Demasiada televisión te matará
Viaje alrededor de un libro

Demasiada televisión te matará

Algunas reflexiones sobre un gran final de temporada.

Junio ha sido un buen mes para las series de televisión en Barcelona. La coincidencia en el tiempo de una serie de eventos nos va a permitir reflexionar sobre el estado actual de la ficción serial justo antes de unas vacaciones que se nos antojan, también en esto, muy necesarias. Ya casi es imposible estar al día simplemente de la lista completa de estrenos televisivos de la temporada, con más de cuatro centenares de series dando vueltas por ahí, miles de horas de televisión y una competencia feroz por hacerse con los favores de un público del que no sabemos bien qué decisiones tomará ante el exceso de productos. Pero procedamos con un cierto orden. En primer lugar los eventos.

1. Un libro: Martes 7 de junio, 19.00 horas. Se presenta en el librería Espai Contrabandos el libro de la Dra. Concepción Cascajosa La cultura de las series, publicado por Laertes en la prestigiosa colección Kaplan. Un magnífico volumen que huele a final de etapa y necesario recomienzo. El libro recorre con acierto el camino que nos ha traído hasta aquí, un largo proceso en el que las series son estudiadas como objeto de consumo, uso, distinción, como producto cultural y también como discurso. El libro deja más preguntas que respuestas: ¿hemos logrado finalmente convertir las series de televisión en un objeto cultural prestigioso? ¿Hemos hecho lo propio con el trabajo académico y crítico sobre las series de televisión? Las series han inundado la arena pública, son objeto de cita, chiste o reverencia según sea el caso pero, ¿realmente tienen el prestigio de la novela, el teatro o el cine? El acto fue conducido por la Dra. Raquel Crisóstomo y el periodista de La Vanguardia especialista en ficción televisiva Pere Solà. Entre los asistentes, los sospechosos habituales en estas lides: periodistas como Lorenzo Mejino, profesores como Manel Jiménez, Manel Garín, Mercè Oliva, Anna Tous, Fernando de Felipe, Óscar González… a la mayoría los pueden leer de manera regular en medios tanto generalistas como especializados y publicaciones académicas. Y por supuesto un público diverso entregado a las series y al pensar sobre ellas.

 

2. Una tesis doctoral: Martes 7 de junio, 11.00 horas. Se presenta en la Facultad de Comunicación Blanquerna de la Universidad Ramon Llull una tesis doctoral sobre Netflix. Su título: El caso Netflix 2012-2015. Nuevas formas de pensar la producción, distribución y consumo de series dramáticas; su autora: la Dra. Josefina Cornejo Stewart. Entre los miembros del tribunal la propia Dra. Concepción Cascajosa. El texto, más allá de su formulación académica y sus necesarios recorridos teóricos, suscita el interés del tribunal y muchas preguntas. ¿Es realmente Netflix una nueva forma de entender la televisión? ¿El entusiasmo que generó entre críticos, académicos e incluso entre algunos autores televisivos no fue algo prematuro? ¿Qué pasará cuando Netflix empiece a engullir competidores o a sacarlos del mercado en su proceso de expansión industrial salvaje? ¿Aumentará la competencia o se restringirá? ¿Cómo va a evolucionar el modelo de televisión a partir de ahora? Hulu, Amazon y Netflix. ¿Canales y distribuidores metidos a productores? ¿Perspectivas de futuro? Preguntas todas ellas que brotan de una manera natural de la lectura de esta tesis doctoral.

 

3. Una clase universitaria con los creadores de El Ministerio del Tiempo.

«En lugar de una charla amable sobre los pormenores del éxito televisivo dieron una auténtica clase magistral explicando a bocajarro y sin medias tintas los secretos de su creación»

Era la primera vez que Javier Olivares, guionista, productor ejecutivo y creador de la serie, Anaïs Schaaff, guionista, y el director Marc Vigil se sentaban juntos a debatir en un acto público los pormenores de su creación. Fue el acto de clausura del Máster en Ficción en Cine y Televisión que se imparte en la Facultad de Comunicación Blanquerna. Faltaba, por desgracia, el otro creador de la serie, Pablo Olivares, fallecido antes de que pudiese ver a su criatura triunfar en la televisión. Lo que pasó tras el inicio de la sesión y durante las siguientes tres horas no estaba previsto. No lo estaba que en lugar de una charla amable sobre los pormenores del éxito televisivo dieran una auténtica clase magistral explicando a bocajarro y sin medias tintas los secretos de su creación: la pasión por el trabajo diario, su defensa de la integridad del producto, su lucha a brazo partido por mantener activa la serie. Tampoco estaba previsto que la clase durase más de tres horas ni que el público quedase absolutamente cautivado. Tras la introducción del director del máster, el Dr. Fernando de Felipe, la conversación fue llevada por el escritor Marcos Ordóñez, ministérico declarado, que preguntaba, indagaba o comentaba marcando los tiempos y los ritmos, como un gran director de orquesta. Lo que empezó como una sesión de clausura, con su ceremonia y sus buenos propósitos, acabó siendo una indagación sobre los porqués de la creación. Una lección magistral en la que todo, desde los diseños de producción, pasando por los vídeos explicativos sobre las tecnologías usadas en la serie, hasta los comentarios sobre la dirección de actores, acabó encajando en un relato de honestidad intelectual en donde la creación acaba convertida en auténtico motor vital. Hay muchas historias en esta historia, y no nos referimos a argumentos y tramas de capítulos. El Ministerio del Tiempo no es únicamente una serie diferente a otras por tono, género y resultado, sino por la certera intención creativa que tiene detrás. Ésa es la historia que tan amablemente los tres invitados compartieron con todos los invitados y que pueden recuperar, si quieren, de la web.

