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En medio de la robustez de la movida madrileña –sólo pensar en las hombreras de todos aquellos personajillos me entran vómitos– y cuando la televisión se había quedado postergada a los que no podían salir cada noche o cometían la fechoría de trabajar con horarios intempestivos, apareció una esperanza en el horizonte. Era Las chicas de oro, producida –¡¡¡no me lo puedo creer!!!– por la misma NBC que había estrenado con gran éxito Miami Vice. Para contrarrestar los efectos del anestésico de videoclip y persecuciones de la susodicha, algunos espectadores norteamericanos empezaron a apodar a las chicas Miami Nice (Miami agradable). Las protagonistas eran tres abuelas (más la madre de una de ellas), que, divorciadas o viudas, compartían un apartamento en Florida. Lo que podría haber sido un drama feminista o lo que los ingleses habrían convertido en un feroz melodrama, apareció como un revulsivo para los que ya no creían en la televisión. ¿Se podía vivir en 1985? A pesar de lo que muchos creen, sí.
«Lo que podría haber sido un drama feminista o lo que los ingleses habrían convertido en un feroz melodrama, apareció como un revulsivo para los que ya no creían en la televisión.»
Y esa supervivencia se dio gracias a las conversaciones entre Rose, Blanche, Dorothy y sobre todo la madre de ésta última, Sophia Petrillo, una siciliana con un sentido del sarcasmo dinamitero, una auténtica replicante antes las actitudes blandengues de sus compañeras de piso. Cuando la sexy Blanche se mostraba más coqueta o Rose apuntaba alguna ñoñería, la Petrillo sacaba la lupara y las dejaba tiesas. Cuando Blanche aparece ante sus amigas y espeta: «Ya sé porque Hemingway acabó suicidándose. Es terrible: sufrió el bloqueo del escritor. Y eso es lo peor que puede pasarte», Sophia Petrillo saca el látigo con precisión: «Se nota que no has estado una semana sin ir al retrete». Prodigio de los guionistas, cada situación era resultona con sus gags cargados de sorna, simplemente por las expresiones de las actrices, Rue McClanahan, Betty White, Beatrice Artur y la terrorífica Estelle Getty, un prodigio del humor. Se da la circunstancia que madre e hija, en la vida real, no se llevaban ni dos años, pero encarnaban sus papeles con verismo y contención, a pesar de lo estrambótico y surrealista de las situaciones.
– Vídeo: Sophia Petrillo en estado puro:
La serie fue la primera sitcom americana, con un elenco formado por mujeres mayores de cincuenta años. El supuesto atractivo sexual de Blanche, la ingenuidad de Rose, el papel moderador de Dorothy y el carácter indomable de su madre no hubieran sido suficiente reclamo si no hubiera sido por unos guionistas brillantes y una interpretación soberbia. Fue un éxito a lo largo de los cinco años que se mantuvo en antena y tuvo idéntica repercusión en todo Occidente. Los diez premios Emmy lo dicen todo. A pesar de las secuelas, con prácticamente el mismo reparto, o réplicas con otras actrices de diferentes culturas, la chispa no se repitió. Diríamos que sólo era comparable a un Woody Allen inspirado en comedia de sal gorda.
Una jornada, con una avería en la refrigeración, las tres «jóvenes» encuentran a Sophia con la bata abierta ante la nevera abierta. Cuando su hija le pregunta lo que hace, el bicho le responde: «Estoy excitando al redondo de ternera». Todavía hoy me produce agujetas en las mandíbulas.