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Los miedos que más le suelen interesar a Mike Flanagan, director y guionista y creador de La maldición de Bly Manor, suelen estar relacionados con el tiempo. En Oculus, película estrenada en 2013 que ya prefigura muchas de las obsesiones de su obra posterior (desde Ouija: El Origen del Mal hasta La maldición de Hill House, pasando por Doctor Sueño), los fantasmas que aterrorizan a la familia protagonista viven en un espejo maldito. De su reflejo emergen a veces espectros de personas que quedaron atrapadas en su influjo, además de provocar alucinaciones que hacen que, por ejemplo, la madre de la familia se horrorice al verse como una mujer anciana. El espejo de Oculus vincula a los espíritus de un pasado que se resiste a marchar con las visiones de un futuro que conduce inevitablemente a la muerte. Es una ventana a lo que ocurrió, y a lo que todavía está por ocurrir.
He pensado mucho en Oculus viendo La maldición de Bly Manor. En la nueva serie de Flanagan, los fantasmas no existen solo para asustar a sus protagonistas, sino sobre todo para enfrentarles a su pasado y negarles la posibilidad de un futuro. Interesantísima, como Hill House, en su estructura y ambiciones temáticas, Bly Manor deshecha el terror moderno de aquella para parecerse sobre todo a los desasosegantes dramas históricos de la BBC, ya sea en el ritmo (pausado, lo que ha hecho que muchos abandonen la serie a la mitad) como en su estupendo juego con la estética (estamos en los ochenta pero podría ser el romántico siglo XIX).
Flanagan hila además su sensibilidad junto con la de la obra de Henry James, cuya Una vuelta de tuerca es la inspiración más clara para la estructura global de la serie, y al que además adapta en algunos episodios que se convierten en reinterpretaciones de otros de sus relatos. James consiguió en sus obras sobrenaturales recoger la tradición del horror gótico y llenarla de sus preocupaciones, de su gusto por la ambigüedad y su juego con el dispositivo narrativo y las exploraciones lingüísticas.
Flanagan y su equipo de guionistas retoman ahora el hilo de James sumándole también la influencia de otras adaptaciones de su obra (la sombra de Suspense es alargada) y elaborando una serie temáticamente muy rica, en la que las sensibilidades de Flanagan y James dialogan estupendamente bien. No en vano esa es una de las especialidades del estadounidense, uno de los mejores adaptadores del terror contemporáneo: desde la brillante relectura de Shirley Jackson que fue Hill House hasta sus juegos con Stephen King y Kubrick en Doctor Sueño.
https://www.youtube.com/watch?v=KoH6EhOfB9c
En ese sentido, leer la serie como un producto de terror fallido por la falta de sustos o su apuesta por el horror gótico (centrado en la psicologización de los personajes y la externalización de sus traumas mediante eventos sobrenaturales) me parece un error. El terror de Bly Manor no viene de las fuerzas demoníacas del Más Allá, o de parecerse a esas montañas rusas de sustos que tan bien construye James Wan: viene, como decíamos al hablar de Flanagan, de enfrentar a sus personajes y al espectador a los poderes devastadores del tiempo. Es una serie que no está interesada en ver quién se esconde debajo de la sábana, sino en hacer inventario de las arrugas de la tela.
Negarse a acatar el tiempo es su pecado original, y el origen de todos los males de la mansión de Bly
Por ejemplo, en el tiempo entendido como una fuerza ciega capaz de arrastrarte a la locura si intentas enfrentarte a él. Viola Willoughby, madre y esposa que se resiste a morir, que por pura fuerza de voluntad busca detener el avance de una enfermedad incurable y consigue romper las mismas leyes de la naturaleza, convierte su empeño en un agujero negro que arrastra a todos los muertos de la mansión para obligarles a orbitar a su alrededor. Negarse a acatar el tiempo es su pecado original, y el origen de todos los males de la mansión de Bly. Viola vagará durante siglos por los terrenos, atando a vivos y muertos a su maldición, llegando hasta el momento en el que comienza la serie.
De todos los personajes que se enfrentan al horror de Bly en el presente, posiblemente sea Hannah Grosse (brillantemente interpretada por T’Nia Miller), muerta que también se resiste a dejarse llevar, el que mejor articula la tensión entre pasado y futuro. Ella, como el resto de muertos, vaga entre los recuerdos de su vida anterior y la perspectiva de un Más Allá eterno en el cual no quiere dejarse caer. A Grosse se le nubla el pasado y se le niega el futuro en París junto al hombre del que está enamorada, y solo cuando entiende qué sucede en su presente, solo cuando acepta que ya no está viva, es capaz de tomar las riendas de su destino.
Pero hay otro hilo que atraviesa Bly Manor, y que se puede extraer de los dos personajes de los que hemos hablado más arriba: la reflexión en torno al amor. Viola y Hannah se niegan a avanzar porque no quieren dejar atrás a las personas a las que aman. En ese sentido, es también la relación de Dani Clayton y Jaime, entre la cuidadora de los niños de Bly Manor y la jardinera de la mansión, uno de los puntos centrales de la serie. Y, como reverso oscuro, el romance entre Peter Quint y Rebecca Jessel, enquistado en los muros de Bly Manor, capaz de arrastrar a los dos niños a un destino atroz.
Vencer al tiempo, en esencia, solo es posible a través del amor… pero eso no significa que funcione con cualquier tipo de amor. Es el amor entendido como posesión el que nos convierte en monstruos, el que borra nuestro rostro una vez muertos, una vez la gente empieza a olvidarse de nosotros; y es el amor entendido como generosidad el que sigue retumbando a través del tiempo, el que permite que los fantasmas de la gente que nos dejó hace años nos pongan la mano en el hombro cuando nos acordamos de ellos.