'Prey': La normalidad feminista en una historia mil veces vista
Sobre "Prey" (2013)

La normalidad feminista en una historia mil veces vista

La miniserie británica renueva con ingenio y brillantez un argumento policial típico

Un tipo es acusado de matar a su mujer e hijo, aunque él es inocente. Nadie le cree, pobre. Todo está ya perdido, pero, oh, qué cosas, el furgón en el que le llevan tiene un accidente. Será el karma. Sin haberlo planeado, logra fugarse. Además, para dejar claro que él en realidad es el Cristo redentor, en su huida no duda en ayudar a algún herido. Una vez a salvo, dedica todos sus esfuerzos a demostrar su inocencia mientras es acosado por la implacable ley, habitualmente personificada por un hombre que grita muchas órdenes a un equipo de entusiastas detectives. «¡¡Hay que peinar la zona en un radio de 200 kilómetros!!», ese tipo de cosas.

«Las arrugas de Tommy Lee Jones persiguiendo al bueno de Harrison Ford se nos vienen fácilmente a la cabeza»

Ese es el argumento, a grandes rasgos, en el que se apoya la miniserie británica Prey. Original, original, lo que se dice original, no parece. Las arrugas de Tommy Lee Jones persiguiendo al bueno de Harrison Ford se nos vienen fácilmente a la cabeza. Incluso el mcguffin de Cadena Perpetua se nos aparece en sueños. Y por supuesto no visualizamos a ninguna mujer en esas historias.

Hasta Prey. Porque la diferencia está en cómo se construye el relato y los personajes. En lo que aportas de novedoso. Da igual que todo esté ya mil veces contado.

Más allá del toque de cine social que tiene, propio de la ficción británica, y de un guión complejo, pero no complicado, con buenos giros y conseguidas resoluciones, lo que más llama la atención de Prey es su normalidad y su pareja protagonista.

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«Más allá del toque de cine social que tiene lo que más llama la atención de Prey es su normalidad y su pareja protagonista»

Su normalidad porque no hay grandes persecuciones, ni tiroteos, ni saltos espectaculares para huir en el último momento. Todo transcurre en la cotidiana y gris Manchester, ciudad que no es sólo el escenario, sino parte de la trama… y de qué manera.

Y es su pareja protagonista la que termina de marcar la diferencia comparado con películas o series con argumentos similares. Son el fugitivo Marcus Farrow (John Simm) y, sobre todo, la agente Susan Reinhart (Rosie Cavaliero) los que hacen que se te olvide que lo que estás viendo te suena de algo. La normalidad de ambos es ejemplar, podrían ser el vecino de cualquiera. Cometen errores infantiles, no son guapos, no son atléticos. Eso ya choca al espectador. Pero es ella en particular, el feminismo que subyace en su puesta en escena, lo que desmonta al más pintado. La primera escena que comparten, junto a una máquina de vending, es toda una genialidad.

Porque no es un policía atractivo y de rudas maneras el que persigue al protagonista. Ni un detective veterano cínico y perspicaz. No. Es una mujer, que estará cerca de los cuarenta, depresiva por una ruptura que no acepta. No es delgada ni voluptuosa. Trabaja en un entorno machista en el que la tratan con condescendencia británica y donde sus ascensos son tomados a mofa. Come chocolate y chucherías de forma compulsiva. No es beligerante, pero tampoco sumisa. Es decidida cuando trabaja y un mar de dudas cuando trata con la gente. Es de ponerse nerviosa fácil, de sentir que tiene algo que demostrar, de no valorarse como debe. Y es, obvio, perfectamente capaz de resolver el caso. Sin montar más bullicio del necesario, sin ser más lista que nadie, sólo haciendo bien su trabajo, le pese a quien le pese. Y siempre y cuando sus bajones anímicos no entorpezcan su labor.

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«Llegará un día, pronto, espero, en que no habrá personajes «para chicos» y personajes «para chicas», habrá mujeres y hombres en pantalla»

En dos o tres ocasiones, ella le persigue a él a la carrera. Verles correr a los dos, sin físico, sin resuello, es tan sencillo de hacer como raro de ver. No se persiguen por alcantarillas, ni por los tejados. Se persiguen como el gato y el ratón por callejuelas de Manchester o por los verdes campos de las afueras, tropezándose, ensuciándose, blasfemando. Tan humanos que asusta.

Que tanto Simm como Cavaliero están muy solventes en sus papeles es cierto –sublime el plano secuencia de él, en el capítulo uno, cuando le dan una mala noticia… apabullante– pero la realidad es que el personaje de Marcus es un regalo, y el de Susan una magnífica oportunidad de desmontar tópicos absurdos.

Llegará un día, pronto, espero, en que dejará de tener sentido escribir que el personaje de Susan es un acierto, pues las Susan estarán a la orden del día. No habrá personajes «para chicos» y personajes «para chicas«, habrá mujeres y hombres en pantalla. Pero hasta que ese día llegue, bravo por el feminismo de Prey. Bravo por las series británicas, tan dispuestas a apostar por algo tan extraño y complejo como la normalidad.

– Trailer:

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