 

Dicho esto, vayamos a una serie de reflexiones a partir de lo visto y oído en los eventos antes mencionados y de esta temporada que nos deja (si contamos las temporadas como los ciclos escolares españoles, lo cual es una división poco fina pero operativa para lo que nos interesa).

 

vinyl Las demasiadas series ivan gomez serielizados

«Han cancelado ‘Vinyl’ sin pestañear, así que los fans de la música y las series se han quedado sin la ficción que parecía la versión industria musical de un producto David Simon»

1. Aunque siempre es difícil asumir que tenemos demasiado de un producto cultural, sólo se puede afirmar que hoy día existen “demasiadas” series de televisión. Y no porque no haya crítico sobre la faz de la tierra capaz de estar al día de todas, que casi seguro no lo hay con la probable excepción de algún elemento entregado a la causa y de capacidades sobrehumanas como Lorenzo Mejino o la propia Dra. Cascajosa, sino porque el propio espectador es incapaz de tener un mapa claro y razonable de lo que está ocurriendo a nivel de ficción serial. La facilidad de acceso a los materiales –de formas legales e ilegales- ha convertido el mundo entero en una gigantesca pantalla de televisión en la que puedes reproducir series tailandesas, canadienses, británicas y australianas, por si no tenías bastante con las estadounidenses y las patrias. ¿Quién es capaz de controlar ese mapa tan cambiante y acelerado? Ante este panorama no son pocos los espectadores que recurren a valores refugio en tiempos de exceso. Y esos valores refugio son las series más conocidas, mejor publicitadas y presupuestadas: Juego de tronos, algunas sitcoms de referencia, quizás la novedad cool del momento de Netflix y alguna serie con créditos encabezados por el Scorsese de turno. Quizás en este punto el ejemplo del cine nos pueda ilustrar un poco. Es cierto que durante la crisis de lo 60 y 70 los estudios, ya reconvertidos casi en su totalidad y mayormente en empresas de distribución, producían menos títulos que en los tiempos del Hollywood clásico, pero seguían produciendo muchos. La diferencia es que sólo unos pocos de esos muchos títulos obtenían realmente el respaldo del público, por lo que en la mente de los grandes gerentes se consolidó la idea de negocio basada en “el ganador se lo lleva todo”. Grandes producciones, muy costosas, un más difícil todavía que acabó construyendo, con el tiempo, la era del blockbuster. ¿Hay espacio hoy día para las series dramáticas medias, con modestos números tanto en sus presupuestos como en sus resultados comerciales? ¿No es este sistema de altísima inflación de títulos una búsqueda encubierta del gran taquillazo más que un edén artístico en el que el respeto por el producto y el espectador es lo primero? Han cancelado Vinyl sin pestañear, así que los fans de la música y las series se han quedado sin la ficción que parecía la versión industria musical de un producto David Simon –ya saben: nos gusta la televisión. A nosotros y a unos cuantos más, porque las series de David Simon no le interesan al gran público pero le interesan un montón a los académicos y también, cierto, a un público bastante bragado en esto de la televisión-. Los académicos deberíamos financiarle un monumento a David Simon, porque sus productos nos permiten elaborar discursos que, de tan sesudos, darían para otra serie, o para un psicodrama de los buenos.

