abandonando así el estado apático en el que se encontraba. En este momento el cerebro ya os debería haber explotado.
7. Biógrafo de: Johann Gambolputty de von Ausfern-schplenden-schlitter-crasscrenbon-fried-digger-dingle-dangle-dongle-dungle-burstein-von-knacker-thrasher-apple-banger-horowitz-ticolensic-grander-knotty-spelltinkle-grandlich-grumblemeyer-spelterwasser-kurstlich-himbleeisen-bahnwagen-gutenabend-bitte-ein-nürnburger-bratwustle-gerspurten-mitz-weimache-luber-hundsfut-gumberaber-shönedanker-kalbsfleisch-mittler-aucher von Hautkopft of Ulm, el gran olvidado de los compositores clásicos alemanes. Ver a los actores recitar este nombre entero es una delicia hasta la quinta vez, a partir de ahí es un auténtico suplicio.
8. Investigador de invasiones alienígenas: Memorable sketch en que unos extraterrestres con forma de flan convierten a todo el mundo en escocés con el único objetivo de ganar el torneo de Wimbledon (por lo que parece en aquel entonces los escoceses no deberían ser muy buenos jugando a tenis). El científico que investiga el por qué de la invasión es tan estúpidamente lúcido que dan ganas de ser él incluso a riesgo de ser devorado por un flan gigante.
9. Abuela delincuente: Bandas de delincuentes septuagenarias siembran el caos en las calles de Bolton. Identificables por sus largos vestidos negros, sus bolsos y sus sombreros, estas peligrosas abuelas se dedican a dar palizas a jóvenes entre risas y un sinfín de actividades delictivas más. Como Sons of Anarchy pero con arrugas y bastón. Mola.
10. Leñador canadiense que le gusta travestirse: Bueno, poco más hay que añadir.
11. Mánager de Ron Obvious: Un sujeto sin escrúpulo alguno que utiliza a otro sujeto estúpido hasta decir basta (Ron Obvious) para ganar dinero. Este mánager convence a Mr. Obvious para que intente realizar locuras de gran calado mediático tales como saltar el canal de la Mancha, comerse una catedral, cavar un túnel hasta Java o ir corriendo hasta Mercurio. Resultados desastrosos para el pobre Ron Obvious, excelentes para el mánager y el espectador.
12. Hipnotizador de ladrillos: Básicamente se trata de un tío que hipnotiza a los ladrillos y los pone a dormir.
13. Entrañable anciana que alquila una habitación en su casa a Hitler y Himmler: De verdad que mi cerebro ya hace rato que ha explotado también, no me veo capaz de explicar esto. Disfruten imaginándolo.
Estos han sido solo algunos de los mejores trabajos que puedes encontrar viendo la primera temporada de Monty Python’s Flying Circus. Saber que me quedan tres temporadas y treinta capítulos aún por ver me genera una satisfacción difícil de explicar. Así que ahora, con su permiso, dejaré de escribir y me pondré a ver un nuevo capítulo antes de dormir. Pero solo uno, que Londres no perdona y mañana toca madrugar para ir a trabajar. Lavando platos. O confundiendo gatos, quien sabe.
PD: De regalo, los treinta segundos más divertidos, inteligentes e inmortales que he visto jamás en una serie.