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…es que le maten al protagonista.
Fans de Juego de Tronos, calmaos. No os hablo de series de ciencia ficción en las que el acecho de la muerte es casi lo más excitante capítulo tras capítulo. Me refiero a una serie cualquiera, la primera que te venga a la cabeza. Va, piensa en una serie, en la que sea. Piensa en su protagonista, ¿le tienes en mente? Bien, pues ponle andando por la calle. O por la pradera, o por donde sea que vive. Déjale que ande feliz y tranquilamente. Y ahora observa cómo le cae una maceta del cielo, o cómo una bala perdida se le clava en el estómago, o cómo simplemente LE DA UN INFARTO. Así, plas, sin más explicación ni sentido.
Y ahora ríete y piensa que esto en Los Soprano no pasa. En ninguna serie normal ni real. No pasa ni en The Wire ni tampoco en Breaking Bad. Pues ríete tú porque ESTO SÍ QUE PASA en una serie real, una serie aparentemente normal. Y es una experiencia traumática, mucho más de lo que cualquier seriéfilo se pueda imaginar.

Digamos que un día cualquiera coges de la estantería la primera temporada de una serie que un día te compraste porque estaba de oferta o porque te gustaba la portada, qué más da. Y entonces resulta que la serie está bien, está bastante bien. Puede que la protagonice un publicista del Nueva York de los 50 que tiene problemas con absolutamente todos los aspectos de su vida. En ese caso, le cogerás cariño, aunque quieras evitarlo. Seguirás sus líos de faldas y sus problemas existenciales noche tras noche comiendo lentamente un bol de palomitas y llegarás a conocerle mejor de lo que conoces a ese ser que tienes sentado al lado y que te dio a luz. Y un día estarás tan relajado viendo el ajetreo de las calles de la gran manzana, mientras Don corre cargado con un maletín y mira qué hora es en su reloj de piel. Y entonces él bajará de la acera sin mirar a los lados y a ti te parecerá una chorrada, pero en ese momento un taxi con un conductor recién llegado del infierno se lo llevará por delante, le hará dar dos volteretas en el aire y caer al suelo.
Y tú, a punto de atragantarte con una palomita que se te ha quedado peligrosamente atrancada en la tráquea, pensarás por dentro “¡qué va!”. Y observarás cómo una ambulancia se lleva a tu protagonista hacia el hospital, y verás cómo le practican la reanimación cardiopulmonar mientras interiormente suplicarás a los dioses del guión (Aaron Sorkin y David Simon, claro) que no sea cierto mientras te autoconvences de que ESO que te pasa por la cabeza (piénsalo, ¡va!) sería absurdo. Incluso te reirás cuando se te ocurra plantearte el “¿y si?”. Hasta que suene el pitido de la muerte y veas el único código médico que todos los humanos entendemos al 100%: la barrita verde ya no ondea, está tan plana y lisa como tu propia actividad cerebral en este momento.
Paremos un momento, volvamos un poco más atrás y no nos confundamos: no, esto no ha pasado (POR AHORA) en Mad Men. Pero quizás sí que ha pasado en la serie que estás a punto de empezar, la que tienes marcada en la lista del Filmaffinity de “Series que quiero ver”.
«¿Eres consciente de la cantidad de series que hay en el mundo? ¿Sí? Pues en alguna muere el protagonista sin que te lo esperes, sin que sirva para nada lógico en el devenir de la historia, sin que satisfaga en absoluto tus necesidades vitales y, por encima de todo, SIN TON NI SON».
Y puede que creas que estás a salvo, pero ¿quién te dice que no te esté hablando de esa serie que tenías previsto empezar la semana que viene? O peor aún, ¿de la que ya has visto ocho capítulos fantásticos y maravillosos y de la que hoy piensas ver el noveno?
Está claro que no tiene por qué pasar pero la pregunta es ¿y si pasa? Cierto es que con el antes mencionado fenómeno de Juego de Tronos pareció que las normas, si es que existían, habían cambiado radicalmente: de repente millones de aficionados a las series tuvimos que aceptar que la historia estaba siempre al servicio de la imaginación de George R. R. Martin y no de nuestra tranquilidad y confort emocional. Pero ése es un pacto que establecimos con él. Entendimos que de eso iba precisamente la serie, que era una guerra desproporcionada de poderes, venganzas y muertes constantes. Incluso lo dice el título: es un juego de tronos, ¿qué más queremos?.