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2. ¿Quién ve televisión y por qué? Aquí, tal y como se comentó en la presentación del libro La cultura de las series, nos falta información sobre quién ve la televisión y por qué. El ejemplo del cine reaparece aquí con fuerza. Los viejos estudios de Hollywood encargaron los primeros estudios de audiencia una vez acabada la Segunda Guerra Mundial. El resultado que arrojaron les dejó perplejos. Cuanto más educada era la audiencia y mayor su nivel sociocultural, más veces por semana acudía al cine. Los grandes magnates siempre habían pensado que era justo al revés, que sus grandes valedores eran los públicos rurales y los urbanos poco ilustrados. No era así. Tampoco es que supieran muy bien qué hacer con esa información, así que siguieron como si nada a la espera de que la ola de los 60 se los llevara por delante. Y aquí reaparece la televisión. ¿No habíamos quedado en que la televisión era una cosa zafia, cutrilla, hecha en pantalla pequeña para amas de casa, parados, jubilados y niños, todos ellos con deseos autonarcotizantes de intensidad variable y esperanzas vicarias más allá de lo confesable? ¿Aquello de ver Los Ángeles de Charlie no era un placer culpable tachado de entretenimiento vulgar y destinado a esponjar una mente cansada de tanto leer a Proust? No es casual que el triunfo cultural de la televisión se haya producido cuando los visionados de las series se han podido desgajar del flujo televisivo ordinario. Y en esto Netflix ha puesto la puntilla. Las series de Netflix se desgajan de un flujo inexistente. ¿Es eso televisión? Apelaciones a la autoprogramación, a hacerte tu propio canal, a consumir lo mejor de un menú infinito aparecen cuando no es necesario esperarse a las nueve o diez de la noche, hora española, para ver una serie entrecortada por publicidad. Ya se sabe que Proust se lee sin anuncios y del tirón.

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3. ¿Es necesario que todas las series que triunfan entre la crítica y la academia sean un minucioso análisis socioeconómico de las condiciones ambientales que posibilitan el injusto crecimiento del aislamiento vital y la pobreza en los barrios gentrificados y desfavorecidos de la ciudad media norteamericana, sea en versión review histórica, ambientación contemporánea o la habitualmente más libre sci-fi? La contestación a esto bien podría ser “me gusta Quantico”.

4. La televisión de antes no era ni la antesala de lo que tenía que venir ni un simple remiendo hecho por voluntaristas de corazón condenados a trabajar sin presupuesto. Es absurdo que en una época en la que celebramos con ansia el valor del arte low cost –ya saben, inteligente, atrevido e incontaminado por el dinero y el mercado- nos dediquemos a creer que las series antiguas eran puro voluntarismo plagado de costuras visibles. Los guiones de autores como Rod Serling esperan a ser superados. Y el carisma de personajes como Ironside no se olvida. Sí, qué pasa, han oído bien, Ironside. Nunca San Francisco tuvo mejor aspecto en una serie de televisión. Me encanta Ironside porque era un policía que trabajaba completamente ajeno e ignorante del cambio cultural en el que supuestamente vivía inmerso. Me recuerda lo que dicen de Kant, que la Revolución Francesa le pareció un hecho lo suficientemente relevante como para invertir la dirección de su paseo matinal, nada más.

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5. ¿Qué pasa con España? A la vista de lo que ha ido ocurriendo durante las últimas semanas o meses, segundas elecciones incluidas, alguien diría que nada, que España bien, como siempre. Vamos, que aquí no se mueve nada. Sin embargo la ficción española ha ido efectuando movimientos en los últimos años. La cancelación de El Caso es una mala noticia. La serie no estaba nada mal y dejando de lado preferencias personales o cuestiones de gusto, lo interesante de El Caso es que tenía recorrido y posibilidades. Pero TVE no acaba de conciliar su pasado con un presente que demanda mayores riesgos y un abandono progresivo de la tiranía de la audiencia enganchada al audímetro. Para tener miedo por la audiencia ya tenemos a las privadas generalistas, que viven de la publicidad. No tiene mucho sentido que casi cualquiera que trabaje en TVE como responsable de cierto nivel hable una y otra vez de la BBC como aspiración y luego pase lo que pase. Debería existir un mandamiento para los operadores televisivos que rezara “no tomarás el nombre de la BBC en vano”, porque es ridículo intentar emparentarse con una televisión que nos queda demasiado lejos, por intención, resultado e incluso sistema de financiación –y más si no pones los medios reales para parecerte a ella-. Con todo, se atisban gestos que invitan al optimismo. Recuerdo que hace algunos años discutía yo con un grupo de profesores universitarios sobre la ficción española y se me ocurrió decir que me habría gustado muchísimo ver una serie sobre los Episodios Nacionales de Galdós. No suscitó la cosa ni mucho impacto ni interés, quizá porque mis contertulios estaban más apegados a las series de género y mi apelación les sonó a tostón a lo Yo, Claudio. Pero si te gusta un poco la Historia no hay serie de novelas más adecuada para incurrir en el panorama televisivo que la de Galdós. ¿Qué habría hecho la BBC con semejante material, inabarcable, magnífico, plagado de historias fantásticas? Cuando El Ministerio del Tiempo apareció no pude dejar de pensar en aquella conversación. No eran los Episodios, pero quizás hasta era una apuesta mejor y más inteligente. Hacer de la Historia algo entretenido es algo que los anglosajones practican con destreza. Y la destreza puede verse auxiliada por el dinero, pero no suplida por él. Esas destrezas que demandamos son las de los creadores de El Ministerio. Unas gotas de genialidad en un vaso entero de tesón, esfuerzo, profesionalidad y gran trabajo. Ahí es donde, realmente, no tenemos mucho que envidiar a los que moran allende los mares.

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