En cambio, la serie de la que os estoy hablando, de cuyo nombre no puedo ni debo ni quiero acordarme, no tiene nada que ver con esto. NADA. Tiene tan poco que ver con las muertes, las venganzas y las batallas que el único motivo por el que se cargaron vilmente al protagonista (¿hombre o mujer? ¡no pienso soltar prenda!) es que el actor (o actriz… ¿tendré que hacer esto cada vez? Diremos que es un hombre siempre, y que cada cual crea lo que quiera) que lo interpretaba tuvo que abandonarla. Y no porque tuviera que irse a construir casas y pozos a un país subdesarrollado o porque le hubieran descubierto una mutación que convertía sus piernas en gelatina, NO. Se fue porque hizo un cásting para otro papel que le gustaba más. Y ya está. Como si a James Gandolfini (cuya muerte sí que fue verdaderamente injusta) le hubieran ofrecido salir en Prison Break y hubiera dicho “oye, chavales, que lo dejo” y todo el equipo de guionistas, después de barajar durante horas todas las opciones posibles (desde “está en coma y no sabremos si saldrá de él” a lo Aquí no hay quien viva hasta terminar la serie porque sin él no vale la pena seguir) hubiesen decidido obligar a todos los espectadores a odiarles a ellos y a Tony Soprano de por vida por haber fallecido de una manera tan fortuita, estúpida e innecesaria.
«Y tú ahora te preguntarás: ¿y la serie, después, puede seguir? ¡Claro que no! ¡PUES LO HACE!»
La serie de la que te estoy hablando, LA SERIE que algún día, sin recordar este artículo, verás y seguirás con toda tu candidez e inocencia, sigue. De hecho, se me ha olvidado mencionarte un dato importante: la muerte del protagonista no tiene lugar en la quinta temporada, ni en la undécima. Es en el segundo capítulo de la segunda temporada. Has tenido una temporada entera (menos de 10 capítulos) para cogerle cariño al tío por el que sigues la serie. Has entendido sus problemas, has aceptado sus soluciones y has aprendido a apreciar sus defectos. Sabes por qué se relaciona así con uno y por qué lo hace asá con otro. De hecho, la serie empezaba por él y con él, como tiene que ser. Y entonces llegas al segundo episodio de la segunda tanda y él va y se muere. ¿Y cómo se muere? ATROPELLADO POR UN COCHE.
Lo de Don Draper iba en serio, era esa exactamente la escena. El protagonista, el único por el que seguirías viendo la serie, baja de una acera y un coche se lo lleva por delante. Y con él se van tus ganas de seguir frente al televisor/pantalla de ordenador y todos los argumentos que tenías para recomendar la serie a tus amigos imaginarios con los que hablas de series.
«Repasa mentalmente en cuántas series te has quedado en el primer capítulo de la segunda temporada y cruza los dedos para que cuando te atrevas a seguir no tengas que acordarte de mí«.
En serio, hazlo. Porque te aseguro que si estás pensando en la serie de la que te estoy hablando (va, voy a ser buena y te daré alguna pista: no está actualmente en emisión) (¿algo más? Mmmm, el actor (o actriz, 😉 ) salía en una serie que ha terminado en los últimos 12 meses) (y hasta aquí puedo y voy a leer escribir), si de veras estás viendo la serie en la que vas a tener que ver morir a su protagonista atropellado por un coche que gira una esquina, no sabes cuánto, cuantísimo te compadezco. Sé exactamente lo que se siente.
Así que estáte atento cada vez que él (o ella! 😉 😉 ) cruce una calle o, quien sabe, baje una escalera. Porque quizás no es un atropello. Ni es en el segundo capítulo de la segunda temporada. Quizás ni siquiera pase en ninguna serie que no sea Juego de tronos. Y, sin embargo, ya tienes el miedo metido para siempre en el cuerpo y la duda seguirá acompañándote capítulo a capítulo. Que tengas mucha, muchísima suerte.